REVISTA ELECTRÓNICA DE PSIQUIATRÍA
Vol. 1, No. 3, Septiembre 1997
ISSN 1137-3148
Estudio de la influencia de las causas
físicas sobre la facultad moral.
Benjamin Rush, M. D.
ARTÍCULO HISTÓRICO
Profesor de química en la Universidad de
Pennsylvania
Comentario del prof. D. Barcia
Catedrático de Psiquiatría. Universidad de Murcia.
Jefe de Servicio de la Unidad Docente de
Psiquiatría.
E-mail: Barcia@hgum.sms.carm.es
Benjamin Rush, M.D. Profesor de química en la Universidad de Pennsylvania.
Estudio de la influencia de las causas físicas sobre la facultad moral.
Discurso pronunciado ante la Sociedad Filosófica Americana en su sesión celebrada
en Filadelfia, el 27 de Febrero de 1786.
Filadelfia: Impreso por Charles Cist. MDCCLXXXVI.
caballeros:
Fue con el loable propósito de fomentar el espíritu de emulación e investigación entre los
miembros de nuestra sociedad que los fundadores instituyeron un discurso anual. La tarea
de prepararlo y pronunciarlo ha recaído una vez más en mi persona. He accedido a ello, no
porque me considerara capaz de satisfacer sus intenciones, sino porque deseaba, mediante
el testimonio de mi obediencia a sus deseos, compensar mi larga ausencia del templo de la
ciencia.
El tema que tengo el honor de tratar ante Vds esta noche se titula "Estudio de la influencia
de las causas físicas sobre la facultad moral".
Por facultad moral entiendo la facultad de la mente humana de distinguir y elegir entre el
bien y el mal; o, dicho de otro modo, entre virtud y vicio. Se trata de un principio innato y,
aunque puede mejorarse por la experiencia y la reflexión, no deriva de ninguna de ellas.
San Pablo y Cicerón ofrecen la descripción más perfecta que pueda encontrarse en autor
antiguo o contemporáneo alguno. "Pues cuando los gentiles (dice San Pablo), que no tienen
ley, practican por naturaleza las cosas de la ley, éstos, no teniendo ley, son ley para sí
mismos, los cuales muestran la obra de la ley escrita en sus corazones, siendo testigos sus
conciencias y los razonamientos que entre sí los acusan o defienden mutuamente* ".
Las palabras de Cicerón son del siguiente tenor: "Est igitur haec, judices, non scripta, sed
nata lex, quam non didicimus, accepimus, legimus, verum ex natura ipsa arripuimus,
hausimus, expressimus, ad quam non docti, sed facti, non instituti, sed imbuti sumus".
Esta facultad se confunde a veces con la conciencia, que es una capacidad independiente y
especial de la mente. Esto queda reflejado en el pasaje citado de los escritos de San Pablo,
en los que se dice que la conciencia es el testigo que nos acusa o excusa de una infracción
de la ley escrita en nuestros corazones. La facultad moral es lo que los eruditos denominan
la "regula regulans", la conciencia es su "regula regulata". O, empleando términos más
actuales, la facultad moral realiza la función de legislador, mientras que la conciencia
actuaría de juez. La facultad moral es a la conciencia lo que el gusto al juicio, y la
sensación a la percepción. Es rápida en sus operaciones y, al igual que la planta sensible, la
facultad moral actúa sin reflexión; la conciencia, por el contrario avanza con pasos
deliberados y evalúa todas sus acciones mediante la medida inequívoca del bien y del mal.
La facultad moral se ejercita con las acciones de los demás. Aprueba, incluso en libros, las
virtudes de un Trajano, y desaprueba los vicios de un Mario, mientras que la conciencia
limita sus funciones sólo a sus propias acciones. Estas dos facultades de la mente se
encuentran por lo general en una relación mutua exacta, si bien a veces están presentes en
diferentes grados en una misma persona. Así a menudo encontramos una conciencia plena
junto a una disminución o ausencia total de la facultad moral.
Durante mucho tiempo los metafísicos se han preguntado si la conciencia está situada en la
voluntad o en el entendimiento. Esta controversia sólo puede resolverse admitiendo que la
voluntad es la sede de la facultad moral y el entendimiento la de la conciencia. La
naturaleza misteriosa de la unión de estos dos principios morales con la voluntad y el
entendimiento va más allá del ámbito del presente estudio.
Dado que, en mi opinión, la virtud y el vicio se basan en acciones y no en opiniones, y
dado que estas acciones proceden de la voluntad, y no de la conciencia, limitaré mi
investigación principalmente a la influencia de las causas físicas sobre la capacidad moral
de la mente en relación con la volición, si bien muchas de estas causas actúan igualmente
sobre la conciencia, como mostraré más adelante. El estado de la facultad moral se ve a
través de las acciones que afectan al bienestar de la sociedad. El estado de la conciencia es
invisible, y por tanto está fuera del ámbito de nuestra investigación.
La facultad moral ha recibido distintos nombres según los autores. Se trata del "sentido
moral" del Dr. Hutchison; la "simpatía" del Dr. Adam Smith; el "instinto moral" de
Rousseau; y "la luz que alumbra a todo ser humano que viene al mundo" de San Juan. He
adoptado el término "facultad moral" del Dr. Beattie pues, en mi opinión, expresa con más
claridad la idea de la capacidad de la mente de discernir entre bien y mal.
Nuestros tratados de medicina contienen numerosos ejemplos de los efectos de las causas
físicas en la memoria, la imaginación y el juicio. A veces observamos su acción sobre una,
a veces dos, y en numerosas ocasiones sobre estas tres facultades. Su perturbación ha
recibido distintos calificativos dependiendo del número de facultades afectadas o del tipo
de ellas. La pérdida de memoria se ha denominado "amnesia"; el falso juicio sobre un
individuo "melancolía"; el falso juicio sobre todos los sujetos "mania"; y una deficiencia de
las tres facultades intelectuales mencionadas "amentia". Aquéllos que actúan bajo la
perturbación o ausencia de cualquiera de estas facultades de la mente son considerados, con
razón, sujetos de la medicina; y existen muchos casos que demuestran que sus
enfermedades se han rendido al arte de la curación.
Con objeto de ilustrar los efectos de las causas físicas sobre la facultad moral, será
necesario en primer lugar mostrar sus efectos sobre la memoria, la imaginación y el juicio;
indicando al mismo tiempo la analogía entre su acción sobre las capacidades intelectuales
de la mente y la facultad moral.
1. ¿Observamos alguna conexión entre las capacidades intelectuales y el grado de
consistencia y firmeza del cerebro durante la primera infancia y la niñez? La misma
relación se ha observado entre la fuerza y el progreso de la facultad moral en los
niños.
2. ¿Observamos que existe relación entre el tamaño del cerebro (así como un
determinado tipo de rasgos, como por ejemplo ojos prominentes y nariz aguileña), y
un genio extraordinario? Una relación parecida puede observarse entre la figura y el
temperamento corporales y ciertas facultades morales. Así, a menudo atribuímos a la
corpulencia un temperamento agradable y benevolente e irascibilidad a hábitos
sanguíneos. César se encontraba cómodo en unión de Antonio y Dolabella, que
poseían cabezas de elegantes líneas, sin embargo desconfiaba de las opiniones del
delgado Casio.
