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Sobre la espacialidad de las psicosis paranoideas en la epilepsia y en la esquizofrenia.

Autor/autores: O. Dörr Zegers
Fecha Publicación: 05/05/2010
Área temática: .
Tipo de trabajo: 

RESUMEN

Tras una revisión de los aportes hechos por la fenomenología al estudio de la espacialidad que caracteriza a las personas que padecen de enfermedades como la depresión, la manía o la epilepsia, el autor se pregunta por la espacialidad del síndrome paranoideo y su eventual aplicación al diagnóstico etiológico, en el sentido de que pudiera orientar hacia el origen orgánico o endógeno del mismo. Como un camino para el estudio del fenómeno de la espacialidad el autor recurre a la distinción hecha por Erwin Straus (1930) entre espacio óptico o histórico y espacio acústico o "preséntico". A continuación expone dos casos paradigmáticos de síndrome paranoideo, uno epiléptico y el otro esquizofrénico. El análisis de la espacialidad en la cual se da el delirio en cada uno de estos pacientes permite al autor demostrar claramente como en el primer caso, el de la epilepsia, toda la experiencia psicótica acontece en el espacio que Straus denominara óptico, histórico o de la acción, mientras que en el segundo, el de la esquizofrenia, la experiencia psicótica tiene lugar de comienzo a fin en el espacio acústico o "preséntico". Dada la insuficiencia de los criterios sintomatológicos para el diagnóstico diferencial entre estas distintas psicosis, parece legítimo recurrir en estos casos a la ayuda de la fenomenología y aplicar sus criterios, como es el caso de esta clásica distinción entre espacio óptico y acústico.


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REVISTA ELECTRÓNICA DE PSIQUIATRÍA
Vol. 1, No. 3, Septiembre 1997
ISSN 1137-3148

Sobre la espacialidad de las psicosis paranoideas en la
epilepsia y en la esquizofrenia.
O. Dörr Zegers

ARTÍCULO
ORIGINAL
[Resumen] [Abstract]

Correspondencia:
Otto Dörr Zeggers
Ave Luis Thayer Ojeda 0115, Departamento 502
Providencia. Santiago. Chile.

El problema del espacio
en la psicopatología
El problema de las
psicosis paranoides en la
epilepsia
La distinción de Erwin
Straus entre espacio
óptico y espacio
acústico.

El problema del espacio en la psicopatología

A diferencia de la gran consideración que se le ha dispensado al problema del tiempo
en la psicopatología, llama la atención el escaso material descriptivo existente sobre las
alteraciones del espacio o de la espacialidad (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8). El primer trabajo que
se ocupara expresamente con esta cuestión es el estudio de Franz Fischer "Estructura del
espacio-tiempo y perturbación del pensamiento en la esquizofrenia" (9), el cual ha sido
apenas tomado en cuenta. El conocido artículo de Tellenbach, en el año 1956, " La
espacialidad de los melancólicos" (10, 11) fue, en cambio, mejor recibido y es citado y
comentado en casi todas obras filosóficas que se han preocupado del tema (12, 13). La
primera parte de este estudio está dedicada a las alteraciones de la vivencia del espacio
en los melancólicos, mientras la segunda intenta ir más allá de las vivencias de los
enfermos hasta la determinación de las características fundamentales de la espacialidad
de la existencia melancólica. Tellenbach describió los siguientes rasgos esenciales: la
parcialización del espacio vivido hasta el extremo de lo puntiforme; el predominio de la
verticalización de la existencia, pero modificada en su intensidad y xtensión; la falta de
dirección de esta espacialidad; y por último, el alejamiento que lleva a la pérdida de la
profundidad perspectivística. La pregunta por la validez de tales determinaciones para la
práctica clínica la respondió él :mismo Tellenbach en su monografía La Melancolía
(14), aparecida cinco años más tarde, a través del análisis de numerosos ejemplos de
depresivos. La situación predepresiva que él describiera con el neologismo
"includencia" tiene indudablemente una connotación espacial y vendría a corresponder a
una radicalización de ese espacio parcializado y alejado propio de los melancólicos.
La espacialidad de los maníacos fue elaborada en un temprano estudio de Binswanger
titulado "Sobre la ideofugalidad" (1) y su descripción de la falta del contorno y/o
volatilidad del espacio en el cual el maníaco salta, brinca y queda suspendido ha sido

