Libre albedrío y neurociencias. Tercera parte. Neuroética: neurociencia de la
ética, acrecentamiento de habilidades, acción voluntaria y responsabilidad.
FUENTE: PSIQUIATRIA.COM. 2009; 13(3)
Fernando Ruiz Rey.
Médico psiquiatra. Raleigh, NC
USA
Recibido el 17/08/2009
PALABRAS CLAVE: Neuroética, Neurociencia de la ética, Acrecentamiento de habilidades, Acción voluntaria, Mapas cerebrales,
Responsabilidad.
Resumen
Se señala la importancia de las neurociencias en la teoría ético-legal al hacer evidentes las bases cerebrales del
sistema cognitivo, las emociones y la memoria, funciones esenciales en el pensar, el valorar y el actuar de los
seres humanos. Se muestra la influencia de las neurociencias en la sociedad actual con el uso de los
psicofármacos, para fines médicos, y para acrecentar habilidades por parte de sectores sanos de la población. Se
comentan las características de la acción voluntaria, su relación con la patología cerebral y su intrínseca conexión
con el medio social. Se presenta el problema de la evaluación de la responsabilidad del actuar voluntario y las
pruebas `objetivas' ofrecidas por las neurociencias para determinar veracidad y predicción de conducta; se revisa
el valor de los `mapas cerebrales' de neuroimagen para este propósito. Se recalca que la evaluación de la
responsabilidad se realiza con parámetros del ámbito psicosocial.
La neuroética es una disciplina emergida recientemente del campo de la bioética en relación a los problemas éticos
generados por los procedimientos de investigación y por las proyecciones de los avances teóricos y prácticos de las
neurociencias, especialmente los relacionados a la manipulación de la identidad y autonomía personal con obvias
implicaciones en la vida de los individuos y de la sociedad. En algunos aspectos, la neuroética comparte con la
bioética las consideraciones éticas acerca del sujeto bajo experimentación, como son las condiciones requeridas
para el consentimiento informado y los problemas de competencia y de seguridad de las investigaciones
realizadas. Sin embargo, la neuroética presenta un campo particular de reflexión, ya que el cerebro -- el centro de
las investigaciones y manipulaciones de las neurociencias -- es el órgano considerado como el asiento primario de
la vida psíquica, la base orgánica de la conciencia y de la identidad personal. Las neurociencias en este sentido,
tienen el potencial de inmiscuirse en la vida íntima de las personas, violando su privacidad, su autonomía y su
dignidad; considérese como ejemplos: el manejo de los resultados de las neuroimágenes y las manipulaciones de
la conducta con intervenciones neurogenéticas. (1: 119)
Un área de creciente interés para las disciplinas preocupadas del comportamiento humano y de la responsabilidad
del individuo por sus acciones voluntarias, la constituye la documentación realizada por las neurociencias de las
influencias del funcionamiento cerebral en las operaciones psicológicas básicas de la persona, como las
cogniciones, las emociones y la memoria. Esta puesta en evidencia de las influencias de la estructura funcional
cerebral en el proceso del pensar, del valorar y del actuar de los hombres, obliga a revisar la acción ética y, muy
particularmente, la responsabilidad de los individuos frente a la sociedad, ésto claramente expresado en la
imputabilidad legal de la conducta de sus miembros. De este modo, las neurociencias se incorporan como una
nueva y fundamental dimensión al estudio del actuar ético, la teoría ética ya no se puede considerar centrada
exclusivamente en los conceptos filosóficos y teológicos tradicionales de libre albedrío, identidad personal,
autocontrol e intención de sujetos perfectamente racionales, sino que además se debe incorporar la persona
concreta, que ineludiblemente envuelve su mente, y su corporalidad: el Sistema Nervioso Central, si se quiere
hacer verdadera justicia al juicio ético de la conducta de los seres humanos. Por esta influencia del cerebro en el
pensar y valorar de los hombres, se ha hablado de la `neurociencia de la ética' como una sección de la neuroética,
para enfatizar la importancia de las estructuras funcionales cerebrales en el comportamiento humano y en la
eticidad de su actuar. (2:15-18) Con el creciente avance de las técnicas de investigación cerebral y la
documentación más precisa de la interrelación cerebro-mente, la ética de las neurociencias toma cada vez más
vigencia y necesidad de atención por los estudiosos de la teoría ética, los legisladores y el público general.
