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El psiquiatra infantil Víctor G. Carrión: `Es un error pensar que los niños afrontan mejor las crisis: son más vulnerables´



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Noticia | 07/02/2022

El experto considera que el estrés por un duelo no procesado y el no ir a la escuela durante un tiempo son las situaciones más difíciles para los menores en la pandemia.


Hace casi dos años que el coronavirus azota al mundo, pero solo en los últimos meses ha empezado a vislumbrarse la gigantesca resaca de ansiedad, depresión, suicidios y mala salud mental que las sucesivas oleadas han ido dejando en la población. También en los niños y adolescentes. Aunque en ellos la covid se presente sin apenas síntomas o de forma leve, han acusado, en plena fase de desarrollo, el zarpazo del confinamiento, las restricciones sociales, la incertidumbre y el empobrecimiento.


En España, el 39,4% de los menores se siente solo, una huella emocional que refleja el Barómetro de opinión de Unicef de 2021, y el 61% dicen sentir “bastante, mucha o muchísima” tristeza, frente al 50,8% de 2019.



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El psiquiatra infantojuvenil Víctor G. Carrión, de 58 años, ha dedicado su carrera a investigar y tratar el trauma en los niños y adolescentes y en cómo el estrés afecta al cerebro en esas etapas de la vida. Lo que ha encontrado desmonta la extendida creencia de que los críos superan las crisis con mayor facilidad de manera natural. En realidad, explica, son más vulnerables.


Carrión dirige el Programa de Estrés y Resiliencia en la Infancia de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, donde es vicepresidente del departamento de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento, y trabaja en el hospital infantil Lucile Packard. Visita Madrid a finales de noviembre, días antes de que el mundo supiera de la variante ómicron. Durante su estancia se ha reunido con psiquiatras del Hospital Puerta de Hierro, como parte de la formación a otros profesionales en la Terapia de claves traumáticas, el nombre del tratamiento y el título de su manual (editorial Gedisa), basado en tomar conciencia del trauma y desarrollar herramientas para afrontarlo. Está en la consulta de su colega la psicóloga clínica Susana Cruylles, que trabaja con él en difundir este enfoque en el mundo hispanoparlante. Nacido en Nueva York y criado en Puerto Rico, Carrión mantiene un discurso en el que llama a involucrar a las familias, educadores y terapeutas en la salud mental de los menores, a poner el foco en la prevención y en algo simple pero muy eficaz: hablar con los niños.
 

Pregunta. La pandemia ha tenido un enorme impacto en la salud mental de la población adulta. ¿Qué ha pasado con los niños?


Respuesta. Para muchos niños y para muchos adultos, ha sido como un peso más en la mochila que llevan. La mochila es el estrés de la vida. Cuantas más herramientas tiene uno, mejor puede llevarla, pero si eres muy joven y no has tenido tiempo de desarrollar esos recursos, puede ser muy pesada. El estrés es muy importante para el desarrollo, es favorable, pero hasta un punto máximo. Después de alcanzarlo, la salud empieza a declinar y crea una curva como una U invertida. Cuando el estrés es máximo, es en esa segunda parte de la curva donde aparecen los síntomas: los niños preescolares tienden a manifestarlo con comportamientos regresivos, empiezan a chuparse el dedo otra vez o pueden mojar la cama, por ejemplo. Los escolares somatizan más el estrés, con dolores de cabeza o de estómago que no tienen otra causa médica. Los adolescentes suelen querer estar solos, se recluyen y eso puede empeorar los problemas. Durante [la fase aguda de] la pandemia, mucha gente podía aguantar y manejar lo crítico que sucedía en esos momentos, sobrevivir, trabajar. Y estos últimos meses, cuando la situación parecía más estable, ha salido todo: vemos un aumento en depresión, en ansiedad. Y si ya teníamos un problema con el suicidio, ahora los números están creciendo.


