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Lo que Ötzi trataba de decirnos

Autor/autores: ALBA ALBA PONS
Fecha Publicación: 22/01/2022
Área temática: Psiquiatría general , Salud mental .

CSMA San Andreu

Resumen: Nuestro cerebro es fruto de la evolución. A lo largo de los años se han ido creando complejos sistemas neuronales que regulan la adaptación conductual y fisiológica.


En línea evolutiva, cada zona del sistema nervioso ha hecho su aparición de manera secuencial. Las regiones más primitivas están relacionadas con la supervivencia y las más especializadas, con la evaluación compleja de los sucesos de la realidad.


A pesar de que estas funciones se realizan de manera relativamente independiente y atendiendo a un orden jerárquico, lo más importante para garantizar el equilibrio, es lograr un funcionamiento cada vez más armónico de todas las partes que lo conforman.


En ese sentido, merece dedicar especial atención al surgimiento de las necesidades de apego, las cuales, dentro del proceso antropológico y psicosocial, surgen no solo como forma de garantizar la supervivencia física, sino como necesidades superiores basadas en el interés mutuo y la posibilidad de compartir.


Constituyen por tanto, una de las herramientas afectivas fundamentales con que contamos para continuar desarrollándonos como especie y como seres sociales.


"Lo que Ötzi trataba de decirnos"


En el mes de octubre del año 1992, la revista Times publicó una noticia sorprendente: en una zona llamada Ötztal, cercana a la frontera entre Austria e Italia, dos montañeros encontraban el cadáver de un hombre enterrado en el hielo, cuyos restos se calcula que pertenecen al año 3255 A. C.


Inicialmente pensaron que se trataba de un alpinista que habría caído accidentalmente en una grieta y fallecido poco después debido a las bajas temperaturas y a la falta de auxilio. Sin embargo, el análisis científico de su cuerpo, reveló que se trataba de un hombre prehistórico que había permanecido sepultado en la nieve durante nada menos que 5300 años.


Tales circunstancias le merecieron el calificativo de “Otzi, el Hombre de hielo”, nombre con el que se le conoce mundialmente desde entonces.


La noticia generó gran revuelo mediático, arqueológico e incluso político. Varios Estados se disputaron su pertenencia ya que el hallazgo proporcionaba valiosas aportaciones históricas, culturales y científicas, siendo considerada la momia más antigua de Europa.


Su cuerpo se encontraba en muy buen estado de conservación, llevaba consigo varios objetos entre los que figuran un hacha, un carcaj con flechas y un puñal con mango de madera, setas medicinales, un complejo kit para encender fuego, entre otros.


Iba vestido con una capa de fibra vegetal, una gorra de piel de oso, unas calzas cosidas con pellejo animal y unos zapatos para andar en la nieve hechos de cuero y cáñamo, protegidos con hierba.


El resultado de los estudios radiológicos, genómicos, etc. que se le practicaron, determinó que padecía varias enfermedades: artritis, caries, una infección producida por la picadura de garrapatas que se conoce como La Enfermedad de Lyme, varios parásitos intestinales, entre otras afecciones.


Al morir tenía cortes en las manos, varias heridas en el pecho, en la cabeza y una punta de flecha en el hombro que le atravesó la subclavia y le ocasionó la muerte. No es posible saber exactamente las circunstancias en que ocurrió el suceso, pero se piensa que fue a causa de un enfrentamiento librado contra una tribu vecina.


Según una reconstrucción basada en los hallazgos y muestras de sangre examinadas, se afirma que en el combate mató a un hombre con una flecha, la recuperó, le quitó la vida a otro; volvió a recuperar la flecha, cargó a la espalda a un compañero herido antes de esquivar un ataque; y finalmente, él mismo fue abatido por otra flecha.


Puede que la historia haya ocurrido de forma diferente pues solo podemos ver el pasado con los ojos del presente. Nunca sabremos si alguien lo auxilió, lo acompañó o lo despidió; lo que sí está claro es que Ötzi fue asesinado y murió de forma violenta, hecho que da cuenta de la naturaleza de las amenazas a que estaban sometidos los hombres que vivían en aquella época.


Protegerse de la muerte, del ataque de animales y bandas rivales, cazar para garantizarse el alimento, liberar combates dignos de una película de aventuras, entre otros avatares, conforman un panorama existencial bastante inquietante.


Aun así y con un bagaje muy reducido de conocimientos, aquellos hombres fueron capaces de sobrevivir y de desarrollar habilidades para hacer frente al peligro.