Acrecentamiento de habilidades
Ya hay claras intervenciones de las neurociencias en el funcionamiento cerebral que muestran modificaciones del
pensar, del sentir y del valorar de los seres humanos, como lo evidencia el uso habitual de psicofármacos en la
práctica psiquiátrica. Las drogas antipsicóticas controlan, alivian y previenen episodios psicóticos, los
antidepresivos son efectivos en la corrección de estados depresivos severos, las drogas colinérgicas alivian las
fallas de la memoria en la demencia inicial, y los estimulantes aumentan la concentración y disminuyen la fatiga.
Estas drogas se han usado fundamentalmente para indicaciones médicas, pero algunas como el metilfenidato
(Ritalin ®) y la amfetamina (Adderall ®) son ya de uso común en los campos universitarios americanos para
mejorar el rendimiento cognitivo, e incluso algunos padres los solicitan de los pediatras para aumentar el
rendimiento escolar de sus hijos. (3:12-18. 4:143-145. 5) Se estima que con el progreso del conocimiento
fisiológico del Sistema Nervioso Central se producirán drogas con beneficios más precisos y menos efectos
secundarios, con lo que su uso por la población general se espera que aumente para satisfacer diversos beneficios,
como la eliminación de afectos negativos (miedo, hostilidad), aumento de la confianza personal y del autocontrol,
disminución del apetito y de la necesidad de dormir, y estimular la actividad sexual. El masivo uso de sildenafil
(Viagra ®) por la población `sana', es paradigmático del uso de medicamentos más allá de indicaciones
estrictamente médicas. (6:47-51)
Las implicaciones personales y sociales del uso de medicamentos, particularmente de drogas que afectan el
funcionamiento cerebral, genera numerosas consideraciones éticas, desde las usuales en la bioética de la
investigación de estos productos, incluyendo los posibles efectos dañinos a corto y largo plazo, hasta la necesidad
de redefinir lo que se considera la vida normal, y del significado del esfuerzo, del fracaso y del dolor en la vida
personal; y, desde el punto de vista de la comunidad, se teme que se produzcan inequidades en la distribución y
acceso a estos productos de efectos beneficiosos para el rendimiento de los usuarios, con aumento del desbalance
entre grupos privilegiados y postergados. (6:51-53)
Desde el punto de vista del tema que nos interesa en este trabajo, se puede sostener que el libre albedrío de los
sujetos sometidos a las drogas que incrementan las habilidades personales, no eliminan su capacidad de elección,
pero estas sustancias cambian naturalmente las condicionantes psicológicas para ejecutar la elección personal. Y
en último término, los sujetos conservan la capacidad de optar por el cese del consumo de estos medicamentos.
La situación es diferente cuando estas drogas son impuestas a individuos contra su voluntad o son sometidos a
coerción para que las acepten, en estos casos desaparece o disminuye la opción de eliminar su uso; un ejemplo de
esta situación la constituyen las ordenes judiciales de uso de psicotrópicos y hormonas para modificar impulsos y
tendencias conductuales en criminales, como es el caso de uso de drogas antidepresivas inhibidoras de la retoma
de serotonina para disminuir la agresión, y el uso de la hormona sintética acetato de medroxiprogesterona para
bajar el nivel de testosterona y reducir el recividismo de los crímenes sexuales. (7) Esta práctica legal genera por
cierto consideraciones éticas particulares.
Los conocimientos psicofarmacológicos constituyen un aporte importante de las neurociencias a la vida de la
comunidad, con claras implicaciones para el sistema legal; ilustra esta situación el tratamiento antipsicótico, que
en muchas jurisprudencias se ha incorporado como tratamiento legalmente impuesto para asegurar el control de
pacientes resistentes a los regimenes voluntarios. Una situación similar puede ocurrir con nuevos medicamentos,
como la naltrexona, un antagonista de los opiáceos, que bloquea el placer producido por esas drogas facilitando el
control de la adicción. El problema de la adicción muestra una limitación de la libertad de elección, los adictos
están presos en la compulsión por saciar la necesidad de la droga que utilizan, al punto de abandonar familia,
empleo y hasta quebrar instintos básicos como el maternal con el fin de conseguir la sustancia adictiva. El libre
albedrío queda reducido significativamente bajo el peso de la adicción, pero no totalmente obliterado, siempre se
elige en alguna área de la actividad humana, aunque sea a la sombra de la adicción; y, con respecto a la droga
que le domina, en última instancia, el sujeto tiene la posibilidad de elegir tratamiento y rehabilitación cuantas
veces sea necesario para lograr el control de la enfermedad adictiva.
