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La mentira transformada.

Autor/autores: Carlos Sirvent
Fecha Publicación: 01/03/2007
Área temática: Adictivos, Trastornos relacionados con sustancias y trastornos adictivos .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

¿Qué significado tiene la mentira en la vida del sujeto adicto? Las fuertes connotaciones de la insinceridad, no deben impedirnos profundizar sobre el significado de la misma: falsedad, negación, engaño, embaucamiento, fabulación pseudológica y mixtificación son peldaños de una misma escalera. Los americanos distinguen el bullshitting y el humbugging como caras de este mismo poliedro. Partimos de la hipótesis (Sirvent, 1989) de que el engaño forma parte de la constelación sociopática general del adicto, condición aprendida y desarrollada a lo largo de una vida azarosa. La mixtificación se gesta durante la etapa pre-adictiva del sujeto, cuando -para justificar su comportamiento- el sujeto se ve obligado a engañar.

Es importante matizar que estos primeros engaños deben suponer un cierto esfuerzo activo, incluso un conflicto que periódicamente se reproducirá en tanto se mantenga el comportamiento adictivo. Sería el clásico ejemplo de un joven que empieza a consumir drogas y se ve obligado tarde o temprano a mentir para disimular su condición o por justificarse (hurtos domésticos, estafas). Al principio le cuesta engañar y sufre por haber mentido a seres queridos o allegados. Poco a poco, y a base de repetir dicho comportamiento termina no costándole engañar (o si se prefiere extinguiendo la ansiedad asociada al acto de mentir) y con el tiempo acaba por no distinguir verdad de mentira; simplemente se limita a decir con toda naturalidad aquello que más le conviene, sea o no veraz. La mixtificación no solo determina el grado de sinceridad o veracidad de una persona, sino que se refiere fundamentalmente a una falta de capacidad para decir las cosas como son. El drogodependiente mixtificado tiende a expresar aquello que más le convienea sus intereses, prefiriendo decir lo que el otro quiere oír antes que una verdad que le puede resultar incómoda.

Se trata de un aprendizaje caracteropático, fenotípico, vehiculado por el tipo de vida que en caso del sujeto adicto contribuye a agravar la mistificación, la cual en el fondo es una coraza protectora adaptativa que protege al sujeto de un medio supuestamente hostil que a la postre acaba esgrimiendo de manera indiscriminada. Es decir, la misma mistificación que exhibe el adicto frente a un presunto enemigo, mostrará de manera automática delante de un ser querido, aunque obviamente se exteriorizará de distinta forma. El adicto está tan habituado a la mixtificación que su única verdad es la emocional: su corazón le dicta la ?veracidad? en función de lo que le interesa decir. Esto es, aunque mienta, seguirá siendo congruente con su discurso, y la objeción externa la percibirá hostilmente. Es tan acuciante la necesidad de que esa expresión veraz (para él) sea admitida que no tolerará que se le impute insinceridad aunque esta sea obvia. La pueril negación de lo evidente no es una simple respuesta cínica, sino el trasunto de un sistema de referencia cognitivo alterado por la mistificación En definitiva, el sujeto adicto aprende a mentir como respuesta adaptativa a su difícil vida en la que debe justificar (falazmente) comportamientos socialmente inaceptables. A base de repetir y sofisticar engaños, el sujeto los interioriza de forma que acaba amalgamando realidad y ficción en un todo confuso guiado por la ley de ?responder siempre lo que más convenga? sea o no verdad. El siguiente paso es la transformación de la mentira en autoengaño (que tiene un carácter puramente acomodaticio). El autoengaño ?finalmente- puede diferenciarse más aún transformándose en mixtificación.

Palabras clave: Embaucamiento, Engaño, Falsedad, Mentira, Mixtificación, Negación, Sinceridad


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La mentira transformada.

(The transformed lie. )

Carlos Sirvent*; Pilar Blanco Zamora**.

* psiquiatra. Fundación Instituto Spiral. Madrid.

** Médico Psicoterapeuta. Fundación Instituto Spiral. Madrid

Querido mentiroso que estás dentro de todos nosotros, no creas que mientes bien porque no enrojeces al decir que te has quedado otra vez sin gasolina, ni tampoco que eres sincero porque tus palabras sean ciertas. Mientas por necesidad o por juego, por compasión o por profesión, seas astuto como Ulises o ingenuo como Pinocho al instruirte sobre la mentira comprenderás que no eres más que un aficionado

(María Bettetini, Breve historia de la mentira).

