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El apego, factor clave en las relaciones interpersonales
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Autor/autores: Jacobo Cano de Escoriaza.
,Artículo,Psicología,
Artículo revisado por nuestra redacción
1. INTRODUCCIÓNLa relación de apego (Lamb et al. 1982; Pederson y Moran 1996; Polaino-Lorente 1996)hace referencia a la interacción entre padres e hijos, centrándose especialmente en la provisión de los cuidados más fundamentales, la satisfacción de las necesidades físicas, la disponibilidad emocional de cada uno de los miembros del sistema familiar. Al mismo tiempo, la libertad humana im...
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1. INTRODUCCIÓN
La relación de apego (Lamb et al. 1982; Pederson y Moran 1996; Polaino-Lorente 1996)hace referencia a la interacción entre padres e hijos, centrándose especialmente en la provisión de los cuidados más fundamentales, la satisfacción de las necesidades físicas, la disponibilidad emocional de cada uno de los miembros del sistema familiar. Al mismo tiempo, la libertad humana implica una interdependencia entre las personas, todos dependemos de todos. Las emociones que se exteriorizan y se expresan, alivia a la persona en relación a su angustia vital.
El hombre, la especie humana, tiene especiales características que le llevan a configurar ese vínculo que le sirve como soporte y plataforma para desarrollar su vida en el mundo, para dar sentido a cada una de sus relaciones. Ser dotado de inteligencia para buscar, discriminar, aislar, seleccionar, comparar. Ser dotado de voluntad para elegir, renunciar, priorizar.
Desde el punto de vista interpersonal, el ser humano tiene dos grandes tendencias:
- Tendencia a ejercer un control social de los demás: las relaciones de poder.
- Tendencia a conseguir la unión, la intimidad y el placer de las relaciones que se manifiestan en tres necesidades fundamentales:
- Necesidad de establecer vínculos afectivos percibidos como incondicionales y duraderos: el apego.
- Necesidad de disponer de una red de relaciones sociales: amigos, conocidos y pertenencia a una comunidad.
- Necesidad de contacto físico placentero: actividad sexual asociada a deseo, atracción y/o enamoramiento.
En este sentido, es importante preguntarnos acerca de la naturaleza de los afectos, del quererse. ¿Puede haber alguien que sea capaz de querer si nunca se ha sentido querido? ¿Hay alguien que sepa cuál es el mejor método para querer a cada persona, respetando su individualidad, su unicidad, teniendo en cuenta sus circunstancias vitales, su contexto más inmediato? ¿Siempre que queremos a la otra persona y se lo manifestamos, la otra persona lo percibe así?
2. CONCEPTOS CENTRALES SOBRE EL APEGO
El concepto de apego (Aisworth 1979; Ainsworth 1985; Bretherton 1985) tiene varios términos cercanos: relaciones de objeto, término acuñado por Freud dentro del psicoanálisis; otros autores como Tinbergen y Lorenz hablan del imprinting; el attachment, troquelaque, el concepto de urdimbre afectiva descrito por Rof Carballo, etc.
Los etólogos consideran muchas conductas como básicamente innatas y específicas de la especie o de origen instintivo. Sabemos que muchas especies animales muestran conductas paternales complejas y que las crías de bastantes especies se encuentran preparadas instintivamente para seguir, tocar, llamar y esconderse detrás de las madres. No hay que olvidar que existen ciertos períodos críticos de tiempo en los comienzos donde muchos animales llegan a apegarse a sus padres con una forma primitiva de aprendizaje denominada impronta y que, partiendo de dicha impronta, formarán fuertes vínculos sociales.
De acuerdo con Bowlby (1988), la teoría del apego es una forma de conceptualizar la propensión de los seres humanos a formar vínculos afectivos fuertes con los demás y de extender las diversas maneras de expresar emociones de angustia, depresión, enfado cuando son abandonados o viven una separación o pérdida. El apego es el vínculo afectivo que se infiere de una tendencia estable a buscar la proximidad, el contacto, etc. Subyace a las conductas que se manifiestan, no de una forma mecánica sino en relación con otros sistemas de conducta y circunstancias ambientales.
