Vol.
1,
núm.
1Marzo
2002
Revista Internacional On-line / An International On-line Journal
El regreso de la locura. La historia de Begoña.
J. M. Ayerra.
Resumen
El autor, tras resumir el tratamiento de una paciente anoréxica grave, subraya que el abordaje de este
tipo de pacientes siempre excede a una sola persona y requiere indefectiblemente la presencia de un
equipo . Los aspectos parciales desintegrados deben ser reconocidos e integrados en una unidad,
constitutiva de una realidad individual más y más integrada. Igualmente, los recursos técnicos que
apuntan al desarrollo de estos aspectos parciales exigen ser integrados en el entendimiento de los
técnicos.
Las intervenciones del equipo esconden dos realidades aparentemente contradictorias. De un lado se han
de admitir las limitaciones y se debe mostrar una gran modestia terapéutica permanentemente impuesta
por la práctica diaria. Del otro lado, se debe tener confianza en la trascendencia de las intervenciones que
permiten el desbloqueo de sufrimientos y el logro de de un cambio vital no alcanzable por otros medios.
Frecuentemente, los trabajadores psiquiátricos aspiran a la tecnificación, evitando el compromiso de tener
que incluirse activamente en las dificultades y conflictos de Los opacientes. Sin embargo, el tipo de
trabajo que se describe exige gran cantidad de renuncias de todo orden , pese a lo cual el
enriquecimiento personal se encuentra directamente proporcional al esfuerzo y lcompensa de una manera
más real e íntima. Se necesita una gran creatividad para trabajar en la incertidumbre implicada en un
trabajo caracterizado por la complejidad, sin recurrir a la omnipotencia y al engaño.
Abstract
After making a summary of the treatment of a seriously anorexic patient, the author emphasizes that
treatment of this kind of patient is always carried out by more than one person, and that unfailingly a
team is required. Disintegrated partial aspects must be recognized and integrated in a unit, which
constitutes a further and more integrated individual reality. Likewise, technical resources which point to
development of these partial aspects need to be integrated and understood by the specialists.
Team intervention hides two apparently contradictory truths. On one hand the limitations must be
admitted, and a high level of therapeutical modesty, which is permanently exacted by daily practice, must
be shown. On the other hand, it is necessary to have confidence in the importance of interventions that
may give rise to release from suffering and to a vital change which would be unachievable by other
means.
Frequently psychiatric workers only think of technification, whereby they avoid the compromise to be
actively involved in the difficulties and conflicts of patients. However, the kind of work described means
giving up many different things, although personal enrichment is directly proportional to the effort, and it
compensates it in a truer and closer way. In order not to resort to omnipotence and deceit, great
creativity is needed to be able to work with the uncertainty inherent to work characterized by its
complexity.
Introducción
LEs fundamental conocer el viaje de ida a la locura, para realizar el regreso de ella. Como en física: un
único eje marca la dirección variando el sentido, opuesto en ambos viajes. El regreso de la locura es un
viaje que no se puede realizar solo, se necesita ser acompañado (GARCÍA BADARACCO 1982) (1): uno,
por sí mismo no tiene las claves necesarias; en esto difiere del viaje solitario realizado en la instauración
de la misma -que no es sino una defensa contra el miedo y dolor psíquico insoportable y solitario
(acompañado, cualquier situación y dolor puede ser asumible)-. Cuando señalo la soledad no me refiero a
la presencia o ausencia de personas alrededor de alguien, sino a la capacidad de empatía de éstas,
capaces del reconocimiento de la diferencia e individualidad de la persona sufriente y de sus auténticas
potencialidades (WINNICOTT 1965) (2), que solo podrá desarrollar si son reconocidas por los de
alrededor. La soledad más dañina es la que se produce en presencia física de los que constituyen
nuestros entornos más íntimos. Las personas instaladas en el miedo y la confusión -como en una
permanente transición que no acabase de producirse- cuanto más quieren andar, frecuentemente, más se
alejan de un espacio personal y relacional tranquilizador necesario, avanzando indefectiblemente en la
dirección y sentido que confirma sus miedos; como el esquiador principiante, puesto frente a una pista
despejada de muchos kilómetros en la que hay un árbol solitario. Ante el improbable accidente que se
produciría si éste principiante esquiase sin considerar su presencia; ¡Pues no! En la medida en que el
árbol con su presencia condensa todos los miedos temidos, el principiante, en un intento de tenerlo
controlado y evitarlo, lo mira fijamente enfilándose indefectiblemente hacia él a toda prisa. Avanza en la
dirección de su mirada, logrando finalmente un impacto tan indeseado, como imposible de ser evitado.