PALABRAS CLAVE: Mentira, Sinceridad, Engaño, Falsedad, negación, Embaucamiento, Mixtificación, Bullshitting, Humbugging.

(KEYWORDS: Lie, Sincerity, Deceive, Deceitfulness, Denial, Deception, Mixtificación, Bullshitting, Humbugging. )

Resumen

¿Qué significado tiene la mentira en la vida del sujeto adicto? Las fuertes connotaciones de la insinceridad, no deben impedirnos profundizar sobre el significado de la misma: falsedad, negación, engaño, embaucamiento, fabulación pseudológica y mixtificación son peldaños de una misma escalera. Los americanos distinguen el bullshitting y el humbugging como caras de este mismo poliedro.  

Partimos de la hipótesis (Sirvent, 1989) de que el engaño forma parte de la constelación sociopática general del adicto, condición aprendida y desarrollada a lo largo de una vida azarosa. La mixtificación se gesta durante la etapa pre-adictiva del sujeto, cuando -para justificar su comportamiento- el sujeto se ve obligado a engañar. Es importante matizar que estos primeros engaños deben suponer un cierto esfuerzo activo, incluso un conflicto que periódicamente se reproducirá en tanto se mantenga el comportamiento adictivo. Sería el clásico ejemplo de un joven que empieza a consumir drogas y se ve obligado tarde o temprano a mentir para disimular su condición o por justificarse (hurtos domésticos, estafas). Al principio le cuesta engañar y sufre por haber mentido a seres queridos o allegados. Poco a poco, y a base de repetir dicho comportamiento termina no costándole engañar (o si se prefiere extinguiendo la ansiedad asociada al acto de mentir) y con el tiempo acaba por no distinguir verdad de mentira; simplemente se limita a decir con toda naturalidad aquello que más le conviene, sea o no veraz.  

La mixtificación no solo determina el grado de sinceridad o veracidad de una persona, sino que se refiere fundamentalmente a una falta de capacidad para decir las cosas como son. El drogodependiente mixtificado tiende a expresar aquello que más le convienea sus intereses, prefiriendo decir lo que el otro quiere oír antes que una verdad que le puede resultar incómoda.

Se trata de un aprendizaje caracteropático, fenotípico, vehiculado por el tipo de vida que en caso del sujeto adicto contribuye a agravar la mistificación, la cual en el fondo es una coraza protectora adaptativa que protege al sujeto de un medio supuestamente hostil que a la postre acaba esgrimiendo de manera indiscriminada. Es decir, la misma mistificación que exhibe el adicto frente a un presunto enemigo, mostrará de manera automática delante de un ser querido, aunque obviamente se exteriorizará de distinta forma. El adicto está tan habituado a la mixtificación que su única verdad es la emocional: su corazón le dicta la “veracidad” en función de lo que le interesa decir. Esto es, aunque mienta, seguirá siendo congruente con su discurso, y la objeción externa la percibirá hostilmente. Es tan acuciante la necesidad de que esa expresión veraz (para él) sea admitida que no tolerará que se le impute insinceridad aunque esta sea obvia. La pueril negación de lo evidente no es una simple respuesta cínica, sino el trasunto de un sistema de referencia cognitivo alterado por la mistificación

En definitiva, el sujeto adicto aprende a mentir como respuesta adaptativa a su difícil vida en la que debe justificar (falazmente) comportamientos socialmente inaceptables. A base de repetir y sofisticar engaños, el sujeto los interioriza de forma que acaba amalgamando realidad y ficción en un todo confuso guiado por la ley de “responder siempre lo que más convenga” sea o no verdad. El siguiente paso es la transformación de la mentira en autoengaño (que tiene un carácter puramente acomodaticio). El autoengaño –finalmente- puede diferenciarse más aún transformándose en mixtificación.

Abstract

The addict subject learns to lie as an addaptative response to his difficult life in which he must justifie socially unacceptable behaviours. From repeating and sophisticated deceits, the subjet internalizes them so that he finishes amalgamating reality and fiction in a confused whole guided by the law of “always answering which is most convenient” (being true or false). The next step is the conversion of lie into self-deception (which has a purely accommodated disposition). Self-deception –finally- may be differenciated even more transformed into mixtification.



