El adicto se aísla y es aislado, es segregado muchas veces de sus afectos, pueden convivir, pero no relacionarse, el silencio parece la forma más accesible de pasar el día, evitando el conflicto y en lo posible anestesiado a través del consumo. Así como existe familia continente, también nos encontramos en la práctica con vínculos conflictivos, expulsivos y cargados de estigma, justificado por el desgaste diario, a raíz de un consumo que se volvió problemático.
Este texto pretende reflexionar sobre situaciones que nos encontramos continuamente en la práctica. Es frecuente encontrarnos en la consulta con pacientes inhabilitados por su sistema familiar, donde no hay vínculos sanos. Entendemos como una forma saludable de vincularse entre personas, cuando hay un aporte de emociones, vivencias y aprendizajes positivos necesarios para crecer y desarrollarse.
El rol que ocupa el paciente está marcado por el funcionamiento de esa familia, que va desde la sobreprotección, el “pegoteo”, la codependencia, con el rechazo, el cansancio y la exclusión. En la práctica se observa que no hay roles estáticos, cada miembro de una familia o grupo conviviente va adoptando posturas diferentes, permitiendo o no el ingreso de alguien externo que intente ayudar.
Desde la práctica diaria, comprendemos que el tratamiento debe ser integral, por lo tanto, la inclusión del paciente, su familia o grupo afectivo y la red de contención es necesaria para comenzar un tratamiento. Los tiempos y procesos de aceptación y acción llevan a armar espacios orientados a la motivación, la escucha y la orientación.