3. ¿Observamos que hay facultades intelectuales que son heriditarias en ciertas
familias? La misma observación se ha hecho en relación con las facultades morales.
Asi, consideramos con frecuencia que determinados vicios o virtudes son típicos de
unas determinadas familias en todos sus grados de consaguinidad y duración, como
por ejemplo una determinada voz, complexión o forma.
4. 4. ¿Observamos casos de ausencia total de memoria, imaginación y juicio, bien por
un defecto original en la estructura del cerebro o como consecuencia de causas
físicas? La misma anomalía puede observarse a veces en una facultad moral y,
probablemente, por las mismas causas. El celebrado Servin, cuyo carácter es descrito
por el Duque de Sully en sus memorias, parece ser un ejemplo de ausencia total de
facultad moral, mientras que el hueco dejado en su mente parece haber sido ocupado,
a través de una extraordinaria ampliación, por las demás facultades mentales. Me
gustaría repetir aquí la historia de este prodigio de vicio y saber: "Imagine el lector
un hombre con un genio tan agudo y un entendimiento tan amplio que sabía
prácticamente de todo lo que pudiese saberse; de una comprensión tan vasta y
completa que inmediatamente dominaba cualquier cosa que intentaba; y de una
memoria tan prodigiosa que nunca olvidaba lo que aprendía. Profesaba todas las
ramas de la filosofía y las matemáticas. Incluso era tan diestro en teología que
predicaba excelentemente, siempre que tuviera una mente con la que ejercitar su
talento, y un competidor capaz, a favor o en contra - indistintamente - de la reforma
de la religión. No sólo sabía griego, hebreo y todas las lenguas que llamamos cultas,
sino también las distintas jergas o diferentes dialectos modernos, con un acento y
pronunciación tan naturales, imitando los gestos y maneras tanto de las distintas
naciones de Europa y las múltiples provincias francesas, que podría haber pasado por
nativo de todas ellas, o de cualquiera de estos países. Y aplicaba estas cualidades
para engañar a toda suerte de personas, en lo que era un consumado experto. Además
era el mejor actor y mayor cómico que jamás existiera. Tenía genio para la poesía y
escribía numerosos versos. Tocaba prácticamente todos los instrumentos, siendo un
perfecto maestro de la música, y cantaba con la máxima perfección y agrado.
Asimismo podía decir misa, pues tenía predisposición a hacer y saber de todo. Su
cuerpo hacía perfecto honor a su mente: ligero, grácil, diestro y apto para todo tipo de
ejercicio. Montaba bien, y era admirado cuando bailaba, luchaba y saltaba. No
existen juegos recreativos que desconociera y dominaba prácticamente todas las artes
mecánicas. Pero demos ahora la vuelta a la moneda. Sucedía que era traicionero,
cruel, cobarde, deshonesto, mentiroso, impostor, borracho y glotón, tramposo en el
juego, inmerso en todo tipo de vicios, blasfemo, y ateo. En resumen, reunía todos los
vicios contrarios a la naturaleza, el honor, la religión y la sociedad, la verdad de lo
cual él mismo certificó con su último aliento; pues murió en la flor de la vida, en un
burdel corriente, perfectamente corrompido por su disipada vida, expirando con un
vaso en la mano, maldiciendo y renegando de Dios."*
Fue probablemente un estado de la mente humana como el que se acaba de describir
al que nuestro Salvador aludió cuando llamó "diablo" al discipulo que estaba a punto
de traicionarle. Quizás la esencia de la depravación en los espíritus infernales
consista en su falta total de facultad moral. En ellos la voluntad ha perdido
probablemente la capacidad de elegir, así como la inclinación a disfrutar de bondad
moral. Cierto, hemos leído acerca de cómo temblaban pensando en la existencia de
un Dios y de cómo anticipaban un futuro castigo preguntando si íban a ser
atormentados antes de tiempo: Pero ello es el efecto de la conciencia, y de aquí surge
otro argumento en favor de esta capacidad discriminatoria de la mente, distinta de la
facultad moral. Parecería como si el Ser Supremo hubiese preservado la facultad
moral en el hombre de las ruinas de su caída con el fin de volverle a guiar hasta el
Paraíso, y al mismo tiempo hubiera convertido la conciencia, tanto de los hombres
como de los espíritus caídos, en una suerte de reino dentro de su imperio moral, con
objeto de mostrar su propiedad en todas las criaturas inteligentes y su parecido
original con él mismo. Quizás la esencia de la depravación moral en el hombre
consista en una total, aunque temporal, suspensión de la conciencia. Se afirma en la
literatura que las personas que se encuentran en esta situación tienen sus conciencias
marcadas con un "hierro ardiendo"; se dice asimismo que están "doblemente
muertas", esto es, que el mismo torpor o insensibilidad moral ha afectado a la
facultad moral y a la conciencia.
5. ¿Observamos alguna vez la existencia de una sola de las tres capacidades
intelectuales mencionadas, sin la presencia de las otras dos? Algo parecido se
observa con la facultad moral. Una vez conocí a un hombre que no mostraba señal
alguna de razón y que poseía el sentido o facultad moral en tal alto grado que pasaba
su vida entera en actos de benevolencia. No sólo era inofensivo (lo que no ocurre
siempre con los idiotas) sino que era tambíen amable y afectivo con todo el mundo.
No tenía idea del tiempo sino el que le sugerían los retornos de los servicios
religiosos, de los que parecía disfrutar mucho. Pasaba varias horas al día orando
privadamente y ponía tanto empeño en ello que una vez lo encontraron en el lugar
menos imaginable del mundo para tal fin: un horno.
6. ¿Vemos que la memoria, la imaginación y el juicio son alterados por enfermedades,
sobre todo fiebres y perturbaciones mentales? ¿Dónde está el médico que no haya
visto jamás la facultad moral alterada por esas mismas causas? ¡Frecuentemente
vemos nuestro temperamento totalmente transformado por la enfermedad y
escuchamos a personas de la más delicada virtud durante un delirio febril pronunciar
discursos ofensivos a la decencia y las buenas maneras. De buena fuente me han
contado la historia de un clérigo con un carácter moral de lo más ejemplar que pasó
los últimos momentos de una fiebre, que le privó tanto de su razón como de su vida,
profiriendo maldiciones y juramentos. Una vez atendí a una joven con una fiebre
nerviosa que mostró , tras su recuperación, la pérdida de su antiguo hábito de decir la
verdad. Su memoria (un defecto de la cual podría ser el causante de este vicio) se
hallaba en todos los aspectos tan perfecta como antes del ataque de fiebre*. Los casos
de falta de moralidad en los maníacos, que anteriormente se distinguían por el
carácter opuesto, son tan numerosos y bien conocidos que no será necesario
seleccionar ninguno para determinar la verdad de la proposición contenida en este
apartado.