Introducción. - Memorandum histórico- descriptivo

¿Qué se aprende antes, la veracidad o el engaño? Marie-France Cyr1 afirma que el primer motivo para mentir es evitar el castigo (incluso antes de saber hablar). Al crecer ese temor es reemplazado por la necesidad de ser honesto. El papel de los padres en el aprendizaje de la honestidad es primordial, asumiendo las consecuencias de los actos y aprendiendo de los errores. La deshonestidad paterna es indicador de la de los hijos. Sin embargo la sinceridad paterna no garantiza la filial. Los padres restrictivos enseñan sin querer que el engaño eficaz es un excelente método para obtener lo que se desea.

Spinoza (Ética 1661) afirmaba que “aquel que tiene una idea sabe, al mismo tiempo, que la tiene y no puede dudar de la verdad de la cosa, nuestra mente es parte del intelecto de Dios; por tanto, es necesario que las ideas claras y netas de la mente humana sean verdaderas”, y la voluntad no puede hacerlas pasar por falsas, porque “voluntad e intelecto son una misma cosa”. Si la mentira está connotada por la voluntas fallendi, o voluntad de engañar, quizá debamos añadir por la voluntas nocendi, es decir, la voluntad de hacer mal, independientemente de la veracidad de lo que se afirma, pero utilizando las palabras como armas para que se crea algo distinto. En consecuencia, habrá mentira cuando haya intención de engañar a un tercero.

Platón en El Sofista dice que “la falsedad que se genera en las palabras” procede de la falsedad que se forja en el pensamiento, y que ambos derivan del “pensar o decir lo que no es”. Aunque no ofrece una definición en sí de la mentira, Aristóteles no duda en considerarla el “acto” que cumple aquel que decide ser sincero o mentiroso en sus palabras o actitud.

S. Agustín define así el embuste: “Miente quien piensa una cosa y afirma algo distinto con las palabras o con cualquier otro medio de expresión”. La mentira depende de la intención del ánimo, no de la verdad o falsedad de las cosas: “De ello se desprende que se puede decir una falsedad sin mentir, si se cree que la cosa es como se dice, aunque no sea así, y que se puede decir la verdad mintiendo, si se piensa que es falso y se afirma en lugar de la verdad, aunque sea tal y como se afirma”. Por tanto, miente quien tiene algo in animo y enuncia con palabras o con cualquier medio de expresión algo distinto (aliud) a eso que tiene in animo. Miente quien tiene un “corazón doble” y sabe que miente, al margen de la verdad de lo que dice y lo que hace.  

Jean Gervais (Univ. De Québec) (1991) diferencia a los mentirosos entre quienes buscan el placer y se burlan de la aprobación de los demás (no se sienten culpables al mentir) y aquellos que buscan evitar el dolor y mienten para evitar sufrir y hacer sufrir a los demás (para encubrir a, por dar gusto o agradar, protegerse de un rechazo). En el fondo subyace la protección de la propia imagen. Carl G. Jung –bajo el epíteto persona- significó el “yo social” adaptado a normas sociales y morales del medio mediante una máscara social que le armoniza las relaciones. La persona sirve para proteger nuestra intimidad y vulnerabilidad en público ante gente poco o nada conocida. Pero es trágico mantener la máscara constantemente hasta en las relaciones íntimas.

En De Mendacio, Agustín de Hipona clasifica las mentiras en virtud de la contrición. Durante el medievo los malos serían los mendaces; ir al paraíso exigiría haber respetado la verdad, ese valor supremo. En todos los planos de las relaciones humanas, pues, la mentira significaría una gran ruptura con el modelo idealmente deseado por la colectividad. (Le Goff 2). Para hablar de la mentira habría que hablar de todo: por ejemplo, de la difícil verdad de los hechos percibidos o reconstruidos o de la verdad incierta del poder, o incluso de nuestra esencial duplicidad (Agustín de Hipona3)

Martínez Selva4 asegura que “el mentiroso alberga miedo, fundado o no, a que la verdad se sepa, que puede obedecer a motivos justificados a corto plazo, pero no a largo plazo. Existe otro miedo tan importante o más que el anterior, y es el miedo al castigo añadido que se puede recibir si se descubre la mentira. Por fin, un tercer sentimiento se asocia a que las consecuencias del hecho sean severas o graves”. Las principales actitudes del mentiroso según dicho autor son:

• Negación: negar como respuesta defensiva
• Minimización: devaluar la gravedad de lo sucedido
• Racionalización: disculpar y justificar el hecho
• Distanciamiento: no implicarse personalmente valorando a distancia
• Autoengaño: no admitir lo hecho y hacer lo posible por olvidarlo
• Controlar la situación: intentarlo limitando cualquier conducta derivada
• Contraatacar al interlocutor

Respecto al correlato psicofisiológico de la mentira, cuando un sujeto normal miente hay activación bilateral de la corteza prefrontal (Yaling Yang & Adrian Raine et all 5. Los mentirosos patológicos mostraron aumento del 25% materia blanca prefrontal y una reducción del 40% en el cociente materia gris/blanca prefrontal.
Las emociones más frecuentes del mentiroso (Ekmann, 1999) son:

miedo a las consecuencias, al castigo añadido si se descubre la mentira 
miedo al hecho de ser descubierto: vergüenza pública, reprobación. Razones: Salvar la propia imagen: evitar deterioro de la reputación.  
• Sentimientos de culpa por el acto de mentir.


¿Por qué está tan castigada socialmente la mentira? Existe una doble tendencia a la credulidad y conformidad social necesaria para la viabilidad de las relaciones; un sujeto modifica su comportamiento para armonizarlo con el del grupo que se hace mayor en situaciones difíciles cuando el sujeto se siente menos competente. Tendemos a creer cosas que no vemos y que solo conocemos por referencias de los demás. La necesidad de predecir la conducta de los otros, de saber lo que piensan, nos lleva a construir hipótesis con poco fundamento (fuente de engaño).

¿Es la mentira algo privativo de la especie humana? Whiten &Byrne 1997 de la Cambridge University alude a la inteligencia maquiavélica, observada en primates como estrategias sociales ventajosas para la supervivencia recurriendo al uso convenenciero de comportamientos cooperativos. Sintieron la necesidad de dominar formas cada vez más refinadas de manipulación y defraudación en el medio social, con estrategias de disimulo, mentira y engaño táctico. La inteligencia maquiavélica provocó en nuestros antepasados la tendencia a cambiar de opinión, cerrar tratos y farolear y confabularse con otros de ahí que se estime que los humanos somos mentirosos natos (Smith, mente y cerebro, 2005). Humberto Eco definió el signo como “todo aquello que puede utilizarse para mentir” y a la semiótica general como teoría de la mentira, porque “si algo no puede utilizarse para mentir es que tampoco sirve para decir la verdad: de hecho, no sirve para decir nada”.


Introducción al autoengaño o mistificación

(sinónimos en inglés self deception, mystification o self deceive)

Una sencilla definición de autoengaño sería “ver lo que existe y rechazar su significado”. (Clément Rosset). Típicamente, el autoengaño se utiliza para mantener falsas creencias o ilusiones a las que uno tiene apego. Sería el “proceso de negar o no racionalizar la relevancia, significado o importancia de oponer la evidencia al argumento”. Mientras que la mentira es engañar al otro, el autoengaño es mentirse a uno mismo. (Evelyn Sullivan)

Los trastornos mentales en su mayor parte mantienen alguna forma de autoengaño: una anoréxica ignora su temor al rechazo público. El autoengaño es un modo de dirigir nuestra vida cuando no solo ignoramos lo que comporta la dirección elegida sino, sobre todo, cuando ignoramos o pretendemos ignorar que en realidad, sin remedio, hemos tomado algún camino que tiene aparejadas unas consecuencias (Porcel M. , y González R 6)

 

Componentes del autoengaño (Carlos Sirvent, 2003).
Citaremos los siguientes:

· Manipulación
· Reiteración
· Mecanismos de negación y no afrontamiento
· Autoengaño propiamente dicho

La manipulación emocional equivale al intento de modificar los auténticos sentimientos del interlocutor. El diccionario de la RAE define manipular como “Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc. , con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares”.  

La reiteración es la repetición de una cosa que se ha dicho o ejecutado antes. Reiterar sería volver a decir o hacer algo. Y la reincidencia es la reiteración del mismo error.

Respecto a los mecanismos de negación y no afrontamiento, el diccionario de la RAE describe la negación como el rechazo de la veracidad de una cosa. Decir que algo no existe, no es verdad, o no es como alguien cree o afirma.  