A continuación trataré de aclarar con un ejemplo clínico lo que quiero decir del regreso de la locura, como
un viaje costoso y doloroso que no siempre acaba bien, pues acarrea, como todo viaje, múltiples
dificultades y peligros que uno tiene que asumir de antemano, como condición indispensable y necesaria
si su trabajo va a consistir en hacer de guía de regreso en este tipo de viajes (BALINT, 1979) (),
WINNICOTT,1986) ().
Caso clínico
Hará unos dos años que Begoña me fue remitida por un compañero para que la incluyese en uno de mis
grupos de duelo. El motivo de la demanda no era otro que el de encontrarse en una situación imposible,
no avanzando apenas en el tratamiento de su paciente, y con un permanente riesgo de muerte,
escandaloso por lo evidente. Estaba convencido de que la paciente se encontraba parasitada por diversos
duelos traumáticos no realizados, entre otras cosas.
Pese a no correspondernos su asistencia por ser geográficamente de otro sector sanitario, me hice cargo,
fundamentalmente por echar una mano a un compañero al que no conocía, pero que hablaba con
auténtica preocupación e interés de la que hasta ese momento era su paciente y, que a partir de ese
momento pasaría también a ser en parte mía (utilizo el adjetivo posesivo referido a la responsabilidad
individual o compartida de la terapia); igualmente, la distribución de la asistencia por sectores
geográficos que implicando un orden administrativo necesario, quedan siempre supeditado al criterio de
la conveniencia clínica, permitiendo, como no podría ser de otra manera, la excepcionalidad.
En la primera entrevista me encontré, como ya había sido previamente informado, con: una mujer joven;
de extremada delgadez (estaba diagnosticada de anorexia grave); su cara ocupada en su totalidad por
unos ojos grandes, abiertos y saltones, que reflejaban una expresión de alerta y susto como solo los
auténticamente asustados presentan. Hablaba muy bajito, rehuyendo la mirada y solo intervenía si era
preguntada. La gravedad de la situación me hacía estar temporalmente ambivalente en su aceptación
inicial, pero, como me ocurre siempre, después de ser conocida una persona atrapada en un sufrimiento
insoportable, ¿Cómo negarse a ayudarle? ¿Cómo no compartir una parte de lo que circunstancialmente
nos sobra? ¿Cómo evitar empatizar cuando se han reconocido sufrimientos ya superados? (Es el
sufrimiento superado o integrado en la experiencia vital del terapeuta -y de cualquier persona- lo que le
lleva a la solidaridad; por el contrario, el sufrimiento no resuelto, genera dolor y confusión, y hace que
nuestro comportamiento sea fundamentalmente autista, solitario e insolidario por inasumible)
Durante un tiempo le atendí individualmente. Como en todo comienzo se establece un tiempo de tanteo
mutuo, ambos observantes; ella: escamada, recelosa, tensa, inquieta; y yo, entre tanto, intentando
comprobar los daños ocasionados por la soledad y el dolor extremo sufrido durante tanto tiempo. ¿Cómo
se había defendido de él? ¿Con qué nivel de esperanza contaba? ¿Cuáles eran los recursos humanos
disponibles para el viaje de regreso? ¿Cuándo se establecerá un nivel de seguridad y confianza suficiente
como para incorporarla a uno de mis grupos de duelo? -un grupo (FOULKES, 1975) (3), (GARCÍA
BADARACCO, 1990) (4) siempre es un recurso terapéutico mucho más complicado de manejo, pero
potencialmente mucho más poderoso que la terapia individual-.
Pronto pude comprobar toda la desesperación instalada en ella: su soledad, su culpa, una gran culpa que
alternaba con una gran rabia y, frente a ello, un profundo sentimiento de impotencia para salir de la
situación en que se encontraba atrapada y aplastada (FREUD) (). En sucesivas entrevistas relató los
malos tratos de su padre alcohólico hacia ella, habiendo muerto hace unos años; la pasividad de la madre
y el hermano hacia los malos tratos que ella sufría; cómo cuando el padre y la madre se separaron, ella
tuvo que irse a vivir con el padre y los miedos y horrores de ésta convivencia. Su papel en la familia
había sido el de estar de comodín disponible al servicio de los otros; nunca había encontrado en ella un
lugar para sí y sus necesidades, había aprendido a sufrir en silencio, a no preocupar, a no pedir y por
encima de todo a parecer fuerte, extremadamente fuerte. En los últimos años se había visto en la
obligación de ocuparse de su hermano, también toxicómano, detrás del cual se encontraba
permanentemente en un intento de ayuda; frecuentemente le había salido a buscar recorriendo lugares
marginales, relataba toda la angustia que la situación le suponía el obedecer a la madre en el cuidado del
hermano. Un día, como cualquier otro, el hermano le pidió ayuda: que le acompañara; pero Begoña no
pudo hacerlo, salió contrariado y lo encontraron muerto de una sobredosis, de la que ella se siente
profundamente responsable y culpable.