Sroufe y Waters (1977) describen el apego como un lazo afectivo entre el niño y quienes le cuidan y un sistema conductual que opera flexiblemente en términos de conjunto de objetivos, mediatizado por sentimientos y en interacción con otros sistemas de conducta.
Ortiz Barón y Yarnoz Yaben (1993) señalan que el apego es el lazo afectivo que se establece entre el niño y una figura específica, que une a ambos en el espacio, perdura en el tiempo, se expresa en la tendencia estable a mantener la proximidad y cuya vertiente subjetiva es la sensación de seguridad.
Las explicaciones psicoanalíticas de la interacción figura de apego-bebé también enfatizan los instintos. Es importante tener en cuenta que el apego es un concepto relativamente reciente que no fue muy utilizado en la clásica teoría psicoanalítica freudiana. Cuando las madres son percibidas como fuentes de placer y comodidad por los bebés, se convierten en objetos amorosos. La teoría psicoanalítica mantiene que, aunque en un principio, la habilidad del bebé para discriminar entre personas es difusa, la energía psíquica o líbido pronto llega a ser específica y se dirige hacia la figura de apego. En este sentido, la relación puede ser descrita como apego (Spitz, 1965). De acuerdo con el enfoque analítico, si ocurre una separación durante el período de fuerte apego del bebé a la figura de apego, aparecerá un deseo del estado de placer anterior. Así, estos cambios abruptos, como la separación, conducirán a una fijación del desarrollo y pueden convertirse en la base de serios trastornos mentales.
John Bowlby, médico y psicoanalista, afirma que los niños se sienten apegados a sus cuidadores porque los asocian con la satisfacción del hambre. Con conceptos tomados de la etología, la biología, el procesamiento de la información, la psicología evolutiva y social, y el mismo psicoanálisis, Bowlby sentó las bases de la teoría del apego. Su primera formulación de dicha teoría la realizó en su trabajo La naturaleza del vínculo que el niño tiene con su figura de apego (1958). Reemplaza en su obra la noción de energía libidinal y la necesidad de descarga propuesta por Freud sobre la base de una neurofisiología del siglo XIX- por un nuevo sistema que pone énfasis en los vínculos tempranos, en la ansiedad de separación, en el duelo y en el trauma infantil.
Hasta 1958, año en el que se publicaron las primeras monografías de Harlow y una versión anterior de las teorías que propone Bowlby, en la literatura psicoanalítica y en las obras de psicología en general solían defenderse cuatro teorías fundamentales referentes a la naturaleza y origen de tales lazos infantiles. Son las siguientes:
a) La teoría del impulso secundario, expresión que proviene de la teoría del aprendizaje. También se la ha denominado teoría del amor interesado de la relaciones objetales. El niño tiene una serie de necesidades fisiológicas que deben quedar satisfechas, en especial, la necesidad de recibir alimentos y calor. El hecho de que el bebé acabe por interesarse y apegarse a una figura humana, sobre todo a la figura de apego, se debe a que ésta satisface sus necesidades fisiológicas y a que el pequeño aprende, en un momento dado, que la madre es la fuente de su gratificación.
Freud (1926) señala que la razón por la cual el bebé desea percibir la presencia de la madre es sólo porque enseguida sabe, por experiencia, que ella puede satisfacer todas sus necesidades inmediatamente. El amor tiene su origen en el apego que crea la necesidad satisfecha de alimentos señala Freud (1940), siendo una de las teorías más difundidas.
b) La teoría de la succión del objeto primario. En los bebés existe la propensión innata a entrar en contacto con el pecho humano, succionarlo y poseerlo oralmente. También en un momento dado, el bebé aprende que este pecho pertenece a la madre, lo que hace que se apegue a ella.
c) Existe una tendencia a entablar contacto con otros seres humanos y a aferrarse a ellos. En este sentido, existe una necesidad de un objeto independiente de la comida, necesidad que, sin embargo, posee un carácter tan primario como la del alimento y el calor. A esta explicación se le denomina teoría del aferramiento a un objeto primario.
d) La teoría del anhelo primario de regreso al vientre materno.