Dejar de reconocer algo, no admitir su existencia. La negación de la realidad puede ser un mecanismo de defensa del yo frente a la realidad: el yo niega hechos evidentes o situaciones reales, cerrando el paso a la percepción de cosas que no acepta. El diccionario Dorsch cita el ejemplo de una mujer que ignoraba (no percibía) el engaño de que la hacía víctima su marido. La American Psychiatrist Association califica la negación (denial) como un mecanismo de defensa que actúa inconscientemente, utilizado para resolver un conflicto emocional y aliviar la ansiedad rechazando los pensamientos, sentimientos, deseos, necesidades o factores de la realidad externa que son conscientemente intolerables. Stephen Marmer (Universidad de California) afirma que “mediante la negación se invalida una parte desagradable o no deseada de la información o de la experiencia vital como si no existiera, y se observa en muchos pacientes con adicciones que no son conscientes de las consecuencias de sus conductas. Se diferencia de la represión en que existe una cierta conciencia y se niega una parte de la realidad, no un simple contenido mental. La negativa persistente a dejarse influir por las evidencias externas también indica el funcionamiento del mecanismo de negación”.

Algunas formas de negación serían: evitar asociaciones, forzar la insensibilidad de la atención (“no tener sentimientos”), el ofuscamiento (menor nivel de arousal), la rigidez mental, la amnesia selectiva, el rechazo (negar la evidencia) y la fantasía (para evitar la realidad).

Daniel Goleman7, 1997 afirma que percibir es seleccionar información. Dicho filtrado es esencialmente positivo, aunque la atención está gobernada por fuerzas conscientes e inconscientes. Hay una relación sufrimiento / atención donde la mente se protege de la ansiedad mediante la disminución de conciencia, lo cual puede bloquear la atención. La focalización de la atención disminuye las distracciones pero a su vez estrecha el campo de conciencia, lo cual es evidente en ciertas patologías (por ejemplo en la esquizofrenia). Este autor postula que el déficit de atención y la mayor tolerancia al dolor que tienen estos sujetos traducen una anormalidad del sistema endorfínico. Por el contrario, la hipervigilancia el incremento del arousal y la atención amplifican la respuesta dolorosa y la tensión asociada hasta dar lugar a un estado de ansiedad agudo, del que el sujeto se defiende mediante un déficit de la atención. En el cuadro 1 se describe lo anterior:

 


Cuadro 1: “atención, ansiedad y autoengaño”


La mentira transformada del adicto

Si pudiéramos dar un salto en el tiempo y observar a un adicto cualquiera en su etapa pre-adictiva, cuando el sujeto realiza sus primeros consumos y éstos se van haciendo cada vez más importantes, llega un momento en que -para justificar su conducta- se ve obligado a engañar. Lo necesita para poder consumir.

Es importante matizar que estas primeras mentiras le suponen un cierto esfuerzo activo, incluso un conflicto que periódicamente se reproducirá en tanto se mantenga el comportamiento adictivo. Sería el clásico ejemplo de un joven que empieza a consumir drogas y se ve obligado tarde o temprano a mentir para disimular su condición o para justificarse (hurtos domésticos, estafas). Al principio le cuesta ser insincero y sufre por haber engañado a seres queridos, amigos, pareja, allegados, etc. Estas primeras mentiras aisladas le generan culpa y ansiedad aguda asociada. (Ver cuadro 2)

Si el consumo se acrecienta el sujeto tendrá que volver a mentir en reiteradas ocasiones y –subsiguientemente- sufrirá culpa, remordimiento pudiendo entrar en un estado de ansiedad aguda continua o intermitente (amortiguada probablemente por el consumo de sustancias en unos casos o agravada en otros).

Poco a poco, a base de repetir el engaño por perpetuarse su necesidad de mentir, termina engañando sin esfuerzo (o -si se prefiere- extinguiendo la ansiedad asociada) y con el tiempo acaba por no distinguir la verdad de la mentira; simplemente se limita a decir con toda naturalidad aquello que más le conviene a sus propósitos, sea o no veraz lo dicho.

 


Cuadro 2: Transformación de la mentira en autoengaño (Sirvent 2002)

Aunque la reiteración de la mentira consigue extinguir (al menos paliativamente) la ansiedad aguda, ésta se cronifica en forma de inculpación insidiosa, de remordimientos que forman parte de esa constelación sindrómica distímica peculiar del adicto en sus primeros estadíos (son típicas la irritabilidad, la defensividad y las osicliaciones tímicas).

