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Violencia caritativa: Por tu propio bien.

Autor/autores: Beatriz Dorfman Lerner
Fecha Publicación: 01/03/2006
Área temática: Psicología general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

Se presentan dos viñetas para ilustrar el tipo de violencia invisible que ocurre con los viejos por su condición de dependencia. Ocurre que ante una situación de urgencia los familiares se ven obligados a hacerse cargo de sus padres añejos y, junto con la preocupación y el dolor, en esas circunstancias se plantean conflictos que no tendrían lugar si se los escuchara. Ocurrió en un caso en que una paciente añosa que había sufrido una caída, quería decidir por sí misma a quién recurrir. Sus hijos, apremiados por ser expeditivos, dispusieron lo que les convino con la justificación de que con la caída y el estado emocional correspondiente, su madre no estaba en condiciones de pensar por sí misma.

Se la forzó a aceptar los servicios de una empresa X en la que le redujeron la fractura dejándole secuelas de consideración. En otro caso, se trató de un hombre que en el lugar de trabajo tuvo un trastorno cardíaco y fue internado en el hospital más cercano por un comedido médico compañero quien, haciendo alarde de ?solvencia profesional? decidió ?hacerse cargo? desoyendo las protestas del paciente, quien con perfecta lucidez manifestaba tener familia y estar afiliado a una empresa prepaga de salud. La alharaca creada alrededor del caso agravó el cuadro cardiovascular. Estos casos mínimos invitan a pensar que, con una actitud sobreprotectora, se confunde inermidad con deterioro y no se permite al viejo decidir sobre su propio destino.

Palabras clave: Desamparo, Material clínica, Violencia familiar


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Violencia caritativa: Por tu propio bien.

(Charitable violence: By your own good. )

Beatriz Dorfman Lerner.

PALABRAS CLAVE: Violencia familiar, Material clínica, Desamparo.

(KEYWORDS: Family violence, Reported cases, No protection crisis. )

Resumen

Se presentan dos viñetas para ilustrar el tipo de violencia invisible que ocurre con los viejos por su condición de dependencia. Ocurre que ante una situación de urgencia los familiares se ven obligados a hacerse cargo de sus padres añejos y, junto con la preocupación y el dolor, en esas circunstancias se plantean conflictos que no tendrían lugar si se los escuchara. Ocurrió en un caso en que una paciente añosa que había sufrido una caída, quería decidir por sí misma a quién recurrir. Sus hijos, apremiados por ser expeditivos, dispusieron lo que les convino con la justificación de que con la caída y el estado emocional correspondiente, su madre no estaba en condiciones de pensar por sí misma. Se la forzó a aceptar los servicios de una empresa X en la que le redujeron la fractura dejándole secuelas de consideración. En otro caso, se trató de un hombre que en el lugar de trabajo tuvo un trastorno cardíaco y fue internado en el hospital más cercano por un comedido médico compañero quien, haciendo alarde de “solvencia profesional” decidió “hacerse cargo” desoyendo las protestas del paciente, quien con perfecta lucidez manifestaba tener familia y estar afiliado a una empresa prepaga de salud. La alharaca creada alrededor del caso agravó el cuadro cardiovascular. Estos casos mínimos invitan a pensar que, con una actitud sobreprotectora, se confunde inermidad con deterioro y no se permite al viejo decidir sobre su propio destino.

Abstract

Two appear reported cases to illustrate the type of invisible violence that happens with the old ones by its condition of dependency. It along with happens that before an urgency situation the relatives are themselves forced to become position of their aged parents and, the preoccupation and the pain, in those circumstances consider conflicts that would not take place if it were listened to them. It happened in a case in that an aged patient who had undergone a fall, wanted to decide by itself to whom to resort. Their children, urged being expeditious, arranged what he agreed to them with the justification of which with the fall and the corresponding emotional state, her mother could not to think by itself. Was forced it to accept the services of a company X in which they reduced to the fracture leaving him consideration sequels to him. In another case, one was a man who in the work place had a cardiac upheaval and was committed in the hospital more closest by a been moderate doctor companion who, boasting of "professional solution" decided "to be done position" no listening the protests of the patient, who with perfect lucidity declared to have family and to be affiliated with a health company prepayment. The fuss created around the case aggravated the cardiovascular picture. These minimum cases invite to think that, with a overprotective attitude, in defensive with deterioration is confused and it is not allowed the old one to decide on his own destiny.



