MADRID (EUROPA PRESS)
La eliminación sistémica de astrocitos senescentes previene la neuropatología del Parkinson y los síntomas asociados en un modelo murino de enfermedad esporádica, el tipo implicado en el 95 por ciento de los casos humanos. Publicando en 'Cell Reports', investigadores en el laboratorio de Andersen en el Instituto Buck, en Estados Unidos, ofrecen una nueva vía terapéutica potencial para el desorden neurológico incurable y progresivo que afecta hasta a un millón de estadounidenses, despojándoles de la capacidad de controlar el movimiento.
Las células senescentes, que dejan de dividirse en respuesta al estrés, secretan factores nocivos que causan daño tisular y conducen a la inflamación crónica. En este estudio, la senescencia fue desencadenada por la exposición al pesticida paraquat, una neurotoxina formalmente relacionada con el desarrollo de la enfermedad de Parkinson en trabajadores agrícolas en 2011.
"Aunque se ha visto implicada la senescencia en el Parkinson y otras enfermedades neurodegenerativas, creemos que ésta es la primera vez que limpiar las células inflamatorias evita que los síntomas se desarrollen en un mamífero vivo", subraya la autora principal del estudio, Julie K. Andersen, profesora en Buck. "Esperamos que el hecho de que pudiéramos hacer esto en un modelo esporádico, más que genético, del Parkinson, resalte su relevancia como una nueva forma potencial de abordar la forma más prevalente de la enfermedad", añade.
Esta investigación es inusual dado que se centra en la senescencia de los astrocitos, las llamadas células "colaboradoras" que realizan una variedad de tareas, desde la guía del axón y el soporte sináptico hasta el control de la barrera hematoencefálica y el flujo sanguíneo. A pesar de que los astrocitos son el tipo de célula más numerosa dentro del sistema nervioso central, Andersen cree que han sido subestimados como "hijastros" en la mayoría de las investigaciones básicas de neurociencia.
Esta experta señala que la gran mayoría de la investigación sobre el Parkinson se ha centrado en la toxicidad que afecta directamente a las neuronas específicas implicadas en la patología, "pero nadie ha presentado un tratamiento efectivo basado en ese enfoque". "Esta investigación sugiere que los astrocitos senescentes pueden contribuir al desarrollo de la enfermedad y estamos emocionados de explorar esta vía", afirma.
SENESCENCIA DE ASTROCITOS EN TEJIDO POST MORTEM DE PARKINSON
La investigación, dirigida por el profesor adjunto Shankar Chinta y la investigadora postdoctoral Georgia Woods, mostró que el tejido post mortem de pacientes con Parkinson revela aumento de senescencia astrocítica, y que los astrocitos humanos cultivados expuestos al paraquat también se vuelven senescentes.
Los ratones utilizados en este trabajo tenían seis meses de edad, el equivalente humano de aproximadamente 34 años de edad. El laboratorio de Andersen espera estudiar el impacto de la senescencia astrocítica en roedores en distintas etapas de la vida para ver si se puede revertir el Parkinson además de evitarlo.
"La inflamación crónica alimentada por la senescencia provoca muchas enfermedades relacionadas con la edad y es muy posible que el Parkinson esté entre ellos", dice Andersen, quien agrega que la inflamación astrocítica puede desempeñar un papel en otras patologías neurodegenerativas como el Alzheimer. "Este modelo nos brinda una manera de expandir nuestra forma de ver y potencialmente tratar una variedad de enfermedades", apunta.
Existe una necesidad desesperada de tratamientos para el Parkinson. Se estima que de siete a diez millones de personas viven con la enfermedad en todo el mundo. Además del temblor en reposo y la dificultad para caminar y mantener el equilibrio, el Parkinson también conduce al deterioro cognitivo y la depresión, y los síntomas se vuelven más severos a medida que la enfermedad avanza.
Alrededor del 5 por ciento de los casos son provocados por la genética. El resto se cree que es causado por una combinación de factores genéticos y ambientales, como los antecedentes familiares, las mutaciones genéticas, el consumo de agua de pozo y la exposición a pesticidas o metales.