Un paso más y la mentira se automatiza (Ver cuadro 2). A partir de este momento el sujeto entra en pleno desarrollo del autoengaño, que emerge como elemento compensatorio de síntomas insoportables, como la culpa, aunque el precio que paga por ello es elevado. Pasar de la categoría de “mentiroso simple” a “autoengañado” significa no perder el status anterior (ya que sigue mintiendo) adquiriendo una nueva, peligrosa y difícilmente erradicable psicopatología: el autoengaño con las consecuencias que más adelante veremos.

El autoengaño comporta una caracteropatía adaptativa que se explica en el cuadro 3. A la necesidad de mentir inicial del pre-adicto el sujeto responde con ansiedad aguda, la cual es egodistónica y perturbadora. Pasado el tiempo, cuando la acuciante necesidad de mentir hace que el sujeto reitere en el engaño, la ansiedad aguda se convierte en estado de ansiedad crónica, síntoma también perturbador y –en consecuencia- egodistónica. Como mecanismo adaptativo traduce un cambio cualitativo patológico egodistónico que genera culpa y provoca malestar. A este nivel la mistificación todavía es fácilmente reversible, el sujeto se siente mal, éticamente se autorreprueba en la conciencia de que obra mal engañando a sus allegados. (ver cuadro 3)

Cuando el proceso avanza la función adaptativa de la mistificación cumple su papel; desaparece la culpa y el malestar porque cesa la autorreprobación; el sujeto pasa a ser un perfecto mentiroso (más bien un perfecto mistificado), tornándose la egodistonía en egosintonía. Cuando el proceso de transformación concluye el sujeto y alivia e ansiedad acaba convirtiéndose en un cambio cada vez más egosintónico, el sujeto va percibiendo

Por fin, cuando la fuerza de los hechos y la repetición automática de la mentira se transforma en aprendizaje del autoengaño el sujeto se libera de ansiedad. El síntoma neurótico (ansiedad- estado) da paso al síndrome caracterial (rasgo caracteropático) que ya no es egodistónico sino que sintoniza perfectamente con la personalidad del sujeto. El sujeto autoengañado es un perfecto mentiroso, no porque lo haga (mienta) bien, sino porque no se siente como tal, cree sus propias mentiras de manera acomodaticia y egosintónica (ver cuadro 3). La mistificación o autoengaño no solo determina el grado de sinceridad o veracidad de una persona, sino que se refiere fundamentalmente a una falta de capacidad para decir las cosas como son . El drogodependiente mistificado tiende a expresar aquello que más le conviene, prefiriendo decir lo que el otro quiere oír antes que una verdad que le puede resultar incómoda (ver cuadro 3)

Otros elementos concurrentes para el aprendizaje mistificador del autoengaño son los derivados del tipo de vida que cada adicto lleva (solitaria el ludópata, atormentada el alcohólico, de supervivencia marginal el heroinómano, intensa e hiperestimulativa el cocainómano, etc. ). Naturalmente no todos los afectados viven así; existen diferentes grados de mistificación según la forma de vivir y las experiencias y acontecimientos biográficos habidos, aunque a este respecto cuenta más la cantidad (la repetición de pequeños aprendizajes) que la calidad.  

 


Cuadro 3: Génesis de la caracteropatía por autoengaño (Sirvent 2002)


La mistificación es una coraza protectora adaptativa que preserva al sujeto de un medio supuestamente hostil que a la postre acaba esgrimiendo de manera indiscriminada. Es decir, la misma mistificación que exhibe el adicto frente a un presunto enemigo, mostrará de manera automática delante de un ser querido, aunque obviamente se exteriorizará de distinta forma. Por ejemplo un sujeto adicto le dirá a un hipotético rival que se encuentra fenomenalmente y le mentirá sobre su grado de adicción. A continuación también mentirá a su novia aunque con distintos argumentos. En ambos casos actuará de manera automática, refleja y casi inconsciente y se indignará si se le dice que no es sincero. Está tan habituado al autoengaño que su única verdad es la emocional: su corazón le dicta la “veracidad” en función de lo que le interesa decir. Esto es, aunque mienta, seguirá siendo congruente con su discurso, y la objeción externa la percibirá hostilmente. Es tan acuciante la necesidad de que esa expresión veraz (para él) sea admitida que no tolerará que se le impute insinceridad aunque esta sea obvia . La a veces pueril negación de lo evidente no es una simple respuesta cínica, sino el trasunto de un sistema de referencia cognitivo alterado por la mistificación.  

