Desde los primeros trabajos que se publicaron acerca del Trastorno Obsesivo-compulsivo (TOC) se observó la tendencia de muchos de sus síntomas a persistir en el tiempo y cronificarse, aunque durante toda su evolución se pudiese ver una fluctuación de la intensidad, o bien se produjera un cambio en la temática obsesiva (1). A principios de los años 60, momento en el que aún no se conocían tratamientos farmacológicos específicos, los trabajos de investigación sobre esta patología pretendían estudiar su historia natural , y volvían a dejar de manifiesto un porcentaje importante de síntomas obsesivos que se cronificaban (2,3,4). Este porcentaje era realmente variable de unos trabajos a otros, probablemente por la heterogeneidad entre los pacientes elegidos como obsesivos, incluyéndose patologías diferentes bajo el mismo diagnóstico clínico, la diferente gravedad de unos y otros, o la enorme diferencia en la duración de los estudios realizados. El primer problema al que nos hemos referido, esa poca homogeneidad de los pacientes que formaban parte de los estudios, probablemente sea una consecuencia de la falta de criterios diagnósticos definidos que permitiera una comparación eficaz entre las diferentes investigaciones. Igualmente, como resultado de estos trabajos, se empezaron a conocer diferentes factores de mejor pronóstico del TOC, a pesar de su frecuente cronificación. Entre estos figuraban: una duración limitada del trastorno, la presencia de síntomas moderados, o una correcta adaptación sociolaboral previa (5).