La idea de insertar un microchip que comunica nuestras intenciones a un dispositivo electrónico. Este dispositivo estaría capacitado para entender nuestros deseos y actuar en consecuencia. A primera vista, el concepto es fácil de entender. Esta propuesta podría aplicarse tanto a personas en buen estado de salud como a aquellas que enfrentan enfermedades. En el primer caso, podría potenciar sus habilidades, mientras que en el segundo, podría restaurar capacidades perdidas. Una primera impresión, suena prometedor.
Hace unas semanas, el magnate Elon Musk compartió este mensaje a través de X (anteriormente conocido como Twitter).
Un simple anuncio que revolvía a muchos científicos tanto en sus formas y como por el contenido. ¿Estamos cerca de esta realidad a corto plazo? No. ¿Hay avances que nos acercan a ella en el medio plazo? Puede ser.
Solo alguien con una trayectoria de vida dedicada exclusivamente a los sistemas de conexión cerebro-ordenador puede contextualizar adecuadamente los avances y el estado actual de este campo. José del R. Millán, un ingeniero español radicado en Austin, Texas, Estados Unidos, ha pasado más de tres décadas explorando cómo "controlar un robot utilizando la mente".
Su formación en Robótica le hizo pensar que podía conseguirlo en dos años. "Todavía estoy en ello", admite. Terminaría su doctorado en la Universidad Politécnica de Cataluña el año de los Juegos Olímpicos. Y no fue nada especial lo que le llevó a tomar otra ruta en su vocación. "Por casualidad me encontré con una persona que tenía una parálisis total, era cuadripléjico. Apenas podía hablar".
Hace tres décadas esa situación fue la que le puso sobre la mesa el enorme beneficio que supondría para ese individuo contar con un robot que ejecutara sus deseos. "Las órdenes motoras que esa persona no puede realizar: desplazarse solo en una silla de ruedas, mover el brazo de manera que pueda agarrar un vaso y beber".Y llegaron las preguntas. "¿Cómo esa persona podrá interactuar con un robot que le ayude?". Y con ellas la búsqueda de las respuestas que hoy todavía trata de encontrar. "Empecé a interesarme por las interfaces cerebrales. Ya había pequeños avances en ese momento".Millán destaca que se han ido dando pasos clave desde hace al menos 20 años, "que se han consolidado a través los distintos logros científicos". Subraya que todos sirven para construir esa base necesaria para seguir avanzando. "Es el fruto de colaboración de muchos grupos".
Por eso, lamenta que lo único que trasciende a la sociedad es el resultado final. "Quizás los aspectos más llamativos de las interfaces entre humanos y robots hoy en día llegan cada vez que se implanta una persona y ésta es capaz de llevar a cabo una acción concreta".
"Solo se quedan con ¡guau! Eso es lo sexy de lo que parece que es una gran revolución. Pero no, hay mucho más trabajo detrás".A lo largo de esas décadas de avances se ha convertido en uno de los gurús en el campo de las interfaces cerebro-máquina (BMI, por sus siglas en inglés), especialmente basadas en señales de electroencefalograma. Su residencia en Austin no es casual. La universidad tejana alberga uno de los grupos de investigación más potentes a nivel global junto con la Escuela Politécnica Federal de Lausanne, en Suiza.
Sin embargo, la modestia también es uno de sus rasgos. "Lo cierto es que hay más grupos en Utrecht, en Stanford, en Boston y también en Asia". Pese que intente disimularlo, su equipo y sus múltiples colaboraciones son un referente. Algunas sorprenden porque se salen del ámbito médico.