Vol.
1,
núm.
2Julio
2002
Revista Internacional On-line / An International On-line Journal
La muerte y la cultura.
José Mª Ayerra Balduz.
Psiquiatra grupoanalista.
Director del Centro de Salud Mental Uribe, Getxo, Bizkaia.
Correspondencia:
Centro de Salud Mental Uribe
C/ San Nicolás nº 2
48990 Getxo Bizkaia. España
E-mail: f.omie@arrakis.es
Resumen
En los momentos de transición social (verdaderas adolescencias) se provocan roturas estructurales que
generan fragmentaciones, que impiden ver el sentido de la globalidad. En estos contextos escindidos los
seres humanos, empequeñecidos y asustados, buscan líderes que les conduzcan desde la compulsividad
del miedo. Frecuentemente, en estas circunstancias la elección recae en falsos líderes (charlatanes) que
cobran de ese modo un protagonismo insospechado en otras circunstancias.
Que no tengamos hoy explicaciones para entender todos los sentidos de la vida y, finalmente, el de la
existencia de la muerte, no significa que no los haya. Son muchos los sin sentidos con los que vivimos.
Cuántas explicaciones mágicas en otro tiempo han sido sustituidas por explicaciones científicas en el
momento presente. Caminamos hacia la luz del entendimiento, aún avanzando ocasionalmente en zigzag.
Hoy, en el mundo que comienza a despertar, nos es imposible predecir los nuevos sentidos que,
dormidos, esperan el despertar en tiempos futuros.
Palabras clave: Transición. Fragmentación. Falsos líderes. Futuro.
Summary
During periods of social transition (i.e.. adolescence) structural ruptures which generate fragmentations
take place, and this prevents us from seeing the meaning of global personality evolution. Within these
split contexts, shrunk and bewildered human beings search for leaders who will shelter them from fear.
Under these circumstances false leaders are frequently chosen. These leaders become very important,
something that would not be feasible under other circumstances.
The fact that at present we do not possess explanations for all meanings of life, nor do we understand
the existence of death, does not mean that explanations do not exist. We live with many things that
make no sense to us. So many magical explanations from other periods have been substituted nowadays
by scientific explanations. We are approaching understanding, although at times in zigzag.
Nowadays, in an awakening world, it is impossible for us to predict new meanings which at present are
lying under the surface, awaiting wakening some time in the future.
Key words: Transition. Fragmentation. False leaders. Future.
1. Preámbulo: El efecto de la muerte en los vivos
En el presente trabajo voy a referirme a obviedades de la vida cotidiana, por lo que ruego de antemano
disculpas. Frecuentemente he experimentado en mí mismo y en los demás que lo más difícil es ver lo
obvio y oír lo estruendoso, situación que nos confunde en nuestros sentimientos e interpretaciones.
Vivimos momentos caracterizados por la anestesia que supone la abundancia, y el miedo a pensar,
entender y analizar se ha impuesto culturalmente, como si el no ver hubiese supuesto para el ser
humano en alguno de los tiempos vividos una protección. En realidad, la regresión y la negación
constituyen un riesgo, el mayor riesgo, pues imposibilita soluciones. Los descubrimientos científicos han
puesto en nuestras manos una diversidad de posibilidades nuevas y poderosas que requieren de seres
integrados psicoemocionalmente, seres maduros, capaces de integrar positivamente el sentido y el
destino de estas adquisiciones, evitando el riesgo potencial que un camino equivocado puede suponer
para todos. Todo instrumento científico posee una capacidad creativa directamente proporcional a la
destructiva, por lo que no basta con su descubrimiento. Es básico el sentido que se le dé a su utilización.
Frecuentemente, el miedo y el rechazo que provocan muchos descubrimientos, tienen más que ver con la
posibilidad de una inadecuada utilización que con el avance que siempre suponen para el desarrollo del
conocimiento.
La muerte, con ser una de las experiencias más cotidianas de los seres humanos, no puede ser
experimentada por los vivos, por lo que nadie puede hablar con certeza del conocimiento de ella. Nadie
ha regresado después de haber estado muerto para narrar su experiencia, por lo que el conocimiento que
de ella poseemos es un conocimiento superficial, deductivo de lo que experimentamos en nuestro trabajo
en el acompañamiento de personas gravemente enfermas y en los últimos momentos de su existencia, o
de las hipótesis que nos formulamos sobre lo que deben de sentir y pensar. No es un conocimiento vivido
y experimentado por nosotros con la totalidad de nuestro ser. ¡El conocimiento racional es tan superficial
que no sirve para aprendizajes profundos! Lo podemos aprender pero no aprehender, no lo podemos
hacer profundamente nuestro. ¡Qué más nos gustaría que transmitir a nuestros hijos nuestra experiencia
vital, para evitarles el alto coste pagado en su adquisición! Desgraciadamente, necesitan la experiencia
de sus aciertos y errores para considerarlas propias. Las que les ofrecemos sólo corresponden para ellos
al mundo de las referencias externas, deseos y posibilidades.
El que no podamos morirnos un tiempo y resucitar posteriormente, condiciona que las teorizaciones e
ideas que sobre la muerte formulamos, no pertenezcan a ella sino que sean aspectos proyectivos de lo
conocido por nosotros, que es la vida. El concepto de muerte se comporta, por lo tanto, como una
pantalla en la que se proyectan experiencias vividas agradables o desagradables, deseos y temores,
haciendo que de ella existan tan diversas interpretaciones: para unos terrorífica, para otros
esperanzadora; el fin de todo, el comienzo de todo; la duda, la certidumbre. La existencia de tantas
explicaciones y sentidos implica, efectivamente, que ninguna de ellas sea concluyente ni satisfactoria,
teniendo que aceptar el hecho de que hoy por hoy la muerte sigue existiendo como un "sin sentido" que
todo humano ha de aprender a aceptar para poder vivir dignamente. ¡Son tantos los "sin sentidos" con
los que tenemos que aprender a convivir!¡Es tan poco lo que sabemos, que su aceptación supone el
estímulo necesario para seguir en la investigación y la búsqueda de conocimiento!