Las funciones compensatorias del autoengaño básicamente son dos: 

1. - Separar al adicto a la conciencia de las consecuencias que la adicción tiene en su vida; y 2. - Se reduce la ansiedad. Se protege el sistema adictivo y se establece equilibrio enfermo. El psicoterapeuta debe saber situarse en el plano comunicacional del adicto para atajar el nudo gordiano mistificador que como más adelante veremos, pese a su apariencia o morfología caracteropática, luego no resulta tan difícil aunque suele requerir una intervención multifactorial.  

 


Consecuencias de la mistificación o autoengaño

(Sirvent8 2005)

La principal consecuencia tanto inmediata como tardía de la mistificación o autoengaño es el desarrollo de una constelación de síntomas- satélite entre los que se incluyen la desconfianza, el enquistamiento caracterial, la misantropía, la negación de la realidad, el autoengaño, etc. , que aboca hacia el definitivo y peculiar trastorno caracteropático: el síntoma-mentira se convierte en rasgo-autoengaño y a su vez este rasgo (conjunto de rasgos) anula y desplaza a los anteriores. La primitiva personalidad del sujeto queda hibernada o solapada por una serie de caracteres adquiridos: no solo por la mistificación sino por otros muchos que forman parte de la denominada caracteropatía adquirida, de la que la mistificación es tan solo un elemento más (eso sí elemento nuclear y de definitiva importancia).

Por eso los adictos se parecen tanto entre sí, porque la mistificación y demás rasgos caracteriales aprendidos adocenan a dicho colectivo infundiéndoles un talante sociopático: mistificación, desvitalización, personalidad dependiente, etc. En definitiva, cambia la personalidad, sometiéndose y anulando el verdadero carácter hasta convertirle en un sujeto insincero, que manipula sistemáticamente tanto a los demás como a sí mismo y que, a fuerza de engañar y engañarse, se vuelve desconfiado, huraño e incrédulo: Prácticamente no se cree nada y no ve nada porque un velo de mixtificación cubre sus ojos.

Esa desconfianza impide al adicto comprender muchas cosas que le serían beneficiosas, y a base de no creerse nada se esconde en una coraza de incredulidad y escepticismo que además no suele admitir por lo que resulta más difícil llegar a su interior, a su psique. Dicho de otra manera: es tan incrédulo y desconfiado, que llega a negar la evidencia por más flagrante que esta sea, lo que ocurre en proporción directa al tiempo que lleva inmerso en ese mundo y en consecuencia mayor será la coraza de incredulidad que le cubre hasta el extremo de vivir años y años, incluso toda una vida, víctima de sí mismo y sin llegar a un mínimo autoconocimiento porque no acepta nada de los demás. Aquí a la mistificación se uniría la suspicacia paranoide, apartándole de una realidad que vislumbra como él quiere que sea, confundiendo sistemáticamente deseos con circunstancias objetivas: es el denominado desrealismo o falta de sentido de la realidad.

El adicto, por tanto, se desconoce, incluso se ignora, comportándose de acuerdo con patrones que le resultan cómodos pero que le son ajenos. En efecto, la conducta del drogodependiente, los gustos, el carácter, etc. , está regida por el tipo de vida que lleva y resulta muy difícil de modificar debido precisamente a la mistificación, que le hace adoptar falsamente estas pautas (patrones) de comportamiento. Además, la propia desconfianza provoca un rechazo reactivo cada vez que los allegados intentan hacerle ver las cosas con objetividad, de manera que muchos drogodependientes parecen recubrirse simbólicamente de una piel isomórfica en color y textura que asemeja o hace parecidos a todos los adictos, los cuales además no quieren cambiarla porque su desconfianza y autoengaño, les impide ver la piel verdadera que esconden debajo de la piel falsa que no es otra cosa que la mistificación.

El drogodependiente vive en un mundo propio dominado por la falta de pragmatismo, alejado virtualmente del entorno normal y con pérdida del sentido práctico y de la capacidad para desenvolverse con normalidad, de manera que sus proyectos de vida se alejan de sus posibilidades reales para entrar de lleno en el terreno de lo imaginario: cuando se le habla de planteamientos, prefiere el cuento de la lechera a tener los pies en el suelo ya que esto último le supondrá un esfuerzo que deberá mantener día a día, lo que le resulta muy costoso, cosa que se comprueba con facilidad a la hora de analizar proyectos (de trabajo, de salida, de reinserción, etc. ) que realizados por personas en rehabilitación que no tienen sentido de lo práctico, oscilando entre la simpleza extrema y la fantasía irrealizable. “Lo falso es una disonancia que no concuerda siquiera con lo falso” (Erasmo9).

