Cada nueva recaída que presenta un enfermo bipolar repercute tremendamente en su funcionamiento laboral, adaptación social, nivel económico y autoestima. El entorno familiar de la persona suele quedar fuertemente resentido, sobre todo de las recaídas maníacas. El aumento del nivel de estrés en el seno familiar puede, a su vez, repercutir negativamente sobre el curso clínico del afectado, creándose un enfermizo círculo vicioso de difícil solución. Las influencias ambientales juegan, junto con las genéticas y las biológicas, un papel fundamental en el trastorno; todo ello hace más evidente la necesidad de llevar a cabo enfoques psicoterapéuticos que complementen y faciliten la farmacoterapia. Las intervenciones psicológicas que se han realizado con pacientes bipolares abarcan tratamientos muy diversos, aunque muchos estudios carecen de un soporte metodológico apropiado (Colom et al., 1998). Aunque todavía escasos, los trabajos realizados señalan, como ya lo hicieron en la esquizofrenia, el influyente papel que la familia puede ejercer en la evolución del trastorno bipolar (Miklowitz & Goldstein, 1999). La intervención familiar pretende dotar a las familias de una serie de conocimientos que permiten mejorar su comprensión de la enfermedad, así como facilitar ciertos cambios en sus actitudes y conductas. La información permite, por un lado, la prevención de recaídas, ya que se les instruye sobre cómo contribuir a la disminución de factores de riesgo tales como el abandono de la medicación, la irregularidad de hábitos y el estrés; por otra parte, se instruye a los familiares en la identificación y tratamiento precoz de los síntomas prodrómicos de recaída, con lo cual se evita el empeoramiento del episodio y consecuentemente la hospitalización. La intervención familiar debería, mediante la reducción del número de recaídas y hospitalizaciones, influir positivamente en el curso de la enfermedad.