Sólo ha tenido una experiencia en la formación de una pareja, también tumultuosa y fallida, con malos
tratos y abusos hacia Begoña por parte del muchacho -difícilmente podría haber sido de otra manera-.
Por lo demás, su vida de relación prácticamente ausente.
Una historia de hospitalizaciones en diversas instituciones, hospital general, hospital psiquiátrico, en los
momentos de delgadez extrema que hacían y siguen haciendo peligrar su vida; también las
hospitalizaciones habían sido vividas como invasivas y traumáticas -¿Cuándo los pacientes reconocerán
en las hospitalizaciones psiquiátricas una ayuda y un acompañamiento? ¿Cuándo las costosas
hospitalizaciones supondrán una aportación y no un inconveniente adicional a los muchos que vive el
paciente?-.
Su obsesiva y persistente idea de suicidio, solo contradicha por la continuidad de su demanda, acababan
de completar el panorama.
Desde el primer momento en que la asumí acepté un elevadísimo riesgo de suicidio -uno más de los
muchos que en mi vida profesional me ha tocado vivir, algunos de los cuales se han consumado, pero
siempre ha merecido la pena haberlo intentado, además de que las características del suicidio que se ha
consumado, así como la intencionalidad del mismo, han sido totalmente diferente a las iniciales-. Dado
que el riesgo de muerte sin mi colaboración era mucho mayor, no existía más duda para hacerme cargo
de la paciente, que la limitación de mis tiempos, ya de por sí extremadamente exiguos, por unos
objetivos en extremo ambiciosos que apenas puedo sostener con la coherencia necesaria en el día a día.
Después de unos meses de realizar entrevistas esporádicas con ella, incluí a la madre en las mismas.
Ambas viven solas y alejadas del resto del mundo; aunque existe otro hermano de Begoña, éste apenas
interviene en la convivencia. Encontrándose juntas, no existe acompañamiento de la una para con la otra:
la extremada necesidad mutua, el miedo al acercamiento emocional, el odio y los reproches mutuos
instalados entre ambas, se interponen en el encuentro. Finalmente entendiendo que la mejoría de una,
implicaba de forma decisiva a la otra; y que la mejor y más eficaz ayuda vendría de la transformación de
la relación entre ambas -una relación menos destructiva sería el mejor y más eficaz instrumento de
terapia- hasta ese momento la relación entre ambas era su principal obstáculo.
El abordaje grupal
Pasado un tiempo y ya con una relación suficientemente fiable, decidí incluir en primer lugar a Begoña en
el grupo, donde estuvo unos meses sola. Pasado éste tiempo y dado que la madre había comenzado a
acompañar regularmente a la hija al servicio, esperándole fuera, finalmente la invité a participar en el
grupo junto con la hija y previo consentimiento de los miembros del mismo.
Begoña, que aunque tenía una edad suficiente, era en el momento de su inclusión en el grupo de duelo
(AYERRA 1998) (5), la de menor edad; situación que se veía agravada por su aspecto de fragilidad, que
le hacía tener un aire todavía más joven; todo ello hizo que fuese tomada por el grupo como la hija de
todas las participantes, compuesto mayoritariamente por mujeres. Por primera vez en muchos años
Begoña contaba con personas disponibles para sí. Especialmente significativo fue el encuentro entre
Begoña y otra participante mayor Maribel (madre también de un ex toxicómano y cuya presencia tenía
que ver con la muerte traumática en accidente de otro hijo de veintitantos años, al que apenas había
atendido tan pendiente del aparentemente más frágil; igualmente, como la madre de Begoña, ella se
encontraba instalada en una relación matrimonial distante pero respetuosa). Había demasiado
paralelismo como para que no surtiese efecto, la relación de ternura por parte de Maribel era evidente,
para ella Begoña presuponía la hija deseada y no tenida, al igual que el encuentro con la fragilidad que le
movía sentimientos de solidaridad y ayuda que se traducían en atenciones, apoyos y cuidados. Para
Maribel también la oportunidad de reparación en otra persona de su historia, suponía un alivio, buscado y
necesario.