Además encontramos al otro fenómeno curioso, fruto de la vida mistificada que lleva el adicto, que consiste en la adopción de un estilo de relación peculiar que acaba despersonalizándole, o, lo que es igual, revistiéndole con otra apariencia que no es la propia, de ahí que se diga que "todos los toxicómanos son iguales o se parecen", concepto que se hace extensivo a aquellos que se consideran diferentes a los demás con razones como "yo nunca fui tan marginal", "yo no me relacionaba con ellos, únicamente iba a pillar y me lo montaba yo solo", o "mi vida, mis estudios y mi educación me hacen distinto de los demás toxicómanos, yo no soy como ellos. Nunca he hecho vida marginal. . . ”. Estos argumentos no son sino variantes de un mismo autoengaño, ya que el estilo de vida mistificado no lo da únicamente la marginalidad o el estar tirado, sino que lo produce el permanente clima de insinceridad hacia los demás y el propio autoengaño propio que acaban volviendo al adicto un ser desconfiado y con una personalidad mistificada o distorsionada. En el fondo el adicto odia esa forma de ser. (Stevenson en “La verdad en el trato”, se refiere al papel de la ficción en la vida y todas las formas del engaño, de la duplicación desgarradora (“yo odio a mi otro yo”) y del disfraz caracterial.


Conclusiones

Sería injusto e incierto atribuir autoengaño únicamente a quienes –como los adictos- sufren un trastorno o menoscabo psíquico o volitivo. La afirmación: “todos tenemos un quantum de autoengaño más o menos grande o grave que echarnos a la espalda”, significa que solo cuando el autoengaño supone una traba o handicap hay que neutralizarlo. Los hinchas (supporters), fans, políticos, adeptos, etc. son colectivos amplios con un grado de autoengaño que no les suele invalidar. Pero un drogodependiente no puede permitirse el lujo de mantener el autoengaño en lo relativo a su dependencia. Las onerosas asociaciones del calificativo “mentiroso” no debieran impedirnos profundizar en un asunto crucial para el devenir del adicto cual es la errónea percepción del entorno de consumo. Esa errónea percepción del mundo, le puede suponer un eterno retorno a la recaída sin siquiera darse cuenta. Precisamente en ese “no darse cuenta”, en la conciencia del problema es donde el autoengaño es más nocivo y mórbido.

El sujeto adicto aprende a mentir sistemáticamente como respuesta adaptativa a su difícil vida, en la que debe justificar (falazmente) comportamientos socialmente inaceptables o que le provocan problemas. Además tiene alterados todos los circuitos cognitivos: el perceptivo-aferencial, mediante un registro sesgado e interesado de la realidad exterior y el elaborativo: conjunto de creencias distorsionadas que pueden llegar a ser irracionales, aunque –curiosamente- no es la irracionalidad una característica destacable, ya que numerosos adictos emplean la lógica para manipular y son hábiles argumentando lo que el interlocutor quiere oír.  

En síntesis, el autoengaño sería como un lenguaje automático regido por un impulso mediatizado por necesidades concretas que modulan la respuesta del sujeto de forma irracional e irreflexiva. Los adictos se parecen tanto entre sí porque el autoengaño cambia la personalidad, sometiendo y anulando el verdadero carácter para convertir al adicto en un sujeto insincero, que manipula sistemáticamente tanto a los demás como a si mismo y que, a fuerza de tanto engañar y engañarse, se vuelve suspicaz, huraño e incrédulo, llegando a negar las evidencias. El sujeto, por tanto, se desconoce, incluso se ignora, comportándose de acuerdo con patrones que le resultan cómodos pero que le son ajenos. Vive en un mundo propio dominado por la falta de objetividad y con pérdida del sentido práctico, de manera que sus proyectos de vida se alejan de sus posibilidades reales para entrar de lleno en el terreno de lo imaginario o utópico. En consecuencia, el engaño y el autoengaño forman parte de la constelación caracteropática general del sujeto, condición aprendida y desarrollada a lo largo de la vida adictiva.


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