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Bioética, creencias y valores tradicionales: una perspectiva.

Autor/autores: Fernando Ruiz Rey
Fecha Publicación: 07/03/2011
Área temática: .
Tipo de trabajo: 

RESUMEN

En este trabajo se señala que las teorías éticas que intentan justificar las conductas morales se basan en supuestos intelectualmente discutibles, sin poseer evidencia incontrovertible por sí mismos. Del mismo modo, se analiza la bioética dialógica procedimental, sus supuestos y su ambigüedad axiológica. Estos supuestos de las teorías éticas se sostienen por parecer convenientes o, por razones ideológicas o, simplemente, porque se cree en su validez. En este somero análisis se presenta la ética realista, la deontología, el utilitarismo y el principialismo. Considerando que es imposible evitar supuestos con el carácter descrito, se propone depositar la credibilidad necesaria e inevitable de los cimientos de la ética/bioética en tres principios básicos y fundacionales de la moralidad de nuestra civilización: la ?dignidad del hombre?, la ?preocupación por el prójimo en necesidad? y la ?libertad/responsabilidad? de la conducta humana voluntaria. Se enfatiza que la aceptación de estos valores fundamentales contribuiría significativamente a un fortalecimiento de la identidad con nuestra tradición moral, lo que permitiría más claridad y dirección a la acción bioética, tanto en el seno de nuestra cultura, como en sus interacciones con sectores de la humanidad provenientes de fuentes ajenas a nuestras tradiciones. No se trata de una vuelta a una ética religiosa propiamente tal, sino más bien una identificación cultural con valores éticos básicos de nuestra cultura. Una bioética guiada por estos valores deja de ser neutra, pero no impone necesariamente contenidos materiales ?decisiones, conductas--, que son gestados mediante el diálogo y la deliberación, siempre con la mira en satisfacer el sentido de los valores fundamentales.

Palabras clave: Bioética; ética realista; deontología; utilitarismo; principialismo; valores fundamentales; bioética dialógica; tolerancia; dignidad humana; cuidado del prójimo; autonomía; creencias


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Ruiz Rey F. Psiquiatria.com. 2010; 14:5.
http://hdl.handle.net/10401/2727

Artículo original
Bioética, creencias y valores tradicionales: una perspectiva
Bioethics, beliefs, and traditional values: a perspective

Fernando Ruiz Rey1*
Resumen
En este trabajo se señala que las teorías éticas que intentan justificar las conductas morales se
basan en supuestos intelectualmente discutibles, sin poseer evidencia incontrovertible por sí
mismos. Del mismo modo, se analiza la bioética dialógica procedimental, sus supuestos y su
ambigüedad axiológica. Estos supuestos de las teorías éticas se sostienen por parecer
convenientes o, por razones ideológicas o, simplemente, porque se cree en su validez. En este
somero análisis se presenta la ética realista, la deontología, el utilitarismo y el principialismo.
Considerando que es imposible evitar supuestos con el carácter descrito, se propone depositar la
credibilidad necesaria e inevitable de los cimientos de la ética/bioética en tres principios básicos
y fundacionales de la moralidad de nuestra civilización: la "dignidad del hombre", la
"preocupación por el prójimo en necesidad" y la "libertad/responsabilidad" de la conducta
humana voluntaria. Se enfatiza que la aceptación de estos valores fundamentales contribuiría
significativamente a un fortalecimiento de la identidad con nuestra tradición moral, lo que
permitiría más claridad y dirección a la acción bioética, tanto en el seno de nuestra cultura,
como en sus interacciones con sectores de la humanidad provenientes de fuentes ajenas a
nuestras tradiciones. No se trata de una vuelta a una ética religiosa propiamente tal, sino más
bien una identificación cultural con valores éticos básicos de nuestra cultura. Una bioética
guiada por estos valores deja de ser neutra, pero no impone necesariamente contenidos
materiales ­decisiones, conductas--, que son gestados mediante el diálogo y la deliberación,
siempre con la mira en satisfacer el sentido de los valores fundamentales.
Palabras claves: Bioética, ética realista, deontología, utilitarismo, principialismo, valores
fundamentales, bioética dialógica, tolerancia, dignidad humana, cuidado del prójimo,
autonomía, creencias.
Abstract
In this paper we review some of the better known ethical theories: realistic ethics, deontology,
utilitarianism and principialism; underscoring the presence of unavoidable presuppositions in
their conceptual basis. Also we review the dialogic bioethics with focus on its underlying
assumptions and its axiological ambiguities. The presuppositions underlying the structure of
ethical theories are intellectually debatable, and they lack in sufficient self evidence to be
universally accepted. The acceptance of these presuppositions springs from mere belief in its
validity, simple convenience or, ideological reasons. Given that the presuppositions are
inescapable in any theory of ethics, we propose the acceptance of three basic foundational values
that have guided the moral development of the Western Civilization: "human dignity", "care for
our neighbor", and "freedom and responsibility", as the proper elemental understanding of
ethic/bioethics. The acceptance of these values would strengthen our connection to our own
moral tradition, thereby allowing the task of bioethics in the West to proceed on a clear,
understood path. A renewed appreciation for the roots of our moral identity would also aid in
resolving moral issues involving foreign cultures with different ethical backgrounds. A bioethics
of this character cannot be considered neutral, but it would not impose material contents, be
Psiquiatria.com ­ ISSN: 1137-3148
© 2010 Ruiz Rey F.

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they decisions or actions. The material contents of this approach would rather be the result of
open deliberation, guided by the fundamental values.
Keywords: Bioethics, realistic ethics, deontology, utilitarianism, principialism, fundamental
values, dialogic ethics, tolerance, human dignity, solidarity, autonomy, believes.

Recibido: 04/05/2010 ­ Aceptado: 23/08/2010 ­ Publicado: 14/12/2010

* Correspondencia: feru101@hotmail.com
1Psiquiatra. Raleigh, Wake County. NC (USA)

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Si consideramos que la bioética es la reflexión moral de los problemas que surgen en las
investigaciones y en la aplicación de la tecno-ciencia en los campos relacionados con la salud
humana y con toda la vida en el planeta, nos encontramos con una gran diversidad de áreas de
trabajo, e innumerables temas y modalidades de análisis bioético. El foco integrador de estos
múltiples esfuerzos intelectuales reposa en ser discursos de índole moral, no se trata solo de un
despliegue de racionalidad analítico conceptual, sino que fundamentalmente el discurso bioético
se centra en la dilucidación de los valores envueltos en las situaciones que se estudian, e intentar
resolver los conflictos morales que resultan de la acción tecno científica. (1) La bioética trabaja
con valores éticos por lo que es importante intentar comprender su justificación, esto es, atisbar
su origen y entrever en qué se basan para valer, y así guiar la conducta humana.

