Gordillo León F. Av Neurol. 2011; 2:1.
http://hdl.handle.net/10401/3534
Artículo de revisión
Tratamiento del estado afectivo en el enfermo de
Alzheimer
Treatment of the affective state in patients with Alzheimer's disease
Fernando Gordillo León1*, José M. Arana Martínez1 y Lilia Mestas Hernández2
Resumen
La demencia, y de manera relevante la enfermedad de Alzheimer, es un grave problema de salud
pública que afecta a millones de personas en todo el mundo y que requiere de un abordaje
clínico y social. Es importante la sensibilización de los profesionales sanitarios con el fin de
elaborar programas de apoyo que tengan en cuenta el estado afectivo del paciente en el contexto
del diagnóstico, tratamiento y rehabilitación de la enfermedad. Comenzamos por definir la
enfermedad, su prevalencia e implicaciones clínicas, y planteamos la necesidad de incorporar a
estos programas, un adecuado tratamiento del estado afectivo del paciente, que contribuiría a la
mejora en la calidad de vida del enfermo y permitiría atenuar los efectos que la falta de bienestar
psíquico pudieran tener sobre el inicio de un cuadro demencial.
Palabras claves: Alzheimer, demencia, diagnóstico, emoción.
Abstract
Dementia, and in particular Alzheimer's disease, is a severe public health problem that affects
millions of people throughout the world and requires both a clinical and social approach. It is
important to raise the awareness of health professionals with a view to devising support
programs that will take into account the affective state of patients within the context of
diagnosis, treatment and rehabilitation. We begin by defining the disease, its prevalence and
clinical implications, and suggest the need to incorporate into such programs a suitable
treatment of patients' emotional state that will help to improve their quality of life and attenuate
the effects that a lack of mental well-being could have on the onset of dementia.
Keywords: Alzheimer, dementia, diagnosis, emotion.
Recibido: 21/12/2010 Aceptado: 18/02/2011 Publicado: 23/06/2011
* Correspondencia: fgordilloleon@hotmail.com
1 Departamento de Psicología Básica, Psicobiología y Metodología, Universidad de Salamanca (España).
2 División de Investigación y Postgrado. Facultad de Estudios Superiores Zaragoza, Universidad Nacional
Autónoma de México (México).
Avances en Neurología ISSN: 2172-430X
© 2011 Gordillo León F, Arana Martínez JM, Mestas Hernández L.
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Introducción
Según el World Alzheimer Report (2009) se estima que 35,6 millones de personas padecerán
Alzheimer en el 2010 y que esta cifra casi se duplicaría cada 20 años. Junto a este alarmante
aumento en el número de casos, la mala detección, los subdiagnósticos y los estigmas provocan
graves problemas a las personas con demencia y a su entorno familiar en todos los países y a
todos los niveles de renta, agudizando, más si cabe, el grave problema sanitario al que nos
enfrentaremos en las próximas décadas.
El aumento de la esperanza de vida en los países industrializados viene acompañado de una
gran preocupación por el incremento del número de casos de demencia. La Organización
Mundial de la Salud (2002) ha estimado que para el 2025 cerca de las tres cuartas partes de los
1,2 billones de personas que vivirán en los países desarrollados, tendrán 60 o más años. En
España hay una tendencia al envejecimiento poblacional que se prevé será del 20% en el 2020,
mientras en México, según el Consejo Nacional de Población (2002), en el 2005, de 26,1
millones de hogares que había en México, casi uno de cada cinco tenía como cabeza de familia a
una persona de 60 años o más, y se estima que en el 2050 esta población se situará en el 28%
del total de habitantes, con el agravante de que el cuidado de los mayores en este país recae
habitualmente en la familia.
La Enfermedad de Alzheimer (EA) constituye el 50%-60% de todas las demencias (Ferri et al.,
2005). Es una enfermedad neurodegenerativa, crónica y discapacitante para la que no existe en
la actualidad tratamiento curativo, por lo que la calidad de vida de estos pacientes cobra especial
relevancia a la hora de aliviar las consecuencias de la enfermedad (León y Martínez, 2010). El
concepto de calidad de vida aparece en primer término vinculado a la medicina, pero se amplió
rápidamente a la sociología y la psicología (Vinaccia, Quiceno, Martínez y Arbeláez, 2008).
Inicialmente estaba referido al cuidado de la salud personal, posteriormente a la preocupación
por la salud y la higiene pública, se extendió a los derechos humanos, laborales y ciudadanos, así
como a la capacidad de acceso a los bienes económicos, y por último, a la preocupación por la
experiencia del sujeto, la vida social, la actividad cotidiana y la propia salud. El aumento de la
esperanza de vida en las enfermedades crónicas hace de este concepto un objetivo primordial en
la atención sanitaria (Schwartzmann, 2003).
