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Pornografía y Salud Mental.

Fecha Publicación: 29/11/2010
Autor/autores: José Guimón

RESUMEN

El autor intenta aclarar la indefinición conceptual entre términos como erotismo, lascivia, obscenidad y pornografía. Señala la confusión entre lo psicopatológico y lo ideológico a la hora de evaluar los posibles perjuicios de la pornografía sobre los jóvenes y sobre la dignidad de la mujer. Recomienda que los profesionales de la salud mental colaboraren lealmente con los sistemas asistenciales al enfrentarse a estos fenómenos, siempre que los programas en que intervienen no choquen con sus concepciones éticas. Existen datos sobre la posible nocividad de la pornografía que, aunque no son definitivos científicamente, hacen recomendable que los profesionales adopten una postura de prudente reserva.


Palabras clave: Pornografía; Salud mental.
Área temática: .

PORNOGRAFÍA Y SALUD MENTAL

José Guimón (Catedrático de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco /
Euskal Herriko Unibertsitatea)
E-mail: jose.guimon@hcuge.ch

SUMMARY
The author seeks to clarify the conceptual lack of definition between terms like
eroticism, lust, obscenity and pornography. The author points out the confusion between
the psychopathological and the ideological when it comes to assessing the possible
negative effects of pornography on young people and on the dignity of the woman. The
author recommends that the mental health professionals faithfully collaborate with the
welfare systems when confronting these phenomena, provided that the programmes that
they take part in do not clash with their ethical conceptions. There is data about the
possible harmfulness of pornography that, although not scientifically defined, makes it
recommendable that the professionals adopt a posture of sensible reservation.

KEY WORDS
Pornography, mental health.

RESUMEN
El autor intenta aclarar la indefinición conceptual entre términos como erotismo,
lascivia, obscenidad y pornografía. Señala la confusión entre lo psicopatológico y lo
ideológico a la hora de evaluar los posibles perjuicios de la pornografía sobre los
jóvenes y sobre la dignidad de la mujer. Recomienda que los profesionales de la salud
mental colaboraren lealmente con los sistemas asistenciales al enfrentarse a estos
fenómenos, siempre que los programas en que intervienen no choquen con sus
concepciones éticas. Existen datos sobre la posible nocividad de la pornografía que,
aunque no son definitivos científicamente, hacen recomendable que los profesionales
adopten una postura de prudente reserva.
PALABRAS CLAVE
Pornografía, salud mental.

,

Es frecuente asociar la pornografía a la violencia sexual y a toda clase de

delitos, con lo que los padres, los educadores y los profesionales de la salud
mental se ven indecisos a la hora de adoptar posturas más o menos tolerantes o
represivas ante este fenómeno, acuciados por una presión social desmedida. La
dificultad deriva de una indefinición conceptual, de una confusión entre lo
psicopatológico y lo ideológico y de una reticencia de los profesionales a adoptar
posturas moralistas en nuestras sociedades, que se pretenden laicas, democráticas
y permisivas.
1. INDEFINICIÓN CONCEPTUAL
1.1. Erotismo y lascivia
Lo relacionado con el erotismo tiene, en general, entre la población,
connotaciones positivas. Históricamente Eros fue el dios del amor entre los
griegos y en psicoanálisis se habla de Eros (Laplanche & Pontalis, 1971) para

referirse al conjunto de pulsiones de vida opuestas a las de muerte, y de erotismo
para denotar aquello que produce satisfacción libidinal. Los distintos idiomas
(Academia Española, 1992) reservan también el término de erotismo para lo que
excita el amor sensual, el amor físico, el instinto sexual.
El erotismo es mucho más que mera sexualidad, pero erotismo y amor son
indisociables. Aunque los límites distan mucho de ser precisos, se distingue de la
pornografía en que ésta es la representación sexual exterior de las apariencias
visibles de la actividad "animal", mientras que el erotismo sería un arte con sus
ritos que implica una cierta "conciencia de sí mismo" (Scarperta, 2004), una
escucha a lo que puede ser pensado o sentido desde el interior. Georges Bataille
(Bataille, 1957) vinculó el erotismo con la muerte, la angustia y el interjuego
entre prohibición y trasgresión sexual: donde no hay prohibición no hay
trasgresión y el erotismo, según él, podría morir por exceso de permisividad.
Las connotaciones culturales no son tan unánimemente positivas cuando se
habla de la lascivia, definida en español (Academia Española, 1992) como la
"propensión a los deleites carnales". En inglés supone (Oxford Dictionary, 1990) la
provocación de "un intenso deseo sexual" y en francés (Robert, 1990) se lo equipara a
lo impuro, lúbrico, concupiscente.
1.2. Obscenidad y pornografía
Si, como hemos dicho, en nuestras sociedades permisivas el erotismo, que busca
despertar emociones sensuales mediante representaciones irreales, es bien aceptado, la
unanimidad es casi total al señalar el carácter indeseable de la pornografía, que persigue
sólo excitar sexualmente mediante representaciones reales y crudas. Así es como la
define The Concise Oxford Dictionary diciendo que es "la exhibición o descripción
explícitas de actividad sexual en la literatura, los films etc", y el Robert añade "con la
intención de estimular sentimientos o emociones eróticas más bien que estéticas"
(Robert, 1990). El Diccionario de la Academia Española (Academia Española, 1992) la
define como el"carácter obsceno de obras literarias o artísticas", con lo que hace entrar
en escena el adjetivo "obsceno".
Lo obsceno es definido a su vez (Academia Española, 1992) como lo impúdico,
torpe, ofensivo al pudor. En francés (Robert, 1990) se añade que "hiere deliberadamente
el pudor suscitando representaciones de orden sexual". En inglés (Oxford Dictionary,

