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Teoría de la evolución darwiniana: Una hipótesis en receso. XII Comentario final.

  • Autor/autores: Fernando Ruiz Rey.

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Artículo | 03/12/2008

La teoría de la evolución fue creada por Darwin para explicar el desarrollo de los seres orgánicos y el origen de las especies, y naturalmente del mismo modo continúan haciéndolo sus adherentes en la actualidad. Esta teoría se convirtió en el paradigma desde el que se estudia y se explica el desarrollo de los seres vivos, un paradigma tan vigoroso que se presenta como un hecho firmemente confirmado y establecido por la ciencia. La dinámica de sus principios ha sobrepasado lo estrictamente biológico para influir en actividades tan diferentes como la economía, la psicología y hasta la filosofía.



En artículos anteriores hemos visto como los intentos de aplicar la teoría de la evolución darwiniana a distintos aspectos del comportamiento humano encuentran serias dificultades. Vimos también, como la teoría omite incluir elementos básicos –imprescindibles--, y obvios en su construcción, me refiero a que fue generada por Darwin, y sus adherentes la mantienen y exploran, con actos voluntarios, libres y dirigidos; sin embargo, la teoría propone una tesis que intenta dar cuenta del desarrollo evolutivo de los seres vivos en su totalidad, y por ende del comportamiento del ser humano, en base a principios que son regidos por la mera combinación del azar y de las leyes naturales. No es de extrañar entonces, que la teoría de la evolución presente resultados insatisfactorios en el campo de la cultura y del comportamiento del ser humano.



Desde hace unos pocos decenios el paradigma darwiniano que parecía invulnerable y fuera de crítica, ha comenzado a ser seriamente revisado y cuestionado, haciéndose cada día más evidente la falta de evidencia empírica que apoye sus principios fundamentales. El corazón mismo del cual surgen las posibilidades de adaptación y la generación de la evolución, esto es, las mutaciones fortuitas generadoras de nuevas estructuras funcionales, se hicieron primero teóricamente cuestionables e inverosímiles, y posteriormente todos los esfuerzos de investigación desplegados han fallado en encontrar una confirmación empírica satisfactoria. Como hemos visto anteriormente, esto no significa que los mecanismos darwinianos no tengan un rol explicativo en algunos aspectos evolutivos de las formas orgánicas, pero repitiendo una vez más, no hay evidencia empírica que demuestre que las mutaciones fortuitas aporten estructuras orgánicas funcionales nuevas generadoras de nuevas especies, de macroevolución.



El carácter estocástico de la teoría de la evolución darwiniana, y el supuesto básico que las variaciones (mutaciones) son capaces de generar los cambios necesarios para la evolución, la muestran como una estructura conceptual especulativa de insondables recursos teóricos (especulativos), y la convierten, en consecuencia, en prácticamente irrefutable. Sin embargo, la aplicación del cálculo de posibilidades para sus posibles explicaciones y la falta de corroboración experimental de sus afirmaciones fundamentales, particularmente el supuesto de las mutaciones capaces de generar nuevas estructuras orgánicas funcionales, la debilitan cada vez más para dejarla con una validez parcial en parcelas de la realidad biológica. Son numerosos los biólogos y teóricos que no aceptan esta teoría como capaz de explicar la evolución de las especies.



El avance de las investigaciones de la biología molecular y de la genética apuntan a influencias externas a los genes –epigenéticas--, que modelan y permiten la acción genética, y aún más, se sospecha que haya mecanismos de herencia no ligados a los cromosomas. Con estos hallazgos se descentraliza el poder hegemónico de los genes en el desarrollo de las variaciones necesarias para la acción de la selección natural, y plantea la necesidad de una revisión de la teoría darwiniana (neodarwiniana). Incluso, ya se habla abiertamente que la fuente de variaciones generadoras de evolución sea un producto interno del organismo, independiente del papel modelador de la selección natural, y resultado de procesos diferentes a las mutaciones fortuitas propuestas por el darwinismo. En este sentido cabe mencionar la teoría de la autoorganización de la materia que postula la propiedad intrínseca de la materia de auto organizarse, y la teoría del diseño inteligente que postula la intervención de una acción inteligente en la organización de la complejidad biológica. No es el propósito de este trabajo explorar los fundamentos, ni la validez de estos nuevos acercamientos teóricos de la biología, sino que sólo señalar la situación problemática que enfrenta la teoría de la evolución darwiniana.



No es necesario recalcar que los adherentes al darwinismo --hasta ahora el paradigma predominante--, están reaccionado vivamente frente a estos cambios. Las reacciones varían de tono, los más medidos se reducen a desdeñar irónicamente las nuevas teorías como innecesarias y no ‘científicas’, y al aislamiento y obstaculización académica de los disidentes; los más apasionados recurren a insultos, campañas periodísticas y legales para defender el paradigma darwiniano a nivel de la opinión pública y, especialmente, a nivel de la enseñanza en colegios y universidades. Las controversias alcanzan un nivel de emocionalidad y publicidad pocas veces vista –por no decir nunca- en el campo de las ciencias.

