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Violencia: de la psicología a la biología.

Fecha Publicación: 29/03/2011
Autor/autores: Antonio Sánchez Pato , María Mosquera González

RESUMEN

Abordamos la violencia desde la psicología, la etología y la biología, para explicar el comportamiento agresivo, por cuanto afectan a la psicología del individuo, por cuestiones psicológicas, hormonales, anatómicas o nerviosas. Revisamos las principales teorías haciendo un juicio crítico y una recapitulación lúcida sobre la necesidad de compaginar un enfoque multidisciplinar, que abarque otras dimensiones sociales. Concluimos que la agresividad natural, condición de posibilidad de conductas susceptibles de generar agresión y violencia, parece ser un prerrequisito esencial para explicar la génesis de las conductas desviadas. Sin embargo, las características psicológicas no están determinadas hasta el extremo al nacer el individuo; han de desarrollarse dando lugar al carácter y la personalidad, sobre la base de los procesos de socialización y maduración. Así pues, en las acciones violentas, son tan evidentes las reacciones hormonales, mediadas a través de los neurotransmisores, como la percepción individual de las conductas asociadas a tales fenómenos fisiológicos.


Palabras clave: violencia; agresividad; agresión.
Área temática: .

Sánchez Pato A. Psicologia.com. 2011; 15:1.
http://hdl.handle.net/10401/2837

Artículo original
Violencia: de la psicología a la biología
Violence: from psychology to biology

Antonio Sánchez Pato1*, María José Mosquera González2
Resumen
Abordamos la violencia desde la psicología, la etología y la biología, para explicar el
comportamiento agresivo, por cuanto afectan a la psicología del individuo, por cuestiones
psicológicas, hormonales, anatómicas o nerviosas. Revisamos las principales teorías haciendo
un juicio crítico y una recapitulación lúcida sobre la necesidad de compaginar un enfoque
multidisciplinar, que abarque otras dimensiones sociales. Concluimos que la agresividad
natural, condición de posibilidad de conductas susceptibles de generar agresión y violencia,
parece ser un prerrequisito esencial para explicar la génesis de las conductas desviadas. Sin
embargo, las características psicológicas no están determinadas hasta el extremo al nacer el
individuo; han de desarrollarse dando lugar al carácter y la personalidad, sobre la base de los
procesos de socialización y maduración. Así pues, en las acciones violentas, son tan evidentes las
reacciones hormonales, mediadas a través de los neurotransmisores, como la percepción
individual de las conductas asociadas a tales fenómenos fisiológicos.
Palabras claves: Violencia, agresividad, agresión.
Abstract
We approach the violence from the psychology, the etology and the biology, to explain the
aggressive behaviour, since they concern the psychology of the individual, for psychological,
hormonal, anatomical or nervous questions. We check the principal theories doing a critical
judgment and a lucid recapitulation on the need to arrange a multidisciplinary approach, which
includes other social dimensions. We conclude that the natural aggressiveness, condition of
possibility of conducts capable of generating aggression and violence, seems to be an essential
prerequisite to explain the genesis of the deviant conducts. Nevertheless, the psychological
characteristics are not determined up to the end when the individual was born; they have to
develop giving place to the character and the personality, on the base of the processes of
socialization and ripeness. Therefore, in the violent actions, there are so evident the hormonal,
half-full reactions across the neurotransmitters, as the individual perception of the conducts
associated with such physiological phenomena.
Keywords: Violence, aggressiveness, aggression.

Recibido: 15/11/2010 ­ Aceptado: 02/12/2010 ­ Publicado: 04/03/2011

* Correspondencia: apato@pdi.ucam.edu
1 Director del Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte. Vicedecano de la Facultad de Ciencias
de la Salud, de la Actividad Física y del Deporte
2 Universidad de A Coruña. España.
Psicologia.com ­ ISSN: 1137-8492
© 2011 Sánchez Pato A, Mosquera González MJ.

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Sánchez Pato A. Psicologia.com. 2011; 15:1.
http://hdl.handle.net/10401/2837

Introducción
La violencia, habitualmente a través del concepto de agresividad, ha sido lugar común de
reflexión e investigación en psicología. Junto con la etología y la biología, conforman un campo
de estudio propio y muy fecundo que, en última instancia, afecta a la psicología del individuo,
debido a cuestiones hormonales, anatómicas o nerviosas. La perspectiva comúnmente aceptada
por la psicología sobre la violencia la resume el historiador Carlos Barros (1989):
La agresividad potencial se convierte en violencia real (que adopta formas muy
variables), en función de la incidencia de las condiciones sociales e históricas. Los
factores socio-históricos determinantes de la violencia afectan asimismo a la actitud
subyacente, incluyendo la parte no-consciente, mediante la creación de automatismos y
hábitos de conducta... (p. 111)
La agresividad natural, condición de posibilidad de conductas susceptibles de generar agresión
y violencia, es ser un prerrequisito esencial para explicar la génesis de las conductas desviadas.
Sin embargo, las características psicológicas no están determinadas hasta el extremo al nacer el
individuo, sino que se han de desarrollar dando lugar al carácter y la personalidad, sobre la base
de los procesos de socialización y maduración. O sea, como dice Barros (1989), la agresividad
busca la satisfacción de las necesidades humanas, pero: "Se trasmuta esta agresividad en factor
negativo, destructivo, cuando concurren determinadas circunstancias de tipo psicológico-social.
Otros psicólogos entienden asimismo la agresividad como una actitud individual socialmente
provechosa al implicar iniciativa personal, vitalidad" (p. 111).
En términos psicológicos, hablamos del comportamiento violento desde la agresión, entendida
como "forma general de conducta violenta que es a su vez manifestación externa de una actitud,
la agresividad, esto es, una predisposición emotiva a la agresión que precisa de factores
desencadenantes para concretarse en acción directa" (Barros, 1989, p. 111).
Desde esta perspectiva, la agresividad se entiende como una tendencia, una actitud, y la
violencia como una práctica, una conducta. Como señala Barros, debemos además contar con "el
rol activo de las representaciones sociales que los protagonistas tienen sobre las causas y la
utilidad, imaginarias y reales, de la violencia" (p. 111).
Es la conjunción de condicionamientos psicológicos y sociales de determinado cariz lo que
convierte la agresividad en algo negativo. Mas no debemos olvidar que la agresividad es un
ímpetu, un instinto, algo preprogramado, y que no se materializa en nada concreto. De hecho,
cuando hablamos de que la agresividad puede dar lugar a la violencia estamos cayendo en un
contrasentido, pues estamos refiriéndonos a cosas distintos. Así, no podemos aseverar que hacer
algo "con agresividad" pueda convertirse en hacer algo "con violencia" consistiendo en la misma
acción, sólo variando el grado. Esto puede ocurrir en algún caso, pero no en todos. Es preciso
conocer cuestiones previas como la intencionalidad, la disposición, el resultado de la acción, la
aprobación / reprobación social, etc. Sí ocurre que esa predisposición de prevalencia, de lucha,
de supervivencia, puede sobrepasar unos límites considerados socialmente aceptables. De
hecho, el animal no puede pasar de la agresividad a la violencia, pues no dispone de límites
culturales. Sí lo hacemos los humanos, cuando interpretamos una conducta, animal o humana,
desde nuestra perspectiva socio-cultural.
No podemos afirmar, en puridad, que una acción concreta pueda pasar de agresividad a
violencia, pues la agresividad no es un acto, sino una actitud, una disposición que requiere tener
bajo control el alcance de nuestra conducta. La cultura, mediante el proceso de socialización,
nos enseña a detener la cadena de acciones que desencadenan nuestras pulsiones y deseos,
llegados al punto en que chocamos, vulneramos o traspasamos la capacidad de maniobra de