reconocida desde hace ya tiempo como una característica fenoménica válida e
indispensable para la comprensión de la esencia del modo de ser maníaco. A
conclusiones similares ha llegado el autor francés Tatossian (15). Sobre el problema de
la espacialidad en la esquizofrenia se han manifestado fuera de Fischer (9), Minkowski
(7), y el mismo Binswanger (2). Fischer puso de relieve el carácter "infinito" y
Minkowski el "geometrisme morbide" de la espacialidad esquizofrénica". Por su parte,
Binswanger se refirió al carácter "aplastante" que puede alcanzar el espacio vivido en
determinados procesos esquizofrénicos (caso de Jürg Zünd).
Nosotros mismos nos hemos ocupado del problema de la espacialidad en los enfermos
epilépticos (16), aún más, nos había llamado siempre la atención el que esta cuestión ni
siquiera se hubiese planteado cuando casi todas las manifestaciones epilépticas tienen
alguna relación con la dimensión del espacio, desde la caída en la crisis generalizada
hasta los rasgos típicos del cambio epiléptico de la personalidad: perseveración,
pegajosidad, circunstancialidad. Nuestro punto da, partida fue la fenomenología de la
espacialidad del Dasein realizada por Heidegger en su obra Ser y Tiempo (17), con sus
dos características fundamentales del desalojar o tendencia a la proximidad y del otorgar
espacio o tendencia natural a dejar libre al otro o a lo otro en su respectiva espacialidad.
Nosotros pudimos comprobar que en el cambio epiléptico de la personalidad lo que
ocurría era una pérdida de la distancia en el sentido de una suerte de perversión del
contexto cercanía distancia y comprobamos también que esto tenía lugar de una manera
diferente en las epilepsias del despertar y en las del dormir, en el sentido de Janz (18).
Así, mientras el epiléptico del despertar se funde con la naturaleza y con los otros a
través de su característica exaltación emocional, el epiléptico del dormir invade el
espacio del otro, incapaz de dejarlo ser en su propia espacialidad. También pudimos
comprobar que en la epilepsia se da una típica dialéctica altura/profundidad y que los
pacientes están permanentemente tratando de hacer una síntesis o mediación entre
ambas.
Hoy se trata de ver si el análisis de la espacialidad de los síndromes paranoideos se
muestra tan iluminadora como lo fuera en el caso de la melancolía, de la manía y de la
epilepsia. El síndrome paranoideo puede tener distintos orígenes. Frente a él el
psiquiatra se ve confrontado con al menos siete posibilidades etimológicas:
esquizofrenia paranoide, síndrome maníaco-paranoideo, síndrome depresivoparanoideo, desarrollo paranoideo, psicosis epiléptica alternante, síndrome de transición
en el sentido de Wieck (19) y por último un síndrome intermediario en el sentido de
Prinz Auersperg (20), una forma de psicosis metaalcohólica que tanto desde el punto de
vista sintomatológico como fenomenológico ocupa una posición intermedia entre el
delirium tremens y la alucinosis alcohólica.
El diagnóstico diferencial entre estas distintas psicosis paranoideas no resulta siempre
fácil en la práctica. Es cierto que no se requiere una gran experiencia clínica para hacer
un correcto diagnóstico diferencial entre una esquizofrenia y una psicosis alcohólica.
Pero la situación es muy diferente cuando se quiere distinguir una esquizofrenia de una
psicosis epiléptica sin perturbación de la conciencia, por cuanto aquí los síntomas
predominantes de ambas psicosis se asemejan mucho los unos a los otros. Nuestra
intención es hacer una contribución a este problema. Se trata especialmente de
determinar las distintas formas de la espacialidad de ambas psicosis en el marco de
aquello que Erwin Straus nos enseñara sobre el espacio (21).

El problema de las psicosis paranoides en la epilepsia
Desde los trabajos de Slater y colaboradores en 1963 y 1965 (22) ya nadie duda de la

existencia de una relación causal entre la enfermedad epiléptica y las psicosis
paranoideas que suelen desarrollarse en los pacientes epilépticos. Los argumentos que
hiciera valer Slater en contra de la hipótesis de una coincidencia de dos enfermedades
diferentes no son empero cl Micos, sino sólo de naturaleza estadística y genética. Esto
significa que la pregunta por el diagnóstico diferencial entre una auténtica esquizofrenia
y una psicosis paranoidea esquizofreniforme en la epilepsia no fue resuelta por los
trabajos de Slater y ha de ser considerada todavía como una pregunta abierta. Ahora
bien, es necesario recalcar que en el curso de la historia una serie de autores han tomado
posición frente a este problema clínico. Así, Kraepelin, en la séptima edición de su
tratado (23), escribe que los epilépticos con psicosis "no se entregan completamente a su
delirio". Por su parte Krapf (24) dice primero que no hay ningún síndrome
esquizofrénico que no aparezca también en el marco de una psicosis epiléptica, pero
termina afirmando haber encontrado un elemento que le permitiría distinguir una
psicosis epiléptica esquizomorfa de una esquizofrenia desde un punto de vista
psicopatológico: "El enlentecimiento y esa aburrida monotonía de los epilépticos que
también se filtra en estos estados especiales". Algunos años más tarde intenta Wyrsch
(25) diferenciar, a través de finos análisis casulísticos, aquellos casos de auténtica
combinación de una enfermedad epiléptica y una enfermedad esquizofrénica con
respecto a aquellos cuadros que él mismo llamara "esquizofrenias reactivas en la
epilepsia". El se basa para este análisis diferencial tanto en criterios evolutivos como en
el hecho de la conservación de la afectividad en los epilépticos con psicosis. Pero sin
embargo, termina confesando con resignación, al igual que Krapf: "que no hay síntomas
ni síndromes particulares que sean por sí mismos patognomónicos de un proceso
esquizofrénico..." (24).
El ya mencionado Slater (22) demuestra el carácter "sintomático" vale decir, no
perteneciente a la esencia de la esquizofrenia- de las psicosis epilépticas desde el punto
de vista estadístico, destacando al mismo tiempo la dificultad que existe para hacer una
diferenciación psicopatológica entre ambos cuadros. Sólo la conservación de un cierto
"rapport" afectivo, le parece de alguna utilidad para el diagnóstico diferencial. En 1965
Tellenbach (26) señala el carácter lábil del delirio epiléptico: "Lo delirante queda más
bien como trasfondo, atmósfera, trema, sin consolidarse en una configuración delirante
consistente, aún en casos donde el delirio tenga una duración mayor". Bruens (27), en
coincidencia con la mayoría de los autores, destaca el hecho de que la afectividad
permanece siendo cálida y en parte adecuada y le da la razón a Tellenbach en lo que
respecta al carácter no sistematizado del delirio. Parada (28) afirma que en las psicosis
epilépticas hay una conservación de la identidad y una referencia al mundo en el
vivenciar. Wolf (29), siguiendo algunas opiniones de Parada, señala la "pequeña
incongruencia que existe entre el epiléptico psicótico y su delirio". Nosotros también
nos hemos ocupado del problema en base a una extensa casuística que hemos seguido
por muchos años (30, 31, 32, 33) y así es como pudimos constatar dos fenómenos que
serían más o menos específicos de las psicosis epilépticas: la "personificación" del
delirio, vale decir, el hecho que en los epilépticos el delirio está referido a personas muy
concretas de su entorno, y luego el carácter "transitivo" de la mayoría de los fenómenos
delirantes, lo que significa que en las experiencias de influencia, por ejemplo esta va
desde el paciente hacia el mundo y hacia los otros y no a la inversa, como ocurren los
esquizofrénicos.
Todos estos intentos de separar ambas psicosis han llegado a la constatación de más o
menos los mismos elementos. Pero sin embargo, ellos no son suficientes para
fundamentar desde el punto de vista clínico esa diferencia esencial entre ambas psicosis,
postulada por Slater en 1963 (22). Esto es tan así que K.W. Bash, uno de los últimos
autores que se ha preocupado en profundidad del problema de las psicosis epilépticas, se
pregunta al final de un extenso trabajo publicado en 1984 (34), si tiene todavía algún
sentido seguir insistiendo en los clásicos diagnósticos de epilepsia o psicosis epiléptica,