Llamo “violencia caritativa” a un tipo de violencia encubierta, invisible, que los cuidadores, habitualmente los hijos, ejercen sobre sus viejos, cuando aquellos se exceden en su preocupación hacia estos actuando por su cuenta, supuestamente “a beneficio” y “por el propio bien” del viejo, sin contemplar el deseo ni la opinión de estos e, incluso, en contra de los mismos.  

Sabemos que la sobreprotección que numerosos padres propinan a sus hijos es perjudicial porque les obstaculiza el espontáneo desarrollo de sus capacidades creativas y de afrontamiento, además de resultar una sobrecarga inútil y hasta perjudicial para el mismo cuidador, dado el estrés que significa estar en acecho permanente para impedir (fantaseadamente, pues es imposible evitar lo inevitable), males temidos que no siempre son realistas. En el caso de la atención de personas añosas existe un tipo de sobreprotección que obedece a diversas razones, entre las que no es la menor el estereotipo social que se estampa sobre estas personas. Este estereotipo confunde vejez con incapacidad, deterioro, ineptitud, estupidez y Alzheimer.  

El adulto mayor vive bajo sospecha tanto de sus familiares como de cualquier persona ocasional con la que entra en contacto. El viejo no puede evitar el ser escudriñado hasta en sus menores detalles por sus atentos servidores, quienes lo tienen bajo observación constante. No es infrecuente que un simple estornudo movilice a quienes tiene delante y les incite a la pregunta “¿estás bien?”, que más de una vez no conforta sino que, por el contrario, irrita e intranquiliza al viejo por “contagiársele” la preocupación de su cuidador en lugar de hacerlo sentir acompañado y atendido. Cualquier olvido, traspié o confusión en que incurra la “persona de edad” resulta confirmatorio de lo que ya se sabía: que el/la viejo/a está “chocho/a” o senil. Resulta este un diagnóstico rápido y preparatorio que resuelve la ansiedad de la incertidumbre acerca de cuándo habrá que empezar a ocuparse a tiempo completo de él/ella porque estos/as ya no podrán consigo mismos/as y habrá que supervisarlos/as de muy cerca. Esta reacción de familiares, amigos y conocidos, especialmente de los primeros, que sienten por anticipado las tareas enfadosas a llevar a cabo en un futuro próximo y por tiempo indefinido, hace que el viejo tenga que soportar una inversión de la carga de la prueba y deba demostrar constantemente que está sano, lúcido, capaz, apto, hábil, que ha conservado sus facultades, que es conciente de sus actos y sus consecuencias y que tiene los derechos de igualdad y libertad que todos poseemos como integrantes cabales y completos de la sociedad a la que pertenecemos.  

Aun así, el viejo seguirá siendo respetado en su status de sano siempre y cuando no medie ninguna circunstancia que desestabilice la homeostasis familiar y provoque algún alerta por su estado momentáneo de salud o genere algún tipo de emergencia. En esos casos y por complejas razones que van desde el afecto y la protección hasta la rabia y la hostilidad, los cuidadores se ofuscan en la busca de soluciones y, dada la condición de dependencia del viejo y la responsabilidad que les cabe a estos cuidadores (responsabilidad muchas veces sobredimensionada por las mismas complejas razones), los cuidadores hacen prevalecer su propio criterio acerca de cómo encarar la situación para remediarla de inmediato. El acento de la crítica a esta conducta no reside en la celeridad con que los cuidadores actúan sino en el hecho de que se olvidan de escuchar la opinión del propio interesado, adulto mayor, que automáticamente queda desprovisto de voz y voto y a merced de las decisiones de sus atribulados vigiladores.