7. ¿Vemos que se produce un aumento de cualquiera de las tres capacidades
intelectuales antes mencionadas como resultado de la enfermedad? Los pacientes
afectos por el delirio de una fiebre a menudo experimentan momentos de una
extraordinaria imaginación y los perturbados mentales suelen sorprendernos con sus
maravillosos actos de memoria. Una mejora similar se produce en el caso de la
facultad moral. En más de una ocasión he escuchado las más sublimes palabras sobre
moralidad pronunciadas en la habitación de un hospital, y ¿quién no ha visto casos de
pacientes con enfermedades agudas manifestar grados de benevolencia e integridad
que no eran normales en ellos en el curso ordinario de sus vidas?
8. ¿Hemos observado alguna vez la existencia de una demencia parcial o percepción
falsa sobre un determinado tema mientras que el juicio permanece sano y correcto en
relación con cualquier otro tema? En algunos casos se percibe un defecto similar en
la facultad moral. Existen personas que son morales en el más alto grado en relación
con algunos de sus deberes y que, sin embargo, viven bajo la influencia de algún
vicio. Conocí el caso de una mujer ejemplar en su obediencia a todos los
mandamientos de la ley moral, excepto a uno. No podía dejar de robar. Lo que
convertía este vicio en especialmente extraño es que la señora disfrutaba de una
posición económica holgada y no se le conocía afición por extravagancias de ningún
tipo. Tal era su propensión a robar que cuando, sentada a la mesa de un amigo, no
podía quedarse con nada más valioso, solía llenarse los bolsillos secretamente de pan.
Como prueba de que su juicio no se hallaba afectado por este fallo de su facultad
moral, la señora confesaba y lamentaba su fechoría cuando la detectaban.
9. ¿Observamos que la imaginación en numerosas ocasiones se ve alterada por
aprehensiones de miedos inexistentes? De igual manera se observa que la facultad
moral muestra una sensibilidad por el vicio totalmente desproporcionada en relación
con su grado de depravación. Frecuentemente vemos que personas afectas por esta
sensibilidad mórbida se niegan a dar una respuesta directa a una simple pregunta
relacionada quizás con el tiempo o la hora del día no sea que perturben la paz de sus
mentes diciendo una falsedad.
10. ¿Afectan los sueños a la memoria, la imaginación y el juicio? Los sueños no son sino
ideas incoherentes producidas por un dormir parcial o imperfecto. Hay variedad en la
suspensión de las capacidades mentales en este estado del sistema. En algunos casos
es sólo la imaginación la que se encuentra perturbada en el sueño; en otros se trata de
la memoria; y en otros del juicio. Sin embargo hay ocasiones en las que el cambio
que se produce en el estado del cerebro por el sueño, afecta también a la facultad
moral. Así, a veces soñamos hacer y decir cosas mientras dormimos de las que nos
estremecemos en cuanto nos despertamos. Esta supuesta desviación de la virtud se da
frecuentemente en sueños en los que la memoria y el juicio se ven escasamente
afectados, por lo que no se puede atribuir a la deserción de esas dos capacidades
mentales.
11. ¿Leemos en los relatos de viajeros acerca de hombres que, en lo tocante a capacidad
y disfrute intelectuales, están sólo unos grados por encima de los animales? También
leemos acerca de una degradación similar de nuestra especie respecto a la capacidad
y sentimientos morales. En este punto se hace necesario comentar que el bajo nivel
de percepción moral que ha sido observado en ciertas tribus africanas y rusas no
invalida nuestra proposición de la existencia de una facultad moral universal y
esencial en la mente humana del mismo modo que el bajo estado de de sus intelectos
no probaría que la razón no es natural al hombre. Sus percepciones del bien y del mal
están en proporción exacta con su capacidad intelectual. Pero iré más allá y admitiré,
con el Sr. Locke* , que algunas naciones salvajes carecen totalmente de facultad
moral, lo cual no significa, sin embargo, que ésta sea la constitución original de sus
mentes. El apetito por ciertos alimentos es común a toda la humanidad.
Efectivamente ¿es que hay nación o individuo a los que, en su estado primitivo de
salud, el pan no resulte agradable? Ahora bien, si encontramos salvajes o individuos
con estómagos tan desordenados por la intemperancia que rechazan este alimento tan
simple y saludable, ¿afirmaremos entonces que ésta es la constitución original de sus
apetitos? En absoluto. Podríamos afirmar asimismo, dado que los salvajes destruyen
su belleza pintando y cortándose el rostro, que los principios del gusto no existen de
modo natural en la mente humana. Con la virtud sucede como con el fuego. Existe en
la mente del mismo modo que el fuego en ciertos cuerpos, en un estado latente o
quiescente. Al igual que una colisión torna el fuego sensible, así la educación hace
visible la virtud. Sería tan absurdo mantener que, puesto que las aceitunas nos gustan
a base de comerlas, no tenemos apetito natural para ningún otro tipo de alimento, que
afirmar que parte de la especie humana existe sin principio moral porque en algunos
individuos no se han dado las causas que pongan dicho principio en acción o que el
mismo ha sido pervertido por el ejemplo. Existen apetitos que son enteramente
artificiales. Hay gustos que están tan viciados como para percibir belleza en la
deformidad. Hay pasiones aletargadas o artificiales. ¿Por qué no podría haber
también, bajo ciertas circunstancias desfavorables, una facultad moral en estado
latente o sujeta a error?
La única disculpa que ofreceré por manifestar mi desacuerdo con ese justamente celebrado
oráculo, que fue el primero en desplegar ante nosotros un mapa del mundo intelectual, será
que el ojo perspica< del genio a menudo lanza sus dardos más allá de la constancia de los
hechos, que ya están acomadados a los estrechos órganos de percepción del ser humano, el
cual no posee otro talento que la observación.
No es sorprendente que el Sr. Locke haya confundido este principio moral con la razón, o
que Lord Shaftsbury lo haya confundido con el gusto, ya que estas tres facultades alaban
los mismos objetos. Sin embargo, existen en la mente de manera independiente. La
influencia favorable que el avance tanto de la ciencia como del gusto han tenido sobre la
moralidad solo puede atribuirse a la perfecta unión existente en la naturaleza entre los
dictados de la razón, el gusto y la facultad moral. ¿Cómo es que el espíritu humano ha
avanzado tanto en los últimos años en las cortes europeas? Simplemente porque tanto los
reyes como sus ministros han aprendido a razonar acerca de temas filosóficos. ¿Por qué
han desaparecido la indecencia y la irreverencia de los escenarios de Londres y París? Sólo
porque la inmoralidad constituye una ofensa algusto altamente cultivado de franceses e
ingleses.
Agradará a los amantes de la virtud observar la profundidad y amplitud de este principio
moral en la mente humana. ¡Felizmente para la raza humana, los caminos del deber y la
felicidad no dependen de las lentas operaciones y dudosas inducciones de la razón ni de las
precarias decisiones del gusto! Así, con frecuencia hallamos la facultad moral en un estado
de vigor en personas en las que la razón y el gusto existen en un estado débil e incultivado.
Asimismo merece la pena indicar que mientras que las segundas ideas son mejores en
cuestiones de juicio, las primeras son preferibles en asuntos que competen a la moralidad.
En estos casos, las segundas ideas suelen ser compromisos entre el deber y las
inclinaciones corruptas. Así, Rousseau ha dicho que "un instinto moral bien regulado es el
camino más seguro hacia la felicidad".