Los bebés están resentidos por haber sido desalojados del vientre materno y ansían regresar a él.
A pesar de que Erikson creía que la situación de alimentación era la más importante en el desarrollo del sentido de la confianza, el experimento clásico de Harry y Margaret Harlow, realizado con monos, ha mostrado que la alimentación no es la ruta crucial hacia el corazón de un niño. En un célebre estudio, un conjunto de monos, entre seis y doce horas después de nacer, eran separados de sus madres y llevados al laboratorio. Los cachorros eran puestos en jaulas con una de sus madres sustitutas -una con forma de malla de alambre, lisa y cilíndrica, la otra cubierta con tela de peluche. Algunos chimpancés eran alimentados mediante botellas conectadas a las madres sustitutas de alambre, y otros a las madres cálidas, blandas y hechas de peluche.
Cuando se permitía a los monos pasar su tiempo con cada una de las madres, todos dedicaban más tiempo a la de peluche, aunque hubiesen sido alimentados por la madre de alambre. Los monos con madre de peluche también exploraban más que los criados por madres de alambre (Harlow y Zimmermann, 1959; Harlow, 1958). Parece ser, pues, que el contacto corporal puede ser más importante que la comida.
Aunque los teóricos del desarrollo cognoscitivo no enfatizan los instintos, consideran importantes la maduración y la aparición de capacidades físicas. La teoría cognoscitiva también se ocupa de la significativa influencia de los estímulos del entorno, pero no utiliza la idea etológica de estímulos desencadenantes. La mayoría de los exponentes de las ideas de Piaget, no tienen en cuenta la noción psicoanalítica de los impulsos libidinales.
La teoría del desarrollo cognoscitivo propone centros de desarrollo del pensamiento, la percepción y la imaginación. Para explicar el concepto de apego se atiende a las posibilidades y habilidades del niño para explorar y conocer su ambiente, el entorno en el que se desenvuelve. A la hora de acercarse a un individuo, la discriminación perceptual debería haber alcanzado un cierto momento en el desarrollo que permita que dichos niños sean capaces de diferenciar a la figura de apego de otras personas que no son significativas para él. Esta postura resulta bastante compatible con las teorías etológicas y psicoanalíticas.
El desarrollo cognitivo pone énfasis en la relevancia de la aptitud para comprender la permanencia de un objeto. Se parte de que el bebé es capaz de almacenar las características que ha percibido de su figura de apego como una imagen memorizada y así puede entender que ella existe, aun cuando no esté presente.
El refuerzo es un elemento importante en el condicionamiento operante. Se puede emplear esta base para explicar el apego, ya que mantiene que una conducta de demanda del bebé hacia la figura de apego es reforzada por ella y, por tanto, el apego se convierte en un hábito aprendido. De otra forma, el condicionamiento clásico para explicar el desarrollo del vínculo afectivo es ilustrativo. La vista de la figura de apego puede emparejarse con estímulos de alimentación, comodidad o contacto físico. De este modo, la presencia de la figura de apego llega a ser placentera gracias al condicionamiento. A partir de los cuatro meses o algo más, la presencia de la figura de apego sirve de refuerzo a las conductas de demanda del niño.
Otros teóricos del conductismo resaltan la posibilidad de que bastantes acciones sociales del bebé pueden ser aprendidas y modificadas a través del refuerzo. Aunque algunos consideran que la conducta del niño pequeño es producida de alguna manera por los refuerzos del medio ambiente antes que de factores más internos, otros profesionales dentro del marco teórico del conductismo, sin embargo, se centran tanto en lo innato como en los factores más externos o de contexto.