Como diría Shakespeare, “todo está bien si termina bien”, pero no siempre este es el caso. Ocurre en más de una ocasión, que se toman medidas inapropiadas que podrían evitar males mayores si se recurriera al solo y sencillo hecho de recabar el consenso del afectado o, simplemente, de tener en cuenta su voluntad. Los criterios de acción, los puntos de vista acerca de las mejores líneas de conducta a seguir ante imprevistos, no siempre son las mismas para los viejos que para sus cuidadores. Es más, lo lógico y natural es que no coincidan, dada la discrepancia entre las perspectivas desde las que aquellas conductas se adoptan. La diferencia en los años de experiencia y de conocimientos y, lo que es más, el hecho de que los causantes sean los propietarios del cuerpo sobre el que las acciones se han de tomar, hacen que no sólo sea aconsejable sino además imprescindible la consulta y la aceptación de las decisiones del viejo aun cuando estas difieran de las más supuestamente “cuerdas” o “convenientes” de los allegados. Es frecuente y hasta comprensible que estas últimas personas decidan de acuerdo con su propia conveniencia, ya que la ruptura de la rutina y los esfuerzos adicionales que demanda una persona más a cargo les significan un sacrificio que ha de ser minimizado de la mejor manera y al menor costo posible. Se ve esto sobre todo en los casos en que hijos y padres han vivido su vida a gran distancia física los unos de los otros y por lo tanto aquellos están poco familiarizados con las rutinas de estos.


Llegado el momento en que los hijos se sienten intranquilos respecto de las posibilidades de los padres de seguir atendiéndose solos como hasta el momento, en especial cuando se trata de un viudo o una viuda, estos hijos deciden, muchas veces, mudarlos y llevarlos a vivir cerca para poder acudir de inmediato a atenderlos en caso de necesidad. O bien, cuando esto no es posible, los ubican en geriátricos de mayor o menor comodidad de acuerdo con los recursos de la familia y allí la suerte se juega en diversas claves. En cualquiera de estos casos, y de acuerdo con lo que ya se sabe, comienza una curva descendente de deterioro que acelera la decadencia del viejo que, no es raro, en poco tiempo muera.

En cuanto a situaciones de urgencia, el caso de dos de mis pacientes puede ilustrar el tema que tratamos. Se trata de dos personas no vinculadas entre sí pero ambas pertenecientes a la misma franja etaria y social de clase media profesional. El primer caso fue el de una mujer, María, de setenta y seis años, socióloga lúcida y activa, que a raíz de un tropiezo debido a las tantas irregularidades de las aceras públicas, sufrió una caída que le ocasionó la fractura de un pie. El dolor y las perspectivas de verse inmovilizada para su restablecimiento afectaron su aparato cardiovascular de modo que sufrió una descompensación que el médico Dr. Z, al que se recurrió, consideró de gravedad, por lo que indicó la internación. María llamó a su traumatólogo de confianza, el Dr. X, un profesional que la había atendido a total satisfacción tiempo atrás por otra fractura, pero no pudo dar con él pues se hallaba fuera del país. Dado que en dos o tres días su traumatólogo regresaba, María prefirió no internarse y esperarlo, negándose a escuchar al Dr. Z. Sus hijos, en cambio, apremiados por el dictamen del médico consultado Z, y debido al miedo que este dictamen les generó, tomaron su propia decisión justificándose con el hecho de que con la caída y el estado emocional correspondiente, su madre no estaba en condiciones de pensar y decidir por sí misma. No obstante que María aseguraba estar “en buena comunicación con su cuerpo y de tener confianza en que la espera no agregaría daños a los que ya tenía”, los hijos la forzaron a aceptar los servicios de una empresa de salud a la que estaban afiliados y allí le redujeron la fractura. A las dos o tres semanas, y debido probablemente a un vendaje excesivamente ajustado, se le declaró un síndrome de Sudeck, consistente en un desequilibrio del sistema simpático, con enrojecimiento irregular de la piel, con edema, aumento de su temperatura y dolor tanto al movimiento como en reposo, además de signos psíquicos de ansiedad e irritación. Este mal la obligó a un muy largo tratamiento de rehabilitación, percance que quizá podría haberse evitado de seguirse los lineamientos propuestos por María.