Pronto o tarde, si uno vive lo suficiente, tendrá que confrontarse: primeramente a la experiencia de la
muerte de los de alrededor y, finalmente, a la de uno mismo, por lo que es conveniente interesarse por
esta asignatura, tan fundamental en la vida de todos.
La vida es, ante todo, un proyecto mental. Sin él no hay vida, pese a que en el cuerpo el corazón siga
latiendo. Asistí a la familia de un muchacho, que fue hospitalizado por un traumatismo craneoencefálico
que le produjo un estado de coma irreversible, encontrándose vivo sin ayudas especiales. La demanda de
los padres consistía en la posibilidad de precipitar el débito del hijo, pese a que éste había sido un hijo
querido y deseado. Sin conciencia no reconocían en él la vida. Sin conocimiento, ni memoria, ni historia
pasada, ni proyección de futuro, lo más puramente humano se ha desvanecido. No es el mismo
sufrimiento la institucionalización de nuestros seres queridos, cuando éstos han padecido un deterioro
mental con un tipo de demencia, que con cualquier otro tipo de enfermedad física. Por poner la situación
contraria a la desarrollada, nos encontramos con personas con grandes dificultades físicas e
incapacidades que mantienen una calidad de vida que para sí mismas querrían otras personas con
problemas psíquicos que por el contrario poseen una buena salud física. A cuántos muertos vivientes
asistimos en los servicios, personas cuya vida mental supone un encefalograma plano, los denominemos
como los denominemos.
¿Cómo ayudar en el sostenimiento de los proyectos vitales y, por lo tanto, de la vida, a los pacientes
cuyas enfermedades implican una esperanza de vida próxima? Éste y no otro, es, en mi opinión, el
compromiso fundamental de la psicología y de la psiquiatría con los pacientes desahuciados por la
ausencia de métodos terapéuticos eficaces.
2. Los hechos
Los seres humanos viven desde su nacimiento en permanentes interdependencias mutuas. Una
independencia total en el ser humano es imposible por su propia naturaleza, aunque la encontremos
como deseo delirante en el pensamiento de algunos pacientes mentales graves. Existen diferentes grados
de desarrollo y autonomía, adquiridos tras múltiples y complejos procesos de separación, acaecidos en la
vida de cada uno y en relación con los de alrededor. Cada separación exitosa -realizada desde lo amoroso
y con una prevalencia de agradecimiento-, implica una presencia de recuerdos y aspectos de la persona
separada en nosotros, que nos sirve de acompañamiento interno, posibilitando una autonomía cada vez
mayor. El hecho de que uno pueda estar solo sintiéndose acompañado, implica contar con este tipo de
compañías internas. También se da la situación contraria: las separaciones fallidas -realizadas desde lo
agresivo y con una prevalencia del resentimiento-, que implican una imposibilidad de incorporación y,
consecuentemente, de separación, dificultando nuestra capacidad para estar solos, pues la soledad es
vivida y confundida con el abandono. No se cuenta con las compañías internas necesarias, y por el
contrario uno se siente parasitado, que no acompañado, por el recuerdo de otras compañías en las que
ha prevalecido el resentimiento, desconfianza y enfado, empeorando más la situación. Los otros siempre
nos componen y acompañan de una u otra manera.
Ambas situaciones pueden ser perfectamente visibles en todas sus variedades en la adolescencia y en
cómo nuestros adolescentes intentan exitosa o fallidamente separarse de sus adultos significativos:
desde identificaciones positivas e incorporaciones de ideales y objetivos altruistas, con intereses por la
comunicación y el entendimiento sincero y espontáneo o, por el contrario, desde posiciones de
desconfianza y rabia, que implican una confusión insoportable, relaciones profundamente ambivalentes,
dilemas de amor y odio, de necesidad y rechazo, de un vacío que ha de ser llenado a cualquier precio,
con sensaciones intensas, más potentes cuanto más vacío, aventuras con riesgos excesivos, la toma
compulsiva de substancias y de alcohol, la destrucción de enseres y actitudes antisociales, son, en
definitiva, algunas de sus manifestaciones más frecuentes. La precariedad de sus identidades les lleva a
la adquisición de pseudoidentidades, de las que la identidad a la contra es una de las más conocidas y
frecuentes (afirmarse en un intento de ser en la confirmación de lo contrario de lo que son las personas
que le sirven de referentes). Cuando no se cuenta con autonomía propia, uno se halla indefectiblemente
dependiente de los demás y del mundo externo que nos rodea, el consumismo es uno de sus síntomas.
Se vive para afuera, la intimidad se ve dificultada por confusa y dolorosa, por lo que se evita en lo posible
y uno, sin apenas darse cuenta, se encuentra huyendo de sí y se convierte finalmente en un extraño, en
un desconocido de sí mismo.
Los vínculos de los primeros años son más concretos, estables, íntimos e intensos; con el tiempo, y tras
los procesos de separación y de maduración necesarios, los vínculos se hacen más superficiales y
móviles, dilucidándose en ellos necesidades menos profundas y fundamentales. De la elaboración
suficiente de la frustración y el dolor de éstas separaciones, derivará la posibilidad de estar solo y la
aceptación de la soledad existencial en la que los seres humanos nos encontramos, una soledad
acompañada a través de la comunicación y resonancia emocional con los otros, que suponen un soporte
necesario para la posibilidad de la vida individual.
2.1. La muerte siempre supone una sorpresa y un inconveniente
Cuántas personas me han referido una y otra vez el inconveniente del momento en el cual se ha
producido la muerte del ser querido; como si la muerte pudiera ser programada en función de la
conveniencia o no del interesado, en este caso y frecuentemente, del interesado. Ahora que nos
encontrábamos en el mejor momento, tan joven, tan niño, se acababa de jubilar, con los proyectos que
tenía, con la ilusión que le hacía ir y hacer tal o cual cosa. Lo habitual es que la muerte sea un
inconveniente a cualquier edad y momento. En pocas ocasiones la muerte llega en el momento que
interesa al implicado en ella, facilitando su aceptación a las personas de su entorno, quienes las pueden
aceptar más resignadamente por este hecho.