por una parte, y esquizofrenia por la otra. Por esta razón nos ha parecido justificado
intentar una fenomenología diferencial de las psicosis paranoides en la psicosis y en la
esquizofrenia. Nuestra tarea se limitará por ahora sólo a la espacialidad en la medida que
esta es separable de la temporalidad. El análisis de la espacialidad de la existencia en
estas psicosis lo haremos teniendo siempre presente >el aporte de Erwin Straus al tema
(21), el que trataremos de resumir, antes de pasar a la casuística.

La distinción de Erwin Straus entre espacio óptico y espacio acústico.
Straus parte de la hipótesis que lo espacial se da de distintas maneras según se trate de
un órgano de los sentidos o de otro y que a estos diferentes modos de darse lo espacial
corresponden diferentes formas de la mortalidad y de la percepción. Con el objeto de
fundamentar su concepción Straus realiza un detallado análisis del espacio óptico en
contraposición al espacio acústico, encontrando claras diferencias entre ambos que
nosotros trataremos de resumir:
1. La dirección en la cual vemos los colores está siempre determinada en una forma
más o menos exacta. Vemos los colores allí, en un lugar determinado frente a
nosotros, que es al mismo tiempo limitado y delimitaste. "Los colores cierran el
espacio, ordenándolo en espacios parciales, en un junto a o en un detrás de " . En
el caso del sonido, ocurre algo completamente diferente: no es posible determinar
exactamente la dirección y en el caso del tono o sonido musical ya no hay más
dirección, por cuanto él se nos viene encima, invadiendo, llenando y
homogeneizando el espacio.
2. El color es una cualidad de las cosas, el sonido en cambio, es el efecto de una
actividad. El sonido se desprende de su fuente, mientras que el color permanece
en ella, más aún, forma parte del objeto colorido, mientras que el sonido sólo
señala la existencia de una fuente.
3. Para poder ver un color necesitamos que el objeto permanezca. La música, por el
contrario, está constituida por la sucesión de tonos que ponen en evidencia su
existencia temporal. Una serie de imágenes coloridas no empuja necesariamente
al movimiento, mientras que una sucesión rítmica de sonidos sí nos lleva a
realizar movimientos que, como en el caso de la danza, se apartan de los
movimientos cotidianos.
4. Tanto en la aproximación como en el alejamiento, en el ataque como en la huida,
nos comportamos al mirar activamente. El sonido tiene en cambio su propia
actividad y así como él nos invade, sobrecoge, impresiona o conmueve. Frente a
un objeto óptico nos podemos defender o incluso huir antes de ser impresionados
por él. Lo acústico, en cambio, nos persigue, estamos irremediablemente
entregados a ello y nos comportamos en forma más o menos pasiva. El espacio
óptico es el espacio de los movimientos dirigidos y adecuados a un fin. El espacio
acústico es el espacio de la danza, del baile, y este es un movimiento no dirigido y
no limitado. En el baile hay un dominio de la musculatura del tronco a lo que
corresponde un desplazamiento del yo en relación al esquema corporal, de manera
que la experiencia del yo desciende de la región de la base de la nariz, entre
ambos ojos, hacia el tronco, y se localiza entre las caderas. Con ello asistimos en
el vivenciar a la substitución de lo gnósico por lo pático.
5. En el espacio óptico estructurado por la acción adecuada a un fin el movimiento
de girar el cuerpo es vivido en forma totalmente distinta que en el espacio de la
danza. Allí el girar es desagradable, porque provoca vértigo y hace perder la
orientación. Aquí, en el espacio acústico o de la danza, el movimiento de girar el
cuerpo es, por el contrario, agradable y no provoca ningún vértigo.
6. Semejante a lo anterior es lo que ocurre con el movimiento de retroceder. En el