En otro caso, esta vez un arquitecto de setenta y ocho años, Hugo (que había conseguido trabajo en el estudio de un amigo desde que se jubiló), comenzó a sufrir ciertos temblores que lo preocuparon. En la consulta médica se le diagnosticó un principio de Parkinson para tratar el cual se le indicó medicación apropiada. En cierto momento comenzó a sentirse ligeramente mareado, descubriéndose por propia iniciativa una bradicardia de 35 pulsaciones por minuto. No obstante el malestar y este signo tan poco normal de su funcionamiento cardíaco, concurrió como siempre al estudio. Al comentar su malestar y bradicardia de la noche anterior, un amable compañero ex estudiante de medicina, se alarmó sobremanera y dictaminó que el ritmo de ese corazón era incompatible con la vida, por lo que sin más llamó a una ambulancia para hacerlo internar. Todas estas disposiciones las tomó sin tener en cuenta que Hugo tenía su propia cobertura médica y, primero y principal, tenía hijos a quienes se debía haber llamado en primera instancia. Este sujeto componedor, cuyo proceder sería digno de otro escrito, se sintió personalmente llamado a “hacerse cargo” del afectado dados sus “conocimientos” sobre la cuestión. En este caso, es importante registrar cómo la alharaca creada alrededor de la bradicardia agregó una alarma adicional a Hugo quien, de suyo, era persona impresionable y lábil. La celeridad con que la persona actuó no le permitió ninguna reflexión ni escucha, lo que derivó en dos días de internación para Hugo con la zozobra de la espera de los dictámenes médicos, hasta detectársele la causa del trastorno: una sobredosis del medicamento antiparkinsoniano.  

Afortunadamente, Hugo se recuperó totalmente, pero el temor sobreagregado obligó a prescribirle más ansiolíticos que lo habitual con la consiguiente inhibición para manejar su coche, entre otras alteraciones menores.  

Es habitual que orientaciones muy organicistas desatiendan la importancia de los factores psíquicos y de su impacto, no sólo sobre la psiquis sino sobre el ineludible organismo de la persona en su conjunto y que se cometan errores cuyas consecuencias no sólo son difíciles de prever sino que pueden llegar a ser tan graves o más que los males que desean curar.

Para decirlo una vez más, llegado un momento en la vida del adulto mayor, este deja de pertenecerse a sí mismo y es captado por la órbita de los más jóvenes. Su libertad se restringe paulatinamente, de acuerdo con la marcha de la edad. Si bien no siempre cuenta con un cuerpo muscularmente ágil y flexible y no siempre goza de perfecta salud orgánica, estas dificultades no le impiden conservar un estado mental saludable con el que seguir ejerciendo sus tareas y su ocio a voluntad. Pero ni bien algo de su economía psico-física empieza a debilitarse, pasa a depender de familiares, generalmente hijos, más raramente hermanos o nietos. A partir del momento en que el sujeto pierde su autonomía, la homeostasis familiar se altera y comienzan las dificultades y conflictos, cuya dimensión será relativa al vínculo que previamente pudo establecer con los que pasarán a ser sus cuidadores.


No es raro que, no obstante la buena voluntad de las partes, se generen tensiones que repercuten desfavorablemente sobre la salud del medio familiar. En especial esto ocurre por los diferentes tiempos de los involucrados, por las diferentes etapas vitales por las que atraviesan y por la personalidad con mayor o menor tolerancia a la desorganización de cada uno de los integrantes. Este estado de desarmonía puede agravarse cuando en una especie de furor curandi los familiares toman decisiones a su conveniencia racionalizando su actitud con la idea de que esta es beneficiosa para el viejo, esto es, lo que se hace se hace “por su propio bien”, sin tener en cuenta que una de las vejaciones mayores y más amargas fuentes de displacer para el objeto de tanta atención reside en no ser escuchado, sobre todo en materias de su total incumbencia.

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