Realismo ético
Los valores éticos y los preceptos y recomendaciones morales que se encuentran en los diversos
estudios bioéticos se justifican, o intentan justificar, apelando a las distintas teorías éticas
disponibles. Tradicionalmente la firmeza de los preceptos éticos y sus análisis, se sostenía en la
concepción de la realidad como totalmente objetiva e independiente del hombre que sólo tenía
que abrir su mente para conocerla y conducir su vida de acuerdo a su propia naturaleza. Sin
dudas, el contar con una realidad objetiva que nos conduzca de la mano en las vicisitudes del
conocer y del actuar, es un apoyo de incalculable valor para reducir nuestras incertidumbres y
vacilaciones, solo tenemos que agudizar nuestros sentidos y afinar nuestra inteligencia para
poder captar esa realidad a la que debemos atenernos para conducir nuestra vida por una senda
segura y recta.
El realismo objetivo tuvo su época y su gloria, pero ya no resulta sencillo defender sus tesis. El
estudio de los fenómenos perceptuales y los análisis epistemológicos de la elaboración y
desarrollo de las teorías científicas muestran su estrecha dependencia de las capacidades
cognitivas del hombre, de sus supuestos y creencias, por lo que la ,,realidad que se percibe y
estudia no puede nunca ser cogida intelectualmente sin la participación de factores propiamente
humanos. El conocimiento no es el simple resultado de impresiones provocadas por la realidad
sobre la mente humana que se conforma con ellas, ni la ética puede ser el mero seguimiento de
acciones humanas en prosecución o defensa de fines y condiciones ,,naturales del ser humano.
Así por ejemplo, la tradicional Ley Natural del comportamiento ético del hombre, comienza con
el reconocimiento básico de la naturaleza humana como esencialmente racional y creadora, lo
que logra a través de la experiencia, gracias a su propia conciencia, y fundamentalmente por la
luz de la razón natural. Desde esta base cognitiva se articulan filosóficamente (racionalmente)
principios y leyes universales para defender y promover la racionalidad, la creatividad y la
dignidad del ser humano, así como otros rasgos ,,naturales de la naturaleza humana (2). Sin
duda que se puede lograr acuerdo sobre características ,,naturales genéricas del ser humano,
éstos: comen y beben, piensan y tienen conciencia, se aparean y reproducen, viven en
comunidad y nacen en su seno, etc.; y se puede también argumentar que las comunidades
humanas de algún modo reconocen estas características y proceden a generar normas para su
expresión, pero estas reglas inevitablemente estarán condicionadas por valores originados en
sus creencias acerca del mundo y de la vida humana. De modo que postular un método infalible
que capta la verdadera realidad del mundo y del hombre es básicamente un supuesto, no
apoyado ni por la experiencia, ni por la reflexión. Se puede admitir que hubo en la antigüedad
atisbos y visiones parciales de los valores atribuidos a la intervención de la ley natural, pero no
se realizaron ni desarrollaron para todos los miembros de la comunidad, en ninguna sociedad
antes de nuestra era. El genuino respeto y promoción de derechos de todos los seres humanos
sin distinción, como ideal de conducta deriva en nuestra cultura de fuente diferente a la razón

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natural y naturaleza humana. La Ley Natural capitalizó en los valores emergidos de las doctrinas
de la tradición judeo-cristiana, y generó una tradición ética racionalista de significativa
influencia. Pero en rigor, la vigencia y la universalización de los valores básicos como
paradigmáticos de la cultura occidental, no son producto primario de la Ley Natural.
La aceptación del supuesto básico del realismo objetivo: la realidad/naturaleza como
independiente del agente cognoscente, que solo necesita ponerlo bajo la mira de la razón natural
para acceder a la verdad objetiva incontestable, no es obviamente aceptado universalmente, ni
teóricamente ni prácticamente, y pretender que este supuesto sea irrebatible, universal y, para
los más conservadores, inmutable, constituye simplemente una creencia.
Las dificultades de un realismo planteado como absoluto y directo, son serias, porque todo
conocimiento humano es obviamente conocimiento del hombre, y el hombre conoce
invariablemente desde sus posibilidades cognitivas, incluyendo aspectos biológicos e históricoculturales. El conocimiento de la ,,realidad, de la ,,naturaleza, no se da nunca sin contar con el
bagaje cognitivo y axiológico del observador cognoscente; hablar de representaciones de la
,,realidad como fidedignos reflejos de esa ,,realidad, es insostenible por las características
mismas del conocer, y porque es obviamente imposible ratificar que lo conocido corresponde a
la ,,realidad pura y absoluta. A esta afirmación se la ha criticado de confundir la epistemología ­
la justificación del conocimiento--, con la metafísica ­el ser en sí, objeto del conocimiento. Un
error que se dice comenzar con Descartes, el énfasis en conocer la naturaleza del conocimiento,
más que el conocimiento de la naturaleza, y que culmina en Kant con su elaboración de las
categorías mentales para captar el mundo externo (imposible de ser conocido como tal), y con su
concepción de la ,,buena voluntad como "la condición suprema de todo bien", en base a la
libertad inherente (autonomía) de la condición racional del ser humano. Una desviación
desastrosa según los críticos realistas, el engendro de los males del mundo moderno, la causa
del caos ético contemporáneo, presentado y endulzado como multiculturalismo o pluralismo
axiológico.
La pérdida de la concepción de una realidad objetiva (la muerte de la metafísica) tiene como
consecuencia la pérdida de sostén para la concepción de una verdad sólida en nuestro conocer y
en nuestro actuar, lo que, de acuerdo a los defensores del realismo objetivo y de la ,,moral
natural, conduce al relativismo en el campo jurídico y ético, quedando las normas y los valores
éticos reducidos a un conjunto de principios condicionados por factores humanos: culturales,
históricos, lingüísticos, socio-económicos, etc. Un panorama desolador para aquellos que
quieren sujetarse a un orden universal fijo predeterminado por lo natural.
Desgraciadamente, la defensa intelectual del realismo absoluto es difícil, y sus tesis básicas no
parecen suficientemente evidentes como para convencer ni siquiera a los que aspiran a un orden
claro y firme en el conocer y actuar. Tampoco se puede sostener que con la pérdida de un
realismo ingenuo se cae irrevocablemente en el desorden absoluto, en un relativismo sin
fronteras, ya que las verdades científicas y valores tradicionales de nuestras comunidades
persisten, aunque las limita y las ata a perspectivas metodológicas y supuestos básicos en la
ciencia, y a intuiciones y a creencias fundacionales en la ética.
De modo que apelar a la ,,naturaleza o ,,realidad para sostener la moral sobre un fundamento
sólido, fijo e independiente, sin contaminación alguna de lo humano, excepto su esfuerzo por
captarlo, es una tesis vulnerable, y se sostiene más como una creencia y conveniencia ideológica,
que como una verdad evidente por sí misma y de validez universal. Los críticos del énfasis en la
epistemología, y propulsores del conocimiento del "ser", no dejan, sin embargo, de tener razón
cuando señalan que al abandonar la solidez de lo ,,natural se cayó en la subjetivación de la
moral, y en el engrandecimiento hiperbólico de la autonomía personal. Todo es válido, con tal

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que no traspase los márgenes establecidos por la legalidad imperante, que se rige por el espíritu
democrático de la sociedad moderna. El derecho individual solamente limitado por el derecho
de los demás; la funcionalidad civil moderna impera sobre la moral natural tradicional.

