VI. Una mirada a la ética. Edad Media. San Agustín: El problema del mal.
FUENTE: PSIQUIATRIA.COM. 2007; 11(2)
Fernando Ruiz Rey.
Psiquiatra
Raleigh, NC. USA
San Agustín de Hipona (Aurelius Augustinus) (354-430 DC) nació en Tagaste (Argelia) en la provincia romana de
Numidia en África del Norte. El desarrollo de su vida intelectual fue complejo y rico, orientado hacia la búsqueda de
una verdad que satisficiera su anhelo de paz y felicidad, que sólo pudo encontrar en Dios; en este sentido
recordemos su conocida sentencia:"...nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti [Dios]." (1,1,1).
Muchas de sus doctrinas nacieron en el seno de controversias que mantuvo con maniqueos, donatistas y
pelagianos, para asegurar la credibilia ("cosas que han de ser objeto de fe"); sus reflexiones filosóficas y teológicas
contribuyeron significativamente a conformar el pensamiento de la Edad Media e influyó durante el periodo de la
Reforma. Su influencia se proyecta en algunos filósofos de la modernidad y del tiempo actual (especialmente en lo
concerniente a la teoría de la guerra justa). (2. 3:75-80) En el presente artículo revisaremos esquemáticamente el
problema del mal, que fue una preocupación central en la vida de San Agustín, y es pertinente en una mirada
general de las teorías éticas y en la comprensión de los fundamentos de los valores morales en la conducta
humana.
Maniqueísmo
San Agustín adhirió por alrededor de nueve años al maniqueísmo que sostenía una doctrina místico-filosófica
acerca del problema del mal. Para los maniqueos, había una lucha perpetua entre los principios de la Luz y de las
Tinieblas (bien y mal); el alma del ser humano, sostenían los maniqueos, son partículas de Luz que se encuentran
atrapadas en las Tinieblas del mundo físico, el alma puede, sin embargo, librarse de esta prisión con una conducta
ascética realizada durante varias vidas, o, curiosamente, por el proceso estomacal de los `elegidos' capaz de liberar
partículas luminosas, para integrarse en la Luz como un fragmento más (1,III,nota:48). Además, esta doctrina
minimizaba la libertad y responsabilidad de las acciones humanas al postular que lo que ocurre a los seres
humanos está determinado por el ordenamiento físico del mundo. San Agustín termina rechazando y criticando
acerbamente esta secta, ayudado por la influencia de los filósofos neoplatónicos (Plotino y Porfirio), que le permitió
concebir un mundo no material, y así también pudo acercarse y aceptar el cristianismo; esta influencia
neoplatónica se va a atenuar con el tiempo y con el conocimiento que San Agustín gana de la doctrina cristiana.
(4. 1)
Influencia neoplatónica
San Agustín con la influencia neo-platónica concibe lo existente en una escala jerárquica que tiene a Dios en la
cúspide -inmutable y eterno-, como el origen de todo y centro que unifica, ordena y soporta la totalidad de lo
creado, que es contingente y mudable; escribe el autor:"[Dios]...al crear las cosas de la nada, les dio el ser; pero
no un ser en grado sumo, como es Él, sino a unas les dio más ser y a otras menos, creando así un orden de la
naturaleza basado en los grados de sus esencias [grados de ser]" (5,XII,2) :"...todas las naturalezas y sustancias
que no son lo que tú, pero que existen, las has hecho tú, y que sólo no procede de ti lo que no es, y el movimiento
de la voluntad, que va de ti, ser por excelencia a lo que es menos que tú, porque tal movimiento es pecado y
delito..." (1,XII,11,11).