Acciones voluntarias
Ya hemos señalado anteriormente que las acciones voluntarias son realizadas libremente, pero condicionadas por
diversos factores. El condicionamiento que inclina las elecciones en el ser humano depende de las experiencias
previas, creencias, deseos y aspiraciones que conforman el plan vital de cada persona. En la formación de este
plan de vida es naturalmente fundamental la formación intelectual y emocional, y el desarrollo del carácter en
general, para que la persona pueda conducir su vida y realizar la elecciones correspondientes de un modo
consistente y constructivo para ella misma y para el grupo social al que pertenece; la educación en sentido amplio
es entonces central para el pleno y adecuado ejercicio de la elección personal. El proyecto personal está también
influido por las distorsiones provocadas por el funcionamiento anormal del Sistema Nervioso Central, que en los
casos de patología neuropsiquiátrica severa, conduce a conductas alienantes y destructivas para el paciente y su
medio social.
Las acciones voluntarias del ser humano se realizan con máxima amplitud y libertad con un funcionamiento
psicológico equilibrado del agente, y bajo condiciones externas propicias a su desarrollo personal. Estas
condiciones con frecuencia no se dan completamente en el mundo real, ya sea por coerciones o barreras
extrínsecas propias del medio social, o limitaciones intrínsecas provenientes de la interioridad de la persona o, por
una combinación de ambas. Ya hemos mencionado las limitaciones consecuentes a la adicción, a lo que hay que
agregar por lo pertinente, las enfermedades mentales en general, particularmente los trastornos psicóticos. En
estado de locura el enfermo actúa bajo el influjo de ideas delirantes, alucinaciones veras e intensos impulsos
emocionales, perdiendo la capacidad de discernir los parámetros de la realidad y de razonar normalmente, con
mayor o menor grado de perturbación, según la intensidad y amplitud que abarca el trastorno psicótico. En estas
situaciones las acciones voluntarias estarán condicionadas por las experiencias del paciente, su capacidad de
elección se ve reducida por la intensidad del estado mental perturbado, pero consistente -- en muchos casos -- con
el contenido de sus experiencias y de su estado emocional. El juicio del paciente, condicionado por sus
experiencias mentales, impide su funcionamiento en importantes áreas del mundo social; esta limitación aumenta
a medida que se agrava la perturbación mental, quedando casi totalmente invalidado en los estados de franca
desorganización psicótica en la que su capacidad de elección racional desaparece. Entre el individuo normal y
emocionalmente equilibrado que ejerce un libre albedrío dentro del contexto social que vive, y el alienado mental,
se encuentra una amplia gama de situaciones en que las personas se ven condicionadas por estados mentales de
mayor o menor fuerza que inclinan sus elecciones voluntarias, limitándolas y, aún alienándolas del medio en que
se encuentran.
Es importante señalar que la capacidad de elección no se perturba por igual en el amplio espectro de la conducta
de una persona; así por ejemplo, un enfermo psicótico con una celotipia delirante puede elegir apropiadamente su
vestir y su alimentación, acatar las regulaciones del tránsito, y puede comprender perfectamente las disposiciones
legales respecto al homicidio; sin embargo, en un rapto de conducta psicótica puede matar a su esposa. Por esta
razón, la tarea de adjudicar total responsabilidad legal a actos realizados con estas características, resulta
particularmente difícil de determinar, ya que el enfermo, por un lado conoce las leyes y las consecuencias de su
violación y, por otro, procede condicionado por un delirio aplastante en ciertas áreas de su vida que obnubila su
juicio. Complican más aún la situación, el hecho de que los peritajes psiquiátricos se efectúan retrospectivamente
con respecto a las acciones cometidas, las condiciones mentales de los pacientes fluctúan, y las frecuentes
manipulaciones y abusos que suelen intentar los criminales para acogerse a la defensa por razones de enfermedad
mental hacen más ardua la evaluación.