Deontología (deberes determinados por reglas)
Como ya señalado, la preocupación epistemológica, y su exclusividad, nos ha llevado a un
construccionismo del conocimiento y de la moral, pensados de espaldas a toda realidad objetiva,
tachada como incognoscible. Con Kant se inaugura la moral basada en una racionalidad que se
analiza a sí misma, proponiendo una fórmula a priori --"imperativo categórico"--, que funciona
independiente del contenido al que se aplica, es meramente formal ("Obra de tal modo que la
máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una
legislación universal [de la Naturaleza]." (3, 4)). Mediante este principio formal de la razón
surgen los imperativos categóricos o absolutos, propuestos como independientes de toda
condición de necesidad, de fin, u de obediencia (Dios, naturaleza, deseos, impulsos, etc.), valen
por su racionalidad, son un bien en sí mismos, son apodícticos. Estos imperativos absolutos
constituyen reglas objetivas, leyes prácticas que el agente racional cumple primariamente por el
respeto al deber emanado de la racionalidad pura, claro está que como no siempre están los
imperativos disponibles para las situaciones concretas del actuar humano, el filósofo acepta
también la guía de la sensibilidad moral en la conducta del hombre. Las máximas morales son
estados subjetivos del agente para iniciar una acción, si una máxima puede universalizarse y
convertirse en ley universal sin entrar en contradicción constituye un imperativo categórico. Un
ejemplo dado por el mismo Kant es el de un hombre en serias dificultades económicas que
debate consigo mismo si debe pedir dinero prestado sabiendo que no tendrá nunca la
posibilidad de devolverlo; en otras palabras se trata del uso de las falsas promesas. Al aplicar la
formula del imperativo categórico al uso de falsas promesas y suponerlas ley universal se daría
la situación que nadie creería en ellas, de modo que la propia promesa que considera el agente
no sería aceptada, y lo que se propone obtener con la mentira, un imposible; en este proceso
formal se genera una contradicción, y la máxima no constituye un imperativo absoluto.
Las máximas morales que pasan la prueba del imperativo categórico son válidas para todos en
forma absoluta, sin excepción, constituye un deber que invita a ser aplicado siempre en las
circunstancias pertinentes (dar limosnas, respeto al otro, etc.) (Precepto positivo/ imperfecto).
Pero también, toda máxima que no puede universalizarse por caer en contradicción que la
anula, constituye un precepto negativo, que se debe evitar realizar en forma absoluta, un deber
ético en toda circunstancia (no matar, no robar, no mentir, etc.) (Precepto negativo/ perfecto),
una obligación constante sin excepción, siempre y para siempre.
Estos deberes sustentados racionalmente siguen en verdad las categorías éticas tradicionales de
la filosofía aristotélico-tomista ­preceptos positivos/imperfectos y negativos/perfectos--, con la
diferencia que con Kant se fundamentan en la razón, no en la realidad del mundo y del hombre;
no tienen base ontológica, sino que son simplemente productos de la razón. Se produce un
cambio en el objeto de fe: de la creencia en un mundo objetivo, a la creencia en la infalibilidad
de la razón.
El imperativo categórico propuesto por Kant, se presenta como evidente para todo ser racional.
Pero esto no es más que un supuesto, porque no hay ninguna base o justificación para que la
universalización de una máxima sea válida para el que no valora o acepta la universalización de
ciertas conductas; tachar de ,,irracionales a los que no aceptan la universalización, no soluciona
el problema, simplemente éstos no creen en ,,esa razón, los racionalistas de tipo kantiano, si lo

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creen. Para aceptar la universalización de una máxima de conducta se debe creer que todos los
hombres son iguales y tienen los mismos derechos que uno, lo que no es evidente por sí mismo,
ni tampoco es confirmado por la experiencia histórica, ni la experiencia cotidiana actual. En este
sentido es importante recordar que el mismo Kant, cuando considera el uso de las falsas
promesas en el ejemplo citado, y piensa que sería una conveniencia para el agente, pregunta
"pero ,,¿es justo?", y para contestar esta pregunta retórica, procede a aplicar la fórmula del
imperativo categórico. En otras palabras, en Kant hay una conciencia previa de justicia que lleva
a preguntar por lo justo, una necesidad moral de respetar la justicia, que obviamente está en la
base del respeto al imperativo absoluto. No es necesario mencionar, además, que no todos los
filósofos concuerdan con la propuesta kantiana de una moralidad formal, como se puede
constatar en la historia de la filosofía.
En verdad, las máximas universalizadas o imposibles de universalizar por entrar en
contradicción, no tienen más poder y fuerza moral que el que le otorgan los valores aceptados
tradicionalmente con los que concuerdan (honestidad, dignidad del ser humano, condenación
de la mentira, del robo y del asesinato, etc.), valores cuyo origen y justificación proviene de otras
fuentes. De modo que proponer la ética deontológica como evidente, indiscutible y justificante
de valores constituye, o una conveniencia ideológica racionalista, o simplemente una creencia en
una razón que no se apoya más que en sí misma.
La ética de los deberes tuvo vigencia después de Kant, pero se debilita claramente en el siglo XX.
La creciente conciencia de la autonomía personal y de los derechos democráticos en la vida civil
--con marginación creciente de lo religioso--, se difunden rápidamente en la sociedad
contemporánea. En estas circunstancias, sólo se acepta como deber general lo dispuesto por el
estado democrático para sostener el funcionamiento de una sociedad secular
(fundamentalmente deberes negativos/perfectos); una legalidad externa al individuo reemplaza
a la ética, una legalidad a la que se le buscan las imprecisiones para esquivarla, si es posible,
conveniente y productivo para el agente. La moral se relega a la esfera privada, todo, o casi todo,
está permitido al ,,yo y sus satisfacciones, con tal que no atropellen las reglas generales de la
sociedad secular. En estas condiciones fermenta la fragmentación de la estructura ética de la
comunidad, emerge la "pluralidad", que se incrementa dramáticamente en algunas zonas de
nuestra civilización, con la llegada de grupos humanos de costumbres y valores foráneos a las
tradiciones éticas de nuestra cultura.