2.2. Matar al mensajero
Hay noticias que a uno no le gustaría recibir jamás. Qué gran compromiso para los profesionales de
medicina el dar noticias que, a priori, implican situaciones difícilmente asumibles por sus receptores. Con
relativa frecuencia, el impacto de la noticia se vuelve en contra del profesional que la da, ya sobrepasado
por la dificultad del encargo. El profesional sanitario, cuanto más sobrepasado y temeroso se encuentre,
mayor será la dificultad que tenga para plantear las noticias traumáticas de forma sensible y empática.
Aceptando la brusquedad, la forma inoportuna y hasta chabacana del planteamiento que realizamos
muchos profesionales y aceptando asimismo la vulnerabilidad de quien recibe un impacto de esta
naturaleza, estos hechos no justifican que en los años posteriores se confundan con la situación
traumática y la existencia de un dolorimiento difícilmente digerible y aceptable psíquicamente. Hay
noticias que son dolorosas por lo que significan, más allá de quién las dé, de cómo las dé y del tiempo en
que se produzcan. Es conveniente no confundir estos hechos para "no confundir el trigo con la paja".
2.3. La muerte fallida, despertador de vida
Una experiencia que se me ha impuesto ya desde mis primeros años de ejercicio profesional y se me
repite frecuentemente en unos y en otros, es que: una experiencia de muerte que por las circunstancias
que sean resulta fallida, puede ser un elemento de entendimiento y cambio de primera naturaleza.
He comprobado mejorías psíquicas notables en personas tras intentos no manipulativos de suicidio, que
por las circunstancias han resultado fallidos. Evidentemente, otros los repitieron con mayor éxito
posteriormente. En la vida cotidiana es frecuente que tras un accidente grave, determinadas personas
nos refieran sentirse transformadas, pudiendo fijar un antes y un después, en su forma de entender y
enfocar la vida.
2.4. Noticias que implican un cambio brusco en la perspectiva vital
Con cuanta frecuencia personas tras análisis y exploraciones de rutina, entran a los despachos médicos a
por un resultado rutinario y se encuentran frente a un rostro taciturno, circunstancial, desusadamente
distante y tenso. Titubeo en la voz, bueno... pues, el caso es... la radiografía... una sombra... bueno, no
se piensen, no es nada, pero conviene realizar pruebas un poco urgentes para descartar... De golpe, fin
de lo conocido, alto en los proyectos, el tiempo detenido. El resto del mundo continúa, ciego y sordo, con
su rutina y sus prisas, sus tonterías, sus quejas, sus abundancias y excesos, vividos desde la avidez
inconmensurable de estos tiempos. Todo paralizado, las preocupaciones cotidianas, el qué dirán. No hay
tiempo que perder, la posibilidad de confirmación de una mala noticia lo invade todo.
Finalmente, ya confirmado el diagnóstico severo y tras el proceso previo a la aceptación, la reconciliación
con los seres cercanos impone un balance de lo importante y lo secundario completamente diferente a los
que habían regido nuestra vida hasta entonces. ¡Con cuanta claridad se distingue en estas circunstancias
lo auténtico de lo falso!
Muchas personas nos relatan que los únicos tiempos en los que se sintieron vivos fueron, precisamente,
estos últimos, como si ellos justificasen en sí mismos toda su vida. Si el acompañamiento es el adecuado,
cuanto agradecimiento, qué claro lo importante, con cuanta frecuencia afirman estas personas sentir como si su existencia se hubiese iluminado-, con cuanta claridad aparece lo obvio ante sus ojos,
anteriormente cegados por la pequeñez, el miedo y el engaño. Cuantos momentos reflexivos en estos
tiempos. La mejor herencia que uno puede tener de un ser querido, es el agradecimiento y el
reconocimiento de éste al que se le ha acompañado a vivir hasta el segundo posterior a su débito.
¡Cuánto corremos para ir a ninguna parte! ¡Cuanta robotización y anestesia mental en un contexto
cultural engañoso que nos aleja de nosotros mismos! ¡Cuanta superficialidad y cuanto engaño!
Aunque no siempre, es frecuente que pacientes graves, con vidas caóticas cobren un orden y un
funcionamiento mental más realista y adecuado, tras una noticia que implique la proximidad de la
muerte. He asistido a algunos pacientes toxicómanos con cambios espectaculares a raíz de habérseles
diagnosticado el SIDA. La muerte es el límite a la locura. Ante ella desaparecen las fantasías y delirios;
durante la Guerra Civil Española, el hospital psiquiátrico donde ejercí en mis primeros años, quedó
prácticamente vacío de pacientes, habiendo sido ocupado por personas que huyendo de la guerra,
encontraban refugio seguro en el mismo. La muerte es deseada, como mal menor, en muchos
padecimientos psíquicos, pero de ello hablo en el siguiente apartado.
2.5. La existencia de la muerte, tranquilizante eficaz para la vida
La angustia fundamental del ser humano, en contra de lo que suele creerse, no es la angustia de muerte,
que como anteriormente he señalado, desconocemos, sino que es el miedo a la locura lo que más
angustia a los seres humanos. La locura condensa en ella lo desconocido, igualmente implica y condensa
todos los momentos traumáticos vividos en nuestro desarrollo infantil, momentos de soledad
insoportables arrinconados en nuestro inconsciente, de vacío y autismo, de una excitación insoportable,
acompañados de vivencias de abandono por fallo de nuestro entorno, del que dependemos vitalmente.
Situaciones que en mayor o menor medida se han dado en todos pero en proporciones e intensidades
diferentes. Culturalmente, la locura se relaciona con el descontrol, la agresividad, el rechazo de los
demás, el suicidio, la maldad y la culpa. Todo lo inconfesable, todo lo que tememos de nosotros mismos,
que aunque se traten de malentendidos surgidos y desarrollados en nuestra historia infantil, condicionan
nuestra existencia individual y repercute de forma fundamental en nuestras relaciones dando como
resultante, en sus agrupamientos, la formación de grupos escindidos y frecuentemente violentos. (Como
he sostenido ya en otros artículos, el ser humano no sufre de una maldad congénita, genéticamente
determinada, sino de algo tan vulgar como es la estupidez de la que derivan los malentendidos, que se
instalan desde la intimidad de su ser, entrando en conflicto con su propia naturaleza, hasta la
consolidación de grupos escindidos y violentos. Son las ideas equivocadas las que hay que temer,
consecuentemente, no infravalorando sus efectos, que en su representación potencial más dañina supone
un número elevado de muertos y un sufrimiento enorme para la humanidad).