espacio óptico este nos es tan desagradable y antinatural, que lo evitamos siempre
que podemos. En el baile, en cambio, el retroceder es algo completamente natural
y en cierto modo extiende el espacio corporal hacia el espacio colindante. Por otra
parte, el espacio óptico es histórico y se ordena desde un punto medio, desde un
"aquí" fijo e inamovible, hacia un "allí"; y es por eso que el movimiento hacia
atrás es contrario al impulso que en el espacio óptico surge de ese "aquí". En la
danza, en cambio, no nos movemos en un espacio que esté orientado desde "aquí",
sino que en un espacio homogéneo y libre de diferencias direccionales. De ahí que
el espacio acústico o de la danza no sea un espacio "histórico", sino "preséntico".
El bailarín es extraído del fluir del tiempo, del llegar a ser histórico. En la
experiencia de la danza "se consuma la suspensión de esa permanente tensión
existente entre sujeto y objeto, entre yo y mundo". El hombre se hace uno con el
espacio y de ahí se explica el enorme agrado que el baile produce.
Naturalmente podríamos hacer algunas críticas a esta concepción tan dualística del
espacio postulada por Erwin Straus. Se podría decir, por ejemplo, que es una
simplificación el identificar el espacio óptico con el espacio de la acción por una parte, y
el espacio histórico, por otra (35). Pero tampoco se puede negar que nos encontramos
aquí frente a una realidad muy profunda y tanto es así que en los últimos 50 años no hay
prácticamente ninguna investigación psicológica o filosófica sobre el espacio y la
espacialidad que no haga referencia explícita y detallada a este trabajo de Straus. Sus
análisis Sobre la danza y sobre las diferencias entre su respectiva espacialidad y la del
espacio de la acción son simplemente magistrales.
Si esta distinción entre espacio óptico y espacio acústico, entre espacio de la acción y
espacio "preséntico", es correcta, tendría que ser válida también en las formas de
existencia psicótica y se podría aún esperar que estas diferentes espacialidades se
modifiquen en una forma más o menos específica en las diferentes psicosis. Buscaremos
esta posibilidad a través de la exposición y análisis de dos casos paradigmáticos de
psicosis paranoidea:uno en la epilepsia y otro en la esquizofrenia.
Caso Nº. 1
Se trata de Jorge F., nacido en 1949 en Concepción como hijo de un
empleado de comercio. La madre sufrió de crisis epilépticas ocasionales
hasta el séptimo año de vida. A partir de los dos años Jorge presentó las
mismas crisis que la madre, pero a los seis se agregaron ausencias con caída
al suelo, pero sin curso picnoléptico. Desde entonces que se encuentra en
tratamiento antiepiléptico con neurólogo. A los once años tuvo su primer
ataque de Grand Mal con buena respuesta al Fenobarbital. A los doce y en
un período libre de crisis presentó una distimia depresiva con normalización
del EEG, que se repitió en dos ocasiones, con una duración de cuatro a ocho
semanas. A los 16 años (1965) sufrió su primera psicosis paranoidea, la que
se produjo estando él en una distimia. Entre 1966 y 1970 presentó otras
cinco distimias depresivas, desde las cuales en tres ocasiones pasó a un
episodio paranoideo florido. Tanto durante las distimias como las psicosis
los electroencefalogramas se normalizaban completamente. El EEG que en
un comienzo mostraba las típicas punta ondas de tres ciclos por segundo,
mostró con el tiempo una tendencia a la "temporalización", por cuanto
aparecieron claras puntas sobre el lóbulo temporal izquierdo. Las psicosis
duraban entre algunas semanas y hasta tres meses. El paciente fue tratado
siempre con neurolépticos y reducción de la medicación antiepiléptica. En
una oportunidad la psicosis desapareció en forma espontánea al presentarse
algunas crisis de Grand Mal.