Nuestro sistema nervioso todavía conserva determinadas estructuras que en aquella época eran indispensables para garantizar la supervivencia; por eso, a pesar de que la escena descrita tuvo lugar hace miles de años y son otros los peligros que nos acechan; el cerebro continúa utilizando esas estructuras ancestrales que nos sirvieron de defensa. Resumiendo: en cada uno de nuestros actos, está la huella de nuestros antepasados.


El cerebro primitivo o reptiliano como también se le conoce, está formado por el tronco encefálico y el cerebelo, los ganglios basales y el sistema reticular. Es el encargado de reaccionar ante la amenaza, constituyendo lo que podría llamarse “nuestra primera línea de defensa”. Es quien determina la respuesta de lucha o de huida ante el peligro, decisión que debe tomarse en solitario y en muy breve espacio de tiempo.


Debido a la inmediatez que precisan las acciones que debe promover, sus respuestas son rápidas y automáticas. No se permite la discriminación de estímulos pues perdería un tiempo muy valioso. Por esa razón, los estímulos a los que responde apenas tienen tiempo de pasar por la consciencia para ser analizados con detenimiento.


Por ejemplo: si vemos un coche abalanzarse hacia nosotros a gran velocidad, no nos detendremos a pensar en la posibilidad de que el conductor frenará el vehículo en cuanto nos vea y de esa manera estaremos a salvo. Nuestra reacción será quitarnos del paso.


Algo similar ocurre con otra franja un poco más especializada que la anterior, pero todavía menos que la corteza cerebral. Se trata del Sistema límbico, que constituye la segunda línea de mando y está relacionado con la respuesta emocional que atribuimos a cada una de nuestras experiencias.


En el cerebro límbico o cerebro emocional, existen estructuras como la amígdala y el hipocampo que se encargan de recolectar y recordar las señales de amenaza. Así, palabras y frases de acento peligroso, expresiones faciales amenazantes, voces, sonidos, movimientos, posturas, olores percibidos en situaciones riesgosas del pasado, son almacenados como recuerdos con el objetivo de garantizar un enfrentamiento más adecuado con esos estímulos en el futuro.


No obstante, todo ese arsenal que permanece archivado en nuestra memoria también puede ocasionar confusión, pues lo que en el pasado fue peligroso, puede haber dejado de serlo en la actualidad.


Afortunadamente, en la escala evolutiva se han ido desarrollando áreas cerebrales más especializadas y el hombre ha desplegado otras estrategias de supervivencia que no solo incluyen las respuestas de lucha ante el peligro.


Poseemos una zona que podría considerarse como la más civilizada: el Neocórtex, la estructura más compleja del sistema nervioso, que se encarga de analizar los matices de la realidad y de corregir cualquier error o suposición, trazando estrategias más elaboradas y originales.


Las batallas por los recursos, los cambios demográficos, migratorios, entre otros factores, nos han obligado a formar grupos sociales cooperativos y a aprender a convivir en asociación para enfrentar los peligros, de manera que coexisten en nuestra mente dos necesidades contrapuestas: la necesidad de protección, individual y la necesidad de permanecer unidos, colectiva.


María Ángeles Querol, catedrática de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid, afirmaba en una de sus conferencias: "La única razón por la que hemos sobrevivido dos millones de años es la cooperación”. A la vez, añadía: "La mayoría de los grupos humanos durante mucho tiempo, ha practicado los cuidados de unos con otros y la cohesión social. Si no, nos hubiésemos extinguido".


Esas afirmaciones, unidas a muchas otras conclusiones a las que se ha llegado en el estudio de la conducta humana, sirven para concluir que una de las herramientas afectivas fundamentales que se ha ido transmitiendo hasta nuestros días es el Apego.


La necesidad de apego está presente en todos nosotros, aunque la manifestemos de formas distintas. Es parte natural del ser humano desarrollada a partir de todas esas estrategias evolutivas que fuimos creando para poder sobrevivir.


Construimos relaciones porque nuestros genes están programados para relacionarnos y porque la vida es más hermosa y tolerable cuando confiamos en otras personas, aunque ya no necesitemos de su ayuda para combatir a los depredadores pues, definitivamente es más fácil enfrentar las dificultades si nos cuidamos los unos a los otros y nos mantenemos unidos.
Que ambas necesidades descubran cómo coexistir amigablemente y logren un equilibrio satisfactorio, constituye nuestro máximo reto.


Quién sabe si la razón por la que Ötzi esperó tanto tiempo para ser descubierto, estará relacionada con algún otro enigma del pasado que intenta desvelarnos. Un enigma que va más allá de la ciencia y de la historia y que aún, nuestra civilización no está preparada para entender.


Quién sabe si, cuando se manifieste, nos hará mejores. Con su legado y con nuestra intuición, trabajemos para descubrirlo.

Palabras clave: apego, supervivencia


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