Utilitarismo
El utilitarismo es otra teoría ética que intenta justificar los actos morales, no en base a una
fórmula a priori domo lo hace el racionalismo kantiano, sino en base a las consecuencias de las
acciones, entre mayor sean los beneficios que se logren de una conducta humana voluntaria,
mayor es su justificación ética; se trata de una ética empírica. Es fácil apreciar que una teoría
que justifica la corrección moral de un acto en base a beneficios, puede llevar fácilmente a
justificar acciones consideradas básicamente condenables por las tradiciones morales de
nuestras comunidades. Las consecuencias de un acto voluntario son sin duda importantes en la
consideración ética de la conducta, pero su eticidad no se reduce a sus consecuencias. Esta es
una crítica esencial al utilitarismo, y lo invalida como una teoría ética capaz de validar todas las
situaciones morales que enfrenta el ser humano. Además de esta crítica fundamental, la teoría
enfrenta otras dificultades serias, entre la que se encuentra el problema de la definición de
beneficio -- habitualmente estimado en términos hedonísticos (felicidad, alegría, placer, etc.)
individual o social--, el carácter hipotético de los posibles beneficios, la confusión de lo ,,bueno
con estados afectivos psicológicos y las dificultades logísticas para determinar esos beneficios. El

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utilitarismo/consecuencialismo argumenta y contra argumenta haciendo esfuerzos para
defenderse de las múltiples críticas que se le formulan, y para adaptarse a los valores
tradicionales reconocidos. Lo importante para el propósito de este trabajo, es señalar que el
soporte del utilitarismo es su mera ecuación consecuencialista con mediciones empíricas, que
como vemos es altamente criticado y no resulta convincente, ni menos, evidente. Adscribir
férreamente a esta tesis para justificar la ética constituye más un empecinamiento intelectual
que una verdadera y convincente justificación ética, lo que no significa que aspectos teóricos y
metodológicos consecuencialistas no sean útiles en otros acercamientos teóricos de los
problemas éticos. (5)

Principialismo
En este clima de heterogeneidad moral, de individualismo y de liberalismo político, irrumpe el
inmenso avance de la tecnociencia en el siglo XX, con un desarrollo desenfrenado que amenaza
la subsistencia de la vida misma en la tierra. En el área de la biología y de la medicina, este furor
científico avasalla al hombre con abusos inadmisibles en las investigaciones biomédicas y, en la
clínica médica, los pacientes se enfrentan impotentes con profesionales poseedores de un poder
técnico nunca antes visto. Los médicos son ahora capaces de sanar enfermedades anteriormente
incurables y de prolongar la vida en condiciones a veces inaceptables. En esta coyuntura cultural
nace la bioética --un tanto al margen de la ética tradicional--, para proteger la vida y regular las
actividades de investigación biológica y la práctica de la medicina.
Beauchamp y Childress (6) en la década del 70, siguiendo las pautas del Belmont Report (7), dan
origen a un impulso concreto en la bioética médica, con la propuesta de cuatro principios guías
para la práctica de la profesión: principio de beneficencia, principio de no maleficencia,
principio de autonomía y principio de justicia. Esta propuesta se conoce como Principialismo, y
se puede afirmar que con la gran popularidad con que han sido acogido, prácticamente en todo
el mundo, estos principios se han convertido en artículos canónicos para la bioética médica.
Además, curiosamente, se les considera universales por ser aceptados por las demás teorías
éticas en referencia a la acción médica; esta acogida del Principialismo se debe en buena medida
por capitalizar en la beneficencia, un valor tradicional de la profesión médica, y enfatizar la
autonomía del paciente, un valor particularmente apreciado en la cultura contemporánea.
Estos principios se proponen como generales, abstractos y prima facie (principios guía, válidos,
pero flexibles), justificados por la moral general y por la coherencia con que se aplican. En este
sentido gozan de una gran flexibilidad en el manejo de las situaciones clínicas, lo que constituye
un mérito para los adeptos al Principialismo, pero, un serio defecto, para sus críticos: son
válidos hasta que surja alguna razón superior, lo que les da un carácter relativo; carecen de la
rigidez de la aplicación de los preceptos deontológicos, de difícil uso en la ética médica. Además,
los principios entran fácilmente en conflictos unos con otros, sin proponerse una estructura que
posibilite resolver los dilemas planteados. Lo importante para el propósito de este trabajo, es
señalar que la justificación de estos principios --al no tener un sostén teórico explícito que los
soporte--, es vaga e imprecisa, aunque sean aceptables por contar con el respaldo de la moral
general, cuya justificación no se presenta. Sin embargo, se afirma que pueden ser justificados
por la ética deontológica y el utilitarismo.

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Bioética
En este clima de fragmentación ética de la sociedad actual, en el seno de la heterogeneidad de
las costumbres y valoraciones de la diversidad cultural de nuestras comunidades, aparece la
,,bioética como un esfuerzo intelectual por restablecer una moralidad que salvaguarde el
ambiente, y proteja la vida y la dignidad del ser humano del desbocado uso y abuso de la
tecnociencia, particularmente las ciencias bio-médicas; una ingente y compleja tarea a realizar
en el caótico mundo pluralista, de encontrados intereses y valoraciones opuestas.
No están los tiempos actuales para imponer una moralidad de tipo religioso que contenga la
violenta erupción de la diversidad de costumbres y moralidad de los grupos humanos de nuestro
mundo contemporáneo, ni tampoco las formas y esquemas éticos teóricos de la filosofía
tradicional resultan adecuados para enfrentar el desborde de intereses y valoraciones
antagónicas que amenazan el funcionamiento social y la vida misma en la tierra; ni tampoco son
adecuados para solucionar los conflictos que rodean la aplicación de las nuevas tecnologías en el
campo de la salud. La bioética nace precisamente para satisfacer esta amplia y compleja tarea,
los temas y asuntos que debe enfrentar son numerosísimos, y las modalidades que ha adoptado
para estos efectos, son también numerosas. (8)
Una concepción de la bioética que ha ganado relieve en algunos sectores es la bioética dialógica
que recurre al diálogo racional, sereno, realizado con respeto y oído atento, con atención y
claridad conceptual; un esfuerzo dirigido a encontrar con los interlocutores un terreno común
en las situaciones éticamente difíciles, para lograr un consenso articulado de propuestas y
acciones que permita superar los dilemas éticos y continuar con el desarrollo de una dinámica
social aceptable. (9). De esta manera, el consenso valida la acción y se convierte en una nueva
forma de justificación moral, de lo que es aceptable en la sociedad secular democrática, una
especie de "esperanto moral", una moralidad que debe ser aprendida mediante el diálogo
racional (10); o, como lo pone Diego Gracia: "De lo que se trata, pues, es de deliberar en
conjunto, a fin de llegar a soluciones más matizadas y correctas". (11) Si entendemos por
,,soluciones...correctas sólo el producto contingente de los deliberantes, entonces, lo justo, lo
bueno son tales porque la mayoría así lo decide (12); o, si lo ,,correcto es tal en referencia a algún
valor externo al proceso mismo del dialogo, habría que puntualizarlo y justificarlo.
La bioética dialógica se plantea como un procedimiento de discernimiento y de ayuda para
solucionar conflictos y dilemas éticos, como un diálogo para encontrar una ,,verdad común. Se
trataría de un proceso que no posee un cuerpo coherente de principios éticos propios ni de
normas, sino que más bien la bioética sería una actividad de carácter filosófico facilitadora del
diálogo racional que se espera sea capaz de clarificar los desencuentros éticos y óptimamente
alcanzar su resolución. (12) Sin embargo, esta visión de la bioética como una actividad
esencialmente procedimental, no coincide claramente con lo que sucede en la práctica de la
disciplina, en la que parece identificarse con la aplicación del principialismo, que aportaría sus
principios éticos fundamentales, aunque preserve un carácter dialógico en su implementación.
Se podría pensar que una bioética meramente procedimental, sería altamente fructífera en una
comunidad homogénea en valores y principios éticos, pero esta no es la situación de la sociedad
actual. Con gran optimismo, y no sin razón, Fernando Lolas escribe: "De algún modo, debemos
hacernos cargo de que es en el corazón y la mente de las personas donde nacen la guerra y el
odio y es por tanto allí donde deben construirse la paz y el amor." (13) Desgraciadamente, la
buena voluntad no germina fácilmente en el corazón ni en la mente de gente entregada a la
búsqueda del placer y del poder personal o grupal, o está sumida en ideologías de diferentes
agendas partidistas, como ocurre en las comunidades humanas de nuestro tiempo. En estas
circunstancias no es necesario señalar que, aún en las mejores condiciones de lucidez y

