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Disciplina positiva: «A un niño no hay que explicarle las cosas 70 veces porque así es como se acaban perdiendo los papeles»



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Noticia | 11/01/2021

La psicóloga Silvia Álava, del centro de psicología Álava Reyes, busca explicar que «es posible educar con respeto al niño, sin gritos, ni castigos, sino consecuencias dirigidas a reparar lo que haya ocurrido». Álava ha elegido el formato de los cuentos porque cree que es una herramienta «muy poderosa», pero invita a los padres no solo a leerlos, sino a «aprovechar las diferentes propuestas en el libro para hablar y comentar todo lo que se ha trabajado en la lectura».


La disciplina positiva como método educativo (sin gritos, sin castigos) está muy de moda pero tiene muchos detractores que lo confunden con laxitud educativa. ¿Qué tiene que decir al respecto?



Efectivamente, en la disciplina positiva el concepto de «porque yo soy tu padre y yo lo valgo» no es válido, pero no está reñida con tener unas normas, unos límites y unas consecuencias muy claras, en lugar de un castigo. Lo único que cambia es la forma de transmitir con antelación las cosas al niño (desde una lógica infantil), no los valores.



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Explique la diferencia entre castigos y consecuencias, por favor.


Un castigo es una cosa negativa o aversiva, que viene impuesta desde fuera y que en ocasiones no tiene nada que ver con lo que ha ocurrido. La consecuencia sería el efecto natural que tiene lo que ha ocurrido.


Ponga un ejemplo a nuestros lectores.


Imaginen una hija que llama tonta a su madre. La adulta puede reaccionar de dos formas: A voces decirle: «¡Me has insultado y te castigo sin ver la TV!». O decirle tranquilamente esto otro: «me duele que me insultes y durante un ratito me voy porque prefiero no verte y te apago la TV».


¿Con lo de retirarse se refiere a salir de la habitación físicamente?


Es que si no te retiras, las probabilidades de gritar son altísimas.


Las personas que critican esta disciplina suelen decir que el grito o el castigo llega después de media hora de explicaciones.


Es que no hay que llegar a la media hora de explicaciones. Es un error muy común que los padres expliquen las cosas 70 veces y terminen perdiendo los papeles. Los padres tienen que avisar: «estás haciendo el tonto con el plato y se te va caer». ¿Que el plato se acaba cayendo? «Te estaba avisando, ahora lo recoges tú».


Esa es la consecuencia natural de lo que ha ocurrido, y siempre tiene que estar enfocada a reparar el daño que se ha hecho, que es recoger el plato. O bien, si te ha llamado tonta, decirle: «me duele que me insultes pero me va a doler menos si tú te das cuenta de que me has hecho daño».


Otra cosa que cambia en este método es la manera de explicar las cosas.


Cambia la comunicación. Se antepone el «yo te quiero, pero hemos quedado que tal cosa no se hacía así». Creo que los sentimientos nunca tendrían que estar cuestionados. Si te quiero o te dejo de querer no puedo cuestionarlo. Pero puedo decir: «me duele que me hayas hecho esto y entiende que un ratito no quiero estar contigo».


Una familia que quiere iniciarse en el método de disciplina positiva. ¿Por dónde le aconsejaría usted que empiece el cambio?


Una familia que quiera empezar a practicar este método educativo debe pararse y observar muy bien lo que está ocurriendo para poder cambiarlo. Pero no solamente hay que fijarse en lo que hace y dice el niño, sino en lo que haces tú. Porque el cambio lo hacen los padres. Otro cambio que se puede hacer es tratar de poner la atención en lo positivo y no tanto en lo negativo, que es lo habitual.


Lo más probable es que cuando un niño se porta mal encuentre sin quererlo que recibe más atención, que le están haciendo más caso precisamente cuando lo está haciendo mal. Y por eso se repiten ciertas conductas, aunque terminen con un grito. Ahí están papá o mañana, presentes. Se trataría de darle la vuelta a la situación y que la atención la tengan cuando hacen algo positivo. «Me quedo ahí contigo, simplemente hablando, charlando…».


