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Noticia | 12/05/2020

De mecha para la evolución a castigo insoportable: ¿para qué sirve el aburrimiento?



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Seamos francos. Todos esos bizcochos, todas esas videollamadas, todas esas series que estamos tragándonos sin ton ni son… responden a un único objetivo: matar el tedio. Limitados el ocio y las distracciones del mundo exterior (ir al cine, al teatro, al fútbol; el trasiego de las tardes de compras, el solaz en bares y restaurantes), muchos sentimos que nos falta algo. Tratamos que compensar el vacío con una frenética actividad hogareña porque el aburrimiento nos abruma, nos espanta. ¿Estamos volviéndonos locos?


En absoluto. El rechazo se debe a que el ser humano no está programado para aburrirse, para "una situación en la que se priva de estimulación, algo que evolutivamente no nos interesa. Si nos adaptásemos al aburrimiento, no evolucionaríamos. La especie se quedaría estancada. Genéticamente,  estamos preparados para salir del aburrimiento, crear y continuar evolucionando", apunta Vanesa Fernández, doctora en psicología y profesora de la Universidad Complutense de Madrid.


Es cierto que ese "no hacer nada" de vez en cuando sí es un anhelo común, por ejemplo, en vacaciones; lo percibimos como una ayuda para descansar, desconectar y resetearnos. Pero una cosa es el aburrimiento y otra, muy distinta, la ociosidad, que es el término que mejor se ajusta a esa sensación. "Esta es deseada y, como tal, está dentro de lo que podemos valorar de forma positiva.  El aburrimiento está impuesto y la persona se siente incapaz de luchar contra él,  eso se vive de manera desagradable". En la ociosidad, añade Fernández, tenemos los recursos al alcance de la mano, pero optamos por no usarlos durante un tiempo determinado. Al aburrimiento, en cambio, se llega por la imposibilidad de utilizar dichos recursos. Aburrirse es malo, sencillamente, porque nos hace sentir mal.


Cuando aburrirse forma parte del castigo


La impotencia que a uno le produce aburrirse, sin proyectos que acometer, deriva en "problemas de identidad", señala Richard Bargdill, de la Universidad de Duquesne, en Pittsburgh (Estados Unidos), en The Study of Boredom (2000). En su análisis, las personas que experimentaban aburrimiento "se sentían vacías y apáticas porque sentían que cada acción conducía al aburrimiento y, por lo tanto, la acción era inútil". Quizá por eso los padres sancionan a sus hijos cuando se portan mal obligándoles a quedarse encerrados en su habitación sin acceso al móvil, la tableta o cualquier otra distracción.


Quien inflige dicho correctivo sabe que el aislamiento duele (quizá no tanto que provoca hambre de contacto personal) y que el convicto depondrá su actitud para no vivirlo de nuevo. "Te estoy privando de algo tan esencial como el contacto con otros seres humanos", explica Fernández. "La necesidad de socialización es muy importante. Cuando alejas a alguien de eso,  le estás privando de una necesidad básica, y quien lo padece tiende a volverse más dócil por temor a que se repita".


Otra muestra de la identificación de aburrimiento y castigo son las celdas de aislamiento de las cárceles. En una revisión de la literatura científica al respecto, Peter Scharff Smith, investigador del Instituto Danés de Derechos Humanos, encontró que puede provocar palpitaciones, incremento del ritmo cardiaco, hipersensibilidad, dolor de abdomen, problemas de digestión, pérdida de apetito, temblor de manos, dificultad para concentrarse, confusión, pérdida de memoria, alucinaciones visuales, percepción de voces, depresión,  ansiedad, cansancio crónico… No tener nada que hacer resulta tan devastador que Naciones Unidas establece que este castigo solo puede imponerse en circunstancias excepcionales y menos de 15 días, a partir de los cuales se considera tortura.


Pero el aburrimiento no es solo consecuencia de no hacer nada;  realizar una tarea insustancial repetidamente también nos sume en el más absoluto sopor.  En ese caso, y como encontró Edwin Van Hooft, de la Universidad de Ámsterdam (Holanda), lo que produce, más que angustia, es frustración.


En la coyuntura actual, al aburrimiento por la cuarentena se une la incertidumbre sobre su final. Estamos aburridos y no sabemos hasta cuándo. "El problema viene cuando empiezan a generarse expectativas y esa situación se vive como permanente en lugar de temporal, como global en lugar de específica, como incontrolable en lugar de algo que puedes controlar. Todos esos factores transforman la percepción del aburrimiento en algo que puede entrar en la desesperanza; vamos un paso más allá", señala Fernández.


¿Y qué pasa si no me aburro?


En estos días nos vemos sometidos a un despiadado bombardeo de propuestas para combatir el exasperante hastío: desde las ya mencionadas labores de repostería a la gimnasia con vídeos de YouTube, pasando por juegos en familia. Tan intensa es la campaña que, en cierto modo, todos nos sentimos obligados a practicar dichas tareas para no sentirnos bichos raros.  "Te hacen creer que si no te apetece hacer nada de eso es que estás mal", se queja Vanesa Fernández. "A lo mejor hay personas que contemplando el parque están contentas, y no tienen que estar haciendo ni galletas, ni manualidades, ni nada. Todo es válido mientras tú estés a gusto. Esos mensajes dan por hechas muchas cosas, y a las personas que tienen una baja autoestima les hace cuestionarse su personalidad".


Eso nos lleva a preguntarnos: ¿qué clase de sujetos son aquellos que gozan con la simple contemplación de una pared y que, por tanto, están en su salsa en el confinamiento que ha provocado el nuevo coronavirus? "Son personas muy solitarias, introvertidas, poco sociables, con una rica vida interior… Viven la cuarentena que ni te lo cuento: están tan felices. La vida normal les resulta horrible: las comidas familiares, las vacaciones en grupo… Como no les gusta, porque son antisociales, el día a día normal se les hace cuesta arriba. Sin embargo, en esta situación, como todos estamos encerrados, no tienen que compararse; no echan de menos nada y están tan contentos. Lo que pasa es que son las personas más disfuncionales en nuestro mundo normal". O sea, que si no te aburres en cuarentena, háztelo mirar.

Fuente: El País
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