P. De las experiencias vividas en la pandemia, ¿cuáles pueden ser las más dañinas para un niño?


R. Yo creo que la pérdida de un padre o de un cuidador, algo que le ha sucedido a más de cien mil niños en Estados Unidos [ahora se calcula que son 167.000] y que requiere un proceso de decir adiós, de dejar a las personas irse. En general, lo peor que puede pasarles a ellos es estar separados o perder a sus padres o cuidadores. Muchos no pudieron ver a sus familiares o a sus abuelos cuando estaban en el hospital y eso hace el duelo más dificultoso. El estrés de un duelo no procesado es una de las situaciones más difíciles para los niños. La otra es el no haber estado por un tiempo en la escuela con otros niños de su edad. Eso afecta el aprendizaje socioemocional que tienen que hacer.


P. En su experiencia clínica, en el hospital, ¿cuáles son las situaciones más frecuentes que ha visto en estos casi dos años?


R. Sobre todo, ansiedad y depresión. Por ejemplo, en la visita al hospital [Puerta de Hierro] en Madrid vimos bastantes trastornos de alimentación, estrés traumático y desgaste de los sanitarios. ¿Cuál es el problema? Ocurre en todo el mundo, no tenemos suficientes psicólogos ni psiquiatras, en Estados Unidos la mitad de los niños que necesitan tratamiento no lo está recibiendo, así que tenemos que ser innovadores. Tenemos que trabajar con las escuelas, con los deportes, crear grupos preventivos. Hay que trabajar con el sistema formando a los educadores, a los terapeutas, a quienes están bregando con los niños: no podemos esperar a que tengan un trastorno de estrés grave para que llamen a nuestra puerta.


P. Uno de los ejes de su carrera es estudiar cómo reacciona el cerebro de los niños al estrés. ¿Cómo afecta?


R. Tienen un aumento de la hormona que secretamos cuando hay estrés, el cortisol. Aunque el cortisol baja al final del día, el estrés hace que ellos tengan un nivel más alto de lo que se supone. Ese incremento se da más por la noche, antes de que se duerman, cuando también tienen otros síntomas, como problemas para dormir, pesadillas o mojar la cama. Todos necesitamos ese cortisol si vamos a cruzar una calle y viene un camión: nos ayuda a saltar, a salir de esa situación. Pero si eres un niño de siete años y sientes que un camión viene a ti todos los días, eso tiene un coste en el cuerpo. Cuando el cortisol está ahí por mucho tiempo en cantidades aumentadas se convierte en un tóxico y puede afectar a células del cerebro que se están desarrollando. Los niños son más vulnerables porque están en desarrollo. Ese es un lado de la moneda, la mala noticia. En el otro lado, vemos que un buen ambiente puede proteger. Podemos arreglar ese daño que haya ocurrido o forzar las capacidades de un niño para que cuando pasen las cosas, pueda hacerlo mejor. Hemos desarrollado un tratamiento que llamamos Terapia de Claves Traumáticas, y los datos nos indican que podemos sacarle provecho a esa plasticidad del cerebro si hacemos lo adecuado.


P. ¿En qué consiste la terapia?


R. Las claves traumáticas son esos olores, colores, personas, cosas que hacen que un niño recuerde un evento y que despiertan los síntomas traumáticos. A lo mejor no tienen la palabra trauma en su léxico, pero sí tienen dentro la emoción de lo que fue esa experiencia. Parte de la terapia consiste en hacer que encuentren las palabras para describir la emoción y la experiencia. Como terapeutas, debemos tener cuidado para no dejar que nuestra experiencia describa la historia del niño ni darle las palabras que debe utilizar. Debe ser él, con un guía, un terapeuta, el que encuentre la manera de dar sentido a la experiencia.


P. Su especialidad es el estrés traumático. ¿La pandemia puede generar traumas?


R. Dependiendo de cómo se presentó la experiencia, de los recursos y de cómo el niño piensa en ello, puede ser traumático o no. En la covid ha habido mucho estrés y estrés traumático en algunos casos.