1990) se recoge, además del sexual, el significado coloquial más general de "altamente
ofensivo o repugnante (por ejemplo, una acumulación obscena de riqueza)".y la
acepción legal de que "tiende a depravar o corromper"(J Guimón, 2004).
Lo obsceno, en general es, pues, considerado como más amplio que lo
pornográfico. Psicológicamente, la obscenidad resulta (Clor, 1969) de hacer público lo
que es privado; de la intrusión en los procesos y actos físicos o emocionales íntimos, de
la degradación de las dimensiones humanas de la vida a un nivel infrahumano,
meramente físico. La obscenidad tiene una connotación preferentemente sexual pero
puede también referirse a una manera de mostrar la muerte, el nacimiento o la
enfermedad y ciertas actividades corporales como comer o defecar.
La pornografía, por su parte, es obscenidad sexual, la exposición a la vista
pública de actos sexuales separados de sus consideraciones sociales. Se caracteriza por
la consideración del sexo por sí mismo desprovisto de su evento personal. Esa
concepción de tinte moralista está ya incluida en la afirmación de Margaret Mead
(Mead, 1939) de que la pornografía es el intento "de estimular los sentimientos sexuales
independiente mente de la presencia de otra persona amada y elegida".Los críticos de la
pornografía se adhieren a esta visión, señalando que ataca los significados humanos de
las relaciones sexuales profanándolas y degradándolas.
A la hora de definir de forma concreta qué puede ser considerado pornográfico
se suelen incluir la utilización de algunos objetos (consoladores, etc.) y las
representaciones muy detalladas y parciales de la actividad sexual en primeros planos.
En cambio las fantasías, los deseos, por ser internos, no pueden ser considerados
pornográficos. Desde un punto de vista positivo, se ha querido ver en la pornografía
creatividad artística e "imaginismo pagano", la "expresión visual ritualmente limitada
del demonismo del sexo y de la naturaleza que (...). intenta poner orden en la brutalidad
tónica de la naturaleza" (Paglia, 1992).
1.3. La relatividad histórica
El anterior repaso lexicográfico basta para constatar las imprecisas
fronteras entre los términos. Por una parte, esa vaguedad permite que las
apreciaciones se impregnen de subjetivismo. Así, Robbe Grillet diría que "la
pornografía es el erotismo de los demás"(Robbe-Grillet, 1987). Por otra,

introduce una relatividad en lo cuantitativo lo que lleva a predecir que "lo
pornográfico de hoy será lo erótico de mañana".
Históricamente han existido desde muy antiguo representaciones crudas de todo
tipo de actos sexuales que serían difíciles de distinguir de la pornografía actual y a los
que se ha querido atribuir una función política (p.e. ridiculizar a curas o nobles
poniéndoles en posturas ridículas) o religiosa (p.e.exaltar la fencundidad, en algunos
templos indios). A partir del siglo XIX , por el contrario, su función se habría
convertido

únicamente

en

producir

la

estimulación

sexual

del

espectador.