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otros seres. Estos límites son establecidos socialmente, no biológicamente, aunque tengan su
sentido último en las limitaciones orgánicas, fisiológicas, de los otros.
La psicología se ha centrado durante muchos años en buscar la conexión entre agresividad y l
agresión, estableciendo antecedentes de tipo psicológico que mediados por circunstancias
sociales convergen en conductas agresivas, esto es, en violencia. Pero pensar que la relación
existente entre la capacidad de hacer daño y hacerlo realmente es un continuum, que depende
estrictamente de factores causales, es arriesgado. Además, el paso de la agresividad, como
potencia o capacidad de hacer daño, al acto mismo de la agresión no estaría lógica ni
necesariamente conectado con la violencia. La razón estriba en que la violencia no es un acto,
sino una calificación otorgada a un acto (a su antecedente o a su consecuencia), con
independencia de que la agresividad sea necesaria o no en la ecuación: capacidad de hacer dañohacer daño. En esta línea, Rojas Marcos (1995) define la violencia como el "uso de la fuerza
física en contra de un semejante con el propósito de herir, abusar, robar, humillar, dominar,
ultrajar, torturar, destruir o causar la muerte" (p 11).

Antecedentes Teóricos
Tempranamente, el psicoanálisis, de la mano de Freud, desarrollo una completa teoría sobre la
violencia. En El malestar en la cultura (1989, original de 1930), señala que el destino de la
especie humana dependerá de hasta qué punto el desarrollo cultural logrará hacer frente a las
perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción.
Para Freud, la agresión es un instinto, y las acciones y producciones humanas se deben en parte
a instintos animales. Estos impulsos irracionales desencadenan necesidades que se encuentran
ocultas en las profundidades de la psique humana. La razón no dirige siempre las acciones
humanas, son los deseos, la represión, el conflicto y la violencia lo verdaderamente importante
en el hombre, pues están permanentemente presentes en la existencia humana.
Para Freud, tres son las fuentes del sufrimiento humano: el poder de la naturaleza, la caducidad
de nuestro cuerpo, y nuestra insuficiencia para regular nuestras relaciones sociales. Las dos
primeras son inevitables, pero no entendemos la tercera: no entendemos por qué la sociedad no
nos procura satisfacción o bienestar, lo cual genera una hostilidad hacia lo cultural.
La cultura es la suma de producciones que nos diferencian de los animales, sirviendo a dos
fines: proteger al hombre de la naturaleza, y regular sus mutuas relaciones sociales. Para ello, el
hombre debió pasar del poderío de una sola voluntad tirana al poder de todos, de la comunidad;
es decir, todos debieron sacrificar algo de sus instintos: la cultura los restringió.
Freud advierte una analogía entre el proceso cultural y la normal evolución libidinal del
individuo. En ambos casos, los instintos pueden seguir tres caminos: se subliman (arte, etc.), se
consuman para procurar placer (por ejemplo, el orden y la limpieza derivados del erotismo
anal), o se frustran. De este último caso deriva la hostilidad hacia la cultura.
En Más allá del principio del placer (1995, original de 1920) quedan postulados para Freud dos
instintos: el de vida (Eros), y el de agresión o muerte. No se encuentran aislados y pueden
complementarse, por ejemplo, cuando la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la auto
agresión, o sea, preserva su vida. La libido es la energía del Eros, pero más que ésta, es la
tendencia agresiva el mayor obstáculo que se opone a la cultura. Las agresiones mutuas entre
seres humanos hacen peligrar a la sociedad, que no se mantiene unida solamente por
necesidades de supervivencia, es necesario generar lazos libidinales entre los miembros.