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tolerancia, las limitaciones al logro del consenso parecen insuperables en muchas materias en
bioética. Sin contar con la presencia de una meta común, de valores básicos que faciliten el
acuerdo, el logro de consenso se hace muy difícil y en muchas ocasiones, prácticamente
imposible.
Sin dudas se hacen esfuerzos enfatizando y, a menudo se cae en los insultos, para fomentar y
exigir el desarrollo de "tolerancia" democrática y ,,racional cuando surgen conflictos y colisiones
serias con respecto a aplicación de valores considerados fundamentales. El diálogo y la
tolerancia, como es de esperar, encuentran situaciones insuperables cuando se trata de
enfrentamientos de valoraciones que soportan y estructuran la vida de los ciudadanos, y que son
consideradas ,,no negociables. Apelar a la racionalidad dialógica, no parece ser suficiente para
convertir a todos los componentes de la sociedad contemporánea, al acuerdo y al consenso. Si
consideramos el punto de partida de este acercamiento ético del ,,principio de argumentación,
basado en la concepción de la ,,razón dialógica, es por cierto seductor para todos los hombres de
,,buena voluntad; desgraciadamente la buena voluntad no depende primariamente de la razón,
sino que se basa más bien en creencias, en lo que se acepta y se cree bueno. Apelar entonces a
este tipo de racionalidad, es, en buenas cuentas, también otra forma de creer. Una fe en que el
diálogo racional es capaz de generar acuerdos y consensos axiológicos convenientes para los
participantes, porque todo lo humano se concibe como un mero producto del diálogo ­discurso-, susceptible de modelarse a conveniencia y ,,buena voluntad de los dialogantes racionales,
como si viviéramos exclusivamente en el ,,mundo del lenguaje que puede ser manejado a
nuestro completo arbitrio, con las espaldas vueltas a toda referencia a la otredad del mundo,
como si no existiera y no tuviera ninguna injerencia en el curso y en la estructura del pensar
humano y en las valoraciones del hombre. Es precisamente por esta falta de referencia a lo que
no es lenguaje, a lo de que se habla, por lo que algunos críticos de la bioética dialógica, la
consideran simplemente un referéndum de opiniones, y dudan que sea capaz de resolver los
problemas éticos que enfrenta el hombre de hoy. (2)
También se propone que la bioética es una reflexión transdisciplinaria y global ­más allá de
todas las disciplinas concretas-- de inspiración ecológica, y cuyo centro medular de
preocupación es la vida en la Tierra, y donde se encuentre. Una vida que se preserva para un
desarrollo feliz. (14) De este modo, la bioética pareciera abandonar su esencia procedimental,
para proponer un contenido a defender, un valor fundamental: la protección de la vida en su
amplio sentido ­y particularmente la vida humana--, como principio guía de toda acción del
hombre que afecte los procesos vitales. Es preciso señalar que una tesis de este tipo tendrá que
elaborarse cuidadosamente para iluminar las decisiones concretas, no solo en las tecnociencia,
sino que en toda actividad humana que incide en el ambiente que soporta la vida y afecta las
condiciones para el florecimiento del ser humano (economía, política, etc.). Una tarea
mayúscula en los detalles y en su justificación; una justificación que recurrirá --y recurre en la
práctica--, a las teorías éticas disponibles y a concepciones antropológicas diversas, reconocidas
o tácitas. Porque obviamente no es posible hablar de logro del florecimiento o felicidad del ser
humano sin especificaciones que inevitablemente requerirán consideraciones filosóficas y
teológicas. La aspiración de la bioética de conseguir un discurso global que amalgame la
diversidad de los variados discursos particulares de los actores en la sociedad contemporánea,
con coherencia de decisiones y acciones, preservando una misión ética común, es de suyo
altamente loable, pero no fácil de conseguir con un diálogo bioético que no tenga una meta
axiológica clara.

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Problema de los fundamentos
Parece que no es posible hablar de ética sin tener que asumir valores que se filtren en los
supuestos y fórmulas teóricas, se cuenta con ellos sin justificarlos adecuadamente, y muchas
veces sin ni siquiera reconocerlos explícitamente. Constatar que las teorías éticas se apoyan en
bases mantenidas por intuiciones fundamentales --por creencias--, es sin dudas inquietante, no
se trata de evidencias apodícticas que se impongan inexorablemente a todos los hombres. Por lo
que, nos encontramos con una ética sin sustento suficientemente sólido que pueda guiar a
nuestros pueblos, y a cuyos preceptos, deberes, normas y recomendaciones morales se pueda
apelar para compaginar el heterogeneidad moral que reina en nuestra sociedad contemporánea.
Esta situación es seria, porque no se puede negar que la pluralidad actual se va acrecentando
con contrastes valorativos que amenazan la concepción ,,ilustrada de la sociedad secular
,,neutra, en que se espera reine la convivencia civil y el acuerdo racional inspirados por la fe en
los procedimientos democráticos. El aumento de las tensiones éticas de las comunidades
actuales, puede resultar desintegrador y potencialmente explosivo para la sociedad.
Hemos visto que la ética de raigambre realista se debilita por no reconocer los factores humanos
envueltos en el conocer y el obrar; la ética basada en fórmulas a priori falla por asumir que es
posible discurrir acerca del pensar y del obrar, recurriendo a supuestos análisis intrínsecos de la
razón, olvidando el vivenciar espontáneo del simple vivir en la otredad del mundo desde donde
se estructura la realidad y la razón. Todas las teorías éticas tienen limitaciones intrínsecas, unas
más obvias que otras, pero todas son sin dudas esfuerzos positivos que intentan dar cuenta de
los procesos morales, resolver los conflictos axiológicos y justificar la validez de las normas y
recomendaciones. Todas también, dan por supuesto sus puntos de partida: o la realidad
independiente del hombre que la conoce, en las éticas de entronque metafísico clásico; o
principios y fórmulas a priori que posibilitan una fundamentación racional, en éticas de
inspiración kantiana; o la experiencia como fuente de orientación moral en las éticas de carácter
empirista como el utilitarismo y el consecuencialismo; o intuiciones valorativas, en la ética
material de valores (Max Scheler y Nicolai Hartman) que no hemos mencionado, como muchas
otras. Todos estos supuestos han sido acogidos, y en algunos sectores intelectuales todavía se
acogen, como incuestionables, porque simplemente parecen razonables o convenientes, y, para
los más entusiastas, les son evidentes por sí mismos con una fuerza propia de las creencias.
Ante esta situación surge una pregunta fundamental. ¿Tendremos que conformarnos con que la
ética justifica los valores de nuestra cultura con diversos argumentos, con supuestos distintos, y
con variados formulismos, sujetos al vaivén de los tiempos? Esto no es un asunto que deba
responderse a la ligera, porque, si en verdad estamos conscientes de estas limitaciones
fundamentales de las teorías éticas ¿cómo podemos pretender que nuestras concepciones y
preceptos morales poseen valor y firmeza para orientar a las comunidades de nuestra
civilización, para no hablar de las que provienen de sustentos éticos diferentes?
Esta situación constituye un problema para la ética y naturalmente también para la bioética, en
cuanto esta es una disciplina de acción intelectual que intenta dilucidar y óptimamente resolver
los conflictos morales resultantes del desarrollo y aplicación de la tecnociencia, y de otras
actividades humanas como la política y economía, en el campo médico y en la vida general de
nuestro planeta. La bioética no puede en rigor realizar este propósito sin considerar valores
éticos en defensa de la vida y de la dignidad humana.