Desde el aprendizaje social, algún punto de vista se centra en que el apego y la dependencia están sustentados en el cumplimiento de las necesidades de diversos tipos del bebé y en la conducta de nutrir y cuidar que realiza la figura de apego principal, que suele considerarse a las madres.
Los comportamientos del apego se concretan diferenciándose el ciclo vital que el propio núcleo familiar atraviesa. Algunos ejemplos se van modulando a medida que van desarrollándose las conductas. Ya desde el primer mes, el bebé manifiesta conductas de aproximación-evitación (Isabella 1993). Los niños realizan su parte riendo, llorando, asiéndose y mirando a los ojos de los cuidadores. Inician algunas de estas conductas con mucha más fuerza respecto a sus madres que hacia los demás, y obtienen un cierto sentido de poder y de competencia cuando sus madres responden afectuosamente (Ainsworth, 1979). Su manifestación depende de numerosas variables del sujeto y las situaciones en sí, de forma que su ausencia, en un momento dado, no significa, necesariamente, ausencia del vínculo afectivo. Nos podemos cuestionar a través de qué formas la diada disfruta y encuentra goce y placer en la propia interacción. No podemos obviar que cada relación es diferente, y no sólo eso, cada momento que se vivencia es modulado por diversas circunstancias que hay que saber desentrañar e interpretar. A veces, es cierto, las formas en las que una interacción se desenvuelve, no se comunica, no se verbaliza ni exterioriza, sino que se infiere, dándose de este modo mayores probabilidades de equivocación o mala interpretación.
El sistema de apego (Carlson V. et al. 1989; Greenbert et al. 1990; Howes C. y Hamilton C.E. 1992) se centra principalmente en la articulación y autoconstitución de la relación entre el niño y la figura de apego, con la que busca su proximidad por constituir una fuente motivadora externa (satisfacción de necesidades básicas) e interna (sentirse seguro).
Bowlby (1958), recomienda que es esencial para la salud mental que el bebé y el niño pequeño tengan una relación íntima, cálida y continua con su madre en la que los dos encuentran alegría y satisfacción.
Algunas de las funciones fundamentales del apego se pueden resumir de la siguiente forma:
- Favorecer la supervivencia manteniendo próximos a los progenitores. Los sistemas de apego y de miedo se conforman con claridad entre los nueve y los doce meses.
- Buscar seguridad en dicha presencia para poder explorar el mundo que le rodea.
- Ofrecer y regular la cantidad y calidad de estimulación que necesita un niño para su desarrollo evolutivo.
- Convertirse en un juego placentero, pudiendo tener de este modo un fin en sí mismas.
Los adultos y los niños está biológicamente predispuestos a establecer interacciones especiales entre sí. Conviene señar que una forma de evaluar el apego en función del desarrollo emocional alcanzado por el niño, es observar la interacción natural entre este último y sus padres (Vargas y Polaino-Lorente, 1997).
3. APEGO Y DESARROLLO EVOLUTIVO.
Partimos de la concepción de que el apego predice el posterior desarrollo cognitivo, la competencia social y el componente afectivo de tal forma que mejorar las relaciones tempranas será el primer paso para incrementar la calidad de las relaciones interpersonales. La tendencia filogenética del ser humano es a estar vinculado y unido a otros, por ello, se trata de un tema de máxima importancia para el desarrollo integral desde las primeras edades. Se reconoce al niño como un activo buscador de los miembros de su especie hacia los que está original y preferencialmente orientado cognitiva, social y afectivamente. El apego seguro está estrechamente relacionado con la accesibilidad o sensibilidad materna o de la figura de apego.
Procesos como la noción de permanencia, la intencionalidad, el concepto de causalidad, logros evolutivos que caracterizan la reorganización psicológica de los ocho y doce meses, no sólo coinciden evolutivamente con el establecimiento del vínculo, sino que son prerrequisitos cognitivos del mismo.