Interpretaciones "conspiracionalistas" propondrían que, mientras las representaciones
lascivas fueron contempladas sólo por la élite en sus salones privados, no existió la
pornografía pero que, cuando comenzaron a disfrutarlas los más pobres, fueron
prohibidas con el pretexto de que serían peligrosas o repugnantes, pero en realidad
porque fueron consideradas como potencialmente subversivas del orden establecido.
Estas explicaciones retrospectivas son naturalmente difíciles de probar pero, en
cualquier caso, es verosímil que sólo a partir del XIX estas representaciones hayan
comenzado a ser juzgadas licenciosas o inmorales. En EE.UU la primera ley
antiobscenidad viene de 1842 y en Gran Bretaña de 1868.
En los tiempos contemporáneos las representaciones pornográficas han
sobrepasado el ámbito de lo privado e invadido el espacio público. En un momento
dado sólo se consideran pornográficas y por lo tanto reprensibles las representaciones
más obscenas pero el concepto de obscenidad ha ido variando con lo que la
consideración se ha hecho más y más permisiva. Incluso las televisiones ofrecen
escenas que están llegando al límite (Contreras, 2003). Como ejemplo tenemos el Big
Brother de Reino Unido, donde el diario sensacionalista The Sun ofreció 80.000 dólares
al habitante de la casa que realizara el acto sexual ante las cámaras. En Japón el
programa de televisión Peep Room ofrecía a las chicas estancias en un hotel de Tokio
con todos los gastos pagados, siempre y cuando accedieran a ser grabadas mientras se
masturbaban.
En cualquier caso, existen géneros extremos que incluyen actos universalmente
considerados como reprensibles (incesto, violaciones, escatología, introducción genital
de objetos enormes, zoofilia, etc). Sin embargo hay quien se pregunta cínicamente si la
"cibersexualidad del futuro, con excitaciones cerebrales orgásmicas, no hará del "porno
duro" actual una mera curiosidad.

2. LO PSICOPATOLÓGICO Y LO IDEOLÓGICO
La pornografía ha sido acusada paradójicamente de ser a la vez aburrida
(Arcand, 1991) y altamente peligrosa. Sin embargo, excepto algunos casos de
consumidores compulsivos de pornografía en Internet (semejantes clínicamente a los
ludópatas) y de los actores y autores perversos exhibicionistas (José Guimón, 2004), no
hay datos que justifiquen un interés particular de la psicopatología por la pornografía.
En cualquier caso, pese a los intentos de autores como Foucault, la pornografía sigue sin
ser respetable (Ogien, 2003). Las críticas se centran en algunos lugares (comenzando
por Estados Unidos) en la degradación que implica de la imagen de la mujer y en otros
en su efecto corruptor sobre los consumidores, especialmente los jóvenes.
2.1. El posible perjuicio psicológico sobre los consumidores
Distintos trabajos han pretendido que la pornografía podría aumentar la
violencia sexual por "imitación" o, al contrario, disminuirla por "catarsis" (al calmar los
deseos insatisfechos a través e la masturbación). La comisión "ad hoc" nombrada por el
expresidente nortemericano Johnson no encontró relación causal entre la pornografía y
las violaciones u otras agresiones sexuales y tampoco un efecto catártico. Las
investigaciones que promovió o consultó esa comisión no reunían (por razones éticas
obvias que proscriben los experimentos en estas cuestiones) los requisitos empíricos
mínimos y se contentaban con datos indirectos. Así, uno de los trabajos consultados
(Goldstein, Kant, & Hartman, 1973) mostraba que el perfil del violador no incluye el
consumo de pornografía y sí en cambio otras variables como la existencia de padres
violentos y represivos y actitudes sexuales puritanas, especialmente desaprobación de la
libertad sexual de las mujeres. Otro autor (Kutchinsky, 1972) afirmaba que en
Dinamarca hubo una relación positiva entre la legislación tolerante sobre pornografía y
la disminución de las agresiones sexuales. Otro estudio (Mosher, 1971) mostró que la
actitud hacia la mujer de los consumidores de pornografía era más respetuosa que la de
los no consumidores.
Por el contrario, la Comisión ordenada por Reagan concluyó que la pornografía
favorece los comportamientos antisociales, aunque reconoció que tal conclusión no
estaba apoyada por datos empíricos. En ese sentido, un trabajo (Zillman & Bryant,
1982) parece apoyar que la pornografía aumenta la tendencia a las violaciones y otro