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Bioética y tradición moral
Es probable que para muchos no sea necesario inquirir sobre los fundamentos últimos de los
valores envueltos en el proceso bioético, es posible que les baste pensar que lo fundamental es
tener ,,buena voluntad y contar con principios y fórmulas justificantes, razonables y
convenientes. Incluso se podría argumentar que una posición de este talante fuera más
apropiada en los esfuerzos por cimentar acuerdos internacionales en asuntos de derechos
humanos, derechos ecológicos y preocupaciones bioéticas globales, particularmente cuando se
dialoga con sociedades pertenecientes a culturas dispares, de religiones y valores ajenos, poco
conciliables con los de nuestra civilización. (15) Pero esta situación es ambigua y confusa para
las deliberaciones de la bioética a los distintos niveles que opera en el seno de nuestro medio
cultural. La bioética (y la ética en general), no pueden ser dejadas reposando en supuestos y
creencias mudables, ni en valores tácitos, si queremos preservar sólidamente, la genuina
centralidad del hombre y de la vida.
Para este propósito resulta significativamente más sólido y con más sentido de identidad
cultural, depositar nuestra fe primaria en valores elementales y fundacionales de nuestras
antiguas tradiciones morales, y no en intuiciones, o en fórmulas racionales, o en ecuaciones
empíricas justificadoras de valores y conductas éticas, que de hecho se encuentran ya presentes
desde hace siglos en nuestra milenaria cultura. Porque estos valores primarios de la tradición
Occidental son el resultado de la herencia del pensamiento Clásico y particularmente de la fe
judeo-cristiana, y constituyen los pilares morales sobre los que se ha construido nuestra
civilización, incluyendo naturalmente la concepción del Estado moderno y de los procesos
democráticos. Así, el valor fundamental de la "dignidad del ser humano" en nuestra tradición,
no sólo se justifica por poseer el hombre las características ,,racionales exaltadas por los clásicos,
sino que primariamente por ser una creatura de Dios, creada a su imagen y semejanza, una
dignidad que es claramente visible en la Redención y Amor de Dios para los seres humanos de
todos los tiempos; una dignidad que pertenece a todos: hombres o mujeres, pobres o ricos,
jóvenes o viejos, sanos o enfermos, para todos los hombres sin distinción alguna. Un segundo
valor primario lo constituye el segundo mandamiento de Cristo que invita a "amar al prójimo
como a sí mismo", un mandato de insondables dimensiones a ser desplegadas en el curso
histórico de la humanidad. El tercer valor esencial en la moral tradicional reside en la
aceptación plena del "libre albedrío" y con éllo, la "responsabilidad" que toca a cada ser humano
en las elecciones y decisiones realizadas en su existencia, una responsabilidad íntimamente
ligada al mandamiento de Cristo mencionado. Y como corolario de estos tres valores radicales se
debe recalcar la sana recomendación en el control de las apetencias desenfrenadas y egoístas
que dañan la expresión y consecución de dichos valores. Es importante destacar que el valor
inherente del ser humano no depende ni de condiciones externas (privilegios sociales, políticos,
económicos, etc.), ni de las condiciones de madurez psicológica del hombre, ni de la elaboración
de un sustrato metafísico particular mediante la razón natural. Los valores primarios dan luz y
dirección a todos los bienes y valores que se encuentran en la vida humana, y dan sentido y
organizan la existencia del hombre.
La justificación de los valores presentados es claramente de carácter religioso, y su fuerza deriva
de la fe y del amor suscitado por Jesucristo, sin embargo, aunque estos valores emergieron en el
seno de la fe y del pensamiento religioso se secularizaron posteriormente, y aún perviven en la
sensibilidad moral de nuestra cultura, y en las teorías éticas de la actualidad; estos valores han
persistido con significativo vigor, a pesar de haberse desvinculado de su fuente de origen.
Desgraciadamente, en la historia de nuestra civilización los valores fundacionales de la moral,
no siempre se han expresado y materializado en conductas concordantes con su sentido, y, aún
más, se debe reconocer que en numerosas ocasiones esta materialización, no sólo ha sido