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Pero la sociedad también canaliza la agresividad dirigiéndola contra el propio sujeto y
generando en él un superyó, una conciencia moral, que a su vez será la fuente del sentimiento
de culpabilidad y la consiguiente necesidad de castigo. La autoridad es interiorizada, y el
superyó tortura al yo "pecaminoso" generándole angustia. La conciencia moral actúa
especialmente en forma severa cuando algo sale mal (entonces, hacemos un examen de
conciencia).
Llegamos así a conocer los dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la
autoridad, y otro, más reciente, el miedo al superyó. Ambas instancias obligan a renunciar a los
instintos, con la diferencia de que al segundo no es posible eludirlo. Se crea así la conciencia
moral, la cual a su vez exige nuevas renuncias ante los instintos.
Para Freud, la génesis de los sentimientos de culpabilidad está en las tendencias agresivas. Al
impedir la satisfacción erótica, volvemos la agresión hacia esa persona que prohíbe, y esta
agresión es canalizada hacia el superyó, de donde emanan los sentimientos de culpabilidad.
También hay un superyó cultural que establece rígidos ideales. El destino de la especie humana
depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, y aquí
debería jugar un papel decisivo el Eros, como tendencia opuesta.
Posteriormente, la psicobiología, en el estudio de la relación entre la función cerebral y el
comportamiento humano, aporta importantes modelos explicativos de la violencia. Gil-Verona,
Pastor, De Paz, Barbosa, Macías, Maniega, Rami-González, Boget y Picornell (2002), nos
acercan algunos. No obstante, resaltan que la psicobiología no es la panacea explicativa, porque
"importantes factores psíquicos, sociales y culturales que contribuyen a condicionar los
fenómenos psicocerebrales quedan fuera de nuestra consideración" (p. 293).
Entienden que violencia y agresión son sinónimos, aunque diferenciando niveles de abstracción
del concepto violencia: desde lo más abstracto, como el ímpetu de las acciones físicas o
espirituales; a lo más concreto, como la fuerza ejercida contra algo o alguien en contra de su
estado natural. En un sentido más restringido, se refiere a una acción o comportamiento que
atenta contra la existencia de una persona o grupo. La agresividad sería una variable que
interviene en el proceso de creación de una conducta violenta, un potencial, una inclinación
hacia la realización de actos violentos.
Gil-Verona et al. (2002, p. 295), clasifican los modos de agresión en: violencia directa o
personal (llevada a cabo por personas o colectivos concretos contra personas o grupos
igualmente definidos), y violencia indirecta o estructural (no hay actores concretos, surgiendo
de la propia organización del grupo social). A su vez, pueden identificarse diferentes actores de
la violencia, combinando sujeto y objeto (individuo o grupo, contra sí mismo o de unos contra
otros), dando lugar a los siguientes tipos: de un individuo, contra sí mismo (suicidio), contra
otro individuo (crimen pasional), o contra un grupo (delitos contra la sociedad); de un grupo,
contra un individuo (la pena de muerte) o contra otro grupo (la guerra, el terrorismo).
Además, distinguen la violencia espontánea, de un individuo o una masa, de la organizada,
como las guerras; la violencia normal, de difícil definición, ya que ninguna violencia es normal,
de la patológica, debida a alteraciones psíquicas o malformaciones cerebrales. Por último, GilVerona et al. (2002, p. 295), hacen referencia a la clasificación de Moyer (1976), que diferencia
ocho tipos de agresión: predatoria, inter-machos, inducida por el miedo, territorial, maternal,
irritable, relacionada con el sexo, instrumental.
Una parte de la psicobiología afronta la cuestión de la conducta y el comportamiento humano
basándose en las analogías y estudios realizados con animales de laboratorio. La neurobiología,

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(Gil-Verona et al., 2002, pp. 296-302), distingue cuatro modelos: genéticos-neuroquímicos,
endocrinológicos, etológicos y neurobiológicos.
Genéticos-Neuroquímicos: relacionan la serotonina con la regulación de los estados de ánimo,
tales como la violencia impulsiva. En humanos, los agentes sociales estresantes (maltrato,
abusos, etc.) disminuyen los umbrales biológicos de la violencia, en relación al nivel de
serotonina en el cerebro.
Endocrinológico: las hormonas esteroideas (la testosterona) influyen en la conducta animal y
humana. Los niños son generalmente más agresivos que las niñas, y "diferencias biológicas tales
como las originadas por la androgenización prenatal podrían ser, al menos en parte, las
responsables del aumento de la conducta agresiva en los varones" (Gil-Verona et al., 2002, p.
298). De hecho, Sánchez Martín, citado por Gil-Verona et al. (2002, p. 298), entiende "la
testosterona como un marcador biológico útil para la agresión sobre todo en los niños varones,
aunque advirtiendo la necesidad de mayores estudios".
Etológico: desarrollando la teoría del "gen egoísta" de la sociobióloga, el estudio de la "historia
natural" de las conductas agresivas pretende descubrir su sentido benéfico en las sociedades
animales, para comprender su desviación en el ámbito humano. Ahí se encuadra el estudio de
Lorenz (1980) sobre la agresión: las pulsiones animales se descargan de forma automática, con
independencia de los estímulos, convirtiendo a la agresión intraespecífica en un elemento
favorable para la conservación de la especie. Esta tesis es próxima al pensamiento freudiano,
aunque con una valoración positiva, en el caso del primero, y negativa en el de Freud. La teoría
de Lorenz (1980), desplaza hacia el hombre las consecuencias negativas de la agresión
intraespecífica, ya que "se ha liberado de las trabas instintivas y no se detiene ante la muerte
masiva de individuos y el exterminio de grupos enteros" (Gil-Verona et al., 2002, p. 300).
Neurobiológico: distingue las conductas agresivas (agresión depredadora y agresión social) de
las defensivas (defensa intraespecífica, ataque defensivo, inmovilización y huida, conducta
defensiva materna, comprobación de riesgo) en los animales. En cuanto a las primeras, pueden
provocarse por medio de una activación eléctrica (de los núcleos hipotalámicos en general). En
los seres humanos, las investigaciones parecen indicar que "ninguna parte del cerebro actúa
aisladamente para producir un tipo de conducta, en este caso violenta, así las conductas
agresivas reflejan el resultado del equilibrio entre estimulación e inhibición de diferentes zonas
cerebrales en un momento específico. (Gil-Verona et al., 2002, p. 301)
Por otra parte, el director del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, José
Sanmartín, en la VI Reunión Internacional sobre Biología y Sociología: Violencia, mente y
cerebro (6-9 de noviembre de 2002 Valencia, España), explicó cómo las perturbaciones de
origen biológico (asociadas al sistema cerebral y los neurotransmisores), y que están en el origen
de las conductas violentas, son debidas a factores ambientales individuales y sociales. En este
sentido, surge la necesidad de abordar el problema de la violencia como una cuestión de Salud
Pública, ya que es la sociedad en su conjunto quien está afectada por este fenómeno. Su
multicausalidad aconseja combinar las investigaciones y las estrategias resultantes de las
mismas desde una visión de conjunto: de lo biológico a lo social.
Para Mª José González (2001), directora del portal digital Psicocentro, la agresividad tiene
como característica básica el deseo de herir. Distingue entre la agresividad hostil o emocional,
con finalidad de herir, de la instrumental, cuyo propósito es servir de instrumento para
conseguir algo (no con la finalidad de herir). Diferencia, a su vez, a los agresores con orientación
instrumental, que quieren demostrar ante el grupo su superioridad, de los hostiles, que usan la
violencia porque se sienten provocados o procesan de forma errónea la información.

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Centrémonos ahora en la clasificación de las teorías de la agresión de Mackal (1983):
1.

La teoría clásica del dolor (Hull, 1943; Pavlov, 1963): el dolor activa mecanismos de
defensa mediante la agresión. Su respuesta es proporcional al estímulo.

