Las respuestas que las víctimas tienen ante las relaciones interpersonales se extienden a la relación con los profesionales. La indefensión, la sensación de incontrolabilidad y la incapacidad para confiar será un marco en el que se desarrollará cualquier relación con los traumatizados; la pérdida de seguridad, la evitación y la respuesta de huída dificultará cualquier acercamiento. Debemos tener en cuenta la visión escindida del mundo en buenos y malos absolutos y que seremos colocados en uno de esos dos polos.
Los profesionales no gozamos de ninguna inmunidad al enfrentarnos a acontecimientos traumáticos que nos afecten de forma directa, y podemos sufrir las mismas alteraciones psicopatológicas que cualquier ser humano. El que esto se olvide da lugar, en muchas ocasiones, a que los trastornos no sean tenidos en cuenta hasta que son altamente disruptivos. La exposición continua a casos que muestran las atrocidades y las maldades que perpetramos los humanos nos puede conducir a cambios en nuestros esquemas de creencias, expectativas y asunciones acerca de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.
La neutralidad ante el trauma, especialmente si éste es provocado por otro ser humano, es imposible; los profesionales nos vamos a mover entre la sobreimplicación y el rechazo a la víctima. En ésta tensión entre la fusión y la distancia tendremos que intentar mantener la presencia conjunta de una posición crítica que no sea devaluadora y una cercana que sea empática y comprensiva.
La negación es un mecanismo de defensa imprescindible del que tenemos que conocer su actuación en nosotros mismos. Por un lado, podemos colocarnos al margen de cualquier peligro sintiendo que tenemos una coraza profesional que nos protege y, por otro podemos negar la historia que se nos ofrece, viéndola como inventada y como una forma de obtención de ganancias secundarias.
No es fácil distinguir entre lo que son nuestras necesidades y las de la víctima. La urgencia en aclarar situaciones, en explicitar lo ocurrido y en conseguir reparaciones sociales puede ser sobre todo nuestra. La omnipotencia, la necesidad de resolver todo, aunque sea potenciada por la víctima, está muy alejada de lo que es conveniente en estas situaciones. No es infrecuente la confusión entre nuestra curiosidad y la conveniencia de la explicitación del daño por parte de la persona traumatizada.
Tanto la identificación con la víctima como con el victimario serán dos elementos, que aunque en cierta medida inevitables, conducirán a actuaciones profesionales muy negativas. La identificación con la víctima nos puede llevar a un estado de desvalimiento, a una indignación vicaria o a una culpa por no ser nosotros víctimas en ese momento. Por otra parte, es muy fácil y en ocasiones el traumatizado ayuda de forma inconsciente a ello, reeditar algunos de los comportamientos y actuaciones que perpetró el victimario.
En la victimología influyen una gran cantidad de aportaciones de diferentes ramas del estudio. La formación nos ayudará a anticipar, en alguna medida, los efectos devastadores del trauma y a proveer mejores recursos de afrontamiento personal y de ayuda a las víctimas. Con la formación y el entrenamiento intentamos tener un conocimiento de las reacciones y de las respuestas tanto adaptativas como patológicas, desarrollar técnicas de evaluación y de afrontamiento de las situaciones traumáticas disminuyendo la sorpresa y lo imprevisto y, como elemento esencial, desarrollar un proceso de atribución de un sentido positivo a la experiencia vivida.
Las redes de apoyo profesional son imprescindibles para poder trabajar con víctimas. La interacción franca y abierta con otros colegas ayuda a la exposición de dificultades propias y permite tener un punto de referencia en nuestro trabajo; la "vigilancia en grupo" ayudará al mantenimiento de una confianza y seguridad ante los avatares profesionales. La supervisión del trabajo realizado y del impacto que nos ha generado nos ayudará de forma significativa a enfrentarnos a los acontecimientos traumáticos y a sus consecuencias.