La vida de las personas está conformada por el contexto cultural en que se desarrollan y actúan, la relación del
actuar de cada persona con el grupo cultural al que pertenece es sin duda incontestable, lo que no significa que
cada individuo no tenga la libertad de escoger dentro de sus circunstancias, y de dirigir su vida con un sello
personal. Es dentro de este contexto cultural que conforma a los individuos en donde la persona ejerce su libre
albedrío, la libertad para dirigir su vida, para buscar la verdad de la existencia y del mundo. En este contexto
cultural se evalúa el juicio que guía las acciones intencionales de las personas para adjudicar la responsabilidad
que les cabe en asumir las normas morales y legales que rigen a todos los miembros de la comunidad; se espera
que las personas con vulnerabilidades personales que llevan al detrimento de la capacidad de pensar y de valorar,
tomen, en cuanto posible, las medidas oportunas para evitar o aliviar dichas vulnerabilidades, como sería el caso
de las adicciones y la prevención de descompensación de episodios psicóticos.
Responsabilidad
La responsabilidad de la conducta voluntaria se evalúa, y se ha evaluado tradicionalmente en nuestra cultura, de
acuerdo a la intención y razón que la guía, se trata de una evaluación de la acción humana en el plano psicológicosocial; los parámetros usados para esta evaluación son fundamentalmente una conciencia clara y el discernimiento
de la razón práctica. Las neurociencias ahora intentan ofrecer pruebas "objetivas" para evaluar la responsabilidad,
en base a medidas neurofisiológicas de estados cerebro-mentales. Esta perspectiva de las neurociencias se ha
nutrido especialmente con el progreso de las técnicas de neuroimagen cerebral (estructural y funcional) -particularmente el IRMf (Imagen de Resonancia Magnética funcional) -- que puede `observar' el funcionamiento
cerebral `en vivo', lo que posibilita una correlación directa de estados mentales y conducta, con estados cerebrales.
De este modo, se espera elaborar mapas cerebrales para distintos estados mentales y conductas que ayudarán a
evaluar a los individuos en cuanto a la veracidad de sus afirmaciones y recuerdos, y en cuanto al grado de
responsabilidad que les cabe en sus acciones según las condiciones cerebro-mentales presentes. El entusiasmo
despertado por estos estudios de las neurociencias se ha desbordado en grandes expectativas de algunos autores
por lograr evaluar las habilidades profesionales e interpersonales de candidatos a diversos empleos, de estimar la
capacidad intelectual de estudiantes y detectar la destreza en el manejo de finanzas de agentes de negocios e
inversiones; incluso, se ha sugerido que estos mapas cerebrales pueden ayudar a futuras parejas mediante perfiles
cerebrales compatibles de personalidad, intereses y deseos. (8:141)
Sin duda las técnicas de neuroimagen cerebral ofrecen valiosos aportes prácticos y teóricos a la medicina, sin
embargo se debe tener presente que estos procedimientos reflejan la actividad cerebral en forma indirecta y
parcial; así por ejemplo el IRMf mide el consumo de oxigeno de la actividad neuronal, comparando la resonancia
magnética de la hemoglobina oxigenada con la reducida; además, la resolución espacial de los segmentos
cerebrales medidos es baja, al igual que la resolución temporal, y las imágenes son poco claras con abundancia de
artefactos debidos a influencias externas (movimientos del sujeto) e internos (propios del equipo usado); además
estos procedimientos están inevitablemente sujetos a interpretaciones a muchos niveles del proceso, comenzando
por las áreas cerebrales elegidas para el estudio y el significado de las imágenes percibidas. Pero más allá de las
limitaciones técnicas de todos estos procedimientos, y de las restricciones impuestas por el diseño de las
investigaciones, los mapas cerebrales elaborados son el resultado estadístico de muchos sujetos con estados
mentales similares difícilmente se podría decir idénticos --, realizados primariamente en condiciones
experimentales, que naturalmente no coinciden exactamente con los de la vida real espontánea de los seres
humanos. Es importante tener presente estas limitaciones técnicas de los estudios de neuroimagen cerebral, y de
otros procedimientos con metas similares, para evitar absolutizar sus resultados. Así mismo, no se debe perder de
vista que estos estudios rebelan material objetivo interpersonal -- medidas neurofisiológicas --, que se
correlacionan con estados mentales subjetivos y con conductas voluntaria, no son una visión directa de la vida
mental.