encontró un mayor uso de pornografía en violadores (Gwee, Lim, & Woo, 2002)
comparándolo con otros delincuentes, pero algunos autores discuten las conclusiones de
esos estudios. Un estudio meta-analítico encontró una asociación entre la utilización de
pornografía violenta y la conducta agresiva, especialmente en hombres con alto riesgo
de ser sexualmente agresivos(Malamuth, Addison, & Koss, 2000). Sin embargo, otros
estudios (Heins, 2001) afirman, por ejemplo, que la liberalización de la pornografía en
Japón durante 25 años no aumentó las violaciones (Diamond & Burns, 1999) y datos
semejantes provenientes de Dinamarca, Estados Unidos, Suecia e Inglaterra. Hay que
señalar que tampoco los estudios "naturalistas" como los citados son muy válidos
porque la definición de las variables intervinientes ("material sexual explícito",
"pornografía", "producciones eróticas") es difícil.y el número de variables no
controladas resulta excesivo. En cualquier caso crece la impresión de que el violador ha
sido creado no por malas influencias sociales sino por un fracaso del condicionamiento
social. (Paglia, 1992).
2.2. Daño a los derechos fundamentales
Existen excepciones justificadas al derecho a la libertad de expresión
(calumnias, difamación, etc.) y en algunos países las restricciones se han extendido a
proferir opiniones antisemitas, negacionistas etc. En UU, donde la primera enmienda a
la Constitución defiende a rajatabla la libertad de expresión, no se incluye, sin embargo,
el derecho a las representaciones obscenas porque se considera que "no expresan una
opinión y no suscitan reflexiones ni emociones sino sólo erecciones". Sin embargo un
juez en 1983 admitió la propuesta de la feminista Catherine MacKinnon de que la
pornografía podría considerarse como información discriminatoria, mensajes políticos
que originan desigualdad hacia las mujeres. Paradójicamente, al aceptar esto, el juez
concluyó que la primera enmienda debería proteger la pornografía, porque,
precisamente, expresa opiniones. Las feministas, naturalmente encontraron otra salida
consistente en condenar la pornografía en base a otro enunciado constitucional en base
al cual podría considerarse como un atentado a la dignidad de la mujer, a su cualidad de
"ciudadana" porque la presenta como un "objeto"(Dworkin & Mac Kinnon, 1994).
Algunos autores critican, sin embargo, esa afirmación porque consideran (Ogien, 2003)
que en la pornografía los personajes no son "objetos", en el sentido de su ausencia de
movilidad ni en que no tengan sentimientos o autonomía, sino sólo en el sentido de que

son "instrumentos de placer" fácilmente intercambiables. Ogien desvaloriza esa crítica a
la "cosificación", señalando que esa tendencia está hoy muy extendida y es también una
característica, por ejemplo, del arte postmoderno.
Se ha acusado a la pornografía de conculcar el derecho de los menores de edad a
una educación sana. Pero los jóvenes tienen también el derecho a informarse, de
adquirir autonomía, de rechazar el tradicionalismo, salvo si todo ello les provoca graves
daños. La idea de que "la pornografía es la teoría y la violación la práctica" es, hoy por
hoy, una hipótesis no confirmada.. Los peligros psicológicos invocados en los jóvenes
son del orden de los trastornos de la identidad, de la dificultad de distinguir realidad y
ficción. Sin embargo no está demostrado que las víctimas del exhibicionismo ni que los
que consumen pornografía padezcan con más frecuencia trastornos psicológicos. Los
pensadores más "progresistas" consideran que el interés de los adultos en que los
menores no tengan acceso al material pornográfico se basa a menudo en razones
moralistas más que psicológicas. Como no hay pruebas empíricas, dicen, de que la
exposición esporádica a material pornográfico dañe a los jóvenes, no es razonable que si
a los 13 años un niño es susceptible de sufrir condenas por algunos delitos y a los 15
años de tener su mayoría sexual, no se le considere hasta los 18 maduro para la
pornografía. Por otra parte ¿Es verdaderamente dramático, se pregunta Ogier, separar el
amor del sexo? ¿Es más peligrosa la pornografía que la cerveza?
2. LAS CONSECUENCIAS ÉTICAS PARA LOS PROFESIONALES
3.1. La "ética mínima" y el "bien sexual"
Como hemos visto, las pruebas de la nocividad de la pornografía no son
científicamente definitivas por lo que las opiniones al respecto tienden a ser normativas,
moralistas. Así, se tiende a considerar psicológicos efectos que son ideológicos o
morales, como la separación entre sexo y amor. Si bien esa no es una concepción
tradicional, no se ve por qué no debe ser aceptada psicológicamente, como hoy se
acepta la separación entre sexo y la procreación.
Ruwen Ogien recomienda basarse en estas cuestiones en lo que llama "ética
mínima", que reposa sobre tres principios: neutralidad respecto a las concepciones
substanciales sobre "el bien"; principio negativo de evitar daño a los demás; principio
positivo de dar la misma voz a todas las personas en las decisiones públicas. En las