Un descubrimiento de recientes investigaciones es también clínicamente relevante: las relaciones tempranas son moduladores críticos del comportamiento en niños menores de cinco años y son de este modo, relevantes en la evaluación de cualquier comportamiento no normal (Cassidy y Berlin, 1994).
Si una persona, durante sus años de inmadurez, tuvo un apego seguro con sus padres y/u otras figuras significativas de su vida, esta misma persona -en su vida adulta- tendrá una actitud básica (o una tendencia marcada a tener una actitud básica) de confianza en las personas con quienes establezca una relación íntima, de pareja, de amistad o de trabajo. Por otra parte, si esta persona encontrase, en su vida adulta, que otro individuo se conduce de manera tal que demuestre no ser confiable o no tener capacidad de respuesta empática, de reciprocidad, de compromiso, entonces esta persona se dirá a sí misma: este individuo no me va bien, buscaré a otro, porque mi experiencia prueba que individuos mejores existen de verdad.
Por el contrario, un individuo que ha tenido experiencias negativas con sus padres y otras figuras de apego durante sus años de inmadurez, tendrá la tendencia a no esperar nada bueno, estable, seguro, gratificante de las relaciones que pueda esperar en su vida adulta. El mismo no sabrá relacionarse bien y, si los otros no responden de manera adecuada, profundamente no esperará otra cosa -aun cuando en sus sueños diurnos tenga fantasías y deseos que nunca se materializan-. Como siempre, esperará rechazos, falta de respuesta empática o relaciones accidentadas. En sus relaciones adultas, este individuo tenderá a comportarse de manera predominantemente evitativa o ambivalente. Por otra parte, este individuo tendrá tendencia a los estados de ansiedad crónica, a estar deprimido y a sentir rabia como emoción preponderante.
Existe una rabia funcional, saludable al pedir algo o llamar la atención que puede transformarse en disfuncional cuando es muy intensa y persistente. Puede también dirigirse contra uno mismo. Es una rabia como por anticipado, acumulada. La idea es que si todas las manzanas que he probado son ácidas, yo no sé lo que es una manzana deliciosa. Cuando voy a morder una manzana sólo espero el
sentir el sabor ácido. Aún más, antes de morder la manzana ya siento el sabor ácido en mi boca. Sin embargo, estos modelos representacionales pueden llevar a que el individuo bloquee completamente la rabia -hasta el punto de no sentirla- porque tienen miedo de que la rabia pueda alejar a las figuras de apego con quienes tiene un vínculo que se experimenta subjetivamente como precario o inseguro. Estos individuos pueden llegar a ser muy sumisos y dependientes.
Bowlby y otros (Weiss, 1982) han señalado la influencia duradera del sistema del apego en la calidad de las relaciones. Las investigaciones han mostrado que el comportamiento del apego puede ser identificado en adultos, tanto en matrimonios que funcionan bien como en aquellos que funcionan mal y entre amigos.
Ya desde comienzos de siglo, el psicoanálisis, por medio de su fundador Freud (1921) se refirió al uso del apego a los padres, al cual llamó transferencia no objetal positiva. En esta línea, la importancia de relaciones seguras e íntimas para el ajuste general y el crecimiento personal ha sido recalcado por diferentes orientaciones teóricas desde mitad de siglo (Bowlby, 1969; Erikson, 1950). La intimidad con los padres declina en la adolescencia, con un incremento paralelo con el grupo de iguales. Sin embargo, la importancia del apego en las relaciones con los padres durante este periodo de la vida ha sido también demostrado. Algunos estudios han revelado que esas relaciones están relacionadas con un concepto positivo de uno mismo, desarrollo del yo, satisfacción en la vida y bajos niveles de soledad (Armsden y Greenberg, 1987). Además, los datos han mostrado que positivas relaciones con los padres van acompañadas de buenas relaciones con el grupo de iguales (Bell, Avery, Jenkins, Feld y Schoenrok, 1985).