Cierto es que los paradigmas que alimentan y sostienen un acercamiento teórico en un área de estudio no cambian fácilmente; investigadores, profesores e intelectuales que han respirado toda su vida las influencias y perspectivas de un paradigma, tienen dificultad en aceptar acercamientos diferentes a lo que han tomado como verdadero sustento de su actividad científica e intelectual; además, no resulta fácil tener que abandonar una doctrina, fuente establecida de prestigio académico, y de privilegios en la forma de soporte administrativo y ayuda económica para las actividades profesionales. En el caso de la teoría de la evolución estas consideraciones son mayúsculas, al punto que se describe esta situación como el ‘negocio’ académico, económico y político del darwinismo; los intereses en juego para un número inmenso de profesionales, y no solamente biólogos, son enormes; la sobrevivencia del paradigma es esencial para la propia supervivencia de estos intelectuales.



Pero hay un factor más que los señalados que influye fuertemente en la intensidad de las emociones desplegadas en torno al paradigma darwiniano. La teoría de la evolución darwiniana es una teoría acerca del desarrollo de la vida en la tierra, de la evolución de todos los organismos vivos, desde los virus hasta los mamíferos y el hombre; no es una ciencia meramente descriptiva de lo que ocurre en el mundo fenoménico, sino que ofrece una explicación de cómo este mundo de la vida orgánica, llegó a ser lo que es. Sin duda, su meta es perfectamente lícita, pero debe reconocerse que es particularmente ambiciosa. La concepción de los orígenes del mundo y de la vida, sin duda ha preocupado siempre a la humanidad por ser fundamentales en la comprensión y sentido de la existencia humana, los mitos y las elucubraciones religiosas de todos los pueblos dan muestra de esta preocupación; las religiones monoteístas de nuestra era aportan concepciones más sofisticadas y ricas al problema de los orígenes. Con el advenimiento de la ciencia moderna el tema de los orígenes del mundo y de la vida y de su evolución, han sido abordados mediante teorías científicas con lo que se ha generado una tensión entre las explicaciones emanadas del ámbito de las ciencias, y las concepciones religiosas tradicionales.



El prestigio de la ciencia moderna, nutrido fundamentalmente de la capacidad del conocimiento científico en manejar los fenómenos observables, ha dado un fuerte apoyo a las explicaciones biológicas --presentadas bajo la sombra de la ciencias--, acerca del desarrollo de la vida en el planeta y de la generación de las especies, como lo ha presentado la teoría de la evolución darwiniana. Se trata de una visión desde el punto de vista naturalista, es decir, de explicaciones basadas en lo natural y sus leyes. El quehacer científico utiliza recursos exclusivamente mundanos, de lo inmanente, de lo que está a mano del hombre y de sus posibilidades; lo trascendente, la intervención divina no cuenta, no entra en las ecuaciones de las ciencias. No es de extrañar entonces, que la teoría de la evolución darwiniana haya sido aceptada con gran entusiasmo por aquellos que adhieren a ideologías agnósticas y ateas, la teoría ofrece una explicación ‘científica’ de un área fundamental que era del predominio de la religión. Y por esta razón, los adherentes al darwinismo se sienten terriblemente amenazados por el posible derrumbamiento de un paradigma que han incorporado como artículo de fe en sus ideologías contrarias a la existencia e intervención de la divinidad en los asuntos del mundo y del hombre. El apasionamiento observado en las controversias acerca de la teoría darwiniana está teñido de implicaciones ideológicas, en rigor ajenas a la ciencia misma.



El tema del origen del universo, de la vida y de su evolución, plantea la importante cuestión de si es posible abordar en forma amplia y satisfactoria el problema del origen del mundo y de la vida con procedimientos cognitivos exclusivamente naturalistas. Pero no es el propósito de este comentario elaborar e intentar responder a esta interrogante; sin embargo me parece relevante un breve análisis, puesto que el caldeado debate acerca validez de la evolución darwiniana está asentado plenamente en el centro de esta cuestión.



De partida se debe tener presente que las ciencias proceden con supuestos básicos y metodologías particulares que permiten la adquisición de conocimientos desde la perspectiva que estos supuestos y metodologías permiten. Se trata por tanto de una exploración de una sección del campo fenoménico con el logro de un conocimiento objetivo, pero parcial y limitado, condicionado por los procedimientos cognitivos empleados; además es un saber no seguro ni absoluto, ya que está siempre sujeto a revisión, es un conocimiento inevitablemente susceptible de variaciones en relación a los cambios teóricos que sustentan la armazón cognitiva y operativa de las ciencias.