Begoña simplemente sonreía, no pudiendo reaccionar ante las muestras de solidaridad y cariño; sólo en
su asistencia puntual y regular se podía inferir la ayuda. No le era fácil venir, tenía que vencer fuertes
resistencias y grandes miedos. Ya en el grupo, los momentos de confrontación con los conflictos y las
angustias grupales eran vividos por ella intensamente, con gran agitación e inquietud, gran sudoración de
manos y malestar; pese a que siempre me sentaba a su lado y, si no era yo, lo hacía una compañera que
hacía prácticas en psicoterapia grupal conmigo y, que estaba incluida como cooterapeuta en aquel
tiempo. Ambos seguíamos un principio grupal que considero fundamental: cuidando al último, cuidamos a
todos los miembros del grupo; los terapeutas, al igual que los maestros y profesores, justifican su
presencia y su necesidad por el acompañamiento a las personas con mas dificultades.
Como anteriormente he señalado, a la madre la incluí en el mismo grupo un tiempo después, en le
convencimiento de que su presencia sería provechosa para ambas y ante la imposibilidad de desbloquear
suficientemente las situaciones de separación sin un encuentro previo afectivo y real entre ambas. Desde
entonces, se sientan juntas; distantes emocionalmente, pero por lo menos juntas físicamente. En el
tiempo ha mejorado la comunicación entre ambas, se han aclarado y compartido historias y van
aprendiendo a acompañarse un poco más (cuando salían del grupo, Begoña iba unos metros delante de la
madre, como si no fuesen juntas, siempre la imagen es más expresiva que las palabras).
Hace un tiempo, Begoña volvió a estar en un peso crítico, por lo que su psiquiatra decidió una nueva
hospitalización que se realizó en un psiquiátrico de la zona. La hospitalización se tramitó con el
consentimiento de Begoña. La madre iba a visitarla y en la primera visita nos comunicó la enorme
preocupación que la hija le había trasmitido de que le ocupásemos la silla en el grupo, a lo que respondí a
la madre gestualmente, señalando la silla vacía de Begoña que se encontraba a su lado, a la vez que le
pedí que respondiese a la hija que de la silla vacía se ocuparía ella (la madre), evitando que nadie la
ocupase, preservándola para su vuelta. En cada sesión grupal sin Begoña, ésta nos hacía saber a través
de la madre sus recuerdos, que a su vez eran devueltos por los participantes del grupo tras cada sesión.
A su regreso, después de tres semanas, se incorporó al grupo. Su hospitalización había sido menos
traumática que en tiempos anteriores y pudo reconocer que había echado mucho en falta las sesiones
grupales. Igualmente y contrariamente a su costumbre, en las sesiones siguientes pudo pedir algo para sí
y desde sí, lo realizó indirectamente, planteando su situación de vacío de su vida cotidiana, su soledad en
casa y sus dificultades para encontrar sentido a su tiempo, su aburrimiento, su imposibilidad
momentánea para incorporarse a un trabajo; planteando si pudiese venir más tiempo al servicio a realizar
alguna otra actividad; recordándonos las alternativas que habíamos barajado en otro tiempo, por lo que
le propuse la posibilidad de su incorporación al hospital de día de nuestro servicio (pese a que la mayoría
de sus participantes son psicóticos y un número importantes esquizofrénicos), de esa manera podría venir
diariamente y abrir sus perspectivas a otras muchas personas, en ésta ocasión más jóvenes que ella con
las que empezar a relacionarse, además de profundizar más intensamente en su terapia. Aceptó la
propuesta (comenzaba a reconocer su hambre de relación y de cariño y estaba dispuesta por primera vez
a incorporarlos, ésta situación es requisito previo y necesario a la incorporación de la comida),
habiéndose incluido hace aproximadamente unos dos meses.
Es conveniente señalar que la persona que conducía el grupo conmigo en coterapia, tuvo que abandonar
el grupo por motivos laborales, habiéndose incluido al mismo José Luis López -psiquiatra con el que he
compartido las experiencias más complicadas a lo largo del tiempo y que ya me había expresado su deseo
de incluirse en este tipo de grupo; igualmente es el responsable del hospital de día, donde también somos
coterapeutas de otros grupos de psicóticos a los que asisten del orden de 25 a 35 pacientes, dos veces a
la semana, así como del grupo multifamiliar (GARCÍA BADARACCO, 2OOO) (6), que realizado
semanalmente y al que asisten un número de entre 35 a 45 personas (familiares y pacientes)-.