Los estudios de neuroimagen cerebral muestran considerables variaciones en distintas personas, considerados
consecuencia de la adaptación y plasticidad cerebral, estas variaciones agregan dificultades a la elaboración de
mapas cerebrales como instrumentos capaces de `objetivar' completamente los estados mentales. Ilustra esta
limitación la situación de la difundida técnica de detección de mentiras mediante mapas de neuroimagen
cerebrales a nivel del lóbulo frontal, según el informe del National Research Council de los EEUU hasta el momento
actual no se han realizado investigaciones que aporten evidencia empírica que demuestren la efectividad de
ninguna técnica neurofisiológica particular en la detección de mentiras, incluyendo las neuroimágenes y los
electroencefalogramas con onda P300, activada cuando el sujeto reconoce una información u objeto
(procedimiento patentado como: Brain Fingerprinting®) (9). La validez de las técnicas de detección de mentiras
aumenta cuando se emplean conjuntamente, pero sin alcanzar una validez absoluta. (1:4. 10;1:19-20) Con el
progreso de las neurociencias estas pruebas aumentarán su validez, incluso podrán abrirse paso como
procedimientos de uso legal, pero no podrán alcanzar un 100% de precisión por problemas técnicos y de
interpretación. (11:112-113)
Tampoco se acepta que la presencia de anomalías o alteraciones detectadas por estudios de neuroimágenes
puedan determinar ineludiblemente la moralidad de la conducta. Conocido es el caso de Phinea Gage, un obrero
ferroviario en Vermont que en 1848 sufrió un accidente laboral en el que una barra de hierro le perforó el cráneo
dañándole el lóbulo frontal (probablemente la regiones media y orbital de la corteza prefrontal (12:1102-1105)).
Gage sobrevivió, pero como consecuencia de este trauma, su conducta cambió mostrando impulsividad y conducta
social desinhibida e inapropiada. Damasio (13:175-178) piensa que hay muchos pacientes como Phinea Gage con
déficit en la estructura funcional del lóbulo frontal con deterioro de lo que denomina emociones "sociales", como
simpatía, culpa y vergüenza, y con preservación funcionamiento cognitivo. Estos enfermos, según este autor, aún
sabiendo lo que es correcto e incorrecto desde el punto de vista social, fallan en tomar las decisiones adecuadas
por el daño de las emociones sociales. Hay numerosos estudios que muestran asociación de conducta sociopática
(falta de remordimiento, impulsividad, engaño, agresividad) con falla de los mecanismos inhibitorios de la corteza
prefrontal (en los estudios de neuroimagen se detecta disminución de la sustancia gris en relación al resto del
cerebro) (14:189-190). Sin embargo, no todos los individuos con conducta sociopática presentan daño prefrontal
evidente, ni todos los pacientes con lesiones similares a las de Phinea Gage exhiben cambios de conducta
sociopática (14:190). De manera que no se puede argumentar en rigor que la conducta sociopática está
completamente determinada por alteraciones cerebrales, y usar esa tesis para excusar la responsabilidad moral y
legal de la conducta. El mismo Damasio escribe: "...dilucidar los mecanismos biológicos que subyacen la ética, no
significa que esos mecanismos, o su alteración, aseguren ciertas conductas." (13:176)
Las correlaciones de neuroimágenes cerebrales y estados mentales son todavía imprecisas como para constituir
pruebas objetivas con un grado adecuado de certeza que permita un uso decisivo en la determinación de
responsabilidad moral y legal, ni tampoco en otras aplicaciones y evaluaciones diversas. Sin dudas, el creciente e
impresionante avance de las neurociencias y de la tecnología de los procedimientos de investigación, nos
mostrarán en el futuro detallados mapas de estructuras funcionales del sistema nervioso con sus vías de enlace en
actividad neuronal secuencial; estos mapas permitirán finas correlaciones con la actividad cognitiva y emocional, y
la memoria, con gran potencial para la medicina y otras disciplinas. (11:71-94) Sin embargo, se debe conservar la
cautela y no dejarse llevar por un optimismo desmesurado, es posible que se logren diseños de operaciones
mentales que permitan categorizaciones generales de la actividad neuropsíquica, pero es difícil concebir que se
logren correlaciones concretas del detalle del contenido y significado de la vida psíquica, y menos aún que se logre
un determinismo neurocientífico que elimine el libre albedrío, la capacidad de elección de la conducta voluntaria
del ser humano. Se puede predecir en buena medida la expresión de las anomalías cerebrales -- de las
enfermedades neurológicas --, pero en rigor, no se puede predecir en concreto la conducta voluntaria.