Aun cuando Alzheimer´s Disease International, informó de un aumento en la concienciación
entre la población y los trabajadores sanitarios (Graham y Brodaty, 1997), en países con renta
baja y media todavía se sigue considerando como una parte más del envejecimiento normal
contra lo que poco o nada se puede hacer (Cohen, 1995; Patel y Prince, 2001; Shaji, Smitha, Lal
y Prince, 2003). En este desalentador marco resulta primordial tratar la calidad de vida del
paciente de Alzheimer, y esto supone atender a sus necesidades físicas, cognitivas, pero también
a las emocionales. Abordaremos esta cuestión partiendo de una perspectiva general que nos
permita vislumbrar el grave problema que suponen las demencias a nivel mundial.
Describiremos brevemente la enfermedad y sus derivaciones clínicas, su base neural y el papel
de la emoción dentro de este desalentador marco, en el que no cesan de llegar advertencias y
recomendaciones al tiempo que se incrementa de manera alarmante el número de casos año tras
año.
La enfermedad de Alzheimer
Alois Alzheimer, describió por primera vez la enfermedad que lleva su nombre a partir de los
datos clínicos e histopatológicos de una mujer de 51 años, Auguste Deter, que manifestó delirio
celotípico, pérdida de memoria, alucinaciones, desorientación, paranoia, trastornos de conducta
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y un grave deterioro del lenguaje (Maurer, Volk y Gerbaldo, 1997). Tras su fallecimiento, por
septicemia, se realizó un estudio cerebral postmortem que evidenció una atrofia cortical, placas,
ovillos y cambios arterioscleróticos. En el trabajo que Alzheimer publicó en 1907 se detallaron
todas estas anormalidades histopatológica (Alzheimer, 1907; Fuentes, 2003), pero no fue hasta
1910 cuando Kraepelin introdujo el término de enfermedad de Alzheimer en la octava edición de
su "Manual de Psiquiatría" (Kraepelin, 1910).
La enfermedad de Alzheimer cursa con la degeneración de regiones mediales del lóbulo
temporal, como son la formación hipocampal y la amígdala. Varios estudios han encontrado que
la atrofia del hipocampo y la amígdala en personas de avanzada edad sin deterioro cognitivo, se
relaciona con una mayor probabilidad de padecer la enfermedad en el futuro (De Heijer, 2006).
La demencia es un deterioro de las capacidades cognoscitivas que puede llegar a interferir en la
vida social o laboral del sujeto. Se considera un síndrome clínico de deterioro cognitivo
adquirido, producido por una disfunción cerebral. Para el diagnóstico de Alzheimer se requiere
cumplir los criterios clínicos, descartar otras causas posibles, y confirmar un inicio gradual y
progresivo (Manzanero, 2007).
En la actualidad no existe una prueba diagnóstica precisa para detectar la enfermedad de
Alzheimer. El procedimiento habitual incluye la historia clínica del paciente, un examen físico,
pruebas neuropsicológicas para valorar las funciones cerebrales; escalas para evaluar las
actividades de la vida diaria y la posible presencia de trastornos conductuales, así como técnicas
de imagen cerebral; pero el diagnóstico definitivo de la enfermedad sólo es posible después de la
muerte, tras la autopsia. Según el DSM IV (2000), una demencia sólo puede ser diagnosticada
cuando las alteraciones cognitivas sean lo suficientemente intensas como para generar
incapacidad en las actividades diarias y profesionales. Como hemos comentado anteriormente,
resulta de gran importancia diagnosticar la demencia antes de que cumpla los criterios
diagnósticos; en este caso se hablaría de "demencia preclínica", donde el concepto de "deterioro
cognitivo incipiente" adquiere gran relevancia (Flicker, Ferris y Reisberg, 1991), definido como
un conjunto de déficit cognitivos, que no son lo suficientemente importantes para recibir el
diagnóstico de demencia, pero que están asociados con una alta probabilidad de convertirse en
el futuro en un síndrome demencial (Busse, Angermeyer y Riedel-Heller, 2006). La evaluación
neuropsicológica es de gran ayuda en el diagnóstico y seguimiento de pacientes con EA y otros
tipos de demencia, siendo especialmente valiosa para discriminar entre envejecimiento normal
y demencias leves.