2. Hipótesis de frustración-agresión (Dollard, Doob, Miller, Mowrer, & Sears, 1939): las
agresiones se producen como respuesta a una frustración, por no conseguir una meta.
3. Sociología de la agresión (Durkheim, 1938): los hechos sociales están en la base de
muchos de los sucesos violentos generados por los individuos. El grupo social arrastra a
los individuos en la comisión de actos violentos.
4. La agresión como catarsis: para el psicoanálisis la agresividad contenida se descarga y
canaliza a través de la agresión, produciendo una catarsis.
5.

La etología de la agresión: la agresión es una reacción innata, inconsciente, que ha
perdido su sentido primigenio en los animales y no somos capaces de controlarla.

6. La bioquímica de la agresión: los procesos bioquímicos, a través de neurotransmisores y
de hormonas implicadas, son los responsables de la agresión.
Estas teorías tienen un corte psicobiológico, aunque también conceden importancia a la
dimensión social del problema. Sin embargo, como demostró Durkheim (El suicido, 1897,
1992), los hechos violentos, que intuitivamente achacaríamos a cuestiones psicológicas, están
conectados a cuestiones sociales. De hecho, factores medioambientales, de la personalidad,
psico-cognitivos, sociales, educativos, etc., son cruciales para explicar la conducta violenta.
Como relata González (2001), existen variables en la etiología familiar, y cuya influencia directa
en el desarrollo de valores morales, la asunción de roles y el manejo de las relaciones sociales es
muy importante.
Podemos observar que la aproximación de la psicología al fenómeno de la violencia se realiza a
través del concepto agresión. La conducta agresiva encuentra un potencial de expresión en la
agresividad, entendida como capacidad innata que permite ejercer tales conductas. La cuestión
de la agresividad ha sido entendida por Bandura & Ribes (1980) como una "jungla semántica",
de ahí radica la dificultad de adentrarse en su definición y comprensión. Sin embargo, tanto
Buss (1969) como Geen (1976, citado por Edmunds & Kendrick, 1980, p.15), han intentado
perfilar un poco ese campo. Así, para el primero, la agresión es una respuesta que se vuelve un
estímulo nocivo para otro organismo; para el segundo, abarca tres factores: el estímulo nocivo,
la intención de hacer daño y la probabilidad real de dañar.
En todo caso, la agresión implica la producción de un estímulo que es nocivo o perjudicial para
otro, y que se realiza con la intención de hacer daño. Ello requiere la existencia de un estímulo,
la intención y la probabilidad real de hacer daño. Sin embargo, a nuestro entender, coincidiendo
con Baladrón (2004), no es necesario que exista intencionalidad para que haya violencia; como
de hecho ocurre en los cataclismos naturales. La falta de control de nuestras acciones, la
irresponsabilidad al realizarlas, no previendo las posibles consecuencias, aún no constituyendo
una agresión (si finalmente causan daño), son violencia, en cuanto que alguien o algo a sido
violentado en su estado natural. Uno puede no tener la intención de agredir y, sin embargo,
realizar un acto violento, aunque no se trate de una agresión. Nuestra sociedad se basa
precisamente en la búsqueda de las causas de los sucesos, a través del estudio pericial. Tomemos
como ejemplo el tsunami del índico (26 de diciembre de 2004) y el huracán "Katrina" (29 de
agosto de 2005), que aún teniendo causas naturales sus efectos se han achacado a la falta de

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tecnología para detectarlos y realizar evacuaciones, a la imprevisión política, al calentamiento
del planeta debido a la acción del hombre, o a la mala gestión de la catástrofe.
En última instancia, cuando hay un suceso violento siempre hay una causa, una culpa y un
responsable -culpable-, aunque las circunstancias exculpen finalmente a la persona de
responsabilidad civil o penal. En todo caso, el mal, o la violencia, estarán hechos. Debemos
matizar que la agresión es una conducta efectiva, mientras que la violencia es el resultado de las
conductas. Por ello, podemos distinguir la agresión de la violencia en este sentido: la agresión
requiere intención de causar daño, la violencia no, ya que califica a la acción misma y/o a su
resultado, independientemente de quien la haya causado, por qué o para qué.
Y la agresividad no tienen nada que ver con estos dos términos (en un sentido ético), ya que la
agresividad no es buena ni mala; la violencia y la agresión son siempre malas, porque causan
daño y además pueden acompañar la intención de causarlo. La agresividad no puede ser la
potencia de hacer daño, ya que tal potencia, o sea, la razón de posibilidad de hacer daño, sería la
fuerza, el arma, la debilidad de la persona, la posibilidad de morir o ser herido..., esto es, sus
condiciones de posibilidad. La agresividad no puede ser potencia de la agresión, ya que algo no
puede ser potencia de lo bueno y lo malo al mismo tiempo.
El instinto de supervivencia es distinto al de superación, de perfección; por ello, la agresividad
puede aproximarse a uno, pero no a otro. A nuestro entender, cuando hablamos de la
agresividad como algo que puede provocar daños, en la línea de un ímpetu que no controlamos y
que causa daño, estamos hablando de algo diferente a la agresividad propia del hombre,
entendida como capacidad de mejorar, de luchar por crecer, por vencer o por superarse. Existe
confusión en el término. La agresividad no tiene más relación con la agresión que la de poseer la
misma raíz gramatical. O bien utilizamos la agresividad en un sentido restrictivo, como
capacidad de agredir (lo cual no sería muy aceptado), o entendemos la agresividad como el
instinto de superación, positivo para el ser humano, que está en muchas empresas humanas. Sin
embargo, la agresión y la violencia, aunque están también presentes, no son necesarias para su
desarrollo, y son conductas que deben desterrarse.
Algunos estudios de la etología realizados con animales, para cuantificar e identificar la
agresión, incluyen parámetros fisiológicos asociados a la conducta violenta. De esta forma, la
agresión puede asociarse a la actitud y a la compostura del agresor, con independencia del
resultado de sus acciones. Esta vía es muy interesante para conocer los desencadenantes de la
agresión, así como para establecer indicadores objetivos que delaten al agresor. Sin embargo,
estos estudios están limitados por las dificultades de extrapolación del animal al hombre.
Además, el hombre puede entrenarse para limitar la intensidad, si no anular, de dichos
indicadores, lo que nos devuelve a la cuestión de la intencionalidad de hacer daño. Estas
investigaciones asocian un estímulo con una respuesta conductual y fisiológica (dilatación de
pupilas, sudoración, alteración del ritmo cardíaco, respuesta hormonal, etc.), pero no van más
allá del mecanismo que provoca tales respuestas; olvidan condicionamientos sociales y
ambientales que pueden tener tanto o más peso que los meramente fisiológicos.
Otro de los conceptos trabajados por la psicología es la hostilidad. Se trataría de una actitud
concretada en una "respuesta verbal implícita que envuelve sentimientos negativos (mala
voluntad) y evaluaciones negativas de personas y acontecimientos" (Veness, 1996, p. 118), de lo
que se deriva que una respuesta puede ser hostil sin por ello ser agresiva, puesto que se queda
en una actitud y no implica la realización de un acto. Por su parte, Edmunds & Kendrick (1980)
clasifican la agresión en dos categorías: agresión (comportamiento general abierto y directo) y
agresividad (sentimientos hostiles). De forma más sutil, el Buss-Durkee Hostility Inventory
(escala autonominal multidimensional válida para medir la hostilidad.), de Buss & Durkee