Agradará igualmente a los amantes de la virtud observar que nuestra conducta moral y
nuestra felicidad no están sujetas a un único poder legislativo. La conciencia, como
prudente y fiel consejera revisora, desempeña la función de controlar la facultad moral,
previniendo así las consecuencias fatales de una acción inmoral.
Anticipo el surgimiento de una objeción a la doctrina de la influencia de las causas físicas
sobre la facultad moral por favorecer, supuestamente, la opinión de la materialidad del
alma. Ahora bien, no veo que esta doctrina nos obligue a decidir sobre la cuestión de la
naturaleza del alma más que los hechos que demuestran la influencia de las causas físicas
sobre la memoria, la imaginación o el juicio. En relación con este asunto comentaré, sin
embargo, que los escritores que defienden la inmortalidad del alma han hecho a esa verdad
un flaco favor conectándola necesariamente con su inmaterialidad. La inmortalidad del
alma depende de la voluntad de Dios, y no de las supuestas propiedades del espíritu. La
materia es, por naturaleza, tan inmortal como el espíritu. Puede resolverse, calentándola y
mezclándola, en una variedad de formas; pero se necesita la misma mano divina para
destruirla que la que fue necesaria para crearla. No conozco otros argumentos para probar
la inmortalidad del alma que los que derivan de la revelación cristiana*. Sería igual de
razonable afirmar que la cubeta oceánica es inmortal por la grandeza de su capacidad para
contener agua; o que vayamos a vivir para siempre en este mundo porque tenemos miedo a
morir, como defender la inmortalidad del alma en base a la grandeza de su capacidad para
el conocimiento y la felicidad, o en base a su miedo a ser destruída.
Tampoco debe hacer suponer nada de lo dicho anteriormente que yo defienda la idea de la
necesaria influencia de las causas físicas sobre la libertad de la voluntad. Creo en la
clarividencia divina porque concibo este atributo como algo inseparable a la perfección de
Dios; y creo en la libertad de la agencia moral en el hombre, porque la concibo como algo
esencial a su naturaleza de ser responsable. En aquellos casos en que la facultad moral
queda privada de su libertad por enfermedades involuntarias, pienso que el hombre deja de
ser sujeto de gobierno moral del mismo modo que lo deja de ser de gobierno civil cuando
queda privado del uso de razón por trastornos involuntarios.
Comenté al principio de este discurso que aquellas personas privadas del justo ejercicio de
la memoria, la imaginación o el juicio son casos adecuados para la medicina, y que hay
muchos casos registrados que demuestran que las enfermedades resultantes del trastorno de
estas facultades han respondido favorablemente al arte de la curación.
Quizás sea solo porque los trastornos de la facultad moral no han podido ser relacionados
con ninguna causa física por lo que los escritores de medicina han olvidado otorgarles un
lugar en sus sistemas de nosología y se hayan realizado tan escasos intentos por reducirlos
o eliminarlos mediante remedios físicos, racionales o morales.
No intentaré buscar argumentos para mis opiniones en la analogía de la influencia de las
causas físicas sobre el temperamento y conducta de los animales. Los hechos que
presentaré en favor de la acción de estas causas sobre la moralidad de la especie humana
harán innecesarios, espero, los argumentos que podrían extraerse de esa área.
Soy consciente de que al aventurarme en esta materia estoy pisando suelo inexplorado. Me
siento como Eneas a punto de entrar en las puertas del Averno, pero sin Sibila que me
instruya en los misterios que me aguardan. Preveo que aquéllos que han sido educados en
el hábito mecánico de adoptar ideas populares o establecidas aborrecerán la doctrina que
voy a proponer, mientras que aquéllos con sentido y genio escucharán mis proposiciones
con imparcialidad y, si no las adoptan, aplaudirán esa audicia investigadora que me empujó
a explorar.
Empezaré por intentar suplir los defectos de los escritores nosológicos denominando a la
acción parcial o debilitada de la facultad moral MICRONOMIA. La ausencia total de esta
facultad la llamaré ANOMIA. La ley a que hago referencia en estas nuevas clases de
vesania consiste en la ley natural escrita en el corazón humano y que citamos anteriormente
de los escritos de San Pablo.
Al tratar los efectos de las causas físicas sobre la facultad moral, podría ser útil ampliar
nuestras ideas sobre esta materia, limitarnos a ciertas clases de vicios y virtudes, y señalar
los efectos de determinadas causas sobre cada tipo de vicio y virtud. Sin embargo, ello nos
introduciría en un campo demasiado extenso para los límites del presente estudio.
Únicamente indicaré unos cuantos casos y sin duda el ingenio del público asistente suplirá
mi silencio deduciendo el resto.
Es irrelevante el hecho de que las causas físicas que van a ser enumeradas actúen sobre la
facultad moral a través de los sentidos, las pasiones, la memoria o la imaginación. Su
influencia es igualmente cierta, independientemente de que actúen como causas remotas,
predisponentes u ocasionales.
1. LOS EFECTOS DEL CLIMA sobre la facultad moral reclaman nuestra atención en
primer lugar. No sólo los individuos sino también las naciones derivan una parte
considerable de su carácter moral e intelectual de las cantidad de sol de que disfrutan.
Venganza, ligereza, timidez e indolencia atemperadas con ocasionales emociones de
benevolencia, son cualidades morales de los habitantes de climas templados,
mientras que el egoismo, suavizado con sinceridad e integridad forman el carácter
moral de los habitantes de países fríos. El estado del tiempo y las estaciones del año
también tienen un efecto visible sobre la sensibilidad moral. Se ha dicho que el mes
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de noviembre en Gran Bretaña, deprimente por la influencia de las constantes lluvias
y nieblas, favorece la comisión de los peores tipos de crímenes, mientras que el sol
de primavera, en la latitudes medias, es conocido por producir un carácter dulce y
benevolente.
LOS EFECTOS DE LA DIETA sobre la facultad moral son más ciertos que los
efectos del clima, aunque no se les ha prestado tanta atención. Dicen que el pan
integral fue una de las causas predisponentes de los vicios de las ciudades de la
llanura. Los ayunos tan a menudo inculcados a los judios tenían el fin de disminuir
los incentivos al vicio; pues el orgullo, la crueldad y la sensualidad son
consecuencias tan naturales del lujo como las apoplejías y las parálisis. Pero no solo
la cantidad sino la calidad del alimento influye en la moralidad; así, hallamos que los
trastornos morales mencionados son con mucha frecuencia el resultado de la
ingestión de alimentos animales. El elegante profeta Isaías parece haber sido
consciente de ello al atribuir efectos saludables a una moderada dieta vegetariana.
"Comerá mantequilla y miel", dice, "para poder rechazar el mal y elegir el bien".
Pero existen numerosos hechos que demuestran los efectos beneficiosos de una dieta
vegetariana sobre las pasiones. El Dr. Arbuthnot nos asegura que curó a varios
pacientes de temperamento irascible sólo prescribiendo este simple régimen.