El estado afectivo en el enfermo de Alzheimer
Es bien conocido el hecho de que la emoción afecta a la salud en muy diversas maneras, sin
embargo no se han realizado estudios que aborden esta cuestión de manera sistemática, pese a
la relación establecida en la literatura científica entre diferentes emociones básicas y su efecto
positivo o negativo sobre el inicio y desarrollo de diferentes patologías (Consedine y Tedlie,
2007). Con el paso de los años el procesamiento de la información emocional varía, y esto se
refleja en un decremento y un aumento de la actividad de la amígdala y la corteza prefrontal,
respectivamente (Roalf, Pruis, Stevens y Janowsky, en prensa), lo que sin duda estará
determinando el modo de procesar las emociones y por consiguiente la forma de adaptarse al
entorno. En la enfermedad de Alzheimer la atrofia de estas estructuras determina un cambio
brusco en el proceso natural de entender la vida, por lo que, además de las limitaciones físicas,
el enfermo se enfrenta a un caos emocional que apenas puede encauzar.
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Los cambios que se producen en el procesamiento de la emoción al inicio de la enfermedad
fueron, curiosamente, los primeros síntomas que llamaron la atención al Dr James-Crichton en
una de las cartas con las que se comunicó con Charles Darwin (Snyder y Pearn, 2007), al
respecto de un hombre con prematura senilidad ("premature dotage" o "senile dacay"), donde
le informaba de que la enfermedad se podría deber a una alteración del sistema nervioso central
asociada a una evidente labilidad emocional. Esta correspondencia entre el Dr James-Crichton y
Darwin se mantuvo 36 años antes de la aparición del primer caso documentado por Alois
Alzheimer. Sin embargo, este importante cambio emocional observado por el Dr JamesCrichton no ha recibido el mismo interés que el relacionado con los déficit de memoria, y en
todo caso, casi siempre en relación con los trastornos psiquiátricos asociados a la enfermedad.
Los síntomas conductuales y psicológicos
El estudio de la emoción en el Alzheimer ha estado orientado al tratamiento de los síntomas
afectivos, dentro del concepto más amplio de Síntomas Conductuales y Psicológicos (SCPD) que
la Asociación Psicogeriátrica Internacional (2004) acordó definir como "síntomas de alteración
de la percepción, del contenido del pensamiento, del estado de ánimo o de la conducta que a
menudo presentan los pacientes con demencia". Estos síntomas pueden agruparse bajo dos
términos: el síndrome psicótico, referido a la aparición de alucinaciones y delirios asociados a
problemas de conducta; y el síndrome afectivo, que abarca disforia, ansiedad, irritabilidad,
agitación psicomotora, trastornos del sueño, falta de apetito y apatía (Slachevsky y Fuentes,
2005). No tratar este tipo de síntomas supone la aceleración del declive cognitivo, la pérdida de
autonomía y el deterioro de la calidad de vida del paciente, junto a un mayor coste asistencial, y
un adicional aumento del estrés en las personas que los cuidan. Un reciente estudio advierte de
la alta prevalencia de este tipo de síntomas en la EA (García et al., 2008): apatía (75 %);
irritabilidad (66 %); depresión (60 %); agitación (55 %); ansiedad (54 %); actividad motora
aberrante (47 %); delirios (38 %); alteraciones del sueño (36 %); desinhibición (29 %);
alteraciones del apetito (28 %); alucinaciones (20 %); euforia (4 %).
Los SCPD influyen de diferente forma en el inicio y desarrollo de la EA. Los trastornos
depresivos en los pacientes con demencia suelen ir acompañados de un mayor deterioro
cognitivo en la etapa preclínica de la enfermedad (Berger, Fratiglioni, Winblad y Bäckman,
2005); así mismo, la depresión es un factor de riesgo en el desarrollo de la demencia
(Grünblatt, et al., 2009), que ha sido estudiada como parte del proceso degenerativo asociado a
la enfermedad (Sotiropoulos et al., 2008). La ansiedad se puede manifestar como síntomas
conductuales, somáticos y cognitivos emocionales. En las primeras etapas de la EA los
trastornos de ansiedad son más frecuentes que en la población geriátrica sin demencia, y
pueden estar asociados a la consciencia por parte del anciano del deterioro cognitivo y de las
limitaciones en el plano social que esto le ocasiona.
Por otro lado, y según una revisión sobre 55 estudios publicados entre 1990 y 2003 (Ropacki y
Jeste, 2005), los síntomas psicóticos se evidencian en el 41% de los enfermos de Alzheimer.