Unidad del Ser, del Bien y de la Verdad
Dios crea el universo por un acto de voluntad; Dios -"feliz"- es el centro del Ser, del Bien y de la Verdad, Dios lo
sostiene todo: "El bien que amáis, de él proviene..." (1,IV,12,18) "...tú [Dios] eres la luz verdadera que ilumina a
todo hombre que viene a este mundo..." (1,IV,15,25) Al ser se opone el no-ser que es deficiencia de ser, el ser es
el bien, la ausencia de ser es el mal. El ser es por sí mismo, en cambio el mal sólo existe en referencia al ser, en
referencia al bien; escribe el teólogo:"...él es el que ha hecho estas cosas y no está lejos de aquí. Porque no las
hizo y se fue, antes de él proceden y en él están." (1,IV,12,18) "...de sostenerlas [las cosas] todas tú, con la mano
de la verdad, y que todas son verdaderas en cuanto son..." (1, VII,16,21) "Y miré las demás cosas que están por
debajo de ti, y vi que ni son en absoluto ni absolutamente no son. Son ciertamente, porque proceden de ti; mas
no son, porque no son lo que eres tú, y sólo es verdaderamente lo que permanece inconmutable" (1,VII,12,17) El
ser perfecto es Dios, lo creado no tiene la perfección de Dios, el ser por excelencia.
Estructura del conocer
Todo lo que se encuentra debajo del centro divino constituye el mundo que se despliega en una multiplicidad
creciente. A nivel del ser humano se encuentran dos ámbitos, el mundo de los sentidos (físico), privado y aislado
que coge objetos transitorios y mudables, y por tanto no puede ser el origen de ideas universales, inmutables y
necesarias. Pero en el interior del hombre radica el mundo inteligible en el que se encuentran realidades (ideas)
estables y verdades confiables, este ámbito está abierto a todos, se puede comunicar, es público; por esta
estabilidad de lo inteligible, sus logros proveen al ser humano una seguridad que no se encuentra en el mundo
mudable de lo sensible. La inteligencia juzga los datos de los sentidos corporales y se juzga a sí misma, y al
apartar el pensamiento de la costumbre y de "...la multitud de fantasmas contradictorios..." (1,VII,18,23) del
exterior, coge lo inconmutable:"...vi tus cosas invisibles por la inteligencia de las cosas creadas". (1,VII,18,23)
Para San Agustín es necesario apartar la mente de lo sensible, para captar lo estable y verdadero, hay que liberar
los:"...corazones vinculados a los sentidos de la carne." (5,VIII,5) .
Entre lo sensible y lo inteligible no se establece una diferenciación tajante. Para San Agustín no hay una distinción
nítida entre experiencia y saber, hay que ascender del mundo sensible al inteligible y retornar luego al sensible
para integrarlos. Entre lo sensible y lo inteligible se encuentra para el filósofo, un "sentido íntimo" "...al que
comunican o anuncian los sentidos del cuerpo las cosas exteriores, y hasta el cual pueden llegar las
bestias." (1,VII,1823); este sentido íntimo es análogo al "sentido común" aristotélico, y es responsable de la
integración de lo sensorial permitiendo percatarse de que las sensaciones provienen de un mismo objeto, y
también permite detectar las alteraciones que puedan sufrir los sentidos. Esta capacidad de integración puede
atribuirse intuitivamente a los animales, pero no la razón que ocupa un lugar más alto que este sentido interior, en
la arquitectura metafísica jerárquica que adopta San Agustín. (4;3:75-80)
Dios fuente de las ideas inmutables: ilumunismo
Las ideas inmutables emergen en el alma por la intervención de Dios, San Agustín sostiene que es Dios quien
ilumina el interior del hombre para que éste pueda ver la verdad, lo inmutable, lo inteligible de las cosas (Doctrina
de la Iluminación); la "mente racional" está viciada con los "deleites carnales", se llena así de errores y opiniones
falsas por lo que la mente:"...debe ser ilustrada por otra luz para participar de la verdad"......"Porque tú, Señor,
iluminarás mi linterna; tú, Dios mío, iluminarás mis tinieblas..." (1,IV,15,25) San Agustín sigue el platonismo y
deposita en Dios las verdades eternas, las especies, los principios formales de las cosas que son el modelo por las
que éstas son creadas. Las ideas las infunde Dios en el alma humana, puesto que la creatura no puede acceder a
la divinidad por sí misma (6); San Agustín escribe acerca del:"oído interior" en donde habla la Verdad con voz
fuerte (1,XII,15,18);."Háblame tú verazmente en mi interior, porque sólo tú eres el que así habla..." (1,XII,16,23)
También escribe el teólogo que Dios creó:"...un cielo del cielo, el cielo intelectual [una sabiduría creada, una
naturaleza intelectual], en donde es propio del entendimiento conocer las cosas conjuntamente y no en parte, no
en enigma, no por espejo, sino totalmente, en visión, cara a cara, no ahora esto y luego aquello, sino lo que
hemos dicho: conocimiento simultáneo, sin vicisitud alguna de tiempos..." (1,XII,13,16) De este modo, el interior
del hombre es un reflejo del mundo exterior, de manera que estudiando el alma humana que goza de la
iluminación divina, se puede comprender mejor lo que está fuera de él. La sabiduría se logra para el Santo
mediante la oración y la vida alejada de la concupiscencia (especialmente la ira y la lujuria).