Postular un determinismo neurocientífico absoluto implica una relación de causalidad estricta entre la materia
cerebral y la conducta voluntaria del ser humano, sin cabida a la libre elección. En el estado actual de desarrollo de
las neurociencias no se ha producido ninguna evidencia empírica de esta causalidad absoluta y determinante; y,
teóricamente, esta tesis materialista determinista constituye una proposición filosófica altamente debatida, ya que
entre otras razones-- los conceptos de objetividad, de materia y de causalidad, se evidencian y toman sentido en
la mente humana, y es en la mente humana donde se vive primariamente la experiencia del libre albedrío.
Proponer entonces, que la causalidad material controla todos los procesos del mundo, incluyendo la vida
psicológica en su totalidad, y, que por ende, la libertad de elección del hombre es una mera ilusión, resulta ser una
proposición sin sentido, y básicamente anti-intuitiva.
Las limitaciones técnicas y epistemológicas de las ciencias, particularmente de las neurociencias son inevitables,
puesto que los resultados de todas las investigaciones científicas están ineludiblemente ligados a teorías,
supuestos e interpretaciones, todos pertenecientes a la esfera del significado y sentido, propio de la vida mental en
el ámbito psicosocial; desde ahí parte la búsqueda y la comprensión de todo conocimiento. De modo que las
relaciones cerebro-mente no se pueden considerar como iluminadoras correlaciones de dos realidades
esencialmente separadas y distintas establecidas desde un punto de vista neutral, sino que ambas se dan y
elaboran en la mente humana colectiva -- tanto la elaboración conceptual del mundo `objetivo' como del mundo
`subjetivo' se realizan en el vivenciar del hombre; este vivenciar del hombre en el contexto psicosocial es primario,
omitir este hecho fundacional y conformador, constituye un reduccionismo, y un absurdo. (14)
Las neurociencias contribuyen a explicar los procesos cerebrales concurrentes a los estados mentales y a la
conducta voluntaria, y a comprender algunas limitaciones del funcionamiento psíquico debidas a perturbaciones
neurológicas. Sin embargo, las personas viven y eligen el curso de su existencia desde su mundo vivencial, aunque
éste esté constreñido por alteraciones funcionales orgánicas; la patología neurológica puede reducir y llegar a
eliminar el libre albedrío, alterando la conciencia y las funciones necesarias para el comprender, ponderar y elegir.
Consecuentemente disminuye el grado de responsabilidad legal y moral del paciente al deteriorarse su
racionalidad. Debe recordarse que los sistemas legales consultan, desde mucho antes de la emergencia de las
neurociencias, la consideración de factores mitigantes, y la presencia de coerción para adjudicar la responsabilidad
y culpabilidad de las acciones voluntarias. (10;1:13. 15;6:65-69. 16;9:177-182)
No es de extrañar entonces que el sistema legal y el pensamiento ético en general, se resistan a abandonar el
método tradicional de evaluación de la conducta voluntaria para determinar la responsabilidad de las acciones
humanas: la intención y la razón del actuar. Las pruebas objetivas `criterio objetivo sólido', como suelen
denominarse -- que puedan aportar las neurociencias para la evaluación de la responsabilidad deben considerarse
solamente como complementarias, no se pueden presentar como pruebas objetivas independientes y
determinantes para excusar las acciones humanas sancionadas por la ley y por la moral de la comunidad. La
responsabilidad no es un concepto propio de la actividad cerebral, ésta es simplemente actividad neurofisiológica
que sigue las leyes naturales, la responsabilidad en cambio, es un concepto que se construye en el ámbito
psicosocial, en la vida conciente e inteligente de la comunidad. De manera que las pruebas `objetivas' que puedan
ofrecer las neurociencias para evaluar la responsabilidad legal o moral de los individuos están basadas
indefectiblemente en correlaciones entre lo físico cerebral y funciones psicológicas que afectan la capacidad de
pensar y razonar de las personas. Por tanto, las neurociencias no están en condiciones de asumir por sí mismas el
papel de adjudicar la responsabilidad legal, ni moral de la conducta humana voluntaria, pretender lo contrario es
insostenible y se presta a abusos éticos y legales. Los valores fundamentales que guían la vida humana, y las
reglas y normas de la conducta de los miembros de una comunidad, se presentan y se constituyen en la cultura
que alimenta y conforma a los hombres; es en ese ámbito donde se interpreta y juzga su acción.