El proceso de desalienación
Aunque el proceso había comenzado desde el primer contacto con el psiquiatra que me la derivó, y que
sigue ocupando un lugar importante en el acompañamiento de vuelta de ésta paciente (en el trabajo en
psicoterapia con pacientes graves se requiere de la implicación de diversas personas que participen en el
proceso, coordinadas (AYERRA, 1998) (7) en la misma dirección y sentido) y continuado con nuestra
inclusión, realizada a demanda de la paciente y, yendo habitualmente por detrás de ésta, generando una
cierta frustración incluso, posponiendo un poco de tiempo las respuestas a sus diversas demandas. El
tiempo de una manera lenta pero segura había comenzado a jugar a su favor: sus conflictos disminuían
en intensidad y número, ese ritmo se rompió, acelerándose el proceso hace unas tres semanas, a raíz de
un acontecimiento que lo precipitó todo y que relato a continuación.
Salíamos José Luis y yo a tomar un café de un seminario teórico que realizamos semanalmente con los
componentes del equipo de hospital de día y otras profesionales colaboradores de otros tiempos, cuando
nos tropezamos con Begoña que venía al hospital de día. Nos sorprendió, cuando, contrariamente a su
costumbre, nos abordó y nos dijo que se encontraba muy mal, que una amiga suya había intentado
suicidarse y le había afectado muchísimo. Le tranquilizamos y le animamos a que relatase la situación en
el grupo que tendríamos posteriormente en el hospital de día, donde analizaríamos pormenorizadamente
la situación. Nuestro comentario posterior entre nosotros fue de una grata sorpresa por la naturalidad y
confianza con que Begoña se nos había dirigido, para participarnos de un mal momento. Posteriormente,
ya en el grupo, le animamos a narrar lo ocurrido. Con dificultad en un principio, invadida por la emoción y
angustia, poco a poco comenzó a relatar el suceso que le atormentaba:
"Estando por la tarde en su casa, recibió la llamada telefónica de una amiga que le notificaba que estaba
desesperada y que pensaba quitarse la vida (anteriormente ya lo había intentado seriamente, fallando,
pero habiendo quedado del acontecimiento con una pierna amputada). Begoña le pidió ayuda a su madre
y ambas fueron a la casa de la amiga, donde pasaron la tarde tratando de tranquilizarla y
acompañándole. Ya al anochecer, más tranquila, la amiga dijo encontrarse mejor, insistiéndoles en que se
marchasen tranquilas, si necesitaba algo una vecina, también conocida, le ayudaría. De regreso a casa y
al poco tiempo, la vecina les volvió a llamar con urgencia, notificándoles que la amiga había tomado una
gran cantidad de pastillas y se encontraba muy mal. La madre de Begoña le dijo a ésta que fuese a la
casa de la amiga y que le llamase si necesitaba algo (extraña manera de proceder, no acompañar a la
hija en el momento más comprometido; situación de reproche de la hija hacia la madre, afirmando que
históricamente le abandonaba en los momentos más comprometidos - probablemente paralizada por el
pánico de la situación-). Ya en casa de la amiga, ésta fue perdiendo el conocimiento, Begoña entró en
pánico y llamó a la madre, fue ésta quien a distancia le dio los teléfonos de urgencia, de la ambulancia,
etc.; algo que le había tocado hacer en diversas ocasiones similares con la hija. Acompañó a la amiga
hasta el hospital en la ambulancia, ella se quedó en la sala de espera, donde permaneció toda la noche;
ya por la mañana, un médico le comunicó que su amiga se encontraba fuera de peligro, que había
recobrado el conocimiento, que podía visitarla; ya en la habitación, ésta le recibió con gran agresividad,
reprochándole que no le dejase morir y culpabilizándole de su situación y del ingreso".