Mal y no-ser
Para San Agustín el mundo sensible no es intrínsecamente malo, el mal no está sustancializado, concretizado en lo
físico, como lo está para los maniqueos, y otros antes que ellos (7); no estamos atrapados en el mal de lo material
del que debemos liberar nuestra alma con una vida ascética. El mal dice San Agustín, es un distanciamiento de
Dios por decisión de la voluntad libre del ser humano, y constituye, como ya hemos señalado, un estado de
deficiencia con respecto a Dios que es el Bien y el Ser por excelencia; dice San Agustín:"Los bienes pueden existir
en cualquier parte solos; los males puros, en ninguna parte." (5,XII,3). Por eso el vicio es la acción voluntaria y
libre, que se opone a Dios, pero que no daña a Dios, sino a la naturaleza del ser que lo hace:"No existen males
nocivos para Dios: solamente los hay para las naturalezas mutables y corruptibles, que son a su vez buenas"...."Si
no fueran buenas nada podrían dañarle los vicios." ...."...privarles de su integridad, de su hermosura, de su salud,
de su virtud o cualquier otro bien natural que el vicio suele destruir o rebajar." (5,XII,3) Pero una naturaleza así
corrompida es mala sólo en cuanto viciada, porque ha sido creada buena en sí, y cuando esta naturaleza viciada
recibe castigo, hay entonces un bien agregado a la naturaleza misma. San Agustín explica que: "...la perversidad
de una voluntad que se aparta de la suma sustancia, que eres tú, ¡oh Dios!, y se inclina a las cosa
ínfimas..." (1,VII,67,22) "...de la voluntad perversa nace el apetito, y del apetito obedecido procede la costumbre, y
de la costumbre no contradecida proviene la necesidad..." (1,VIII,5,10) "...el vicio que por efecto de la costumbre
se ha arraigado fuertemente, hasta formar una segunda naturaleza, tuvo su origen en la voluntad." (5,XII,3) Es
interesante señalar que estas ideas ya habían sido claramente formuladas por Orígenes en el siglo II-III DC: "La
verdad es que la culpa de la maldad que hay en cada uno la tiene la propia voluntad, y esa maldad es el mal, y
males son también las acciones que proceden de ella"...."ningún otro mal existe." (7,IV,66) Pero en verdad, esto
no es de extrañar si se revisan con atención los documentos testamentarios que son la fuente de la que beben
todos los escritores patrísticos: de la voluntad humana que se aleja de Dios surge el mal.