El desarrollo de las neurociencias potencialmente podría aportar instrumentos importantes para la vida civil, moral
y legal de la comunidad, como son las pruebas de predicción de conducta y detección de mentiras y de prejuicios,
de utilidad práctica para diversas actividades (militares, anti-terroristas, educacionales, laborales, etc.) y procesos
judiciales (investigación de delitos, libertad bajo fianza, aplicación de sentencias, etc.). Para que estas `pruebas', y
muchas otras derivadas del progreso de las neurociencias, sean responsablemente aceptadas e incorporadas en las
distintas actividades de la comunidad, particularmente en el sistema legal, deberán ser el resultado de
investigaciones apropiadamente diseñadas y realizadas, y replicadas, confirmando una correspondencia estrecha y
confiable entre lo físico y mental o conductual; adecuadamente integradas a las evaluaciones psicosociales, y
siempre teniendo presente las limitaciones epistemológicas intrínsecas de estos estudios neurocientíficos. Tampoco
se deben desdeñar las posibles consecuencias deletéreas para los derechos humanos -- previstas o imprevistas ,
que puedan presentarse con el uso de estos procedimientos y técnicas. (10;1:13-14. 16;9:187-198)
Las posibilidades que se vislumbran con el avance de las neurociencias son asombrosas e inquietantes. El
desarrollo de las técnicas de estudio de la estructura funcional del cerebro pueden alcanzar niveles que bien
pueden describirse como de `ciencia ficción'; para mencionar sólo algunas: manipulaciones genéticas para influir la
plasticidad y crecimiento de áreas específicas de la masa encefálica, drogas `inteligentes' diseñadas para influir
funciones específicas del sistema nervioso, artefactos biológicos y electrónicos injertados en el cerebro para
estimular o disminuir ciertas funciones, etc. El potencial de beneficio de estos conocimientos y técnicas es inmenso
en muchas áreas de la vida social, particularmente para la terapéutica médica; pero al mismo tiempo, el peligro
que entraña una investigación irresponsable que ignora los valores fundamentales de nuestra civilización,
resumidos en el valor genérico de respeto por la dignidad de la vida humana, nos puede dejar una triste historia
de injusticias y abusos difícil de imaginar. Más aún, si se cumplen los pronósticos de los más entusiastas
neurocientíficos se puede llegar a distorsiones de la naturaleza misma del ser humano, a la generación de
verdaderos monstruos `humanos'. Aunque estas expectativas extremas no se realicen, el impacto del desarrollo
progresivo de las neurociencias afectará ampliamente nuestra sociedad y el sistema legal que regula las
interacciones de sus miembros y salvaguarda sus derechos. Sin embargo, la evaluación tradicional de la
responsabilidad de las acciones voluntarias no podrá en rigor ser sustituida por las técnicas neurocientíficas, sino
complementada; en palabras de Stephen Morse: "Aunque la evidencia neurocientífica pueda de seguro asistir en la
evaluación [del `autocontrol'], la neurociencia no podrá nunca decirnos cuanta capacidad de control es requerida
para la responsabilidad. Esa cuestión es normativa, moral y, últimamente legal." (16;9:179)
No es difícil entonces comprender la apremiante necesidad del desarrollo de cláusulas éticas y legales que regulen
y controlen el desarrollo y la aplicación de los conocimientos de las neurociencias en los diversos sectores de la
vida social. Y muy fundamentalmente, se impone la imperiosa necesidad de generar investigadores y profesionales
-- no sólo del campo médico-biológico --, con una sólida conciencia y respeto por los valores fundamentales de la
humanidad, de modo que puedan resistir la tentación de la fama, del éxito económico y del prestigio derivado de
las investigaciones y aplicaciones imprudentes y dañinas de las neurociencias. Una conciencia clara y educada
permite el mejor ejercicio del libre albedrío del hombre.
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