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(1957); diferencia siete subescalas diferentes de hostilidad: asalto, hostilidad indirecta,
irritabilidad, negativismo, resentimiento, sospecha, y hostilidad verbal.
Edmunds & Kendrick (1980), consideran que la hostilidad se produce tras una agresión, siendo
un sentimiento, una actitud reforzada por el daño realizado al otro. La hostilidad conlleva un
sentimiento negativo hacia la humanidad que se justifica con el dolor y la incomodidad de los
otros. En suma, la agresividad implica actos que producen un daño en los otros, en la búsqueda
de refuerzos extrínsecos de nuestra conducta; la hostilidad, por la contra, implica actos que
producen daño en el otro, pero como búsqueda de refuerzos de tipo intrínseco.
Para el psiquiatra Fernando Lolas (1991), es preciso distinguir agresividad, agresión y violencia.
La agresividad es un término teórico, que permite integrar datos objetivos sobre la conducta
motora, la fisiología y la vivencia de un individuo. La agresión se refiere a conductas agonistas
que pasan directamente del agresor al agredido, caracterizadas por tener dirección e intención.
Por último, la violencia es el uso inadecuado de la fuerza o del poder, tanto por exceso como por
no corresponder a ese momento, y careciendo de intencionalidad. Así, en los deportes rudos
(boxeo, rugby, etc.) se dan gestos violentos, aunque no agresivos; y actos agresivos (como no
prestar ayuda), pero no por ello violentos. En esta ecuación, la violencia aparece como
omnipresente en la vida; sin embargo, la agresividad tiene causas diferentes definidas por la
intención de quien es agresivo.
Por su parte, Hernández, Maíz & Molina (2004), distinguen los conceptos agresión, violencia y
asertividad. La agresividad es una emoción, cuya función es adaptativa, se asocia con un rasgo
distintivo de las personas que tienen éxito social (altamente motivados y ambiciosos),
denominándose específicamente agresión prosocial. Si la privamos de tal función, sería una
agresión antisocial. La agresión sería la imposición de un estímulo físico, verbal o gestual que
produce la aversión de una persona a otra. No es, por tanto, una actitud, sino un
comportamiento que pretende causar daño (LeUnes & Nation, 1989).
Las condiciones que exigen Hernández Mendo et al. (2004) para considerar un comportamiento
agresivo son: dirigirse contra un objetivo viviente; existir intención de dañar al objetivo; y,
existir una expectativa razonable de éxito en la producción del daño.
De acuerdo con Baron (1977), hemos de distinguir agresión hostil de instrumental, en ambos
casos con la intención de dañar a otro ser humano. La agresión es, pues, un comportamiento
aprendido, resultado de la interacción de los individuos con su medio social (Bandura, 1973). En
las agresiones hostiles, la intención es hacer que la víctima sufra, y el refuerzo para el agresor,
que actúa con rabia, es el dolor y el sufrimiento causados; en las agresiones instrumentales, la
meta está en conseguir una recompensa externa, y el hecho de alcanzar esta meta refuerza el
comportamiento agresivo. En ambos casos, el agresor es culpable de infligir el daño, pues existe
la intencionalidad de herir a otra persona.
La agresión tiene un componente físico: la violencia. Tenenbaum, Stewart, Singer & Duda
(1997), la definen como un comportamiento para producir daño, sin que exista una relación
directa con la meta, y se relaciona con incidentes de agresión descontrolada. A su vez, se dan
dos formas de conducta violenta (Echeburúa & Corral, 1998): violencia expresiva, motivada por
la ira y debida a una falta de control de los impulsos, o como expresión de afectos; violencia
instrumental, fruto de la planificación, expresa insatisfacción y no genera sentimientos de culpa.
Del mismo modo, es preciso diferenciar la asertividad (o conducta asertiva), de la agresión y la
violencia. La asertividad excluye la intención de hacer daño, aunque implique el uso de la fuerza
física o verbal para conseguir objetivos (Silva, 1981). La asertividad, busca establecer un

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dominio más que hacer un daño (Thirer, 1993). Así pues, no es la acción lo que diferencia a unas
de otras, sino la intención del actor al usar la fuerza contra otro.

Análisis de las perspectivas teóricas
La diversidad de teóricas sobre la agresividad ha sido clasificada por diversos autores.
Analicemos dos de ellas:

A) Hernández et al. (2004), distinguen las teorías psicobiológicas (1) de las psicosociales
(2):
1. Atendamos, en primer lugar, a las teorías innatistas o biológicas, porque ponen el acento en
las cualidades innatas del individuo. Las teorías innatistas, biológicas y psicobiológicas, parten
del individuo para explicar los comportamientos violentos. Achacan el fallo de funcionamiento a
factores propios del individuo, no de la sociedad. Esos factores, que escapan a su control, están
en su cuerpo o en su mente.
1.1. El criminalista italiano Lombroso (1870), pretendió identificar tipos criminales a partir de
la forma del cráneo, la frente, las mandíbulas y los brazos. Con posterioridad, Sheldon (1949) y
Glueck & Glueck, (1956) asociaron la violencia con la estructura corporal. En concreto,
señalaban que los individuos mesomorfos (musculosos y activos) eran más agresivos y
propensos a delinquir.
1.2. Por su parte, para el psicoanálisis (Freud, 1921; Martín, 1920; Strecker, 1940), señala que la
conducta agresiva es innata, y tiene la finalidad de minimizar la excitación nerviosa, relajar
tensiones y buscar la liberación total de la estimulación.
1.3. En la actualidad, Sanmartín (2002), como ejemplo de teorías innatistas, sostiene que la
corteza prefrontal es el modulador de la agresividad elicitada por la amígdala, reduciendo o
potenciando la agresividad. Sin embargo, el individuo decide, en última instancia, en base a su
historia personal. No obstante, es posible que existan problemas anatómicos de funcionamiento
en la corteza prefrontal, que es la encargada de otorgar significado emocional a las acciones.
1.4. Las teorías psicobiológicas se centran en el carácter innato de la agresividad, en relación
con su presencia en los animales. Desde la neurobiología, se entiende que el hipotálamo y
algunas partes del sistema límbico están implicados en el comportamiento agresivo. Éste,
garantiza en el hombre y en el animal la adaptación al medio cambiante que los rodea. La
conducta agresiva varía dependiendo de la edad y el género del individuo, así como del ambiente
en que se desenvuelve. En esta línea se sitúan los estudios de Kazdin (1986), que asignan a los
varones tasas más altas de comportamientos agresivos y antisociales que a las hembras: las
hembras, utilizan más la violencia verbal; los hombres, la física.
1.5. Por otro lado, los enfoques psicológicos se concentran en los tipos de personalidad. Para
Eysenck (1964), los estados mentales anormales son hereditarios, existiendo tres factores
congénitos: introversión-extraversión, neuroticismo-estabilidad emocional y psicoticismorealismo. En otra línea, Baumeister, Smart & Boden (1996) establecen una correlación muy alta
entre las conductas violentas y la elevada autoestima.

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Podemos observar que las teorías de naturaleza biológica o psicobiológica descuidan el peso de
otros factores como podría ser la personalidad, el aprendizaje o la interacción con los demás y el
ambiente.
2. Por la contra, las teorías psicosociales entienden que el contexto social y ambiental
determina las conductas violentas. Siguiendo a Hernández Mendo & Gómez (2003), destacamos
las siguientes: Las teorías psicosociales, según las cuales la explicación del comportamiento
violento reside en la interacción de los individuos en los grupos. La interacción social da cuenta
de los procesos de construcción de la personalidad e inteligencia del individuo.
2.1. En cuanto a las teorías del aprendizaje, están basadas en dos mecanismos: el reforzamiento
y el modelado. Sus principales valedores son Bandura y Walters (1963). El reforzamiento se
basa en las recompensas que el niño asocia con las conductas violentas, procedentes de sus
"otros significativos", y que tienden a afianzar estas conductas; el modelado, por su parte, se
basa en la imitación del comportamiento de los demás (principalmente de los padres y de los
medios de comunicación). Esto implica que es posible utilizar ambos modelos en una línea
contraria, esto es: minimizando o reduciendo tales patrones, orientando sus conductas en una
línea positiva de resolución no violenta de los conflictos. De hecho, muestran cómo
transmitimos modelos conductuales violentos aún verbalizando lo contrario, o sin tener la
intención de hacerlo (Bandura & Ribes, 1980).
Berk (1974), propone un modelo de recompensas-costos basado en el principio de maximización
de la utilidad esperada: cada individuo trata de maximizar las recompensas y minimiza los
costos (teoría de la decisión). Si la conducta violenta obtiene un saldo favorable, se repetirá y
pasará a formar parte del repertorio del individuo. Esta teoría ha recibido numerosas críticas.
Entre ellas, la de Clarke (1977), basándose en que es preciso tener en cuenta múltiples variables
a la hora de definir una acción violenta, y cuya interacción escapa a un análisis mono causal.
Jones & Heskin (1988), se apoyarán en este modelo para realizar una crítica más profunda,
estableciendo la relación existente entre el ambiente psicosocial del sujeto y las consecuencias
de la conducta del delincuente. Consideran que existen ciertas estructuras mentales que alteran
las preferencias de los individuos a realizar unas determinadas actividades. La teoría del
aprendizaje social nos aporta una perspectiva más amplia, tomando en consideración tanto los
factores internos al individuo como los externos a él.
2.2. La teoría del Cognitivismo Social y Comportamiento Colectivo, intenta explicar la
conducta violenta atendiendo a los factores sociales en los que el individuo se encuentra. Así,
distingue: la Teoría de la Influencia Social y Comportamiento Colectivo y la Teoría de la
Identidad Social.
En cuanto a la primera, Asch (1952) mantiene que la influencia social es definitiva a la hora de
influir sobre la modificación de los sentimientos y conductas de los individuos, en la línea de la
postura que mantiene la mayoría. Zimbardo (1970), relaciona la pérdida de identidad individual
con las conductas violentas. La invisibilidad que asegura la situación de estar inmerso en una
masa de personas convierte las acciones individuales en anónimas, disminuyendo la sensación
de responsabilidad ante las mismas.
En esta dirección, aunque centrándose en las minorías, Moscovici (1976) demuestra la
influencia que éstas ejercen sobre el comportamiento de los individuos. Entiende a las minorías
como campo de referencia de los individuos, frente a las mayorías, que actuarían en tal sentido
en otras cuestiones. Se produce lo que llama sesgo de conformidad, que cambia concepciones
consideradas hasta ese momento tradicionales.

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La teoría de la identidad social, explica cómo los individuos modifican su comportamiento
dentro de un grupo con el que se identifican (Tajfel, Billig, Bundy & Flament, 1971). Se basa en el
proceso de categorización social: el individuo categoriza la realidad con relación al grupo de
pertenencia que le confiere una identidad propia y diferencial. Reicher (1987), aplica esta teoría,
únicamente enfocada al yo individual, al comportamiento de la multitud, a la que considera una
forma de grupo social (un conjunto de personas que adoptan una identificación social común).
2.3. Por último, la teoría del interaccionismo simbólico y del comportamiento colectivo,
defendida por Blumer (1951) y Turner & Killian (1987), centrada en tres premisas: el orden
social, basado en un continuo cambio, producto de las interacciones de los individuos y la
renovación de sus conductas; el individuo, actor consciente que construye representaciones
simbólicas de sí mismo, basándose en su conducta y en la que los otros esperan de él, y
sometidas a constante interpretación; y, la interacción de los individuos entre sí, lo que les
otorga significados compartidos que son acordes con sus comportamientos individuales. Dentro
de esta teoría, destacan dos modelos:
El modelo de la inquietud social (Blumer, 1951) antepone un estado de inquietud que rompe el
orden social, favoreciendo el comportamiento colectivo. En esta línea, Allport (1924) explica
que se produce un contagio social entre los individuos, lo que provoca la pérdida de la
autoconciencia y una adaptación al comportamiento del grupo. El malestar social que provoca la
insatisfacción de los deseos produce turbaciones e impulsos a actuar de forma errática.
La teoría de la norma emergente, parte de que la realidad se construye socialmente a través de
la interacción; para Turner & Killian (1987), el comportamiento colectivo surge ante las
tensiones y ambigüedades acaecidas en la sociedad, de donde emana una norma emergente
creada por miembros significativos del grupo.