Begoña se sentía en extremo ambivalente y culpable. Podía entender a su amiga porque ella había vivido
situaciones similares, pero fundamentalmente el reproche en el encuentro posterior había sido
especialmente doloroso, haciéndole dudar de sí lo hecho era lo correcto, si tenía derecho a tomar la
decisión del ingreso. El relato fue realizado de forma pausada y acompañado de una gran consternación
física: con gran tensión muscular, temblorosa, excitada e inquieta, sudorosa. Después de hacerle
entender que ella había sido víctima de la amiga, que ambivalente le hacía intervenir un tanto
sádicamente, para posteriormente proyectarle su culpabilidad y seguir viviendo en un malentendido con
su propia existencia, legitimamos su agresividad hacia la amiga, al igual que aprovechamos para trabajar
sobre sus sentimientos de culpabilidad vividos en situaciones parecidas con su hermano y su padre, su
reproche por no ser Dios y no poder variar la vida de los otros. Aspecto importante en el acontecimiento
es que su reacción ante la amiga hablaba también de su íntima y profunda apuesta por la vida, y nos
legitimaba a actuar de esa forma con ella en situaciones parecidas, que había presentado en el pasado y
podrá presentar en el futuro. El resto de los compañeros pudieron compartir su momento y pronto
comenzaron una serie de relatos en que la mayoría se había visto envuelto en relación con deseos
profundos de muerte o suicidio, y algunos de ellos también en sus momentos en que lo habían intentado,
por suerte de forma fallida hasta este momento. Begoña pudo tranquilizarse y sentirse mucho mejor al
final del grupo.
Era jueves, por lo que treinta minutos después comenzaría el grupo de duelos al que asiste en compañía
de la madre, excepcionalmente, a pesar de estar incorporada al programa de hospital de día.
En el grupo de duelos, invitamos a la madre de Begoña a relatar lo ocurrido: se emocionó, pero pudo ir
relatando la angustia y la impotencia que ella sentía en ese tipo de situaciones. Lo puso en relación con
situaciones vividas con el hijo y con Begoña; esta última rompió a llorar culpabilizada, afirmando que:
sintiendo con la amiga lo que había sentido, se daba cuenta del enorme daño que le había hecho a su
madre, y llorando sincera y ruidosamente pedía perdón a su madre por lo que le había hecho sufrir. La
madre sin poder conectar totalmente con el momento emocional de la hija y con el sufrimiento de la
misma le insistía, de forma monótona y no suficientemente convincente que: "una madre siempre
perdona a sus hijos" (mito tan frecuente como falso). La emoción se hizo intensa, fundamentalmente en
Begoña, por lo que le sugerí que contrariamente a lo habitual en el grupo, pudiese abrazar a la madre,
Begoña se levantó y abrazó a la madre entregándose en el abrazo, llorando y pidiéndole perdón; la
madre se mostró tensa, correcta pero poco receptiva -hace tantos años que nadie le ha abrazado que lo
ha olvidado, si alguna vez lo hizo; huye de incurrir en la vulnerabilidad del afecto que tanto dolor le ha
causado-. De regreso cada una a su sitio, el resto de los participantes se incluyeron con sus experiencias
y opiniones. De golpe, Begoña se levantó impulsivamente diciendo que tenía que ir a vomitar -¿Había sido
demasiado para ella, o por el contrario había notado el rechazo y la distancia y separación de la madre? O
quizá, como suele ser frecuente en los empachos, ¿Es todo a la vez lo que se dilucida?-. Salió, no
consideramos oportuno acompañarla. La madre se puso tensa e inquieta, se cerró corporalmente -no
poder controlar a su hija le resultaba insoportable, la imposibilidad de acompañamiento afectivo y
efectivo era fallidamente sustituido por un control tan desmesurado como inútil, cuando no
contraproducente. Esta situación es común en la mayoría de las relaciones más íntimas y significativas de
nuestros pacientes graves-. José Luis, que se encontraba a su lado, percatado de la situación trataba de
darle la mano para tranquilizarle, pero ella cruzados los brazos y escondidas las manos, imposibilitaba la
intención de José Luis. Me dirigí a ella tranquilizadoramente y le sugerí que se dejase dar la mano por
José Luis, que se encontraba sentado a su izquierda, a lo que respondió estereotipada y rápidamente
extendiendo la mano derecha en señal de un saludo convencional y frío, que no pasó desapercibido al
resto de los miembros del grupo y que una vez más confirma la distancia emocional de la madre en estos
momentos; tampoco sabía después de tanto tiempo que dar la mano no era sólo una convención social.
Los minutos fueron pasando y ante el no regreso de Begoña decidí salir en su búsqueda. La encontré en
el baño, con la luz cerrada, detrás de la puerta, llorando silenciosamente. Había bilis en la taza del baño.
