La persona que tiene un trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad se caracteriza por ser disciplinada y perfeccionista. Sigue unas normas rígidas y tiene unos objetivos elevados. Organiza su vida en torno a su trabajo y sus obligaciones, sin hacer referencia a las relaciones afectivas. En consecuencia, no es nada romántica ni empática: sus relaciones son frías y formales. Se encuentra incómoda ante la ambigüedad, por lo que se adhiere a los dogmas para afrontar sus sentimientos contradictorios. Intelectualiza y racionaliza en demasía. Tiende a utilizar la formación reactiva y a disociar lo cognitivo de lo afectivo. A menudo ha tenido padres híper-controladores que han fomentado el control mediante normas rígidas y han impedido su progreso hacia la autonomía. Ha podido además imitar a unos padres perfeccionistas y rígidos, alejándose de sus propios sentimientos. Este perfeccionismo y esta rigidez le conducen a la ansiedad. En la terapia tendrá que superar el pensamiento dicotómico y las estrategias perfeccionistas y aprender a valorar el descanso y las relaciones afectivas.