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imperfecta considerando las posibilidades disponibles, sino que ha sido, lamentable y
claramente antagónica a dichos valores.
Esta mirada a los valores de nuestra tradición moral influidos en su origen por las creencias
religiosas, puede significar para muchas personas un retorno a la ortodoxia de la religión, una
vuelta al oscurantismo de la razón. No, no es así, y además es oportuno señalar que la religión
judeo-cristiana ancla la razón humana en algo sólido y genuinamente confiable ­un Dios de
Amor--, que otorga verdadero sentido al conocer y al obrar del ser humano. La Divinidad de la
tradición bíblica constituye un principio verdaderamente firme, que no está sujeto a los vaivenes
de las modas intelectuales ni de las mutables apetencias humanas, un bien trascendente que
orienta a todos los pequeños bienes que condicionan nuestro obrar diario, y posee
auténticamente un valor universal. De modo que considerar el fenómeno religioso
exclusivamente bajo el prisma psicológico, sociológico o desde la ortodoxia racional inmanente
o empirista, no hace justicia a su verdadera esencia, y priva al actuar humano de una fuente
auténtica de inspiración y soporte. Por otra parte, el recurrir a las bases éticas de nuestras
tradiciones morales no implica basar la bioética en un culto religioso particular, sino que
reconocer los valores morales fundacionales de nuestra cultura como base de la acción moral. Y
como ya lo hemos señalado, estos valores ­aunque borrosos y un tanto confundidos--,
permanecen todavía presentes en nuestras costumbres y en nuestras apreciaciones éticas, son
parte de nuestro mundo; sólo tenemos que rescatarlos y hacerlos explícitos con honestidad y
fortaleza para vigorizar nuestra identidad y darle una dirección clara a nuestro actuar bioético.
Sin duda la fe religiosa que dio pleno sentido y profundidad a estos valores tiene en nuestro
tiempo una relevancia social menor, pero la actividad bioética en una sociedad seglar, no se
dirige a resucitar un credo religioso, solamente hace suyo lo que es nuestro y válido en el campo
moral. La propuesta de una bioética de identificación con valores tradicionales de nuestra
cultura Occidental de inspiración judeo-cristiana, sin duda va a ser mejor aceptada por los
creyentes que han interiorizado estas enseñanzas en su fe religiosa. Pero también los no
creyentes podrán identificarse con estos valores en su expresión secular, como: ,,dignidad del ser
humano, ,,solidaridad, ,,autonomía y responsabilidad, principios que son esenciales en nuestra
moral personal y comunitaria, sin tener que adscribir a ningún credo religioso. Tampoco una
ética que acepte el núcleo fundacional de la moral tradicional está reñida con la elaboración de
procedimientos intelectuales, formulas operativas y formulación de preceptos y normas éticas ­
todos muy necesarios para el análisis de los dilemas éticos y para concretizar las
recomendaciones --, una ética así planteada va a cimentar los valores implícitos en las teorías y
va a dar sentido al bien que buscan conservar y justificar.
Es conveniente repetir para descartar mal entendidos, no se trata de imponer normas rígidas,
dogmatismos, ni ortodoxias, cuando se reconocen valores fundamentales que enfatizan la
dignidad del hombre, el cuidado del prójimo en necesidad, la búsqueda del bien común para
todos, y la responsabilidad individual y compartida de nuestras acciones. La aceptación de estos
valores no elimina la característica dialogante propuesta para la bioética, pero ésta no procederá
pretendiendo una peligrosa neutralidad en búsqueda de un dudoso consenso aleatorio
justificante, o simplemente la imposición democrática de la mayoría, que podría ser de muy
cuestionable valor moral, incluso contrario a los valores implícitos en la actividad bioética. Una
bioética basada en estos valores poseerá una dirección inequívoca para jerarquizar con más
facilidad los principios éticos involucrados en los problemas que enfrenta defendiendo la vida
humana y el ambiente que necesita para su desarrollo. Por lo demás no debe olvidarse que estos
valores están presentes en la disciplina desde el comienzo del movimiento bioético, y están
siempre implícitos en su práctica; hay que reconocerlos abiertamente, y promulgarlos. Sólo es
posible concebir la neutralidad de la acción bioética en la prosecución sin prejuicios ni agendas

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preconcebidas, de las mejores respuestas concretas a los conflictos y dilemas éticos, sin perder
de vista los valores que la inspiran y dan fuerza a su acción.
La aquiescencia de valores básicos es la aceptación de una guía axiológica que otorga sentido y
cualifica nuestro comportamiento. Esto no significa la aceptación de prescripciones
conductuales rígidas. Estas conductas concretas que se implementan para satisfacer estos
valores, han de surgir a través de la mediación del diálogo y de la deliberación, y serán variables
según las circunstancias y los tiempos. No se trata entonces, de un diálogo neutro que genera
normas de comportamiento consensual, proveniente del antojo o deseos de los participantes,
matizado por el turbulento trasfondo socio-cultural que caracteriza a nuestra época. El diálogo y
la deliberación ocurrirán a nivel de las decisiones y soluciones concretas de los dilemas
bioéticos, considerando las diversas opiniones de los comprometidos, la información pertinente,
las circunstancias correspondientes y las posibles consecuencias para los demás; pero siempre
con la mira a satisfacer las necesidades del prójimo, con respeto a su libertad y a su inherente
dignidad, a su desarrollo y crecimiento personal. Una bioética de esta naturaleza no puede
considerarse ,,neutra, pero tampoco es una bioética de contenidos materiales rígidos, sino más
bien una bioética constantemente guiada por los valores fundamentales ­principios formales si
se quiere; valores que tal vez no podrán ser nunca plenamente satisfechos en el mundo que
vivimos.
Como ya se ha mencionado, esta apertura a la tradición ética no anula la necesidad de la
formulación de principios, fórmulas y recomendaciones éticas que ayuden a la consecución de
las metas señaladas en el manejo de dilemas bioéticos específicos, pero va más allá de éstos. El
verdadero respeto al prójimo exige sensibilidad, generosidad, honestidad y consideración a sus
necesidades en cada momento de nuestra vida, virtudes dejadas de lado en este mundo de
apetitos individuales o partidistas, u olvidadas por mera indiferencia. Estas virtudes son
fundamentales no sólo en los cruciales conflictos éticos que se presentan en el campo de
operaciones de la bioética, sino también en todas las labores, en todas las interacciones
humanas, en toda la vida diaria. Esta necesidad se hace muy clara en la atención médica,
particularmente de aquellos socialmente desventajados que sufren a menudo de atropellos, de
displicencia y hasta de insultos por parte del personal administrativo y sanitario de los servicios
médicos dispuestos para servirlos.
El reconocimiento y respeto a valores básicos en la ética y la actividad bioética no ponen fin a las
comunidades multiculturales, ni a las diferentes expresiones valorativas de la comunidad, sino
más bien, contribuyen a la construcción de una sociedad seglar más justa y mejor integrada con
un núcleo de valores que se reconoce abiertamente como guía fundamental de nuestra
civilización. Los valores deben orientar el discurso público y naturalmente el discurso bioético
para asegurar validez a las soluciones materiales de la dinámica social y de los dilemas éticos. La
presencia de estos valores en el proceso dialógico de la bioética impedirá (o limitará) la
ocurrencia de recomendaciones ,,éticas" erradas a nuestras tradiciones, así como también evitará
(o limitará) la tiranía de una mayoría empecinada en fines partidistas moralmente equivocados
y destructivos. Una bioética basada en estos valores posee una dirección axiológica inequívoca, y
un contenido material --decisiones y conductas--, contingente de acuerdo a la época y a las
circunstancias que rodean la acción. Estos valores deben protegerse y aplicarse en las vicisitudes
interactivas de las megas sociedades contemporáneas para preservar el curso de la cultura, el
funcionamiento mismo de la sociedad seglar y su supervivencia. Una ética enraizada firmemente
en nuestras tradiciones, proporcionará una robusta identidad moral en sus operaciones y
facilitará la determinación de los fundamentos de derechos humanos y de protección del
ambiente en el plano internacional. La identidad moral de nuestra civilización Occidental es
particularmente relevante en este tiempo de globalización en que nos vemos enfrentados a
culturas ajenas de muy diferente actuar ético. Las ambigüedades y los acomodos en nombre de