El ejemplo de que esto es así, lo encontramos en la vida cotidiana cuando tantos seres humanos
prefieren morir físicamente que abdicar de sus ideas, terroristas que consciente o inconscientemente
buscan la forma de acortar sus vidas, las muertes rituales de sectas, tan frecuentes en los últimos
tiempos, la muerte de voluntarios en las guerras, anteriormente la muerte por honor, etc.
Frecuentemente se recurre al suicidio, siendo éste deseable, cuando la calidad de vida se ha deteriorado
hasta tal punto que se hace insoportable. Cuando los problemas superan la capacidad de ser contenidos y
transformados psíquicamente, impiden su aceptación. Las fantasías de suicidio y de deseo de muerte:
son frecuentes como límite de sufrimientos difíciles de soportar. Recurrimos a ellas en los momentos de
desesperación. Suponen una tranquilidad y apaciguamiento pues nos recuerdan que contamos con la
posibilidad a nuestro alcance de poder poner un límite y un control al sufrimiento, que lo hace más
soportable, reduciendo la ansiedad que produce.
El máximo grado de libertad del ser humano se encuentra fundamentalmente en su capacidad de decidir
vivir o morir cada día. Hay personas que no ejercen esta capacidad, no aceptando la vida que les ha
tocado sin hacer nada para modificarla, instalándose en la insatisfacción y la queja crónica y, por otro
lado, tampoco se deciden por la posibilidad que el suicidio les abre, quedando como muertos en vida,
matando sus posibilidades creativas e hipotecando frecuentemente la de los que le rodean, estas
situaciones sí son dañinas y no el hecho de una muerte ya anunciada en el momento de nuestra
concepción.
2.6. Un buen acompañamiento, nuestra mejor herencia
Es ésta una situación extremadamente complicada para los seres humanos. Frecuentemente, se cree
equivocadamente que el sufrimiento psíquico fundamental recae sobre la persona enferma y
desahuciada, cuando mi experiencia me enseñó que el paciente se encuentra suficientemente protegido
por sus propias defensas psíquicas, además de las gratificaciones propias del estar enfermo,
presuponiendo que se encuentre suficientemente arropado por su entorno. El coste físico, psíquico y
emocional recae siempre sobre las personas que posibilitan dicho soporte de cuidados, supliendo las
deficiencias e imposibilidades que las enfermedades imponen. Estas personas a las que frecuentemente
ignoramos, deberían de ser el foco fundamental de nuestra intervención psiquiátrica, posibilitando una
atención más adecuada de la persona enferma.
El acompañamiento a un ser humano a morir es una de las oportunidades más importantes de
generosidad de cuantas podamos disponer y, cuando se trata de un familiar significativo, la mejor
herencia que nos puede dejar es el agradecimiento de haberse dejado acompañar, que supone en sí
mismo el mejor de los reconocimientos posibles, al igual que un facilitador del duelo ya realizado, en gran
medida, en esta afortunada despedida.
Tanto los familiares como los profesionales sanitarios que acompañan adecuadamente, haciéndose cargo
de las necesidades de las personas desahuciadas, refieren, cuando se les pregunta, cambios y
transformaciones personales en la forma de entender su vida, cobrando distancia y restituyendo un
sentido crítico hacia muchos de los supuestos que sostenemos en la vida cotidiana: la desmitificación de
la muerte, la pérdida de miedo a la misma y un cambio en la relación con el mundo y con los demás, con
quienes establecen comunicaciones más profundas y significativas. Éstos son algunos de los muchos
cambios experimentados.
2.7. Qué lejos quedan las palabras en determinados momentos de la vida
En cierta ocasión tuve que hacerme cargo de una paciente con un gravísimos problema pulmonar que
requería de un trasplante, por lo que se encontraba permanentemente pendiente de un dador que lo
posibilitase. En el momento de hacerme cargo de la situación, tomaba un número muy elevado de
medicaciones, que fundamentalmente consistían en antidepresivos, ansiolíticos e hipnóticos, a una dosis
y en combinaciones totalmente inusuales, pese a lo cual su angustia, desesperación y rabia continuaban
en intensidades insoportables tanto para ella como para los demás -existen situaciones más allá del
alcance de las medicaciones, para desesperación de profesionales que en su simplismo reducen toda
respuesta posible a una o, como en este caso, a muchas pastillas-. En las primeras entrevistas se
mostraba totalmente desquiciada. Su desbordamiento lo reflejaba hacia su entorno íntimo, al cual
proyectaba su problemática, en un intento múltiple: informando de su íntima desesperación, soledad y
miedo; la misma comunicación suponía un desahogo, una evacuación, la expresión de rabia por la
envidia de lo que hasta hacía todavía poco tiempo ella poseía, que era la salud. Sus continuos exabruptos
eran mayores cuanto más significativas y cercanas se trataran las personas a las que se dirigía.
Pronto, me convertí en el centro de sus iras, me colocó en el centro de mira de sus quejas y demandas
desesperadas, Poco a poco, y tras duros enfrentamientos y confrontaciones fue apareciendo la confianza
y la fiabilidad, ingredientes necesarios para cualquier acompañamiento, y en ese clima pudimos contener,
entender y elaborar de una forma más adecuadamente depresiva las circunstancias en las que se
encontraba atrapada. Ya en los primeros tiempos, me reuní con las personas significativas de su entorno,
a las que ayudé en el entendimiento de la situación y el inconveniente de dejarse agredir y sadiquear por
ésta -todo lo que hacemos de afectivo o agresivo a los demás nos regresa en forma de bumerán: la
agresión, la culpa o el agradecimiento-. Se les ayudó a entender la importancia de no renunciar
necesariamente a momentos gratos, si éstos se produjeran, tratando de posibilitar en la medida de lo
posible que las renuncias fuesen las suficientes, pero ni una más de las necesarias, en una clara apuesta
en pro de la continuidad de la vida para todos, incluida la paciente, que también habría de adquirir la
capacidad de hacerse cargo en su medida de las circunstancias de sus familiares -hay que evitar matar la
vida-. Después de un tiempo de fuertes enfrentamientos conmigo, lo agresivo se fue desgastando,
transformándose en situaciones más afectivas y saludablemente depresivas y reflexivas.