Le invité a ir a un despacho ante su negativa a regresar al grupo y el gran desbordamiento en el que se
encontraba. Ya en el despacho: comenzó a llorar ruidosamente, se desmoronó gritando que toda su vida
había sido un fracaso y que todo lo había hecho mal, que no podía más, que no podía más, que le
ayudase pues se estaba volviendo loca, insistentemente afirmaba desolada y desesperadamente no poder
más y estar volviéndose loca. Yo por el contrario le contestaba que entendía las cosas justo al contrario,
como ella había estado loca durante muchísimos años y que en el momento presente, con todo el dolor y
desesperación, se encuentra por primera vez en mucho tiempo, tomando conciencia de la locura en que
se encontraba atrapada; del dolor y desesperación que encerraba la misma, de lo cerca que ha estado de
la muerte en un número importante de situaciones, del daño que le han hecho y que ha hecho, de lo sola
en que se ha encontrado y se encuentra. Todos esos descubrimientos los ha realizado de golpe, todos
juntos, precipitados por el acontecimiento vivido y facilitado a su vez por muchos de los descubrimientos
que ha ido haciendo aquí en éste tiempo. Apenas si las palabras y el contacto hacían efecto; en pocas
ocasiones en los últimos años he compartido una situación tan auténtica, desesperada y difícil para mí como añoraba la compañía del grupo y de José Luis-, cuánta indiscriminación sentimental y de petición de
ayuda, una ayuda total, una anestesia, un milagro. Continuaba gritando su deseo de suicidio junto con
continuas referencias a no poder más y pedirme una y otra vez que le ayudase. En su continua y
aparatosa (pero auténtica) petición de ayuda, finalmente le contesté: sí, te voy a ayudar de la manera
que creo más conveniente en éste momento, te voy a hospitalizar unos días en una estancia corta que te
contenga y te ayude a recobrar tus controles, hoy desbordados y difícilmente contenibles por tu madre,
tan desbordada por la situación como tú misma. En un principio se negaba a su aceptación, pero poco a
poco pudo ir entendiendo y aceptando el ingreso como una solución y la única posible en las
circunstancias actuales. Ya más tranquila, le propuse volver al grupo para compartir con su madre la
decisión de la hospitalización, además de con el resto de compañeros del grupo. Nuestra presencia
tranquilizó a la madre y al resto, su tranquilidad fue mayor cuando le trasmití la decisión de una
hospitalización de Begoña inmediata; llamé a una ambulancia, hablé con el médico de guardia y ya hacia
las 15;40 horas enviaba a Begoña acompañada de su madre en una ambulancia al hospital que le
correspondía.
Apareció en nuestro servicio unos días después, viniéndome a buscar a mí despacho pese a no tener cita.
Me consultó algún problema de su medicación -cualquier situación hubiese sido buena para avisarme de
su presencia-, pues el psiquiatra habitual de referencia se encontraba de viaje. Me resumió su
hospitalización definiéndola de muy desagradable, con una entrada no adecuada, como una auxiliar le
había recibido diciéndole: "ya vuelves a estar aquí, poco has durado ésta vez", poco receptivos a su
problema una enfermera le habían llamado mentirosa públicamente por decirles que había merendado en
casa de su madre en una salida, cuando no lo había hecho. No estando bien, pidió el alta voluntaria pues
no podía aguantar más y prefería estar en casa con su madre y seguir viniendo diariamente aquí al
hospital de día. Le notifiqué lo que ya supongo que sabía y es que me marchaba unos días de vacaciones,
por lo que sí requería algo se dirigiese a José Luis; igualmente y a pesar de no estar yo en los grupos, le
animaba a seguir participando en ellos como lo venía haciendo últimamente; hablamos así mismo de lo
ocurrido el último día y de cómo supongo puede significar un gran paso en su mejoría. En nuestra
despedida, le recordé e insistí que si le venían las ideas obsesivas de suicidio, pospusiese su realización
hasta mí vuelta, que ni se le ocurriese suicidarse y que me esperase, si no por ella, por el cariño y
agradecimiento que me tiene. Así finalizamos nuestro encuentro, pidiéndole encarecidamente que no se
matase y que me esperase, pues por primera vez me encuentro mucho más convencido de que tiene todo
para vivir mucho más gratamente de lo que lo ha podido hacer hasta ahora y eso merece intentarse.
Su historia continúa, yo escribÍ éste relato a distancia, de vacaciones, con más esperanzas si cabe de que
ésta historia pueda acabar de una manera muy diferente a la predicha en los primeros tiempos.
Conclusiones
1) Cuando asumí a Begoña por primera vez, el riesgo de suicidio era tan evidente y real, que su sola
presencia, su delgadez, su mirada lejana y vacía era en sí misma la representación de la muerte (la
muerte en vida es de todas las muertes la más complicada y dolorosa, y a la que más hay que temer;
solo los locos, paradójicamente a lo que se cree, están dispuestos a sobrevivir a cualquier precio,
consecuencia de ello es el riesgo de suicidio presente en los momentos de evoluciones favorables donde
se restituye la capacidad de pensar y la toma de conciencia de su situación y del contexto social en el que
se encuentran incluidos).