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una sana pluralidad bajo el ilusorio principio de una razón universal que acoge todo, no son ni
convincentes ni operativos, y debilitan nuestra identidad moral. La globalización de los asuntos
humanos nos enfrenta a problemas éticos y bioéticos a escala mundial, por lo que concebir la
validez de la ética como exclusivamente referida a la comunidad histórica que la comparte y la
expresa mediante un lenguaje, es inoperante y paralizante, además de ser insostenible desde el
punto de vista teórico, y obviamente rechazada por nuestra experiencia en el mundo global, y en
la historia de la humanidad.
Una bioética basada en los valores éticos señalados no es equivalente a una ética religiosa
concreta de una denominación prevalente, ni de una ética ecuménica, sino simplemente una
bioética que asume los valores fundacionales de nuestra cultura, valores que impregnan la
sensibilidad moral de nuestros pueblos. Como ya se ha insistido, la implementación de estos
valores, particularmente en situaciones complejas, requerirá necesariamente del diálogo de las
partes envueltas y, naturalmente ­por incluirse en los valores básicos el respeto a la libertad
humana--, la consideración a la autonomía personal. No obstante, el respeto a la autonomía
personal no significa la aceptación de la opción destructora, sin sentido ni respeto a la dignidad
del ser humano. Es obvio que no todo es válido ­si todo fuera igualmente válido, nada tendría
valor y nos llevaría al caos. Pensar que la presencia de valores fundamentales en los procesos
bioéticos amenaza y no hace justicia a la autonomía del hombre, implica una concepción
distorsionada de la justicia, puesto que la idea de justicia involucra el bien de todos y la
consideración de valores básicos de la comunidad; la ponderación desmesurada de la autonomía
sin reflexión, puede entorpecer el logro de la mejor decisión a los conflictos morales, y dificultar
la genuina búsqueda del bien común.
La implementación de los valores tradicionales mencionados será la meta a lograr en las
diversas áreas de interés para la bioética. No obstante, en un mundo moralmente imperfecto, no
siempre se logrará este cometido y se presentarán situaciones en que se infringen ante
consideraciones también válidas, dadas las circunstancias. En este sentido, y sólo para citar un
ejemplo conocido de la ética, tenemos desgraciadamente la guerra, que por muy aséptica que se
plantee y se realice desde una perspectiva ética, no sólo destruirá a otros hombres hostiles y
amenazantes, sino también otros seres humanos ,,inocentes, como mujeres no envueltas
directamente en la contienda, ancianos y niños, aún los no nacidos; los cálculos de "daño
colateral" son parte de las estrategias militares. Pretender que no se tiene la intención de matar
o dañar a los inocentes para justificar ciertas intervenciones bélicas, es más bien un recurso
retórico para salvar posiciones éticas teóricas, y no una asunción de la triste realidad moral que
nos toca vivir. Esto no significa naturalmente, que dichos valores sean relativos, estos siempre
valen y siempre deben guiar nuestra acción, y deben estar siempre presentes para limitar al
máximo las decisiones y las acciones que los contradicen por circunstancias excepcionales,
ligadas a nuestra falibilidad. Pensar que la ética y la bioética consisten en la aplicación de
valores, preceptos y máximas éticas de manera siempre precisa y nítida es una concepción
meramente abstracta, alejada de la condición humana concreta.
Sin duda la implementación los valores en el actuar bioético frente a los difíciles problemas que
plantean la biotécnica y la medicina actual es duro y penoso, e invariablemente surgirán
inevitablemente conflictos y perspectivas opuestas en los encuentros éticos. Las ciencias
biomédicas nos presentan situaciones de gran complejidad, particularmente en el manejo del
comienzo y del fin de la vida humana en la que la aplicación de los valores fundamentales
resulta muy conflictiva. Los debates para fijar pautas morales generales al proceder médico en
esas difíciles circunstancias son intensos y continuados, sin alcanzar acuerdos significativos. Los
valores básicos que consideramos parecieran distantes e insuficientes a las problemáticas (por
ejemplo el caso del destino de embriones en la medicina de la reproducción o, el de la
suspensión de medidas de mantención en pacientes terminales). Sin embargo los valores

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mencionados están presentes, pero su aplicación es compleja y controversial. En los debates
sobre estos temas se mezclan a menudo y, desgraciadamente, información científica con
consideraciones metafísicas, se exorbita el valor de la autonomía y se desdeña el de la
responsabilidad, con lo que el proceso bioético se confunde y embrolla. Desgraciadamente, con
frecuencia algunos grupos de opiniones divergentes se extreman y se encastillan en principios
absolutizados que terminan por aplastar miserablemente a los seres humanos, en una u otra
forma. La tarea de la bioética en estas situaciones candentes es particularmente ardua, no se
vislumbra un camino sin conflictos de valoraciones, sin dolor humano. Las soluciones no son
simples y no hay respuestas que satisfagan a todos. Pareciera que no queda otro remedio más
que recurrir al consenso democrático, con el más educado y respetuoso espíritu, esperando la
llegada de un verdadero acuerdo participativo cuando se calmen las emociones, se maticen los
deseos personales y se acepte la responsabilidad en un amplio sentido, cuando surjan las auto
limitaciones en las posiciones irreconciliables y se cultive la genuina tolerancia. Estas
situaciones éticamente conflictivas recuerdan el problema ético de la guerra, desencadenado por
la falibilidad humana; acciones moralmente censurables, pero desgraciadamente inevitables en
el mundo de los seres humanos.
El propósito de este trabajo no es intentar resucitar dogmatismos religiosos, sino
fundamentalmente señalar que las bases mismas de nuestras teorías éticas no se proponen
como meros supuestos operacionales, sino que como firmes y confiables pilares, como
verdaderas creencias para fundamentar la moralidad humana. Como bien escribía Ortega las
creencias son constitutivas de nuestro vivir, vivimos en éllas; las creencias no son el mero
resultado de la superchería popular, ni débiles compensaciones psicológicas del sufrimiento y de
la miseria humana. Las creencias se encuentran en la base de toda teoría, de toda cosmovisión,
máxime si pensamos que la ,,realidad objetiva del mundo ha desaparecido como posibilidad
cognitiva del ser humano, y la misma racionalidad formal es incompleta, sin certeza absoluta.
Pocas son las evidencias apodícticas y las afirmaciones incontrovertibles en nuestra vida, no
podemos escapar de las creencias y, en esta existencia tenemos que elegir con plena
responsabilidad lo que creemos, si en verdad somos auténticos seres racionales que buscamos
honestamente el bien concreto para todos los hombres, y un noble y generoso sentido a nuestra
existencia. En el tema que nos interesa, se trata de construir una ética que se nutre de los valores
morales primarios de nuestra tradición, que los acepta, no como condición racional a priori o
resultado de complicadas e imprecisas ecuaciones empíricas, sino que como una creencia
esencial que identifica con el eje ético de nuestro mundo occidental. Si queremos asumir nuestra
identidad moral como civilización no debemos levantar barreras impenetrables que se
interpongan entre la bioética, la tradición y la religi

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