LOS EFECTOS DE CIERTAS BEBIDAS sobre la faculad moral no son menos
visibles que aquéllos sobre las facultades intelectuales. Los licores fermentados de
buena calidad y tomados en cantidad moderada favorecen las virtudes de la
honestidad, la benevolencia y la generosidad, pero cuando se ingieren en exceso o
cuando son de mala calidad, incluso bebidos con moderación, casi siempre ponen en
acción las chispas latentes del vicio. Este hecho es tan notorio que, en Portugal,
cuando observan a alguien con ánimo pendenciero y mal genio después de haber
bebido suelen decir que "ha bebido vino malo". Si bien los ataques ocasionales de
intoxicación producen mal humor en muchas personas, la intoxicación etílica
habitual (generalmente producida por licores destilados) siempre destruye la
veracidad y la integridad de la mente humana. Quizás por ello antiguamente los
españoles no admitían en los tribunales las pruebas aportadas por personas que
hubieran sido condenadas por borrachas. El agua es el sedante universal de las
pasiones turbulentas: no sólo fomenta una ecuanimidad general del ánimo sino que
reprime el enojo. He conocido varios casos bien probados en que un chorro de agua
fría ha calmado repentinamente una pasión violenta, después de comprobarse que los
remedios normales de la razón no servían de nada.
EL HAMBRE EXTREMA produce efectos muy negativos sobre la sensibilidad
moral, independientemente de si su acción se produce induciendo una relajación de
los sólidos o una acritud de los fluidos o mediante la acción combinada de ambas
causas físicas. Los indios de este país alimentan sus apetitos para esa clase salvaje de
guerra tan peculiar en ellos mediante el estímulo del hambre; de ahí que siempre
vuelvan flacos y demacrados de sus excursiones militares. En el mundo civilizado,
solemos considerar esta sensación un desequilibrio de las restricciones del sentido
moral. Quizás sea éste el motivo por el cual la pobreza - que suele ser la madre del
hambre - predispone en general hacia el robo, pues el carácter del hambre depende de
ese vicio que hace "atravesar muros de piedra". Tanto predomina esta sensación
sobre la razón y el sentido moral que el Cardenal De Retz sugiere a los políticos no
poner en peligro el éxito de una moción en una asamblea popular, por muy sensata o
justa que ésta sea, inmediatamente antes de comer. Hay que protegerse mucho de ese
carácter que precede a un largo período de ayuno. Uno de los hombres más valiosos
que he conocido y que hacía del desayuno su principal comida, era quejoso y
desagradable con sus amigos y su familia desde que se levantaba hasta que se sentaba
a desayunar, tras lo cual, la felicidad se instalaba en su rostro y se convertía en la
delicia de todos los que le rodeaban.
La OCIOSIDAD es la madre de todos los males. Se menciona en el antiguo
testamento como otra de las causas predisponentes de los vicios de las ciudades de la
llanura. El TRABAJO de cualquier tipo favorece y facilita la práctica de la virtud. La
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vida en el campo es una vida feliz, principalmente porque sus labores son favorables
a la virtud y contrarias al vicio. Me han informado que es práctica común entre los
agricultores de los estados del sur enviar a un esclavo doméstico viciado por la
ociosidad al pesado trabajo del campo con el fin de reformarlo. Los correccionales y
reformatorios de todos los países civilizados prueban que el TRABAJO no sólo es un
castigo severo sino el más benevolente de los castigos en tanto que constituye uno de
los medios más apropiados de rehabilitación. El Sr. Howard nos cuenta en su historia
de las prisiones que en Holanda es corriente el siguiente dicho: "Haz trabajar a los
hombres y los harás honestos". Y en el correccional de mujeres de Groningen, este
sentimiento es expresado (nos dice) mediante un feliz lema:
"Vitiorum femina---otium---labore exhauriendum".
Los efectos del trabajo constante durante la juventud en la creación de hábitos
virtuosos son incluso mejores. Al dar trabajo de aprendiz a los niños pobres, el
difunto Anthony Benezet de esta ciudad, cuya benevolencia era centinela de la virtud
así como la felicidad de su país, tenía como norma evitar asignarlos a familias
acomodadas, prefiriendo siempre maestros que trabajaran y les obligaran a trabajar
en su presencia. Si bien los hábitos virtuosos, contraídos por medio de este
aprendizaje del trabajo, son puramente mecánicos, sus efectos sobre la felicidad de la
sociedad, sin embargo, son iguales que si fluyeran de modo natural. La mente,
además, preservada así de las malas hierbas, se torna suelo fértil para la mejora de la
moral y la razón.
Los efectos del EXCESIVO DORMIR están intimamente ligados a los efectos de la
ociosidad sobre la facultad moral. Así, se ha comprobado que, en cualquier parte del
mundo, el sueño en cantidad moderada, incluso escasa, es bueno no sólo para la salud
y la longevidad sino, en muchos casos, para la moralidad. La práctica de los monjes
de dormir en el suelo y levantarse al amanecer para mortificar sus apetitos sensuales
es, sin duda, un sabio fundamento y suele producir efectos morales muy saludables.
Los efectos del DOLOR CORPORAL sobre las capacidades morales de la mente no
son menos relevantes que los efectos sobre las capacidades intelectuales. El difunto
Dr. Gregory de la universidad de Edimburgo solía decir a sus alumnos que sus
percepciones siempre se tornaban más rápidas durante un ataque de gota que en
cualquier otro momento. Los dolores agudos presentes durante la desintegración del
cuerpo suelen ir acompañados de concepciones y expresiones sobre los asuntos más
corrientes que denotan una elevación extraordinaria de las capacidades intelectuales.
Los efectos del dolor corporal son exactamente los mismos al excitar y dirigir la
facultad moral. El dolor corporal constituía uno de los remedios empleados en el
antiguo testamento para extirpar el vicio y promover la virtud; y el Sr. Howard nos
ha informado de que lo vio emplear con éxito como medio de rehabilitación en una
de las prisiones que visitó. Si el dolor tiene una tendencia física a curar el vicio, elevo
a la consideración de padres y legisladores la propuesta de si el castigo corporal en
grado moderado e infligido durante un largo período de tiempo no sería más curativo
en sus efectos que un violento grado de castigo de corta duración.
No puede decirse demasiado en favor de la LIMPIEZA como medio físico para
promover la virtud. Los escritos de Moisés han sido considerados por los militares
como el mejor libro de ordenanzas del mundo. A lo largo de todos ellos la limpieza
es inculcada con tanto celo como si fuera más parte de la ley moral que de la levítica.
Hoy en día se sabe que la función principal de los preceptos y ritos de las ceremonias
de la religión judía era la de prevenir el vicio y promover la virtud. Todos los
expertos en lepra sugieren una relación con un cierto vicio. Se cree que son causas
predisponentes de esta enfermedad los alimentos animales grasos, sobre todo la carne
de cerdo y una piel sucia, de ahí que por este motivo la ley judía prohibiera el cerdo e
inculcara con tanta frecuencia las abluciones del cuerpo y de los miembros. Los
comentarios de Sir John Pringle, en su Discurso sobre el Viaje del Capitán Cook,
pronunciado ante la "Royal Society" en Londres, encajan muy bien en este punto de
nuestro estudio. "La limpieza (dice) conduce a la salud pero no está tan claro que
también tienda al buen orden y a otras virtudes. Aquéllos (hablando de la tripulación
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del barco) que fueron obligados a asearse, se volvieron más formales, más ordenados
y más atentos al deber". El Sr. Addison, cuyas observaciones rara vez son falsas y
menos aún frívolas, nos dice que "el hábito de la limpieza previene ciertos vicios
destructivos tanto para el cuerpo como para la mente* . Las ventajas que pueden
derivar tanto padres como maestros de la observación de estos hechos son tan obvias
que no es necesario mencionarlas.