Al cabo de un tiempo, se produjo el trasplante. Fue un tiempo en el que anduvimos un camino juntos,
compartiendo los avatares de otros trasplantados que, previamente, sufrían rechazos, infecciones, y que
finalmente acababan muriendo. La repetición de esta experiencia suponía siempre un tiempo de reflexión
en torno a lo que se hacía más y más evidente: más bien pronto que tarde, sería ella la diana de una
dificultad o un rechazo. Las palabras se fueron haciendo menos numerosas, fueron sustituidas por las
manos en un contacto y una comunicación preverbal. Las entrevistas se realizaban cara a cara, con
proximidad, sin mesa de por medio, frecuentemente cogidos de la mano, en un silencio tan insonoro en
lo verbal como expresivo, de una profunda e íntima comunicación. Sólo en algunos momentos una
exclamación se abría paso entre ambos: "tengo miedo", "me voy a morir", "qué será de mi hija todavía
tan pequeña"; todo ello intercalado en un tiempo de silencio reflexivo, donde mis palabras, sólo las
mínimas, para evitar interrumpir lo fundamental, consistente en aquel contacto con el otro, aquella unión
con la vida a través de la mirada del otro, las manos del otro, los olores del otro y los sonidos del otro,
que representa a todos y a todos contiene en un conjuro que aleja la muerte y posibilita la continuidad de
la vida.
2.8. La preparación para la muerte es una asignatura fundamental de la vida
Considero que la mejor preparación para la muerte consiste precisamente en la construcción de una vida
lo más confortable y dichosa posible. Cuando uno aprende a aceptar la vida, sin escándalos, asumiendo
el tributo que exige en la resolución de las dificultades inherentes a la misma, uno como consecuencia de
ello, vive, crece y se adapta, aprendiendo a aceptar consecuentemente el paso del tiempo y sus efectos,
tanto negativos cual es el deterioro físico gradual, como positivos en los cuales la experiencia vital
adquirida a lo largo del tiempo nos capacita mental y humanamente, compensando nuestra mayor
indefensión física. La capacidad mental y de aprendizaje crece a lo largo de la vida, lo que se traduce en
nuestra humilde sabiduría, resultante de la acumulación de los conocimientos derivados de nuestros
aciertos y, lo que es más fundamental, de nuestros errores reconocidos y resueltos, (los no conocidos y,
por tanto, imposibles de resolver por vía cotidiana, son los que frecuentemente se nos convierten en
horrores, dificultándonos la vida, yendo en nuestra contra e hipotecando nuestra evolución pacífica e
integrada).
La vejez es un período del ciclo vital, será un buen período si la madurez personal posibilita la distancia y
tranquilidad propia de un vivir sin el miedo a la vida y a los acontecimientos vitales, propios de cuando se
es más joven y se posee menos experiencia. Para que este tipo de envejecimiento sea posible, se
requiere una proporcionalidad inversa entre la capacidad física y la mental -a más edad en una evolución
positiva y no estancada en el tiempo, cuerpo más débil en mente más fuerte-. Se requiere una cierta
proporcionalidad entre los recursos internos (psíquicos y emocionales) y externos (físicos, económicos,
relacionales), de cuyo equilibrio dependerá la confortabilidad o inconfortabilidad de nuestros últimos
años.
2.9. Los duelos
La separación y elaboración de las pérdidas es una asignatura permanentemente presente en la
existencia del ser humano desde su nacimiento. Un fallo en el proceso de separación en la persona, le
impide acceder a una adecuada individuación, atrapándole en la dependencia patológica y patogénica
propia de la enfermedad mental. (La patología mental es fundamentalmente una patología de
dependencias psicoemocionales, un fallo en el proceso de individuación del ser humano y un
detenimiento, por lo tanto, de su madurez).
El ser humano vive apoyado psicoemocionalmente en relaciones con los demás, suponiendo los otros
soportes, en muchos casos, fundamentales para nuestro íntimo equilibrio psíquico. Cuando uno de estos
soportes externos muere, se produce temporalmente un cataclismo interior, cuya intensidad dependerá
del tipo de relación establecida con la persona muerta y de la profundidad de su significación en nuestra
existencia. Una columna de nuestro edificio interior se rompe, viéndose amenazado el mismo de distintas
maneras, según la trascendencia de la misma. Todas estas circunstancias implican el tipo de duelo que
cada uno va a realizar y, en el que se verán comprometidos igualmente los recursos con que se cuente
para enfrentar la pérdida y su restitución en un mundo diferente, en el que el muerto se encuentre ya
diluido e incluido, constituyendo la parte íntima de los vivos.
Otras circunstancias condicionan el duelo: las circunstancias de la muerte. No es lo mismo una muerte
traumática, por accidente, terrorismo, que la de una enfermedad, y dentro de éstas, el tiempo de
duración, el nivel de sufrimiento. Las imposiciones culturales son otras circunstancias que condicionan los
duelos, lo que los demás esperan de los implicados en esos momentos, los rituales...
Sólo cuando uno se ha confrontado con la muerte de un ser querido y próximo, en el que se apoyaba una
parte importante de su proyecto vital, se es capaz de entender de duelo. Sólo cuando con el tiempo y,
habiendo tenido la valentía de la confrontación con el dolor de la pérdida, pagado el coste
correspondiente, aparece su superación, lentamente, sin estridencias, discretamente. Tal y como se hace
con todo lo importante de la vida. Finalizado el proceso, es entonces cuando uno toma conciencia y se
sorprende de haber sufrido una transformación interna e íntima, una metamorfosis y un aprendizaje que
marca un hito en su existencia, en la que fácilmente se puede distinguir un antes y un después del
acontecimiento vivido. Muchos de los planteamientos cotidianos que regían la vida, aparecen ante sus
ojos como absurdos, vacíos de sentido y falsos.
Saber que el tiempo que tenemos es limitado, supone un paso necesario para su valoración y utilización
creativa, y los conflictos cotidianos exagerados por la inmadurez y el miedo son transformados en
relatividad y distancia.