Reproduciremos aquí uno de estos episodios psicóticos: un día lo
encontréaquí uno de estos episodios psicóticos: un día lo encontréaquí uno
de estos episodios psicóticos: un día lo encontré casualmente en la plaza de
Concepción. Me pidió ayuda en forma muy terminante porque, según él, era
perseguido por la policía. Su mirada era febril y brillante y transmitía una
suerte de exigencia perentoria. Sus movimientos expresivos estaban muy
cargados de emoción y eran perfectamente concordantes con su miedo
concreto a ser perseguido y con su deseo de conseguir mi ayuda. Con un
animo exaltado, pero al mismo tiempo angustiado, y luego de mostrarme
los autos en los cuales creía reconocer a policías disfrazados, me llevó a un
local cercano y me relató con gran vehemencia los acontecimientos de los
últimos días. Como estaría en mi conocimiento, él se encontraba en un
profundo estado depresivo, cuando de pronto, alrededor de una semana
atrás había experimentado un gran cambio. El empezó a sentirse dotado de
un poder superior y capaz de liquidar a cualquiera que quiera dañarlo. Hace
algunos días, volviendo a casa, se sintió perseguido. En un paradero de
buses la gente hacía movimientos raros como si quisieran sacar algo de los
bolsillos y esto era para hacerlo creer que esperaban el bus, cuando en
realidad lo que pretendían era rodearlo. La asesora del hogar le había
contado el día antes que se había encontrado a un niño recién nacido
abandonado por sus padres. Al escuchar esto él supo de inmediato que lo
que ella quería era inducirlo "psicológicamente" a ir hasta ese lugar con el
objeto de que sus enemigos lo cogieran. Pero él domina ahora la telepatía y
así puede adivinar los más íntimos pensamientos de la gente. Y así es como
a través de influencias telepáticas habría conseguido el amor de una vecina
que siempre lo había rechazado. Esta muchacha se habría enamorado de él
hasta tal punto que en este momento estaría loca. En las noches escucha su
voz, pero sólo cuando él lo ordena. Entre tanto, el complot se habría
extendido por toda la ciudad y hasta los autos tocarían la bocina en forma
extraña y más aún, las ruedas girarían en una forma muy anormal, de lo que
concluye que pronto ha de ser asesinado.
Conseguimos con algún esfuerzo llevar al paciente al hospital en el auto.
Durante el viaje estuvo menos paranoideo y declaró que esto era para él su
salvación. En conversaciones sostenidas con él durante los primeros días
aparecieron nuevos contenidos psicóticos: dos días antes de llegar al
hospital se cruzó en la calle con dos muchachas y él supo inmediatamente
que eran periodistas que portaban aparatos para grabar todo lo que él decía
y pensaba. También nos pidió permiso para solicitar un recurso de amparo
ante la justicia. En los días siguientes se tornó más y más psicótico,
incluyendo en su delirio tanto al personal como a los otros pacientes. Decía
que su principal problema era distinguir entre lo bueno y lo malo. Los
enfermeros serían todos homosexuales y él se sentía permanentemente
obligado a hacerse el homosexual para así poder neutralizarlos.
En ningún momento de la evolución de este episodio o de otro se constató
una perturbación de la conciencia en el sentido de la obnubilación. Habría
que haber hablado más bien de un estado de hiperalerta. Tratamos
personalmente al paciente hasta 1970. En 1976 y en 1986 realizamos una
exploración catamnésica que no mostró ningún signo de defecto
esquizofrénico ni tampoco de un cambio epiléptico de la personalidad.
Tanto las distimias como las psicosis se fueron haciendo más y más
infrecuentes.

Jorge ha permanecido en control tanto psiquiátrico como neurológico.
Cabría señalar también un cierto paralelismo entre su mejoría y sus éxitos
ya que logró estudiar una carrera universitaria, formar una familia y trabajar
normalmente.
Análisis del caso
Se trata sin duda de una psicosis paranoidea secundaria a la epilepsia y no de una
esquizofrenia; con otras palabras, no se trata de un caso de coincidencia de dos
enfermedades diferentes. Nos encontramos aquí frente a un criterio fundamental para
afirmar la pertenencia de esta psicosis a la epilepsia, cual es el hecho que se trata de
episodios psicóticos del tipo de la psicosis alternante de Tellenbach (26) y con regular
presentación del fenómeno de la "normalización forzada" de Landolt (36). La psicosis
es, sin embargo, claramente esquizomorfa. Y es así como encontramos junto al delirio
de autorreferencia percepciones delirantes, vivencias de influencias, fenómenos de
difusión del pensamiento y conductas catatónicas, que no describimos acá por razones
de tiempo. Si uno quisiera distinguir este síndrome paranoideo del de una esquizofrenia
procesal, podría recurrir a los pocos criterios diagnóstico diferenciales que se mencionan
en la literatura: no hay aplanamiento de la afectividad, hay una permanente referencia al
mundo y a los otros y por último, la evolución no ha mostrado signos de defecto.
Si buscamos algo así como un común denominador para el modo de la espacialidad de
esta existencia en la psicosis, no podríamos encontrar una caracterización mejor que la
de estrechez (Enge). Es cierto que Jorge se siente perseguido por compañeros de
colegio, policías, otros pacientes del hospital, enfermeros, etc., pero esto ocurre de una
forma muy particular: el acoso, el acorralamiento, el sentirse sitiado. Y su reacción a
ello es la huida y la búsqueda de protección. Recordemos cómo es rodeado por los autos
de la policía, cómo esas presuntas periodistas se le vienen encima, cómo la empleada
doméstica le quiere poner una trampa para que allí lo liquiden, cómo los autos que pasan
habitualmente por la calle lo quieren atropellar, etc.; vale decir, tanto las personas como
los objetos de su entorno lo someten a tal asedio, que él tiene que huir y finalmente
protegerse en el hospital. Ahora bien, este asedio no significa, como en los
esquizofrénicos, una pérdida de los límites (Entgrenzung), por cuanto él permanece
dueño de su identidad y tan consciente de ella que no sólo es capaz de dominar la
situación, sino también de influir sobre las demás personas. Y así es como obliga a la
muchacha a enamorarse de él, me obliga a mí, su médico, a salvarlo, por medio de
mágicos movimientos con las manos es capaz de neutralizar el acoso de los otros
pacientes, presuntamente homosexuales, y por último, ,él cree poder transformarlo malo
en bueno y viceversa. Con otras palabras, el asedio y él estrechamiento son enfrentados
aquí con una suerte de actividad opuesta, muy lejos de ese retiro pasivo con el cual el
esquizofrénico, aún en las formas más agudas, reacciona al ser avasallado por los otros
(37).
Este fenómeno de la estrechez o acorralamiento, que con distintas denominaciones ha
sido considerado como típico del modo de ser epiléptico (18, 23, 38, 39, 40) recibe una
suerte de comprobación empírica si uno se acerca, despojado de prejuicios, a un grupo
no seleccionado de psicosis epilépticas: además de ese fenómeno mencionado en la
introducción de la "personificación" del perseguidor imaginario o delirado en seres
próximos al paciente, incluido el mismo médico tratante, encontramos la aparición
llamativamente frecuente de ideas de envenenamiento. A diferencia del sentido de la
vista, que nos abre el mundo de lo ajeno, de aquello que se pierde en el horizonte, el
sentido oral (el gusto y el olfato) representa un sentido de lo próximo, cuya espacialidad
está limitada a la atmósfera que rodea al cuerpo en el olor, o al interior del mismo en el
sabor (comparar Tellenbach (41)). Ejemplos impresionantes de lo antedicho los