B) Ardouin, Bustos, Frenado & Jarpa (s.f.), distinguen distintos modelos y teorías:
Psicoanálisis (instinto agresivo); Etológica o Evolutiva: Bases biológicas estructurales
(Hipotálamo, Amígdala); Bases biológicas Neuroendocrinas (Hormonas corticoesteroidales,
Catecolaminas, Serotoninas); Cognitivo (Perspectiva atribucional, Agresión y frustración); y,
Aprendizaje Social (La perspectiva conductual, Visión fenomenológica).
1. En primer lugar, encontramos de nuevo la perspectiva psicoanalítica. En ella, se destaca
como origen de la agresividad humana al instinto agresivo. Freud defendió la teoría del doble
instinto, según la cual el hombre atesora una cantidad de energía que dirige hacia la
destructividad, la cual toma expresión de diferentes formas. También atribuyó la agresión a
deseos de origen primitivo, genéticamente perpetuados, y que han evolucionado hacia formas
más complejas de expresión, para mantener el equilibrio.
Según Roldán (1993), para el psicoanálisis, cultura y violencia son dos realidades
interconectadas. La propia lucha por la supervivencia responde a un impulso natural, que toma
expresión en la cultura. Ésta tiende a domesticar los deseos, auque no siempre lo consigue,
dando lugar a frustraciones o a su sublimación.
2. Para la perspectiva etológica o evolutiva, la agresividad humana tiene su base en la filogenia.
Lorenz (1980), tras sus estudios con animales, concluyó que en el hombre se produce el mismo
fenómeno de poseer un impulso instintivo de agresión de carácter espontáneo, natural. En este
sentido, se considera agresión a las luchas intra o ínter específicas, tomen la forma que tomen, y
excluyendo la acción predatoria de una presa para la alimentación. En esta línea, la etología ha
sido fecunda en la clasificación de la agresión, basándose en la identificación de formas de

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conducta agresiva (predatoria, afectiva, entre machos, irritable, defensa territorial, maternal,
instrumental, y de fuga), como respuesta a diferentes estímulos (presa, defensivo, huida,
rivalidad, furia, invasión, amenaza, respuesta aprendida, presencia de agresor).
Una característica propia de la raza humana es la agresión intraespecífica, entre individuos de
su especie (Fisher, 1966). Existen dos formas: la hiperestésica, por exceso de impulso, que nos
lleva a tomar una cosa por otra que se le parece (lucha ritual); y la taxógena, por la posesión de
territorio, la búsqueda de compañera sexual o por alimentación, lo que favorece la selección de
los más fuertes. De este modo, los animales ritualizan sus luchas, limitando la violencia a una
victoria más simbólica que real, en el sentido de que el objetivo de la lucha no es acabar
físicamente con el rival, sino obtener alguna ventaja sobre él.
La etología estudia el comportamiento agresivo en el hombre debido a que manifiesta
agresividad ínter específica. Sin embargo, a diferencia de los animales, el hombre aniquila a sus
semejantes en muchas ocasiones, bien por la sofisticación de las herramientas que ha creado
como por la falta de mecanismos de inhibición.
Para Rapaport (1992), la agresión es un impulso natural en el hombre, basado en la existencia
de dos pulsiones opuestas en continua interacción (construcción-destrucción o síntesisdesintegración). Esto convierte a la agresión en un impulso primario que ha perdurado a lo
largo de la evolución, atenuándose o canalizándose hacia otras funciones u objetivos.
Lo que resulta muy importante, desde el punto de vista científico, es conocer cuáles son las
bases biológicas de la agresión: estructurales y neuroendocrinas.
2.1. En cuanto a las estructurales, hemos de destacar la función del hipotálamo y de la amígdala
en la conducta agresiva. El hipotálamo parece ser el órgano encargado de regular las funciones
neuroendocrinas relacionadas con la agresión (una estimulación en la porción lateral del
hipotálamo provocaría una agresión predatoria; una estimulación en la porción medial induciría
una agresividad afectiva, y una en la porción dorsal resultaría en una respuesta de fuga). Y la ira
y la agresión parecen producirse en regiones de la amígdala.
2.2. En lo referente a las bases neuroendocrinas, las hormonas gonadales (principalmente la
testosterona) han sido consideradas fuente de la agresión. También parece estar implicado el eje
pituitario-adrenocortical en la agresión en general y, particularmente, sobre la testosterona
Además, participan los corticoesteroides en conductas agresivas que no tienen carácter sexual.
Por otro lado, las catecolaminas, serotoninas y otros neurotransmisores se suelen identificar
como determinantes de la conducta agresiva. La adrenalina mediatizaría el miedo y la agresión y
la noradrenalina la irritabilidad. Para Welch & Welch (1971, citado en Aluja, 1991), la síntesis de
aminas que se realiza en el cerebro está condicionada por el ambiente; decrecen con el
aislamiento del individuo, y aumentan en condiciones de agresión. Sin embargo, cuando la
estimulación ambiental es muy larga en el tiempo, se produce el fenómeno contrario: la
disminución de las aminas. La serotonina, cuando se encuentra en niveles bajos, incrementa
algunos tipos de agresión; y, ante niveles altos, produce ansiedad y desorientación. Ante la
presencia de estrés, aumenta su producción.
Otros neurotransmisores, como la dopamina y el ácido gamma amino butírico, actúan
respectivamente como estimulantes e inhibidores de dichas conductas. Así mismo, la
acetilcolina incrementa la agresión, y los bloqueadores beta adrenérgicos la inhiben. Las
hormonas corticoesteroidales (corticoesterona y cortisona), también se asocian a la agresión.