Estos síntomas se asocian a un mayor deterioro cognitivo y a una mayor rapidez en la
progresión de la enfermedad (Jeste, Wragg, Salmon, Harris y Thal, 1992). La apatía, como
déficit de la motivación, está relacionada con una falta de interés hacia la experiencia emocional
y el medio (Dachesky, 2008). Debemos distinguir la apatía relacionada con la depresión, de
aquella que cursa sin angustia y que no responde al tratamiento con antidepresivos. La apatía no
asociada a la depresión es el primer síntoma, junto a la pérdida de memoria, en la enfermedad
de Alzheimer, y el síntoma neuropsiquiátrico más frecuente en las demencias y en pacientes con
Deterioro Cognitivo Leve (DCL) que posteriormente desarrollarán una demencia (Artaso-
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Irigoyen, Goñi-Sarriés y Gómez-Martínez, 2004; Robert et al., 2006; Turró-Garriga et al.,
2009). Los datos presentados nos hacen pensar que los SCPD pueden aportar claridad en el
diagnóstico de la EA, atendiendo a la relación establecida entre éstos y los síntomas cognitivos.
En concreto, las alteraciones emocionales en la EA, relacionadas con la atrofia de estructuras
localizadas en el lóbulo temporal medial, pueden estudiarse en base a los déficit que el deterioro
de dichas estructuras causa en procesos cognitivos como la memoria (Kensinger y Schacter,
2008), la atención (Lang, Bradley y Cuthbert, 1990), o la toma de decisiones (Sinz, Zamarian,
Benke, Wenning y Delazer, 2008).
Conclusiones
El deterioro en el procesamiento de la información emocional y sus implicaciones clínicas y en la
calidad de vida del EA deben atenderse de manera prioritaria. Bajo la perspectiva de los datos
presentados en este trabajo parece imposible pretender una atención integral e individualizada
en un futuro, dado el progresivo y alarmante aumento de casos en todo el mundo, y lo
heterogéneo de su sintomatología. Sin embargo, la deshumanización del tratamiento en la
solución al problema parece una posibilidad que debemos mencionar. En este sentido, el apoyo
emocional y la información a los cuidadores es de gran importancia como herramienta
terapéutica. La información concreta y necesaria sobre el origen de la enfermedad, los
problemas que de manera irremediable aparecerán, y respecto a la eficacia de las diferentes
intervenciones terapéuticas disponibles, permitirá a los familiares conocer a qué se enfrentan
(Llibre y Guerra, 2002).
La emoción, por lo tanto, está presente en todos los ámbitos del ser humanos, tanto en su
desarrollo normal, como patológico. Un enfermo de Alzheimer no pierde la capacidad de
procesar las emociones pero si lo hace de manera deficitaria (Drago et al., 2010). La labilidad
emocional como síntoma apreciable en los trastornos de demencia ya fue descrita por el Dr
James-Crichton en su correspondencia con Darwin (Snyder y Pearn, 2007), y desde aquella
advertencia respecto a la importancia de la emoción en los procesos demenciales, no se le ha
otorgado el mismo status en el diagnóstico, evolución y tratamiento de la enfermedad. En este
sentido, parece existir una relación entre la longevidad y variables tales como el mantenimiento
de un buen nivel de bienestar, de una adecuada competencia para vivir de forma independiente,
y del mantenimiento de unas relaciones personales positivas (Domínguez, Zaldívar y Pérez,
2006); sin embargo, Meléndez, Tomas y Navarro (2008), informan de un descenso en las
dimensiones de crecimiento personal y propósito en la vida según aumentaba la edad, que los
autores interpretan como un proceso de adaptación acomodativa, en la que los ancianos
compensan la pérdida de posibilidades reajustando sus metas. Por lo tanto, el aumento en la
esperanza de vida puede venir acompañado de una pérdida de bienestar asociado a la falta de
autorrealización. Si a esto sumamos un proceso demencial, se hace todavía más evidente la
necesidad de programas asistenciales para este tipo de enfermos.
A este respecto mencionamos el programa británico de investigación para el incremento de la
calidad de vida en la vejez (Walker, 2006), diseñado para cumplir con dos objetivos, 1) Crear un
programa de investigación multidisciplinaria y coordinado, que englobase distintos aspectos de
la calidad de vida en la vejez y 2) Contribuir en el desarrollo de la normativa política y los
ámbitos de aplicación, así como en el incremento de la calidad de vida de las personas mayores.
Programas de este tipo contribuirían a la mejora en la calidad de vida del envejecimiento no
patológico y a un posible control de los efectos que la falta de bienestar psíquico pueda tener en
la presencia de un cuadro demencial.
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Correspondencia:
Fernando Gordillo León
Departamento de Psicología Básica, Psicobiología y Metodología.
Universidad de Salamanca. Facultad de Psicología.
Avda de la Merced 109-131. 37005 Salamanca (España)
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Gordillo León F, Arana Martínez JM, Mestas Hernández L. Tratamiento del estado afectivo en el
enfermo de Alzheimer. Av Neurol [Internet]. 2011 [citado 23 Jun 2011];2:1. Disponible en:
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