encontramos en una serie de enfermos de nuestra casuística que presentaban una
psicosis epiléptica crónica, y en los cuales la transmisión de pensamiento (en la mayoría
de los casos transitiva, vale decir, desde el paciente hacia los otros) ocurría a través de
gases ácidos y venenosos Presuntamente puestos allí por los enemigos.
Si nos acercamos a este paciente desde la perspectiva de los dos tipos de espacialidad
descritos por Erwin Straus, se nos hará de inmediato claro que sus experiencias
psicóticas tienen lugar fundamentalmente en el espacio óptico o espacio de la acción. En
este mundo del acorralamiento todos conservan su lugar en el espacio, tanto las personas
como las cosas. Todo ocurre en un preciso y determinado "aquí" o en un "allí": Jorge es
esperado en ese paradero o acorralado en aquel lugar preciso por un mecánico
disfrazado o esperado en la acera sur de la plaza de Concepción por policías camuflados.
A este mundo paranoideo de Jorge le es totalmente ajeno aquel espacio geométrico y sin
horizontes que Minkowski (7) describiera como propio de los esquizofrénicos. Pero
además el espacio conserva su unidad esencial. Aquí no hay límites entre el espacio
común (normal) y el espacio psicótico, por cuanto existe un solo espacio, el cual puede
ser vivido según el caso o el momento en forma psicótica o no psicótica.
"Tanto en la aproximación como en el alejamiento, en el ataque como en la huida, nos
comportamos al mirar activamente", dice Straus sobre el espacio óptico. Y este es justo
el espacio en el cual Jorge se mueve durante su psicosis. Todo en este espacio está
perfectamente dirigido, delimitado y determinado. Recordemos también cómo, según
Straus, el espacio óptico es histórico, lo que significa que sus direcciones y dimensiones
enmarcan el acontecer; todo sucede dentro de ellas. En la descripción de Jorge vemos
acumularse los episodios persecutorios de los últimos días, mientras él organiza todo
tipo de estrategias de defensa y huida a futuro. También lo adecuado de sus
movimientos y gestiones nos está demostrando la unidad de su espacio durante la
psicosis.
Dirección, delimitación, fin, estrategia, actividad, son todas categorías del espacio
óptico o de la acción y no del espacio acústico o "preséntico". Todo lo que relata Jorge
se refiere a personas y a situaciones reales que se encuentran, mueven y actúan en el
espacio que nos es común a todos, donde valen las mismas dimensiones y donde
ninguna ley física aparece cuestionada. Lo que nos sorprende, lo que nos hace hablar de
psicosis en este caso es sólo la interpretación que Jorge hace de hechos tan banales
como los que a cualquiera ocurren en la vida cotidiana; as(, cuando él atribuye una
determinada intención a los bocinazos o al girar de las ruedas de los coches o al grupo
de peatones que en una esquina determinada esperan inocentemente el bus. Su espacio y
su movilidad dentro de él son tan reales que es capaz de llevarme a mí mismo, su
médico, en el momento del encuentro en la plaza, al límite de la inducción delirante
cuando, frente a su solicitud de ayuda, miré con atención -y no sin temor- los autos en
los cuales, según él, se encontraban los policías camuflados. Esta dramática escena
vivida en común y que terminó con el viaje al hospital habla también de la perfecta
conservación de su capacidad de relación interpersonal.
Muy brevemente quiero mencionar otra característica de la espacialidad de esta
existencia psicótica, aunque no tiene una relación directa con las categorías de Straus.
Me refiero a la proporción antropológica de altura y amplitud en el sentido de
Binswanger (42, 43) y Blankenburg (44). En el caso de Jorge nos encontramos frente a
una "desproporción" o pérdida de la proporción antropológica en cierto modo opuesta a
la descrita por estos autores en la esquizofrenia: mientras el esquizofrénico tiende a
elevarse hacia las alturas hasta el punto de perder la proporción para mirar en torno y
dominar la amplitud (el fenómeno de la exaltación Verstiegenheit ha descrito por
Binswanger en 1956), el epiléptico permanece preso en la horizontalidad con la