Algunos autores como Sroufe y Fleeson (1986) argumentaron que un mecanismo por el cual las tempranas relaciones influyen más tarde en el desarrollo evolutivo es la tendencia de las personas de desempeñar los roles que han aprendido en relaciones previas. Es importante considerar también, tal como señalan Hinde, Stevenson Hinde y Tamplin (1985) la necesidad de estudiar las relaciones dentro del contexto social. Armsden y Greenberg (1987), a su vez, emplearon el apego como predictor para variables relacionadas con el equilibrio personal y con la satisfacción vital que experimenta una persona.
Bowlby sugería que la etiología de las neurosis infantiles está relacionada con la manera en que los niños son tratados por sus madres. Señaló que lo crucial es que la patología es siempre el resultado de una falla de cuidados maternos: separación y abandono en familias rotas; inestabilidad, hostilidad, abusos y comunicaciones ansiógenas en la familia intacta. Dicha patología es vista como una desviación en el desarrollo evolutivo del niño que refleja disturbios de su relación real con las personas significativas de su ambiente.
La familia juega un papel preponderante en el desarrollo de la personalidad del niño. Los primeros años de su vida son fundamentales ya que reciben la impronta de los padres, donde aprenden que pueden ser valorados y queridos por lo que son y no por lo que tienen que hacer. Aquí es donde las vínculos que se establecen entran a desempeñar un papel importante. La tarea orientadora de los padres es ardua, ya en muchas ocasiones consideran frustradas las expectativas que tenían en relación a sus propios hijos (Cano J. y Polaino-Lorente A. 1997). La sensibilidad materna es un elemento esencial para la configuración de dicho apego seguro.
El apego predice el posterior desarrollo social. La competencia social de los niños se asocia con la interacción con sus iguales, con extraños y con los propios padres. Aunque el mecanismo causal está todavía siendo debatido (Lamb, Hwang, Frodi y Frodi, 1982), podemos concluir que la relación entre el apego seguro, evaluado en el procedimiento de la Situación Extraña (Ainsworth et al, 1978) y el posterior desarrollo social está apoyando en diversos estudios (Cohn y Tronick, 1988) y forma parte dicho desarrollo de la evolución integral del niño. Del mismo modo, los niños aprenden a través del apego con sus padres la habilidad de reconocer y responder a los estados emocionales de sus compañeros de juego (Medina y Polaino-Lorente, 1997).
Otros autores señalan que los tipos de apego que el niño establece con sus cuidadores se relacionan con su desarrollo intelectual (Vargas y Polaino-Lorente, 1996). Es importante señalar que el apego favorece o dificulta la adquisición del lenguaje, el ajuste escolar y el desarrollo intelectual (Meca y Polaino-Lorente, 1997).
4. CONCLUSIONES
La característica más importante del ser humano es su capacidad para formar y mantener relaciones. Algunos parecer ser naturalmente capaces de amar. Éstos forman numerosas relaciones íntimas y cariñosas y, al hacerlo, obtienen placer. Otros no son tan afortunados. No se sienten atraídos a formar relaciones íntimas y encuentran poco placer en estar con o cerca de otros.
Las aportaciones de Ainsworth y Bowlby fueron en la línea de una innovadora metodología. Más que una teoría -del apego-, es un enfoque conceptual desde el cual hoy se analizan temas tan relevantes para la conducta humana como la dinámica de las relaciones afectivas a lo largo de todo el ciclo vital (Parkes, Stevenson Hinde y Marris, 1991), la ecología de las relaciones familiares -el papel del padre como figura de apego, la influencia de las circunstancias que rodean a la familia sobre el tipo de apego-, y la psicopatología -implicaciones clínicas del apego- (Belsky y Nezworski, 1988).
Las funciones esenciales del apego van en la línea de favorecer la supervivencia manteniendo a aquellos que proporcionan una seguridad psicológica para explorar el ambiente y encauzar la calidad de las estimulaciones que necesita un niño para su posterior desarrollo evolutivo. La sensibilidad materna es un elemento esencial para la configuración de dicho apego seguro.
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