EDITORIAL
LA ATENCIÓN DE LAS CRISIS EMOCIONALES
Las crisis emocionales después de acontecimientos privados (frustraciones,
fracasos, pérdidas afectivas) o públicos (catástrofes naturales, guerras, atentados)
adquieren en nuestro tiempo una importancia decisiva. Entre el nacimiento y los 60 años
el 57% de los hombres y el 72% de las mujeres mostrarán en Occidente una
descompensación mental pronunciada y el 6% y el 15% respectivamente una grave.
Las situaciones de urgencia psiquiátrica son vistas en nuestro país tanto en los
centros de atención primaria como en los especializados y, con excesiva frecuencia,
acaban concentrándose en los servicios de urgencia de los hospitales generales, donde
reciben una ayuda puntual, demasiadas veces únicamente medicamentosa. El resultado
es a menudo que el paciente y sus familiares no vuelven a contactar con los sistemas de
ayuda y pierden una oportunidad única de comprender los factores predisponentes y
desencadenantes de la crisis, con lo que ésta se vuelve a reproducir con las mismas o
diferentes características. Y es que, aunque las crisis son en ocasiones
descompensaciones de pacientes con patologías psiquiátricas (esquizofrenia, trastornos
borderline, abuso de drogas, etc.), en un gran número de casos afectan a personas sin
patología previa que se descompensan como consecuencia de situaciones vitales graves
que no pueden superar por falta de apoyo del entorno o por presentar una fragilidad en
su personalidad que les impide poner en marcha los mecanismos necesarios para
adaptarse.
Se necesita más tiempo (y espacio) que el disponible en los servicios habituales
de urgencias para permitir que el cuadro remita (en uno o dos días, p.e.) y para dar
respiro al entorno del paciente. Es necesario crear centros de crisis extra-hospitalarios o
al lado de las urgencias de los hospitales generales, con programas que funcionen y
personal específico y bien formado. Tales programas (camas de observación en las
urgencias, centros de día, atención telefónica, visita domiciliaria, etc) no pueden ser
copiados de los ya existentes y deberán adaptarse a nuestro sistema de salud, con
matices diferenciales en las diversas comunidades autónomas.
Las descompensaciones psicológicas pueden evolucionar hacia la cronicidad o,
por el contrario, ser una oportunidad excepcional para revisar una trayectoria vital con
fragilidades que se pueden mejorar con un tratamiento adecuado. El que se encaminen o
no hacia la recuperación depende en buena parte de la atención que se ofrezca.
Pero, para ello, se hará indispensable formar mejor de lo que hasta ahora
venimos haciendo en las Universidades a los profesionales de la salud que trabajan en la
atención primaria para afrontar estas situaciones, lo que incluye, en algunos casos
derivarlas adecuadamente a los especialistas. Y esto no es sencillo. Los pacientes en
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crisis, habitualmente, han padecido numerosos traumas y se acercan invadidos por grandes
ansiedades (disfrazadas a menudo de síntomas psíquicos) a las instituciones sanitarias
que les han "quitado parte del sueldo" y les provocan frustraciones (masificación, listas de
espera, asistencia "contra-reloj"). Se dirigen con desconfianza al representante de la
institución, el médico, pidiendo soluciones en forma de medicamentos, que recibirán de
forma pasiva. El médico a veces puede ayudarles a calmar esas ansiedades, pero, en la
mayor parte de los casos, sólo puede "ayudarles a que no se hagan más daño", lo que es
difícil de comprender para los gestores de la sanidad. En general, estos pacientes tienden
a inocular en los profesionales lo que no pueden soportar en ellos mismos: la ira, la
depresión, la rabia, los deseos vengativos, etc., por lo que el trabajo en las situaciones de
crisis es agotador. Es necesario cuidar los detalles externos, que incluyen personalizar la
consulta, el trato, en principio, de usted, la reseña de acontecimientos psicosociales
recientes, etc... Pero, sobre todo, es indispensable que el médico establezca una relación
interpersonal capaz de recibir y sostener el dolor y la ansiedad ajenos dentro de sí mismo
para devolvérselos al paciente más digeribles. Las organizaciones sanitarias no
adjudican el papel que les corresponden a las técnicas psicosociales y los consumidores
acaban frecuentemente buscando en medicinas alternativas esotéricas esa consonancia
emocional.
Si el paciente es enviado por el médico general a un dispositivo de salud mental,
el profesional debe escuchar la mayoría de las veces problemas sin solución, lo que le crea
un sentimiento de impotencia, pese a lo que debe crear con el consultante una alianza de
trabajo, indispensable para protegerle. En efecto, se ha demostrado que, de lo
contrario, se pueden producir graves consecuencias. Por ejemplo, el riesgo de
suicidio después de una crisis aguda es mucho más elevado que el riesgo existente en la
población general .A partir del establecimiento de esa relación, se contacta con
elementos clave del entorno (familiares, amigos) y, si es necesario maestros,
empleadores, abogados, agentes de la autoridad, etc.).
Poco a poco, se debe intentar facilitar la introspección, modificando la actitud
del paciente en relación a los síntomas, de forma que estos sean percibidos como
elementos a comprender más que a eliminar. Se debe procurar que entienda que los
síntomas son en gran parte producto de la interacción con las personas significativas de
su entorno. Pero esta situación ideal, que el lector comprende bien, está muy lejos de ser
la que se presenta en la mayoría de los centros con los que ha tenido la oportunidad de
entrar en contacto. Y esa situación tiene que cambiar si queremos considerarnos un país
avanzado.
La posibilidad de mejorar la actual situación existe. Los medios de
comunicación no han prestado la atención debida al Plan Estratégico para la Salud
Mental en España presentado el mes de abril en el Ministerio de Sanidad, que se
compromete a cumplir las recomendaciones de la conferencia de Helsinki de aumentar
el porcentaje de presupuesto dedicado a la salud mental hasta el 10%. El plan propone
que la mayor parte de los recursos adicionales se dediquen a mejorar la asistencia
ambulatoria. Con ello se logrará luchar contra la desigualdad que hasta ahora existía
entre los recursos dedicados a las enfermedades físicas y a los trastornos psíquicos, que
era particularmente notable en España. El plan prevé que la mayor parte de los recursos
adicionales se dediquen a mejorar la asistencia ambulatoria.
En ese contexto, será indispensable atender de manera muy especial a estas
situaciones de crisis emocionales que se hallan particularmente descuidadas en nuestro
sistema de salud. Debemos estudiar seriamente los progresos que en el plano
internacional se han logrado para atenderlas. Es por ello que resulta del máximo interés
la reunión sobre "las crisis y su contención" que organiza la sección de Psiquiatría de
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Urgencias de la Asociación Europea de Psiquiatras en Bilbao el 18 de junio de 2007 y
de la que aquí prepublicamos cinco de los artículos que se presentarán.
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