3. Las interpretaciones
Vivimos unos tiempos en los que los acontecimientos humanos, siempre móviles, se han acelerado,
cursando a velocidades vertiginosas. Son tiempos rápidamente cambiantes a los que nos adaptamos a
duras penas, encontrándonos la mayoría a punto del desbordamiento permanente, todo ello puesto de
manifiesto en la permanente demanda de ayuda a nuestros servicios psiquiátricos por problemas
individuales: anorexias, psicosis, toxicomanías, neurosis; o síntomas colectivos: la vigencia todavía de la
pena de muerte, los conflictos que se dilucidan en guerras, la abundancia conviviendo impúdicamente
con la necesidad y el hambre, como si el hambre de unos no tuviese una relación directa con la anorexia
de otros.
Se ha producido un gran desfase entre el desarrollo de los conocimientos físicos y científicos y el de las
ciencias humanas. Sin la madurez psicoemocional necesaria, el conocimiento técnico corre el riesgo de ir
en una dirección opuesta a la del desarrollo creativo que la vida requiere, amenazando con volverse en
contra de los seres humanos que lo han posibilitado, en una inversión -perversión- de su sentido. En el
momento presente, los descubrimientos científicos nos desbordan y se tornan peligrosos.
3.1. Una historia negada es una historia escindida y no integrada
En la historia temporal y evolutiva del ser humano, los últimos siglos apenas sí suponen un pequeño
momento. Todavía los descubrimientos científicos que posibilitaron un cierto control de la naturaleza, de
la superación del hambre, de las enfermedades, de las comunicaciones, etc, no han podido evitar su
injusta distribución. Es conveniente recordar que los antibióticos y los psicofármacos se descubrieron
apenas hace unos cincuenta años; que hace unos años más, la esperanza de vida de los seres humanos
era prácticamente la mitad de la actual; que los índices de mortalidad infantil eran muy elevados; que los
niños y niñas no poseían derechos civiles hasta la edad de doce años, cuando las posibilidades de
supervivencia eran mayores.
Nos encontramos tan cerca todavía de la Edad Media, que sufrimos su sombra y seguimos bajo sus
efectos. Hoy todavía seguimos sin superar los tiempos en los que el ser humano se encontraba frente a
un destino tan poderoso como incierto, ante el cual sólo cabría la aceptación y el sometimiento. El ser
más poderoso podría comprobar su pequeñez e impotencia ante situaciones y problemas que hoy
consideraríamos mínimos. Cualquier enfermedad podría desencadenar la muerte. En los tiempos
pretéritos, la indefensión de la naturaleza humana era, a todas luces, evidente en cada uno y en los
demás, se vivía con ella y frente a ella. El coste del vivir era tan alto que la selección natural eliminaba
sin compasión a los débiles y los supervivientes eran los que estaban dispuestos a pagar dicho coste.
Dios lo regía todo, se encontraba en todas partes y lo controlaba todo. Nada se encontraba en la mano
del hombre. Tal era el sentir popular frente a su destino. Grandes ofrendas y trabajos de un número
importante de hombres que vivían para contentar a ese Dios, regidor de todos los destinos: cuántas
iglesias, cuántos seres humanos encargados de distraerle y de halagarle, cuántas ofrendas de todo tipo.
Pensar que hasta hace poco la mitología era la explicación que la sociedad consideraba científica, cuando
hoy perfectamente podría resultarle ingenua a un muchacho quien la consideraría poco menos que una
colección de bellas historias escritas para tranquilizar y ayudar a un niño a conciliar su sueño. Quizá ésta
fue su principal virtud en la infancia social que supusieron los pasados siglos, ser cuentos para ayudar a
soportar la incertidumbre de lo desconocido y dar una sensación de control de lo incontrolable. ¿Cuáles
son nuestros ingenuos cuentos actuales? El negocio del engaño coloca el ingrediente fundamental para su
sostenimiento, un gran negocio en lo concreto, que es donde el ser humano en su pequeñez y limitación
dilucida su existencia. Sólo unos pocos privilegiados son capaces de ir más allá de sí mismos con su
imaginación y su generosidad, y ambas son resultantes de su madurez e integración personal,
consecuencia de una vida tan afortunada como deseable para la mayoría de los mortales, que pegados a
un pensamiento concreto, y circulando con movimientos de reptación, son incapaces de ver más allá de
sus propias narices, pese a los altos potenciales inherentes a la evolución mental de nuestra especie.
3.2. El contexto social
Los seres humanos nos encontramos incluidos en un contexto social dinámico, somos una discreta parte
de un todo que nos condiciona e influye. Qué osadía y qué impotencia implica el pensar en la libertad del
ser humano, cuando por todas partes aparece la limitación. No llevamos nuestra vida, sino que ésta nos
zarandea a su antojo. Somos auténticamente títeres del destino, lo fundamental nos es dado sin nuestra
contribución y sólo los más afortunados se empeñan en sobresalir de los demás, atribuyéndose lo que no
les pertenece. Nadie tiene más mérito por ser lo que es.
El psicoanálisis ha investigado el mundo interno del individuo, habiendo precisado la manera cómo desde
el exterior, los otros, de los que dependemos, se van gradualmente introduciendo en nosotros. Cómo los
demás nos constituyen, somos trocitos de los otros introyectados en nosotros, generando una nueva y
única combinación propia de cada ser humano. Para bien o para mal, la familia internalizada y la externa
(la familia real), nos acompañan a lo largo de toda nuestra vida, no siendo siempre coincidentes. Si el ser
humano se encuentra tan determinadamente influido por su familia interna y externa, ambas han sido y
son permanentemente influidas por el contexto social y cultural de referencia. No se puede entender a los
unos sin los otros. Lo que ocurre en el Parlamento finalmente condiciona la forma de pensar y de actuar
individual, y estos individuos influyen en el Parlamento a través de acciones individuales o grupales. Nos
encontramos en un contexto cultural primitivo e infantilizado. No existen los buenos y los malos, ni los
poderosos e impotentes. Éstas entre otras son formas reduccionistas y absurdas de entender que
implican la evolución hacia un camino más creativo. Nos encontramos en un contexto escindido y
desintegrado donde los aspectos parciales se confunden con el todo. Todavía es reciente el ridículo y
pequeñez del hombre considerado más poderoso del mundo, a raíz de unos escarceos sexuales. Nuestras
necesidades de todo tipo se nos imponen sea cual fuere la edad y la posición. Quizá en uno de los pocos
momentos en los que se convertía en un ser humano quedó atrapado.