sociedades laicas democráticas, tales decisiones públicas deberían, según él, seguir las
reglas de la ética mínima, evitando connotaciones metafísicas y morales. Sin embargo,
dice, los sesgos siguen presentes en la utilización profusa que se hace hoy del término
"dignidad humana", que habría ocupado para este autor el lugar de otros conceptos
anteriores cargados de moralismo como el de "atentado a las buenas costumbres" o "al
orden público" o el de que la "la persona humana es sagrada".
En el campo que nos ocupan, estas distinciones intentan distinguir desde una
perspectiva "objetiva"entre el erotismo cuyo principio estilístico sería el de "sugerir"
mostrando al menos un poco de "alma" (espíritu platónico) y la pornografía que
pretende mostrar crudamente los detalles para provocar lo más rápidamente la
excitación, sin mostrar el "alma" del personaje. En efecto, en las representaciones
eróticas, los personajes se muestran enteros, no fragmentados. En la pornografía, por el
contrario, los cuerpos están despiezados, objetivados, desprovistos de identidad,
cosificados . Pero ¿Es verdad -se pregunta Ogien (Ogien, 2003)- que la pornografía
reifica, cosifica, objetiviza? Y ¿Qué hay de malo en ello? (Campagna, 1998).
La distinciones desde un punto de vista "subjetivo" intentan basarse en criterios
como la intención del autor de estimular sexualmente al consumidor; las reacciones del
consumidor, sean positivas (admiración, excitación sexual) o negativas (repulsión,
aburrimiento); las reacciones del no consumidor; y algunos rasgos narrativos
(degradación, deshumanización del personaje).
Según Ogien, hasta hace poco los filósofos "liberales" recomendaban
restricciones menores de la pornografía en nombre del derecho a la vida privada y a la
libertad de expresión frente a los conservadores que reclamaban restricciones
importantes en defensa del "bien sexual", que se define como "relaciones
heterosexuales estables sostenidas por un amor recíproco" y que están en riesgo de ser
pervertidas por la pornografía. Hoy, dice ese autor, la cosa es más complicada porque
algunos intentan justificar la crítica a la pornografía en base a principios liberales, lo
que produce importantes incoherencias: "En efecto, algunos filósofos liberales
comprometidos con la neutralidad respecto al "bien sexual" rechazan la pornografía
porque separa sexualidad y amor o deseo, o dan crédito a los estudios que afirman una
relación causal entre pornografía, violaciones o misoginia.; o aceptan la prohibición de
pornografía para los menores d 18 años cuando la mayoría sexual se acepta a los 15".
En cualquier caso, los filósofos verdaderamente "liberales" (Van de Veer, 1992)
(Canto-Sperber, 2001), según Ogien, desaconsejan introducir nociones evaluativas

sobre estos conceptos porque hay que diferenciar el identificar la pornografía del
juzgarla moralmente. Para este autor hay que aceptar los desacuerdos sobre las formas
de vida especialmente en lo sexual, porque no hay nada definitivo acerca del "bien
sexual" y, por ello, "no habría razón, a la luz de una ética mínima, para ir contra la
pornografía".
3.2. Los profesionales como agentes del orden social
Los sistemas que mantienen el orden social, tales como la religión, intentan, sin
conseguirlo, contener las informes fuerzas de la naturaleza pero la crueldad y el
salvajismo de la naturaleza acaban por emerger (Johnson). Los sistemas de salud mental
intentan también, además de proporcionar bienestar psíquico al individuo, mantener el
orden social.
Los profesionales de la salud mental (ni siquiera los psiquiatras que presumimos
de situarnos entre las prestigiosas ciencias médicas) no somos científicos puros. Nos
guste o no, tenemos que asumir nuestra condición de "agentes dobles" de la sociedad,
encargados tanto de mantener el orden social como de evitar la alienación del individuo.
La Antipsiquiatría puso bien de manifiesto esa contradicción y nos trató de reductores
de cabezas ("Head shrinkers") y de "carceleros". Es verdad que el interés de los críticos
de nuestra actividad se ha desviado hacia aspectos como el derecho de los enfermos a la
enfermedad o a negarse al tratamiento, pero la crítica de base hacia la psiquiatría como
método de readaptación persiste. El profesional, en tanto que individuo, intenta, si es
"progresista", modificar la sociedad por los medios políticos a su alcance. Sin embargo,
en tanto que miembro de un sistema público de asistencia a la salud mental, debe
colaborar lealmente, siempre que los programas en que interviene no choquen con sus
concepciones éticas. En lo que concierne a la pornografía, existen algunos datos sobre
su posible nocividad que, aunque no son del todo concluyentes científicamente,
justifican que los profesionales adopten una postura de prudente reserva.

BIBLIOGRAFIA
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