Si bien la pandemia de COVID-19 supuestamente ha superado su primer pico en la mayoría de los países occidentales, los sistemas de salud se están adaptando progresivamente a la "nueva normalidad".
En los servicios de salud mental para niños y adolescentes (CAMHS), esta concepción organizativa es necesaria para hacer frente a los efectos psicológicos previsibles del aislamiento social prolongado inducido por medidas de salud pública a nivel nacional, como el cierre de escuelas. Los CAMHS deben garantizar respuestas flexibles a las consecuencias psicopatológicas de la dinámica social en evolución, como se actualizó dramáticamente por la inesperada pandemia de COVID-19.
Esto implicaría (a) cambiar el enfoque de la intervención de la reducción de los síntomas y la contención de las crisis agudas en un número comparativamente pequeño de casos graves a una estrategia preventiva más amplia, guiada por un gradiente de intensidad y especificidad cada vez mayores del tratamiento; (b) promover vías de acceso fluido a los servicios y fomentar la participación de las familias; (c) adoptar un modelo de estadificación transdiagnóstico para capturar las fluctuaciones del desarrollo de estados subsindrómicos a estados sindrómicos y viceversa, con los cambios relacionados en la intensidad de la necesidad de atención; e (d) implementar herramientas digitales para fomentar la búsqueda de ayuda y el cumplimiento por parte de los jóvenes nativos digitales.
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