Mal y voluntad
San Agustín sostiene que la voluntad que elige distanciarse del Bien y de la felicidad que este provee, no es debido
a una causa eficiente:"No es eficiente la causa, sino deficiente, puesto que la mala voluntad no es una eficiencia,
sino una deficiencia. Así es: apartarse de lo que es en grado supremo para volverse a lo que es en menor grado:
he ahí el comienzo de la mala voluntad." (5,XII,7) "...puesto que la causa del mal no es el bien, sino una falta de
bien." (5,XII,9) Un ejemplo que usa San Agustín es:"No es la jactancia un vicio de la alabanza humana, sino del
alma que ama desordenadamente ser alabada de los hombres, despreciando la llamada de su propia
conciencia." (5,XII,8)
San Agustín piensa que como consecuencia del pecado original:"...la naturaleza humana quedó deteriorada y
transmitió a la vez a sus sucesores la esclavitud del pecado y la necesidad de la muerte." (5,XIV,1) Por este
deterioro, el hombre tiene la tendencia a quedar fijado en el mundo sensible: en las cosas materiales, transitorias
y mudables; escribe el autor:"Era yo miserable, como lo es toda alma prisionera del amor de las cosas
temporales..." (1,IV,6,11) "Yo no sabía imaginar más que formas corporales, y carne, acusaba a la
carne..." (1,IV,15,26). Esta adherencia a lo sensible nos lleva a ver todo como material y verdadero, sin
percatarnos que este mundo sensible es sólo una diminuta porción de la realidad y de la verdad total. Como efecto
de esta distorsión, los asuntos morales se intentan resolver al nivel de lo material, y como consecuencia de su
mutabilidad se genera ansiedad y desazón en el ser humano. (4)
Razón, voluntad y amor
Como podemos apreciar, San Agustín no concibe un acercamiento al problema del mal como un proceso
puramente intelectual en el que el hombre se ve enfrentado a una mera elección racional entre una vida gastada
en lo transitorio y perecible de los sentidos, y una vida dedicada al conocimiento y la verdad inmutable, sino que
se trata de un proceso mucho más complejo en el que intervienen factores no racionales; la búsqueda de Dios y la
fe en Cristo son movidas primordialmente por el amor. De este modo, el teólogo se distancia de las influencias
racionalistas del pensamiento griego para acercarse a la tradición bíblica. La preeminencia que el filósofo otorga a
la voluntad movida por el amor, sobre lo racional, se conoce como doctrina del voluntarismo. En su libro Las
Confesiones, San Agustín narra el dramático proceso de su transformación moral con la intervención de la voluntad
junto al discernimiento racional, y finalmente su plena conversión a Dios con ayuda de la gracia divina. (1,X)
La voluntad marca la acción del hombre con un sello personal, con lo que se asume la responsabilidad de la
conducta realizada. Con la voluntad se incorporan al proceso de elección factores no racionales (deseos, apetitos,
tradición, influencia de la autoridad, etc.) Sin embargo, San Agustín se hace plenamente conciente del problema
del pecado original que afecta la humanidad entera y controla la voluntad a través de la concupiscencia, por esto,
según el teólogo, la voluntad es incapaz de elegir el bien sin la asistencia de la gracia divina. (4) Es interesante
recordar que San Agustín distingue explícitamente dos órdenes de gracia divina: la gracia natural de las virtudes
otorgada por Dios a todos los hombres, incluso a los no creyentes, y que prepara para elecciones voluntarias
adecuadas; y la gracia saludable, eficiente y sobrenatural que da Dios con la fe, fundamentalmente Cristo. (8)
Mal personal (moral); verdad y felicidad
El mal personal (moral) es entonces atribuido por San Agustín al resultado de nuestra voluntad, de nuestros
deseos por los bienes menores, seductores y transitorios que consideramos como mayores, olvidándonos de los
bienes auténticamente superiores, que se encuentran dados por la gracia divina, mostrada particularmente en
Cristo (los valores morales establecidos en las Escrituras, particularmente la humildad, el mejor modo de acercarse
a Dios) (9). Así, por ejemplo, San Agustín escribe en Las Confesiones (1,III,7,13) que:"la verdadera justicia
interior, que juzga no por la costumbre, sino por la ley rectísima de Dios omnipotente", una justicia que es única y
eterna, pero que se aplica a cada persona según sus circunstancias. Para el Santo el gozo máximo de la vida
radica en "...la vida bienaventurada [que] no es otra cosa que gozar de ti, para ti y por ti..." (1,X,23,32)"...."la vida
feliz es, pues, gozo de la verdad, porque este gozo de ti, que eres la verdad [Dios]." (1,X,23,33) Vivir la vida en
Dios en la verdad por excelencia- implica naturalmente la actualización de los valores señalados por Cristo; sin
embargo, los hombres aunque quieren la felicidad, no quieren aquello que la acompaña: "...el vivir
rectamente." (1,x,nota#42)
Mal metafísico, mal natural y mal físico
San Agustín caracteriza al mal como un alejamiento de Dios, de modo que todo lo creado, aunque bueno en sí, es
imperfecto comparado a la perfección misma de Dios; por tanto el mundo en cuanto ser, es deficiente, está
alejado de la perfección de Dios, pero no constituye un mal existente en sí mismo, no es un mal metafísico, sino
que simplemente una deficiencia frente a la perfección Suprema.