Las ciencias experimentales que manipulan en forma controlada los fenómenos naturales ofrecen conocimientos positivos más sólidos --aunque acotados--, que aquellas ciencias que no pueden experimentar directamente con los fenómenos estudiados, como son las ciencias del origen del mundo y de la vida, y en particular, en el caso que nos interesa, del origen de las formas orgánicas. En esta situación, las ciencias ofrecen explicaciones (hipótesis/teorías) sustentadas por los fenómenos observables considerados por las teorías de los orígenes como consecuencias del origen y desarrollo propuesto. La predicción de fenómenos posibles de ser observados y desvelados por experimentación dirigida, validan la tesis teórica ofrecida.



La ciencia es una racionalidad más dentro de la actividad cognitiva y axiológica del ser humano, el hombre realiza muchas elaboraciones intelectuales para desenvolverse en el medio natural y social en donde despliega su vida que no pueden ser descritas como ciencias en sentido estricto, aunque puedan ser objeto de investigación científica; así tenemos, la estética, la moral, el derecho, para sólo nombrar algunas. No se puede entonces reducir la racionalidad humana a la racionalidad científica.

Las limitaciones inherentes a las ciencias (perspectivismo y parcelación del conocimiento; problema de justificación de los instrumentos intelectuales usados; supuestos múltiples, tácitos y explícitos, etc.), más marcadas en las ciencias de los orígenes, dejan innumerables aspectos no resueltos en sus hipótesis y teorías. Esta insuficiencia en dar cuenta completa y satisfactoria del problema de los orígenes del universo, de la vida y de su desarrollo, dan paso a otra racionalidad: la religión, con apertura a lo trascendente, a la divinidad; con éllo se incorpora la dimensión de la fe. Una religión adecuada y racionalmente apoyada en la divinidad es capaz de apoyar la ciencia, suplementándola y justificando supuestos primarios. Es claro que no todos están dispuestos a abrirse a esta dimensión trascendental, pero con esta negación sólo queda lo inmanente, lo que proporciona la ciencia propia del hombre, un conocimiento inacabado que no logra saciar la necesidad profunda del espíritu humano por entender el mundo en que vive y el sentido de su propia existencia. Ahora, hay individuos que intentan superar este estado incompleto y mutante de los conocimientos científicos, haciendo de los resultados de la ciencia hechos absolutos y decisivos, supuestamente confirmatorios de la inexistencia de Dios; pero este salto a la certeza científica absoluta es un ignorar o desdeñar la construcción del saber científico, es un entrar en una zona de credulidad, de fe en lo que la ciencia no puede dar. Se produce en estos casos una torsión hacia una posición de carácter metafísico, ajena a las posibilidades del conocimiento científico.



La situación de la teoría de la evolución darwiniana es particularmente insatisfactoria, ya que además de las limitaciones propias de las ciencias (especialmente las de los orígenes), no alcanza a satisfacer los requerimientos de una teoría científica coherente y aceptable, ya que no es capaz de explicar concretamente los pasos evolutivos que propone, no logra predecir sucesos futuros, y no consigue corroboración empírica en las investigaciones con microorganismos de alta reproductividad, indicativos de las posibilidades positivas de las mutaciones en la especiación.



El paradigma de la evolución darwiniana está herido, para algunos en estado agónico en cuanto explicativo de especiación, para otros, los adherentes interesados e ideológicos, goza de salud y fortaleza. Pienso que el análisis cuidadoso de la situación nos obliga a aceptar que este paradigma está en crisis, sin que todavía se haya perfilando una nueva visión teórica acerca del origen de las especies con posibilidades de aceptación plena. El campo científico de la ciencia del origen de la vida y de su evolución, está abierto para concepciones renovadoras.



El paradigma darwiniano ha servido de base a numerosas disciplinas, en esta serie de artículos hemos revisado brevemente la psicología y la psiquiatría evolucionaria. Todas estas disciplinas han adoptado el paradigma evolutivo comúnmente aceptado, esto es, la teoría de la evolución darwiniana, para dar solidez a sus teorías; para injertar la comprensión de las manifestaciones del hombre actual en la progresión evolutiva de la totalidad universal. Este paradigma ha sido presentado como un hecho confirmado e inapelable, incluyendo los mecanismos evolutivos propuestos por el darwinismo. La crisis que afecta a la teoría de la evolución darwiniana, naturalmente afecta también a las disciplinas que han elaborado sus teorías basadas en la dinámica de los principios darwinianos. A medida que se deteriore aún más la firmeza científica de la teoría darwiniana, estas disciplinas se verán privadas del sustento teórico que buscaban, y aparecerán distorsionadas por la influencia de un paradigma equivocado.


Palabras clave: Teoría de la evolución, Darwinismo.
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