Espero que sabrán excusarme si incluyo la SOLEDAD entre las causas físicas que
influyen en la facultad moral cuando añada que limito sus efectos a aquellas personas
incurables por remedios racionales o morales. El Sr. Howard nos informa de que el
capellán de la prisión de Lieja, en Alemanía, le aseguraba "que los espíritus más
refractarios y turbulentos devenían tratables y sumisos tras su confinamiento en un
lugar cerrado durante cuatro o cinco días". En organismos predipuestos al vicio, la
influencia sobre los espíritus animales de una compañía y conversación alegres y
sobre todo profanas constituye causa de excitación y, al igual que el golpe del
pedernal sobre el acero, activa y hace visibles las chispas del vicio. Apartando a la
persona del alcance de este estímulo, suele reformarse, sobre todo si se mantiene
confinada durante un tiempo suficiente para reblandecer sus malos hábitos. En
aquellos casos en que la soledad y el confinamiento puedan complementarse con el
beneficio de la reflexión y la educación con libros, sus buenos efectos son aún más
perceptibles, hecho éste que ha sido confirmado por filósofos y poetas de todas las
épocas describiendo la vida de hermitaño como vida de virtud pasiva.
EN RELACIÓN con la soledad como medio mecánico de promover la virtud, el
SILENCIO merece mención especial. El difunto Dr. Fothergill, en su plan de
educación para esa benevolente institución de Ackworth, que fue la última ocupación
de su útil vida, dice todo lo que pueda decirse en favor de esta necesaria disciplina,
con las siguientes palabras. "Habituar a los niños desde su primera infancia al
silencio y la atención es de lo más beneficioso para ellos, no sólo como preparación a
una vida religiosa, sino también como fundamento de un entendimiento bien
cultivado. Someter las mentes de los niños a ciertas limitaciones, acostumbrarlas a no
desviar su atención hacia objetos externos y a un grado de abstracción tranquila, es
de gran consecuencia y beneficio perdurable para ellos. Aunque no debe esperarse
que las mentes jóvenes y activas estén siempre ocupadas en silencio como deberían
estar, sin embargo acostumbrarlas así a la tranquilidad es un punto ganado hacia el
establecimiento de un hábito de paciencia y reflexión, que rara vez abandona a
aquéllos debidamente instruídos en esta entrada a la escuela de la sabiduría, durante
el resto de sus días".
Con el fin de adquirir esta rama de la educación, los niños no deben asociarse con
demasiada frecuencia, ni demasiado pronto con sus padres, o con sus superiores en
edad, rango y sabiduría.
Los efectos de la MÚSICA sobre la facultad moral han sido registrados y observados
en todos los países. Así, podemos descubrir las virtudes y vicios de las diferentes
naciones por sus melodías con tanta exactitud como por sus leyes. En aquellos casos
en que sean simplemente mecánicos, los efectos de la música sobre las pasiones son
poderosos y extensos. Pero están aún por determinar los grados de éxtasis moral que
pueden producir los poderes combinados de la música y la elocuencia al atacar al
mismo tiempo el oído, la razón y los principios morales.
LA ELOCUENCIA DEL PÚLPITO tiene casi los mismos efectos sobre la facultad
moral que la música. Es cierto que no puede producirse un cambio permanente en el
temperamento y conducta moral de un hombre que no derive del entendimiento y la
voluntad, pero debemos recordar que estas dos facultades de la mente son más
vulnerables cuando son atacadas a través las pasiones, que, cuando agitadas por los
poderes de la elocuencia, ejercen una acción mecánica sobre las facultades del alma.
Así, encontramos en todas las épocas y en todos los países en donde se ha propagado
el cristianismo que los oradores más completos han sido, por lo general, los
reformadores de más éxito de la humanidad. Tiene que haber un defecto de la
elocuencia en todo predicador que, con los recursos para la oratoria contenidos en el
antiguo y nuevo testamentos, no produzca en el hombre que lo escuche, al menos un
amor temporal por la virtud. Estoy de acuerdo en que la elocuencia del púlpito no
puede, por sí sola, transformar a los hombres en cristianos, pero sí que posee el poder
de cambiar a los brutos en hombres. Si la elocuencia de los escenarios pudiera ser
dirigida correctamente, sería imposible concebir la amplitud de sus efectos
mecánicos sobre la moralidad. ¿Quién podría resistir o describir los efectos de la
lengua y la imaginería de un Shakespear en temas morales y religiosos lanzados
sobre las pasiones y los sentidos en toda la belleza y variedad de la representación
dramática?
14. Se sabe que los OLORES de varias clases actúan de manera muy sensible sobre la
facultad moral. Brydone nos cuenta, bajo la autoridad de un celebrado filósofo
italiano, que la peculiar maldad de las personas que viven en las cercanías del Etna y
el Vesuvio, viene ocasionada principalmente por el olor del sulfuro y de las
exhalaciones calientes constantemente emitidas por esos volcanes. Los olores
agradables casi siempre inspiran serenidad y calman los espíritus enojados. De aquí
el placer y una de las ventajas de un jardín de flores. El humo del tabaco es también
sedativo y no sólo suele producir lo que se denomina engaño de la percepción, sino
que las pasiones agitadas devienen silenciosas y ordenadas. De ahí lo apropiado de
combinar, en compañía de otros, la pipa o el cigarro con la botella.
15. Hay que lamentar que aún no se hayan efectuado experimentos para determinar los
efectos sobre la facultad moral de las distintas clases de AIRES que la química ha
descubierto últimamente,. Sólo tengo pruebas derivadas de experimentos para
afirmar que la inspiración de AIRE DEFLOGISTICADO produce alegría, dulzura y
serenidad mental.
16. ¿Y qué podemos decir de los efectos de las MEDICINAS sobre la facultad moral? Es
bien sabido por los médicos que numeosas sustancias en la materia médica actúan
sobre el intelecto. ¿Por qué entonces iba a ser imposible que las medicinas actuaran
de igual manera sobre la facultad moral? ¿Por qué la tierra no va a contener en sus
entrañas o en su superficie antídotos contra nuestras enfermedades morales o
naturales? Recuerden aquellos que rechacen esta conjetura que la maldad moral fue
introducida en nuestras mentes, y la maldad natural en nuestros cuerpos, por una
manzana.