Los seres humanos son seres históricos, nuestra historia constituye la matriz cultural que nos alimenta y
programa. Es el caldo de cultivo en el cual uno puede crecer con los otros. La Psiquiatría Comunitaria a la
que me adscribo, tiene en cuenta todo el conjunto dinámico, y de su entendimiento depende una buena
parte del éxito de los tratamientos y la posibilidad de realizar programas preventivos útiles.
Nuestra cultura avanza, equivocadamente, hacia personas más cautivas y dependientes, más
robotizadas, y el pensar se encuentra proscrito y es percibido como peligroso. Se trata de un avance falso
y engañoso que como tal, se verá limitado en el tiempo, pues la evolución, a mi modo de ver, la
considero un movimiento hacia la luz y la integración del entendimiento. En este contexto frustrante y
engañoso, los psicoterapeutas son más y más reclamados como necesarios, en ellos se depositan
expectativas y esperanzas correctoras de las insatisfacciones derivadas de ir en una dirección contraria a
la de nuestra naturaleza -frecuentemente, al igual que sucede con la educación, complicamos lo sencillo-.
El terapeuta, hijo de este contexto cultural, se encuentra tan atrapado como el propio paciente atendido,
confundiendo más si cabe la situación; en otras, acompañado y orientado, acortando tiempos de
sufrimientos y evitando las equivocaciones e hipotecas que el dolor produce, impidiendo un pensamiento
razonable. Creo conveniente señalar, aunque debiera estar de más hacerlo, que el terapeuta siempre es
un extraño con un protagonismo limitado -eso dificulta ingresos económicos elevados y supone una
renuncia a las gratificaciones narcisísticas-. Somos sólo intermediarios y con funciones modestas, aunque
importantes. En situaciones de duelos y de acompañamientos a personas desahuciadas, nuestra
presencia deber de ser la suficiente para que la situación avance positivamente de la forma más natural
posible, tratando de evitar una injerencia terapéutica excesiva. Es preciso confiar en la capacidad de los
demás y ser respetuoso con sus decisiones. Hay que ir por detrás y no por delante. Nuestras decisiones
derivarán fundamentalmente de una buena escucha, habilidades alejadas de nuestras educaciones y poco
valoradas en los momentos de necesidad, que suelen ser los momentos cuando rompemos con la
necedad.
Los avances médicos científicos, el control de la naturaleza, la aceleración de los cambios en el tiempo,
todo ha contribuido al desbordamiento y a la confusión. De golpe, el ser humano se ha encontrado
catapultado a un mundo desconocido, lleno de posibilidades, habiéndose empachado de ellas. No estaba
preparado, la incapacidad de integrar tal cantidad de situaciones nuevas le ha desbordado, generando
disfunciones, errores y una pérdida de memoria histórica colectiva, que le deja sin referentes culturales.
Algunas de las características de este tiempo son:
1. La represión de la enfermedad, de la vejez, de la muerte; todo lo que indique indefensión es
negado. Se trata de evitar el dolor y el esfuerzo a cualquier precio, sosteniendo el engaño de que la
vida puede ser vivida sin sufrimiento, aunque para conseguirlo implique graves mutilaciones en
nuestras capacidades mentales y renuncias a aspectos fundamentales de nuestra evolución, yendo
en contra de ella e infantilizándonos.
2. La negación de nuestra propia naturaleza, consistente en la indefensión, nos lleva a la enfermedad
mental colectiva e individual, a la megalomanía, produciendo insolidaridad y, como toda situación
falsa, envidia, insatisfacción y miedo. Propio de esta circunstancia es el "sálvese quien pueda", y
unos pisotean a los otros. Poder y sometimiento son caras de la misma moneda y la insolidaridad
se establece. Si se niega la indefensión, nos vemos forzados a marginar a las enfermos, a las
personas con carencias y dificultades, a los viejos, a abusar de los niños. La muerte, hecho que nos
iguala, puede resultar una noticia escandalosa. A diferencia de la situación descrita, el ser humano
que acepta su pequeñez e indefensión, crece y se fortalece. La conciencia de su propia indefensión
le lleva a la solidaridad y en ésta encuentra el sentido de trascendencia, la espiritualidad y todos los
aspectos más evolucionados del ser humano, que siempre están más allá de nosotros.
3. Un contexto escindido es un contexto amenazador para todos. En el mundo no existen víctimas ni
victimarios, buenos o malos, derechas e izquierdas. Éstos son simplismos propios del
desbordamiento en el que nos encontramos y que nos influye neutralizando nuestra capacidad de
pensar, situación que incide en un actuar irreflexivo y confuso, y por lo tanto, arriesgado y lleno de
equivocaciones y de sufrimientos.
4. El tener sustituye al ser. Una cultura en la que lo importante está fuera de uno, tratando de
controlar la vida a través de la acumulación de dinero, que pasa de ser un medio a cobrar el
protagonismo de un fin en sí mismo. Vivimos llenos de objetos con los que tratamos de llenar
nuestros vacíos e insatisfacciones, fracasando en el intento. No hay medicación para el desamor, ni
tranquilidad que no pase por la confianza en los otros. Las personas que nos hemos interesado por
los grupos humanos y hemos investigado en ellos, sabemos bien que "o nos salvamos todos o nos
condenamos todos". Nos encontramos mucho más profundamente unidos y próximos de lo que
estamos habitualmente dispuestos a admitir.
5. Los falsos líderes sociales. Resultante de un contexto falso es la elección de sus líderes. No son la
sensatez, la madurez ni la integración los atributos que caractericen a nuestros políticos. Durante
las elecciones, en estos momentos de confusión, los ciudadanos infantilizados y confusos, suelen
primar la demagogia y lo falso, produciéndose una selección negativa de los mismos, lo que
complica aún más la situación y como siempre los efectos fundamentales recaen en las personas
más débiles y necesitadas, influyendo en el retraso de soluciones más evolucionadas.