En lo referente al mal natural, esto es, las aparentes imperfecciones que se encuentran en el mundo físico, San
Agustín sostiene que son sólo aparentes, porque se consideran desde la perspectiva limitada y estrecha del
hombre; pero en su conjunto la Creación es buena, y también son buenas las cosas consideradas individualmente,
como lo es incluso el veneno para el alacrán o la serpiente, ya que sin este veneno no pueden vivir. El mal se da
en estos casos, en las relaciones de unas cosas y otras:"...hay algunas cosas tenidas por malas porque no
convienen a otras; pero como estas mismas convienen a otras, son asimismo buenas; y ciertamente en orden a sí
todas son buenas." (1,VII,13,19) "Dios hizo todas las cosas buenas en extremo." (1,Vii,12,18) Esta perspectiva
agustiniana muestra influencia plotiniana: el universo como conjunto armónico es bueno, el mal no existe
ontológicamente, no radica en las cosas mismas. Incluso, en esta perspectiva agustiniana del ser creado como
bueno, pero deficiente, encuentra explicación el mal físico, esto es, lo dañado en su naturaleza, como lo es un ojo
que no ve (dañado en su función natural). (1,VIII,nota#60)
Por tanto, el mal (natural/físico) no es una sustancia (tesis maniquea), pues si lo fuera sería un bien [identidad de
ser y bien], el mal natural parece como tal en la perspectiva parcial del hombre, adherida al mundo material y a
los intereses egoístas; pero cuando se toma una visión total de la Creación, y de la Providencia divina, esta
impresión desaparece; escribe el teólogo:"...hay muchas cosas, como el fuego, el frío, bestias feroces y otras por el
estilo que, siéndole contrarias, lastiman la pobre y frágil mortalidad de esta carne, aunque procede de un justo
castigo [Pecado Original]."...."...qué bien se encuentran cada uno en su lugar y en su naturaleza, y en qué hermoso
orden están dispuestos, y qué ornamento proporcionalmente aportan cada uno al universo entero, como si se
tratara de una sociedad política, y qué comodidad nos suministran a nosotros mismos, si sabemos usar de ellos
oportunamente."...."...ninguna naturaleza es un mal..."...."...hay unas mejores que las otras; y desiguales
precisamente, para que puedan existir todas." (5,XI,22) "...cada uno de estos seres está en el puesto que le
corresponde, y gracias a la muerte de unos pueden nacer los otros; cuando los más débiles sucumben ante los
más fuertes, contribuyendo los vencidos a perfeccionar a los vencedores, se da entonces el orden de los seres
transitorios." (5,XII,4) "Si la belleza de este orden no nos resulta agradable es porque, insertos como estamos en
un sector del mundo, por nuestra condición mortal, no podemos percibir el conjunto al que se amoldan con
armonía y proporción sumas, las pequeñas partes que nos desagrada a nosotros." (5,XII,4) "Una naturaleza da
gloria a su artífice, no en relación con las ventajas o desventajas que se nos sigan a los hombres, sino en sí misma
considerada." (5,XII,4) Según San Agustín, la Providencia de Dios nos invita a: "...indagar con
diligencia..." (5,XI,22) la utilidad de todas las cosas para crecer en el acercamiento a la Verdad de Dios:"...no sea
que caigamos en la temeridad humana e insensata de reprender en algo la obra de un tan eminente
artífice." (5,XII,4). Las naturalezas particulares encuentran su sentido último en la totalidad de lo creado, y de su
finalidad; y ésta es el bien.
