Aunque existen varios síntomas que ayudan a reconocer la depresión, como la falta de energía o la pérdida de interés por las actividades diarias, aún no se comprende del todo lo que ocurre en el cerebro cuando una persona se deprime. A pesar del avance de técnicas como la resonancia magnética funcional (fMRI), que permite medir los cambios en el flujo sanguíneo cerebral y vincularlos a diferentes funciones, no se han encontrado diferencias significativas en la estructura o las conexiones cerebrales entre individuos sanos y aquellos con depresión. Se plantea que, si se logran identificar las características específicas de los cerebros de personas con depresión, sería más sencillo entender qué origina la enfermedad y cómo tratarla.
Hasta ahora, los estudios con fMRI comparaban a grupos de personas deprimidas y sanas, promediando los datos entre ambos grupos, sin encontrar diferencias significativas. Sin embargo, el equipo de Lynch y Liston logró un avance gracias a una técnica innovadora llamada mapeo funcional de precisión. Esta metodología implicaba observar a un pequeño grupo de pacientes en múltiples sesiones a lo largo del tiempo, lo que permitió reconstruir lo que ocurre en el cerebro durante las fases buenas y malas de la depresión.
“Los estudios tradicionales se enfocan en dos puntos específicos en el tiempo, lo que no ofrece una visión completa de lo que está sucediendo. En este estudio, se analiza a pocos sujetos, pero se detalla muy bien su evolución a lo largo del tiempo”, explica César Caballero-Gaudes, investigador del Centro Vasco de Cognición, Cerebro y Lenguaje, en San Sebastián. Su equipo proporcionó medidas de alta calidad de personas sanas, utilizando el mismo método que el equipo de Cornell para comparar con los pacientes deprim.
El objetivo de los científicos era verificar si el tamaño de la red cerebral variaba cuando la persona se encontraba bien o en una fase de depresión. Descubrieron que el tamaño no cambiaba, ni siquiera con tratamientos antidepresivos como la estimulación magnética transcraneal, que utilizan campos magnéticos sobre el cuero auditivo para modular la actividad cerebral. En todos los casos, el tamaño de la red se mantiene estable. Además, los autores señalan que la gravedad de la crisis depresiva o la cantidad de episodios no se relacionaba con diferencias en el tamaño de estas regiones cerebrales. Según Caballero-Gaudes, esta estabilidad “podría tener una utilidad diagnóstica”, ya que niños en que más tarde desarrollaron síntomas depresivos, ya se observaba una expansión de la red de saliencia.
El hecho de que la expansión de la red de saliencia esté presente desde las primeras etapas del desarrollo cerebral, mucho antes de los primeros síntomas de depresión, sugiere una fuerte base genética. No obstante, este hallazgo no descarta la influencia de factores estresantes o experiencias en la infancia. “Esperamos investigar esto en el futuro”, comenta Lynch. El investigador de Cornell especula que la exposición frecuente a experiencias procesadas por la red de prominencia, como aquellas que nos brindan placer inmediato o dirigen nuestra atención a información relevante, ya sea positiva o negativa, podrían contribuir a síntomas depresivos. Esto incluiría la falta de deseo o una atención excesiva a aspectos negativos de la vida ya cosas que generan miedo.
Aunque el tamaño de la red de saliencia no cambiaba según los síntomas de la depresión, un análisis más detallado de algunos pacientes, que fueron observados durante un año y medio, reveló que sí había variaciones funcionales entre los nodos de la red. En algunos casos, se realizaron hasta 62 resonancias magnéticas, lo que permitió identificar cambios en la comunicación entre estos nodos, los cuales se relacionaban con síntomas como la pérdida de deseo o la ansiedad. Esto sugiere que el papel crucial de la red de saliencia en la depresión no se debe tanto a cambios estructurales, sino a cómo interactúan sus nodos durante diferentes estados emocionales, según explican los autores del estudio.
“Hay múltiples implicaciones clínicas potenciales a largo plazo, pero es importante aclarar que no esperamos que los escáneres cerebrales se utilicen para diagnosticar la depresión”, señala Lynch. “Todavía queda mucho por investigar, como determinar cuán específico es este efecto para la depresión en comparación con otras enfermedades psiquiátricas”, añade. A pesar de ello, concluye que “a corto plazo, creemos que sería posible incorporar información sobre la organización de estas redes funcionales en el cerebro de personas con depresión, con el fin de personalizar los tratamientos de estimulación cerebral, como la estimulación magnética transcraneal o la estimulación cerebral profunda”.