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Poco frecuente en el niño, pero con mayor incidencia y prevalencia en el adolescente, el trastorno bipolar es objeto de estudio, en crecimiento, en estas edades. Existe hoy en día una ampliación del interés y de los conocimientos sobre los trastornos afectivos en niños y adolescentes, que parece ir asociada a la valoración de una disminución en la edad de su aparición en los individuos nacidos en las últimas décadas. Esta situación nos obliga a pensar cada vez más en la práctica clínica diaria, en la posibilidad diagnóstica de un trastorno bipolar en edades donde previamente había sido infradiagnosticado. Las peculiaridades clínicas del trastorno en la edad infanto-juvenil, que se alejan más de las propias del adulto a medida que disminuye la edad del sujeto y, su alta comorbilidad con otros trastornos más propios de la edad infantil, hace muchas veces difícil su diagnóstico.
Un niño con un episodio maníaco podría ser confundido, por ejemplo, con una hiperactividad infantil, y en un adolescente podríamos errar pensando que padece una alteración de la conducta o un cuadro esquizofrénico (confusión histórica). Las intervenciones terapéuticas psicofarmacológicas, psicológicas, sociales y educacionales podría variar entonces en gran manera con respecto a las necesidades reales, dificultando el desarrollo psicoevolutivo en una edad especialmente vulnerable. La variabilidad clínica y la comorbilidad mencionada no dificulta sólo el diagnóstico sino que afecta también en la aplicación de los tratamientos psicofarmacológicos. ¿qué fármacos debemos utilizar en primera instancia?, ¿cuánto tiempo debemos mantenerlo?, ¿qué niño o adolescente debe realizar un tratamiento de mantenimiento?. Los estudios clínicos y de investigación actuales, por el momento escasos, van aportando respuestas más precisas aunque todavía limitadas, esperamos con el tiempo más concretas.