Libertad humana y gracia divina
En la concepción agustiniana del mal personal (moral) se respeta la libertad libre albedrío- del ser humano, ya
que la elección de la conducta depende de la voluntad humana. (4) Pero, además en esta tesis cabe la acción de la
gracia en la dirección de la conducta, y en la salvación humana; el hombre tiene la libertad de actuar las virtudes
naturales otorgadas por Dios a todos, pero no lo hace por la concupiscencia resultante del pecado original, de
modo que necesita la gracia divina eficiente otorgada al ser humano en la fe. Aún con esta necesidad de la acción
divina, San Agustín respeta la libertad del hombre, ya que éste puede aceptar o rechazar la fe, y además, la gracia
divina no avasalla la voluntad del hombre (8). Con el pecado original, el hombre entró en una situación de
concupiscencia en la que rigen el placer y el egoísmo, esto transformó la armoniosa y tranquila libertad original del
ser humano (Adán y Eva), en una libertad de esfuerzo y de lucha por estar la voluntad firmemente atenazada por
esta concupiscencia. La libertad original de elección del bien y del mal no desapareció con la Caída, sino que se
dificultó.
Libre albedrío y omnisciencia divina
Un problema que San Agustín estudia es la dificultad en la compatibilidad de la omnisciencia de Dios, -saber de
antemano todo lo que va a suceder-, con el libre albedrío; porque si Dios sabe lo que va a ocurrir, toda conducta
ya estaría en cierto modo fijada, restándole sentido a la libertad humana, tornándola en mera ilusión. San Agustín
defiende la compatibilidad de la omnisciencia divina y la libre elección humana, porque el saber divino de los
acontecimientos, no disminuye la responsabilidad del hombre en sus acciones (4). Nuevamente es interesante
señalar que esta defensa de la libertad frente a los argumentos deterministas de la filosofía griega de corte estoico
se encuentra también en Orígenes (7:126-130). Se puede decir que omnisciencia, no es equivalente a
determinación de los sucesos, o como lo pone Ferrater Mora:"El hombre es libre, pero es libre de hacer libremente
lo que Dios sabe que hará libremente." (3:78) San Agustín explica, Dios es eternidad, de modo que:"Dios no ve de
la misma manera que nosotros lo que ha de ser, lo que es y lo que ha sido, sino de otro modo muy distinto...,
totalmente inmutable, de forma que entre las cosas que se hacen temporalmente, las futuras aún no sean, la
presentes sean ya y las pasadas ya no sean; sino que Dios todas las comprende con una estable y eterna
presciencia, no de una manera con los ojos y de otra con la inteligencia, ni de un modo ahora y de otro después,
pues su ciencia no se muda como la nuestra con la variedad del presente, pretérito y futuro..." (1,XI,nota48:De
civ. Dei,XI,21) "de ante mano sabe ya Dios lo que vamos a hacer; su presciencia es infalible."(5,V,9) "No porque
Dios hubiera previsto lo que iba a querer nuestra voluntad, va a dejar ésta de ser libre." (5,V,10)"...fuera de toda
duda que cuando peca [el hombre] es él quien peca, porque Aquel cuya presciencia es infalible, conocía ya que no
sería el destino [mundo amarrado por causas eficientes], ni la fortuna [causas fortuitas], no otra realidad
cualquiera, sino el hombre mismo quien iba a pecar." (5,V,X) Dios otorga a la voluntad libertad de elección,
aunque influya el curso de la vida humana mediante la gracia, pero ésta nunca es presentada al hombre como
irresistible, ni obligatoria.
Bibliografía
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8. Catholic Encyclopedia. Teaching of St. Augustine of Hippo www.newadvent.org/cathen/02091a.htm/
9. San Agustín. Obras de San Agustín, XII, Tratados morales. Sermón de la Montaña. Biblioteca de Autores
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Nota. Las traducciones del inglés han sido realizadas por el autor.
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