Muchas veces la excusa es que no hay tiempo.


Debemos tratar de reservar tiempos de atención plena, para ellos solos. Buscar cuáles son nuestros ladrones de tiempo. Uno muy común es el móvil. Si reducimos este tiempo, podremos sacar quince minutos para hacer otra cosa juntos. Diez, quince minutos, este tiempo que hemos rescatado es para estar presentes con ellos.


Así pues, observemos muy bien lo que hacemos, para detectar qué hay que cambiar. Probemos a darnos cuenta y valorar cuando tienen una conducta correcta.


Otra cosa interesante que propone la disciplina positiva es trabajar mucho la autonomía. ¿Cómo?


La idea última es no sobreprotegerlos. Si tienen un problema, antes de solucionarlo, preguntarle ¿qué es lo que piensas tú? Ir dándole pistas, recursos, para que el pequeño llegue a la solución. El objetivo es: «Yo como padre te enseño a resolverlo y me quedo a tu lado acompañándote (no te dejo solo) y según vas aprendiendo te superviso para luego dejarte solo». Y cuando hay que hacerle una anotación, si está con más niños, siempre al oído, no delante de todos.


Los psicólogos hablan mucho de que hay que validar las emociones.


Cuidado, las emociones, no las conductas. Es decir, la emoción es lo que tú sientes: es decir, cuando sientes enfado. La conducta es lo que tú haces: gritas, pegas… Pongamos por caso un niño que no quiere recoger sus juguetes y se pone a gritar o a pegar. Nunca vamos a validar la conducta de gritar o pegar del niño pero sí que esté enfadado. Lo que podemos decir es: «Entiendo que estés enfadado porque no quieres recoger tus juguetes». Con esta frase estamos trabajando varias cosas. Por un lado el nombre de la emoción, al mencionar el enfado y, por otro, la comprensión emocional: cuando le decimos que sabemos que es porque no quiere recoger sus juguetes. Pero no validamos el que nos pegue o grite: «Estar enfadado no significa que me puedas pegar, gritar, o pegar portazos…».


¿Qué truco podemos seguir para no tener que llegar al límite de repetir las cosas 70 veces, como dice usted?


Una cosa que nos puede ayudar es anticiparnos: voy y le digo al niño lo que quiero que haga, me agacho, le miro a los ojos, si hace falta le toco en el hombro… Busco la comunicación no verbal y le digo: «sé que te lo estás pasando genial, juega cinco minutos más y luego recoges que vamos a cenar. Te aviso para que te vayas preparando porque acuérdate de que si no te aviso luego te enfadas». No le grito desde la otra punta de la casa que vaya recogiendo su cuarto que vamos a cenar. Porque puede ser que no es que no quiera recoger, es que ni se he enterado.


Esto vale con pequeños o con mayores que están enganchados a YouTube o lo que sea.


¿Qué hacemos cuando ya no escuchan y empiezan con los gritos?


En lugar de entrar en su provocación, si ya se lo has explicado 100 veces, puede ser más útil cortar una mirada contundente. Porque es verdad que a los niños hay que explicarles muchísimas veces las cosas, pero la clave es hacerlo cuando están receptivos, no cuando están en medio de una pataleta. Entonces ni escuchan ni razonan.


¿Usted puede afirmar que la disciplina positiva mejora la convivencia familiar?


Facilita y mejora mucho, porque cambiamos la forma de relacionarnos. Empiezan a estar muy presentes las emociones y el respeto. Muchas veces exigimos a los niños que no griten y somos los primeros que gritamos. Es decir que a veces, los padres somos los primeros que perdemos el respeto a los niños. Y los pequeños aprenden por modelado y copian a los adultos de referencia.


Pero no es magia, ni es algo milagroso. Hay que entrenarlo. Es un proceso de aprendizaje por parte de niños y adultos. Ambos tenemos que aprender a relacionarnos de forma positiva, hay que ir poco a poco… Y cada vez te darás más cuenta de cuándo es el momento de la explicación, cuando llega la pataleta, cuando retirarte, etcétera… Pero el cambio comienza en los padres.

Fuente: ABC
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