consiguiente pérdida de la visión panorámica y de las posibilidades de contemplar el
horizonte con perspectiva, como lo hemos mostrado en otra oportunidad a propósito del
llamado "cambio epiléptico de la personalidad" (31). La estrechez y el acorralamiento
son cualidades de la dimensión de la amplitud, de lo ancho, dimensión de la cual nuestro
paciente, y los epilépticos en general, no se pueden desprender. Por otra parte, la
horizontalidad que domina el espacio de las psicosis epilépticas, como también del
cambio epiléptico de la personalidad, se encuentra en una suerte de relación dialéctica
con las crisis, las que se dan en la dualidad altura profundidad (comparar Tellenbach
(45)).
Sin pretender llevar a cabo un análisis completo de la espacialidad en la esquizofrenia y
sólo para ilustrar las diferencias entre ambos síndromes paranoideos, reproduciremos
aquí una breve autodescripción de su psicosis escrita por un paciente esquizofrénico que
tratamos desde hace 15 años.
Caso Nº. 2
Se trata de Pablo Y., un ingeniero de 42 años de edad, soltero, quien desde
hace unos 20 años sufre de una esquizofrenia procesal. A nuestra solicitud,
hizo una descripción por escrito de los primeros años de su enfermedad:
Todo comenzó entre 1970 y 1973. Era invierno y fui a esquiar a Farellones.
Al volver tarde a Santiago se me acercó una muchacha muy guapa que
hablaba español sin acento, aunque afirmó venir del Brasil. En la noche
cuando yo ya estaba en cama, apareció en mi pieza con su padre. Tuvimos
relaciones sexuales y el padre permaneció en la pieza. Cuando desperté al
día siguiente no estaban ni ella ni el padre. Un año después la volví a ver
esquiando, pero ella no me reconoció. Sin embargo, volvió a aparecer en la
noche en mi pieza, esta vez sin el padre, y volvimos a tener relaciones
sexuales. A la mañana siguiente había desaparecido de nuevo, pero más
tarde la vi arriba de un taxi, desde el cual me hizo gestos amenazadores.
También la vi en la universidad desde lejos. Muchos años después viajé a
Río de Janeiro con la intención de hacer allí un postgrado. Yo vivía en una
pensión y una mañana y sin previo aviso apareció la muchacha con su padre
en mi dormitorio. Ella quería pedirme que me trasladara a vivir a su casa, lo
que yo rechacé. Durante mi estadía en Río ella aparecía en mi cama de vez
en cuando y dormíamos juntos sin intercambiar palabras. Una vez estaba yo
en una playa al sur del Brasil y la vi en compañía de otras mujeres. Me
acerqué a ella y le hablé, pero ella no me contestó y se comportó coto si yo
no existiera. De pronto oí que ella le decía al grupo de amigas que se había
acostado con su padre y que en el futuro, cuando volviera a Chile, sería mi
amante. En el año 1978 escuchaba su voz permanentemente en Chile. En
1979 viajé nuevamente a Brasil, pero esta vez a Sao Paulo. Allí escuchaba a
menudo su voz y la de su padre. Algunas veces la vi pasar cerca mío en
auto. La última vez me amenazó desde el auto. Me parece que esta fue la
última vez que supe de ella."
No hay duda que se trata en este caso de una esquizofrenia defectual. Los síntomas
productivos han prácticamente desaparecido con el tratamiento neuroléptico, pero el
paciente vive muy aislado, dependiente e incapaz de desempeñarse en un trabajo o de
establecer una relación afectiva. Pero en este contexto no nos interesa tanto el análisis
clínico y psicopatológico, sino sólo el modo de su espacialidad en la psicosis. En el caso
de Pablo nos vemos enfrentados a un modo diametralmente opuesto de darse el espacio
y el tiempo, pero también el encuentro. Respecto a lo último, llama antes que nada la
atención la absoluta falta de ese rasgo central descrito por von Baeyer (46) en el