En el momento presente, aun persistiendo la gravedad, el riesgo suicidio es mucho menor, hay contacto
humano y sus demandas no se realizan al vacío. Aparece un mundo de nuevas posibilidades para Begoña
en el actual escenario de su existencia, un escenario donde la vida restablecida en la comunicación es
posible. El único escenario recreado como posible, el de muerte y la vida al servicio de la representación
continua de la muerte, se encuentra momentáneamente en entredicho, a la espera de las explicaciones
que aclaren y restituyan los sentidos perdidos en el sufrimiento y de las nuevas e inéditas experiencias
que confirmen y avalen dichos conocimientos, acabando de enterrar un pasado traumático que se pondrá
al servicio de la nueva perspectiva vital que recientemente comienza a aparecer como un pequeño brote
débil, vulnerable y tierno; portador de esperanza, sin la que la vida se encuentra imposibilitada -la vida
también es una cuestión de fe y la fe se alimenta de experiencias amorosas integradas en la profundidad
de nuestro ser, no en la parte externa que concierne al mundo de la razón y de las palabras-.
2) El tratamiento de personas graves, siempre excede a una sola persona, tenga la cualificación que
tenga, requiriendo indefectiblemente la presencia de un equipo adecuado que pueda andar en la misma
dirección y sentido, generando sinergias posibilitadoras de ideas y experiencias relacionales y vitales que
implican el complicado proceso. Los aspectos parciales desintegrados, requieren ser reconocidos e
integrados en una unidad, constitutiva de una realidad individual más y más integrada; igualmente, los
recursos técnicos que apuntan al desarrollo de estos aspectos parciales, requieren ser integrados en el
entendimiento de los técnicos, como una realidad superior para que se nos puedan mostrar útiles y
compatibles.
3) Nuestras intervenciones esconden dos realidades aparentemente contradictorias. De un lado: debemos
admitir nuestra limitación y por tanto la aceptación de una modestia terapéutica permanentemente
impuesta por la práctica diaria. Del otro lado: la gran trascendencia de nuestras intervenciones, requisitos
indispensables en un momento dado para el desbloqueo de sufrimientos y la posibilitación de un cambio
necesario para la vida imposible sin nuestra intervención.
4) Frecuentemente, los trabajadores psiquiátricos aspiran a la tecnificación, a encontrar en las técnicas
medios eficaces de cambio de los otros, evitando el compromiso de tener que incluirse activamente en las
dificultades y conflictos que atenazando a nuestros pacientes les hacen sufrir. Tengo que reconocer que
intenté éste camino en otro tiempo fracasando, hoy sólo creo en la implicación valiente y sincera en los
problemas que encaramos, en un trabajo realizado desde dentro, implicando nuestras tripas y nuestros
afectos en un contesto de sinceridad. Éstos considero que son los requisitos indispensables en el trabajo
de vuelta que supone la desalienación y que implica ponerse empáticamente en el lugar donde el otro se
encuentra atrapado, para desde allí acompañarle en la vuelta.
5) Conozco sinceramente la dificultad del trabajo tal como lo propongo, la gran cantidad de renuncias de
todo orden que conlleva, pese a lo cual el enriquecimiento personal se encuentra directamente
proporcional al esfuerzo y las renuncias, compensando de una manera más real e íntima. Se necesita una
gran creatividad para trabajar en la incertidumbre implicada en un trabajo caracterizado por la
complejidad, sin recurrir a la omnipotencia y al engaño. Es necesario un gran esfuerzo de todo tipo, en
aras de conseguir una evolución y madurez personal, que en definitiva es el elemento más valioso con
que uno cuenta, en mi forma de entender y encarar el trabajo psicoterapéutico.
6) Las crisis abren puertas y posibilidades inéditas hasta ese momento, frecuentemente son la antesala
de la mejoría si no se ven irrumpidas e interrumpidas groseramente. Sólo requieren ser reconocidas,
respetadas y a ser posible acompañadas.
7) No importa cual sea el destino final de nuestros pacientes, lo que realmente importa es haberlo
intentado profunda y sinceramente. "Quien hace lo que puede no esta obligado a más".
ASMR Revista Internacional On-line - Dep. Leg. BI-2824-01 - ISSN (en trámite)
CORE Academic, Instituto de Psicoterapia, Manuel Allende 19, 48010 Bilbao (España)
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