No debe suponerse de lo manifestado hasta ahora que la influencia de las causas físicas
sobre la facultad moral hace innecesaria la acción divina para nuestra felicidad moral. Sólo
mantengo que el gobierno divino se lleva a cabo tanto en el mundo moral como en el
natural a través de las segundas causas. Lo único que he hecho ha sido seguir las huellas de
los autores inspirados, pues la mayoría de las causas físicas que he enumerado están
relacionadas con preceptos morales o han sido utilizadas como medio para reformar el vicio
en el antiguo y nuevo testamentos. A los casos que han sido mencionados sólo añadiré que
Nabucodonosor fue curado de su orgullo mediante la soledad y una dieta vegetariana; Saul
curó de su mal espíritu gracias al arpa de David; y San Pablo expresamente dice: "Mantego
mi cuerpo oprimido y sometido por miedo a que, cuando haya predicado a otros, yo mismo
sea un paria". Pero iré más lejos y añadiré en favor de la divina influencia sobre el principio
moral, que en aquellos casos extraordinarios en que hombres malvados se han reformado
repentinamente sin la intervención de causas físicas, morales o racionales, pienso que la
organización de las partes de su organismo que forman la unión con el alma sufre un
cambio físico*, de ahí que la expresión "nuevo ser" que usan las escrituras para definir este
cambio sea adecuada tanto en sentido literal como figurado. Se trata quizás de esa perfecta
renovación del cuerpo humano que San Pablo predijo en las siguientes palabras: "Pues
nuestra conversación está en el cielo, desde el cual buscamos al Salvador, que cambiará
nuestros VILES CUERPOS, para que sean modelados según su gloriosa imagen".
No puedo evitar comentar en este apartado que si las condiciones de las partes del
organismo relacionadas con el alma influyen en la moralidad, la misma razón puede
esgrimirse en lo tocante a una educación virtuosa que la que ha sido admitida en relación
con la enseñanza de la música y la pronunciación de idiomas en la primera y moldeable
etapa de los órganos que forman la voz y el lenguaje. El efecto de una educación moral es
parecido: sus frutos suelen aparecer en las etapas avanzadas de la vida, una vez que los
principios religiosos relacionados con ella han sido abandonados; de manera parecida al
modo en que percibimos la misma atención por parte del médico en la asistencia a sus
pacientes una vez que la simpatía que originó esta atención cesó de actuar sobre su mente.
Sin duda, en la mayoría de los casos, la moralidad triunfalista de los deístas proviene de los
hábitos originariamente producidos por los principios y preceptos del cristianismo. De aquí
la sabiduría del consejo de Salomón: "Dirije a un niño hacia el camino por donde debe ir y
cuando sea mayor no se desviará", yo había dicho no podrá desviarse, "de él".
Acabo de enumerar las causas principales que actúan mecánicamente sobre la moralidad.
Si, debido a la acción combinada de facultades físicas opuestas, la facultad moral se
estancase, o si la virtud o el vicio producidos por ellas formaran una cualidad neutra
compuesta por ambos, espero que ello no ponga en duda la verdad de nuestras
proposiciones generales. He mencionado únicamente los efectos de las causas físicas en
estado simple.
Podría ayudar a ampliar nuestro conocimiento sobre la materia reparar en la influencia
sobre la facultad moral.que tienen los distintos niveles de la sociedad; de la agricultura y el
comercio; del lugar y la situación; de los distintos grados de cultivo del gusto y de los
poderes intelectuales; de las distintas formas de gobierno; y por último de las distintas
profesiones y ocupaciones de la humanidad. Sin embargo, como todo lo anterior actúa sólo
de manera indirecta y mediante la intervención de causas no relacionadas con la materia,
considero que es ajeno al ámbito del presente estudio. Si todas las influencias anteriores
variasen en grado alguno la acción de las causas físicas simples, confío en que ello no
cuestione la veracidad de nuestras proposiciones generales más que lo haría la acción
combinada de facultades físicas opuestas. Sólo restan unas cuantas causas más de
naturaleza compuesta pero tan relacionadas con las puramente mecánicas que, a riesgo de
agotar su paciencia, las incluiré en mi discurso.
Los efectos sobre la moralidad de la IMITACIÓN, el HÁBITO y la ASOCIACIÓN
proporcionarían amplia materia para la investigación. Considerando cuánto influyen la
forma, la textura y las condiciones del cuerpo humano sobre la moralidad, someto a la
consideración de los ingeniosos si no nos beneficiaríamos copiando los rasgos y maneras
externas de los originales al intentar imitar los ejemplos morales. Lo que hace probable el
éxito de este experimento es que hay personas de rostro parecido con las mismas maneras y
disposiciones. Infiero la posibilidad de éxito en el intento de imitar a los originales tal y
como se ha mencionado anteriormente por la facilidad con que los criados adquieren
parecido con sus amos y amas, no sólo en las maneras, sino también en la fisonomía
cuando entre ellos hay vínculos de respeto y afecto. También maridos y mujeres, en
aquellos casos en que poseen el mismo tipo de rostro y se dan circunstancias de afecto
mutuo, suelen adquirir un parecido entre sí.
Debido a la aversión generalizada por la hipocresía de buenos y malos, los efectos
mecánicos del HÁBITO no han sido suficientemente explorados. Hay, estoy convencido,
numerosos ejemplos de virtudes asumidas por accidente o necesidad que se han hecho
auténticas por el hábito y posteriormente han sido nutridas por el corazón. De ahí la
sabiduría del consejo de Hamlet a su madre:
"Asume una virtud si no posees ninguna, para que la costumbre, ese monstruo que se come
todo sentido, sea ángel de los malos hábitos, a las buenas acciones le dé igualmente un traje
que una librea y, refrenándose esta noche, facilite la próxima abstinencia, y haga todavía
más fácil la siguiente, pues el uso puede transformar casi por completo la impronta de la
naturaleza y hasta dominar al diablo o expulsarlo con maravillosa potencia"
La influencia de la ASOCIACIÓN sobre la moralidad abre un amplio campo de
investigación. Es a partir de este principio que podemos explicar el abandono del robo y el
alcoholismo por parte de ciertos sirvientes cuando disolvemos secretamente tártaro emético
en licor. El recuerdo del dolor y las náuseas producidos por el emético, es asociado de
modo natural con el licor haciéndolo aborrecible. Efectivamente, basándonos en este
principio podemos explicar la conducta de Moisés al destruir y convertir en polvo el ternero
de oro para luego disolverlo (probablemente mediante azufre hepático) en agua, obligando
a los hijos de Israel a beber de él como castigo por su idolatría. Esta mezcla es amarga y
nauseabunda en grado máximo, por lo que no podría ser recordada por los israelitas sin
asociarla con su estupidez y maldad. El beneficio de los castigos corporales, cuando son de
corta duración, depende en parte de su relación por tiempo y lugar, con los delitos por los
que son infligidos. Si fuera posible, el castigo debería seguir al delito tan rápidamente como
el trueno sigue al rayo, y la asociación sería más certera si el lugar donde se cometió el
delito fuera el escenario de su expiación. Es por los efectos de esta asociación,
probablemente, que el cambio de lugar y compañía producido por el exilio y el viaje ha
regenerado frecuentemente a personas malvadas una vez utilizados en vano medios de
reforma morales, racionales y físicos.