encuentro interpersonal, cual es la reciprocidad: nuestro ingeniero no se puede defender
ni siquiera puede responder frente a la repetida aparición de la muchacha brasilera en su
cama. Se trata de un encuentro que él no ha pedido y que tampoco puede comprender y
esto ocurre en distintos espacios geográficos, en Santiago, en Río de Janeiro, en Sao
Paulo, en su casa, donde él vive con sus padres o en alguna pensión en Brasil, pero
también en distintos períodos de tiempo que el paciente no precisa. Para ser exacto, hay
algunas precisiones de años, pero en lo concreto, en cuanto se refiere a la relación con la
muchacha en general y a las relaciones sexuales en particular, hay una suerte de
impresión fundamental, una experiencia tan fuerte y tan extraña tendría que quedar
grabada con fuego en la mente de un hombre joven como Pablo. ¿Qué noche estuvo ella
en su cama? ¿Cuándo fue ese encuentro en la universidad o las amenazas desde el taxi?
¿En qué momento se apareció en la pensión de Río de Janeiro?, etc., etc. Detrás de una
vaga indicación de años hay una falta de concatenación, de secuencia de
acontecimientos. Es más bien "algo que ha estado ocurriendo" durante un período
prolongado de su vida que abarca casi 20 años. Este encuentro obligado en esta suerte de
intemporalidad tiene otro rasgo particular y es el de la desaparición de la muchacha en
cuanto él quiere tomar la iniciativa y dirigirse a ella, hablarle o confrontarla con los
hechos. Así es como no lo quiere reconocer en Farellones ni en la universidad, lo
amenaza desde un taxi sin que él le pueda responder o lo ignora en la playa cuando él la
quiere saludar. Es ella quien determina en todo momento el cómo, el cuándo y el dónde
de esta relación, siendo Pablo una mera marioneta en sus manos.
Pero lo más impresionante en este caso es la deformación de la dimensión del espacio.
Aquí nos enfrentamos a la absoluta falta de "direcciones, delimitaciones y
determinaciones", que en la terminología de Erwin Straus son características del espacio
óptico o espacio de la acción. Las referencias espaciales que aparecen en el relato son
muy difusas y casi muestran la inconsistencia del espacio onírico. ¿Qué espacio es aquel
que permite que una muchacha desconocida aparezca como viniendo del aire en la cama
de un hombre joven a quien apenas conoce y encima, en compañía de su padre? Lo
mismo vale preguntarse frente a su aparición en la pensión de Brasil muchos años más
tarde y sin previo aviso. Ahora bien, Pablo no confunde el espacio como lo haría un
perturbado de conciencia y recuerda exactamente la casa donde vivía entonces, su
dormitorio y los objetos que lo rodeaban. Algo similar ocurre con la pensión o con esa
escena en la playa, culminación de esta suerte de psicotización del espacio. ¿Cómo
comprender este tipo de experiencias tan inimaginables para el sentido común? ¿Cómo
comprender la perfecta orientación que mantiene Pablo en todo momento y este ser
invadido su espacio por acontecimientos que no podrían haber sucedido en él?
Pensamos que aquí ocurre una suerte de yuxtaposición de dos espacialidades diferentes.
Por una parte hay una conservación de las coordenadas del espacio geográfico y por eso
es que los lugares en que todo esto ocurre son descritos con cierta precisión, y por otra,
la existencia de un espacio diferente, un espacio sin direcciones, sin delimitaciones, un
espacio vago, impreciso, más atmosférico que geográfico. Y es en este segundo espacio
donde acontecen los encuentros con la muchacha. Es como si existiera un espacio propio
del amor que no respeta el espacio geográfico, amor deformado por la falta de
reciprocidad, pero amor al fin. Sabemos desde Rilke que el amor humano es capaz de
hacer desaparecer la dimensión del espacio ("Sólo donde tú estás hay un lugar para mí"),
superando la "lucha por el espacio vital", que es la forma habitual en que el hombre se
encuentra espacialmente con los otros. En el caso de Pablo y de tantos esquizofrénicos
ese espacio del amor y del deseo adquiere un carácter concreto y una existencia paralela
y opuesta al espacio geográfico, gracias a una suerte de radicalizaci6n del espacio
acústico en el sentido de Straus. Este espacio también llamado por él "preséntico" se
asemeja al espacio del sueño por su omnipresencia y falta de coordenadas, pero es
vivido en la más perfecta vigilia. Como en la danza, este espacio no se extiende hacia
adelante en pos de la consecución de un determinado fin, sino que es redondo e
(limitado, no va hacia ninguna parte, sólo está. Pero sucede que el espacio de la danza es

también el espacio del sonido, en el cual el hombre es siempre más o menos pasivo: el
ruido o los sonidos de la música me invaden desde todos los lados, ellos me cogen, me
sobrecogen y conmueven, de manera que el imperio del espacio acústico sobre el
espacio óptico tendría que llevar al sujeto que vive este proceso hacia un dominio de la
pasividad sobre la actividad. Y es lo que ocurre con Pablo tanto en sus experiencias
delirantes con la brasilera como en su vida cotidiana y laboral. El esquizofrénico
pareciera vivir fundamentalmente en este espacio acústico o preséntico de ahí se
comprendería también la absoluta predominancia de las alucinaciones auditivas y como
el bailarín, se encuentra sustraído al fluir del llegar a ser histórico (Straus), pero a
diferencia de aquel, no poseído por una felicidad sin límite, sino más bien por el ánimo
de la angustia. Y así es como nuestro ingeniero ha permanecido siendo hasta hoy un
estudiante que de tanto en tanto hace algún curso de postgrado que no termina, incapaz
de trabajar en forma regular y de autoabastecerse, dependiente por ende de la familia y
manteniendo como única motivación un nuevo viaje a Brasil para recomenzar el curso
de postgrado tantas veces interrumpido. En estos años ha viajado cuatro veces hasta allá
y cada vez vuelve en un estado psicótico agudo que requiere hospitalización. Pareciera
ser que la proximidad real de aquella muchacha que lo invadió como una música lo
empuja cada vez a una nueva descompensación.
La idea postulada por nosotros de la correspondencia entre esqui-idea postulada por
nosotros de la correspondencia entre esquiidea postulada por nosotros de la
correspondencia entre esqui-zofrenia y espacio "preséntico" fue sugerida por el propio
Erwin Straus, aunque no elaborada detalladamente, cuando al final de su artículo
"Formas de lo espacial", dice: "Es fácil ver la relación de las fobias con las cualidades
espaciales simbólicas, de las perversiones y psicopatías con la distinción entre lo
gnóstico y lo pático, de la catatonía con el movimiento preséntico".
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Referencia a este artículo según el estilo Vancouver:
Dörr-Zegers O. Sobre la espacialidad de las psicosis paranoideas en la epilepsia y en la esquizofrenia. Psiquiatría.COM
[revista electrónica] 1997 Septiembre [citado 1 Oct 1997];1(3):[24 screens]. Disponible en: URL:
http://www.psiquiatria.com/psiquiatria/vol1num3/art_5.htm
NOTA: la fecha de la cita [citado...] será la del día que se haya visualizado este artículo.

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