P. ¿Cómo se comporta un niño traumatizado?


R. El trauma afecta a toda su vida, en lo emocional, lo social y lo cognitivo. Se ve claro en el impacto del trauma en el juego, que es muy importante para el desarrollo. Se convierte en juego traumático, es repetitivo. Por ejemplo, si un niño estuvo en un accidente de coche, coge dos coches de juguete y los hace chocar. Ese es un juego común, pero si pasa una hora entera y eso es lo único que hace, lo llamamos perseverancia, y es una característica del juego traumático. La otra característica es que el juego ya no da placer. Cuando el niño hace esto no lo está disfrutando, el trauma le roba al niño esa habilidad y empieza a afectarle en otras áreas: al sueño, al humor, el estado de ánimo. Esto no mejora solo y se queda ahí a menos que trabajemos con él.


P. ¿Qué pasa si no se atiende un trauma?


R. Lo primero que hay que hacer es reconocerlo. Evitarlo nunca es la solución, se queda ahí y empeora. El trauma crece al evitarlo. Y lo que podría requerir un tratamiento corto, puede derivar en que un niño se empieza a autolesionar o toma drogas. Muchas veces, cuando tratamos a adultos con problemas complejos y vemos su historial, encontramos traumas en la etapa de su desarrollo con los que no se hizo nada.


P. Usted trabaja el concepto de resiliencia, la capacidad de afrontar y adaptarse a una situación difícil en un momento dado. Existe la creencia de que los niños, por el hecho de serlo, tienen más facilidad para superar crisis de todo tipo.


R. Es un error pensar que los niños afrontan mejor las crisis: son más vulnerables que los adultos. En lugares donde ha habido un terremoto u otro tipo de desastres, por ejemplo, los pequeños muestran más síntomas que los adultos. Es casi acomodaticio pensar que los críos van a estar bien y que no hay que trabajar con ellos la resiliencia. Sí hay que trabajarla. Los niños pueden ser muy resilientes, pero tenemos que enseñarles y darles la oportunidad de serlo.


P. ¿De qué manera?


R. La creatividad, la flexibilidad cognitiva... todas estas cosas hacen que alguien sea resiliente, pero no sucede de manera natural. Tenemos que darles la oportunidad de solucionar problemas. Hay que protegerlos y darles seguridad, pero no resolverles los problemas todo el tiempo. Ellos tienen que aprender a desarrollar sus habilidades de afrontamiento. Otra idea equivocada es que uno es resiliente o no lo es. En realidad, puede haber facetas en las que se tiene más adaptabilidad que en otras, puedes serlo mucho en el trabajo y no con tu familia, y al contrario. O hay momentos de la vida en los que se es más adaptable, pero en temporadas de mucho estrés resulta más difícil y eso es entendible.


P. ¿Qué cosas funcionan para fomentar la resiliencia en niños y adolescentes en este periodo de pandemia?


R. Yo le diría a un niño ‘vamos a escribir la historia de esta experiencia, un cuento’. No tiene que ser largo, pero vamos a hablar de cómo fueron estos dos años. Si son muy pequeños y no son tan verbales, es importante encontrar las palabras para las emociones que sienten, porque si no, las guardamos en el cuerpo sin palabras, y cuando las recordamos lo que viene es la emoción y no la palabra. Si son adolescentes, pueden hacerlo ellos solos, tener un diario o utilizar cualquier forma de arte donde puedan expresar cómo se sienten, o una actividad que les conecte con la comunidad, ayudar a otras familias…Queremos saber cuál fue su experiencia y procesarla con ellos. Suena muy básico, pero es importante hablar con los niños. También hay que ver las cosas que hicimos bien. Preguntar: ¿Qué cosas te ayudaron? ¿Entendiste por qué no pudimos hacer algunas cosas? ¿Qué esperas del año nuevo? En nuestra terapia usamos una caja de herramientas [muestra el dibujo de una maleta] con cosas que ellos pueden utilizar. Ahí pueden entrar, por ejemplo, el yoga y el mindfulness [una técnica para enfocar la atención en el presente], la música, el deporte. En esta caja ponemos lo que le funciona al niño. Y también les enseño a crear sus propias herramientas. Cada vez que ellos crean una, que puede ser tan sencilla como tomarse un vaso de leche, funciona mucho mejor que cualquiera que les mostramos. La eficacia personal, el empoderamiento, es muy importante, es algo que sucede con este tratamiento.



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Fuente: El País
Palabras clave: niños, psiquiatría, crisis
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