6. El hambre conviviendo impúdicamente con la abundancia, aunque en la misma, a veces, muramos
de anorexia, sin llegar a entender que una y otra se encuentran íntimamente relacionadas en su
origen.
7. Una cultura caracterizada por el individualismo, como elemento antitético al grupo, sin querer saber
que es el grupo quien compone al individuo y éste a su vez conforma al grupo, que estamos todos
en la misma barca, y el devenir de uno solo nos refiere a todos y a todos compromete. Un contexto
que no tenga en cuenta al último, en el que no quepamos todos, es un contexto peligroso,
escindido e injusto.
Nos encontramos en un momento de depresión y pesimismo social colectivo, donde a unos les falta lo
necesario, otros sufren por no saber qué hacer con todo lo que tienen fuera, pero que al carecer de lo
que requieren dentro de sí, no les sirve, pese a aparentar una satisfacción por el contraste con los
desheredados y hambrientos en donde proyectan sus temores y salen airosos en sus comparaciones,
acallando temporalmente el sonido de sus carencias. Si bien la abundancia se encuentra del lado de los
países desarrollados, la solidaridad se halla del lado de los países más humildes.
Es posible que en el futuro tengamos que redescubrir que las relaciones humanas comprometidas, en las
que se establece una comunicación profunda, instalada en la renuncia, la generosidad y el
agradecimiento mutuo como ingrediente de continuidad permanente, siguen estando vigentes, o más
bien, son lo más vigente a lo que el ser humano puede acceder, ya que siguen siendo un reto de
evolución, aunque la modernidad se haya confundido con la superficialidad, el pensamiento de lo
concreto, el engaño, la prevalencia de lo falso y el individualismo megalomaníaco.
Cuando vamos en contra de nuestra naturaleza, cuando negamos lo obvio, cuando reprimimos lo
evidente, lo negado aparece invadiéndolo todo, de forma dramatizada y distorsionada, con una
intensidad y un dramatismo mayor. Individual y colectivamente, cuando estamos parasitados por el
miedo, nos vemos eligiendo, indefectiblemente, el camino de la confirmación del mismo.
4. Conclusiones
Finalmente, y a modo de recapitulación de lo expuesto, subrayaré algunas de las ideas desarrolladas más
arriba:
1. Sufrimos fundamentalmente de estupidez y no de maldad como habitualmente pretendemos, aunque resulte duro aceptarlo para nuestro narcisismo-. La estupidez y el primitivismo en los que
nos encontramos nos impiden ver lo obvio.
2. En los momentos de transición social (verdaderas adolescencias), se provocan roturas estructurales
que generan fragmentaciones, que impiden ver el sentido de la globalidad. En estos contextos
escindidos, los seres humanos, empequeñecidos y asustados, buscan líderes que les conduzcan
desde la compulsividad del miedo. Frecuentemente, en estas circunstancias la elección recae en
falsos líderes (charlatanes) que cobran de ese modo un protagonismo insospechado en otras
circunstancias (Hitler y otros dictadores en la historia son buenos ejemplos).
3. En el momento actual, ensalzamos lo superficial y desvalorizamos lo profundo, raíz de nuestra
permanente insatisfacción y del miedo. Negamos la indefensión inherente a nuestra naturaleza y
proclamamos nuestro poder. La indefensión negada nos aboca al individualismo, insolidaridad y
desintegración. La indefensión aceptada y compartida nos lleva a la solidaridad y
complementariedad creativa.
4. Nuestras familias se pueden constituir en nuestros mejores aliados o en los peores obstáculos para
el desarrollo de la vida. (Frecuentemente, en el espacio social proyectamos por extensión muchos
de nuestros conflictos familiares).
5. El miedo a la muerte esconde el miedo a la vida, proyectado en ella.
6. La muerte negada nos conduce a una vida vacía de sentido y trascendencia.
7. La generosidad humana, consecuencia de nuestra madurez, al igual que el agradecimiento por lo
recibido de los demás, encuentra su máxima expresión en el acompañamiento en los últimos
tiempos de vida a nuestros semejantes. De nuestra capacidad de acompañar a nuestros mayores, a
las personas enfermas, más cuando éstas se encuentran desahuciadas, derivará nuestra confianza
en los demás, pudiendo esperar y confiar en ser asistidos en similares circunstancias. El
agradecimiento y la generosidad siguen siendo la inversión más rentable de cuantas el ser humano
pueda realizar, no pensando en los demás sino en sí mismo y en la rentabilización que en forma de
satisfacción y confortabilidad existencial se extrae.
8. Cuando enfocamos el acompañamiento a las personas con graves enfermedades con una clara
apuesta por la vida, no hay murientes sino personas viviendo los momentos más trascendentes de
su vida y personas alrededor, participando emocionalmente de este momento. Murientes o somos
todos o no lo es nadie.
9. El mejor duelo es una buena vida. La mejor despedida es la apuesta por la continuidad de la vida,
hasta el último momento. No hay que enterrar a nadie en vida, ni ir a acompañarle en el
sentimiento cuando se está muriendo. No puede utilizar el poco tiempo del que dispone en
tranquilizar a los de alrededor.
10. En estos procesos, como en todos, la psiquiatría ocupa un lugar modesto, eficaz pero apenas
perceptible. El interés y la sinceridad son nuestros principales instrumentos para no equivocar.
11. La psiquiatría no puede avanzar al margen del sentido común, que es donde se encuentran sus
raíces más profundas, sino como continuidad y complementariedad del mismo.
Que no tengamos hoy explicaciones para entender todos los sentidos de la vida y, fundamentalmente, el
de la existencia de la muerte, no significa que no los haya. Son muchos los sin sentidos con los que
vivimos. Cuantas explicaciones mágicas en otro tiempo han sido sustituidas por explicaciones científicas
en el momento presente. Caminamos hacia la luz del entendimiento, aun avanzando ocasionalmente en
zigzag. Hoy, en el mundo que comienza a despertar, nos es imposible predecir los nuevos sentidos que,
dormidos, esperan el despertar en tiempos futuros.
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