Dado que la SENSIBILIDAD es el camino hacia la facultad moral, todo lo que tienda a
disminuirla, tiende también a dañar la moralidad. Los Romanos debían gran parte de sus
corrupción a las luchas de sus gladiadores y criminales con bestias salvajes. Por este
motivo, las ejecuciones nunca deberían ser públicas. Efectivamente, creo que hay pocos
castigos públicos, independientemente de su clase, que no endurezcan los corazones de los
espectadores, y por tanto aminoren el horror natural que todo crimen produce al principio
en la mente humana.
La CRUELDAD hacia los animales es otro medio de destruir la sensibilidad moral. La
ferocidad de los salvajes ha sido atribuída en parte a su modo peculiar de subsistencia. El
Sr. Hogarth señala en sus ingeniosos escritos la relación entre la crueldad hacia los
animales en la juventud y el crimen durante la edad adulta. El emperador Domiciano
preparó su mente para todos esos crímenes sangrientos que posteriormente desgraciarían su
reinado mediante el divertimento de matar moscas. Estoy tan convencido de la veracidad de
la relación entre la moralidad y la humanidad hacia los animales que me será dificil refrenar
mi idolatría por la legislatura que establezca por primera vez un sistema legal para
defenderlos de los abusos y la opresión.
Con el fin de conservar el vigor de la facultad moral, resulta de la mayor importancia
mantener a los jóvenes ignorantes de aquellos crímenes que suelen considerarse más
desgraciados para la naturaleza humana. El suicidio, en mi opinión, suele propagarse por
medio de los periódicos. Por este motivo, sería bueno que los procedimientos de los
tribunales se mantuviesen al margen del ojo público cuando expusieran o castigaran vicios
monstruosos.
El último método mecánico de promover la moralidad que mencionaré es el mantenimiento
de la sensibilidad mediante la familiaridad con escenas de angustia causadas por
situaciones de pobreza y enfermedad. La compasión nunca florece en el corazón humano si
no va acompañada por una serie de virtudes hermanas. Por eso el hombre prudente dice con
razón que "Por la tristeza del rostro, mejora el corazón ".
Un difunto autor francés, en sus predicciones de lo que ocurrirá en el año 4000 dice "Que la
humanidad en esa época estará tan mejorada por la religión y las instituciones que los
enfermos y los moribundos jamás serán arrojados junto con los muertos en espéndidas
casas, sino que serán aliviados y protegidos junto a su familia y amigos". En honor a la
humanidad, una institución* destinada a ese período distante, ha sido recientemente
fundada en esta ciudad, una institución que perpetuará el año 1786 en la historia de
Pennsylvania. Aquí el corazón compasivo, el llanto y la mano caritativa podrán ir siempre
unidos y la llama de la simpatía, en lugar de extinguirse con los impuestos, o expirar en un
fuego solitario con una única contribución, podrá mantenerse viva mediante el ejercicio
constante. Existe una necesaria conexión entre la simpatía animal y la moralidad. El
sacerdote y el levita, en el nuevo testamento, probablemente hubieran socorrido al pobre
hombre que cayó entre ladrones si la casualidad les hubiera dejado lo suficientemente cerca
para examinar sus heridas. La desgraciada Sra. Bellamy fue rescatada de su terrible
intención de ahogarse nada más que por la angustia de un niño que llenó el aire de gritos
pidiendo pan. Probablemente sea, en cierta medida, por la relación entre la moralidad y la
simpatía que el sexo débil, en todas las épocas y lugares, se ha distinguido por la virtud más
que los hombres, pues ¿quién ha oido hablar de una mujer desprovista de humanidad?
FINALMENTE, la ATRACCIÓN, la COMPOSICIÓN (??) la DESCOMPOSICIÓN (??)
pertenecen a las pasiones así como a la materia. Los vicios de la misma clase se atraen
entre sí con más intensidad. De ahí las malas consecuencias de poner a jóvenes con
inclinaciones similares bajo un mismo techo en nuestros modernos planes de educación.
Los efectos de la composición y la descomposición sobre los vicios aparecen en el egoismo
del escolar, a menudo curado por la prodigalidad de la vida militar, y por la precipitación
de la avaricia, que con frecuencia deriva de la ambición y el amor.
Si las causas físicas influyen en la moralidad del modo que acabamos de describir ¿no
pueden influir asimismo en los principios e ideas religiosas? Mi respuesta es sí. Y puedo
afirmar, en base a registros físicos y a mis propias observaciones, que la melancolía y
locura religiosas, en todas sus variedades, responden con más facilidad a la medicina que
simplemente a polémicos discursos o consejos casuísticos. En cualquier caso, esta cuestión
se aparta del objeto del presente estudio.
Una revisión de nuestra materia nos obliga a contemplar con admiración la curiosa
estructura de la mente humana. ¡Qué distinto el número de sus facultades, y sin embargo
qué unidas! ¡Qué subordinadas y, sin embargo, qué coiguales todas ellas! ¡Qué hermosa la
acción del alma sobre el cuerpo, y del cuerpo sobre el alma, y del espíritu divino sobre
ambos! ¡Qué misterio es la mente humana para sí misma! ¡Oh, naturaleza! O, mejor dicho,
¡Oh, TU DIOS DE LA NATURALEZA! ¡En vano intentamos explorar TU inmensidad o
comprender TUS varios modos de existencia cuando una simple partícula de luz emitida
por TI y transformada en inteligencia en el fondo del hombre, tanto deslumbra y confunde
nuestro entendimiento!
Se desconoce la amplitud de las facultades y hábitos morales en el ser humano. No es
improbable que la mente humana contenga principios de virtud que jamás hayan sido
activados. Observamos con sorpresa la versatilidad del cuerpo humano en las azañas de los
contorsionistas y equilibristas. Incluso se ha observado la agilidad de una bestia salvaje en
una niña de Francia, y se ha descubierto una naturaleza anfibia en la especie humana en un
joven español. Escuchamos con incredulidad los relatos de Mitrídates, Ciro y Servin.
Sentimos una veneración rayana en homenaje divino al contemplar la extraordinaria
inteligencia de Lord Verulam y Sir Isaac Newton, y nuestra vista se nubla al intentar seguir
a Shakespear y a Milton en sus inconmensurables esfuerzos imaginativos. Y si la historia
de la humanidad no nos ofrece ejemplos parecidos de la versatilidad y perfección de
nuestra especie en lo tocante a la virtud, se debe al hecho de que la facultad moral no ha
sido tan cultivada y experimentada como lo han sido el cuerpo y las facultades
intelectuales. La razón de esto es obvia. Hasta ahora, el cultivo de la facultad moral ha sido
función de padres, maestros y clérigos* . Sin embargo, si los principios que hemos expuesto
son justos, la mejora y ampliación de los mismos debería ser también función del
legislador, el filósofo natural, y el médico; y un régimen físico debería necesariamente
acompañar un precepto moral del mismo modo que se prescribe aire, ejercicio y una
determinada dieta para la tuberculosis y la gota. Con el fin de animarnos a emprender
experimentos para la mejora de la moralidad, recordemos el éxito de la filosofía en la
disminución del número de enfermedades incurables y de su virulencia. La fiebre
intermitente, que resultó fatal para dos de los monarcas británicos, se encuentra ahora bajo
el absoluto control de la medicina. Las fiebres
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