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3. Los modelos cognitivos se basan en el procesamiento de la información: en qué medida
afectan a la conducta de los sujetos. Destacan dos: atribucionales y motivacionales.
3.1. El primero, hace referencia al modo en que las atribuciones se relacionan con las
tendencias personales hacia conductas agresivas. Cuando una persona atribuye a una causa
externa que no puede controlar y que es estable en el tiempo una conducta agresiva, la
probabilidad de que desarrolle un comportamiento agresivo aumenta. El proceso que utiliza
para enjuiciar una conducta agresiva influye en su comportamiento, pasando de la cognición,
mediante una atribución, al efecto o acción, que implica una conducta.
3.2. Una de las explicaciones más habituales de las conductas agresivas se basa en el proceso de
la frustración-agresión. La frustración se produce como respuesta a estímulos internos y
externos que provocan situaciones bloqueadoras, amenazantes y de deprivación, y que se suelen
asociar con la agresión cuando el sujeto no es capaz de controlar esa frustración. No obstante,
"la frustración no es una condición suficiente ni necesaria para la agresión, pero sí claramente
facilitadora" (Rapaport, 1992, p. 34).
4. Finalmente, los modelos del aprendizaje social. Destaca el de Bandura & Ribes (1980), según
el cual la agresividad se produce por la observación de modelos significativos para el individuo
(amigos, familiares, etc.); a partir de ahí, esos modelos de comportamiento se consolidan a
través de procesos de condicionamiento operante.
4.1. La perspectiva conductual explica cómo influyen los factores ambientales en la conducta
agresiva. Estos factores actúan tanto mediante condicionamiento clásico como operante. En el
primer caso, se sigue el esquema de Skinner (1969), que denomina agresión filogenética. Así,
algunas de las variables que producen agresión son la administración de descargas eléctricas o
de chorros de aire. En el segundo caso, intervienen factores condicionantes de tipo operante,
como el reforzamiento con comida o con agua.
Desde este punto de vista, la conducta agresiva puede ser manipulada, dada su conexión con
factores ambientales; si minimizamos los agentes que la condicionan, creando un clima social
donde la agresión carezca de valor, dejará de funcionar como reforzador.
También se puede hablar de la agresión social, y de cómo interviene en el cambio de la
conducta. Más allá de las consideraciones patológicas que justifican las conductas desviadas,
Bandura & Ribes (1980) proponen que la teoría conductual entiende los problemas de
comportamiento como una carencia de destrezas. La culpa no estaría en el individuo, sino en las
carencias del medio de desarrollo. El individuo debe ser expuesto a un ambiente propicio, donde
los buenos ejemplos sirvan de refuerzo para el aprendizaje de conductas apropiadas.
4.2. La visión fenomenológica. Para Zegers (1991), aunque el hombre conserva los mecanismos
anatómicos y fisiológicos necesarios para la manifestación de conductas agresivas, dado su
origen animal, no existen criterios suficientes para decir que sea agresivo por instinto, pero
puede llegar a serlo por causas como la conservación del individuo. El ser humano no dispone
de mecanismos inhibidores de la agresión intraespecífica, siendo una de las causas de la
aparición de la agresión la falta de espacio, que para Zegers, en los humanos, es un espacio vital,
de experiencia, que no se circunscribe físicamente, sino que se extiende hasta el infinito,
haciendo que la agresión para defenderlo vaya hasta donde va el hombre. Sólo el amor entre dos
seres humanos garantiza un espacio donde aceptan tácitamente vivir juntos.

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Discusión
En términos psicológicos, el comportamiento violento se refiere al concepto de agresión, que es
a su vez manifestación externa de una actitud, la agresividad, y que precisa de factores
desencadenantes para concretarse en acción directa. Desde esta perspectiva, la agresividad se
entiende como una tendencia, una actitud, y la violencia como una práctica, una conducta.
Recogidas las principales aportaciones, provenientes de la biología, la psicología y la
neurociencia, podemos concluir que estas teorías aportan importantes avances en el
conocimiento de los procesos metabólicos, fisiológicos y cognitivos que desencadenan conductas
agresivas. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, las explicaciones anatómicas, fisiológicas,
que implican a las hormonas y neurotransmisores, nos parecen insuficientes, aunque
fundamentales, para explicar la conducta violenta. Esto es así por varias razones fundamentales.
La violencia es un concepto que excede a la conducta agresiva, por su definición filosófica, su
concreción socio-cultural y su historicidad. A pesar de que se pueda probar y explicitar el
funcionamiento del cuerpo humano ante las conductas agresivas, bien como causante de las
mismas o como desencadenante, no debemos olvidar que estos mecanismos no son totalmente
automáticos; siempre es posible un control voluntario. De hecho, la percepción, o cognición en
un sentido más amplio, permite el desencadenamiento de estos procesos fisiológicos, además, el
ambiente influye en la constitución anatómica del cerebro.
Tan evidente como las reacciones hormonales, mediadas a través de los neurotransmisores, lo es
la percepción individual de las conductas asociadas a tales fenómenos fisiológicos. Subyugar la
conducta humana a través de mecanismos y reacciones químicas es un reduccionismo.
Preguntarse por el origen de las conductas agresivas, violentas, o de la violencia misma, va más
allá del hecho de conocer los mecanismos que las provocan, ya que los individuos perciben la
realidad desde unas condiciones sociales, históricas y culturales concretas, y que es preciso
conocer. La psicobiología no explica la violencia gratuita, la etología no da una respuesta
convincente, y la violencia sigue siendo una realidad más allá de las explicaciones mecanicistas
sobre los procesos fisiológicos o psicológicos que la desencadenan. Por ello, el enfoque debe ser
amplio, reconocer las valiosas aportaciones de todas las ciencias; requiere, por tanto, un enfoque
pluridisciplinar y transdisciplinar.
La ciencia nos aporta el cómo se producen los fenómenos, pero no el porqué y el para qué, el
antes y el después. Como dijo Dilthey (2000), es preciso distinguir el "explicar" (ciencias
naturales) del "comprender" (ciencias del espíritu). Las ciencias del espíritu se basan en la
comprensión y la interpretación. Su seguridad depende de la posibilidad de elevar la
comprensión de lo singular a la validez universal. Concluyamos con e Dilthey, cuando dice que
el objeto de las ciencias del espíritu:
no es un fenómeno ofrecido a los sentidos, no es un mero reflejo de algo real en una
conciencia, sino que es él mismo realidad interna inmediata, y lo es como una conexión
vivida desde dentro (...) a este proceso por el cual conocemos un interior a partir de
signos dados sensiblemente desde fuera lo llamamos: comprender. (2000, p. 25)

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