Los déficits cognitivos observados en personas con trastorno bipolar (TB) son un área de investigación crucial, ya que estos pueden afectar significativamente la calidad de vida y el funcionamiento diario de quienes padecen la enfermedad.
Existen varias hipótesis sobre las causas subyacentes de estos déficits cognitivos. Por un lado, se considera que podrí...
Los déficits cognitivos observados en personas con trastorno bipolar (TB) son un área de investigación crucial, ya que estos pueden afectar significativamente la calidad de vida y el funcionamiento diario de quienes padecen la enfermedad.
Existen varias hipótesis sobre las causas subyacentes de estos déficits cognitivos. Por un lado, se considera que podría ser una consecuencia directa de la propia enfermedad o de los tratamientos empleados para su manejo. Sin embargo, también se ha planteado la posibilidad de que estos déficits reflejen factores de riesgo genéticos compartidos entre el trastorno bipolar y la función cognitiva. Para explorar esta compleja cuestión, realizamos un estudio utilizando relaciones genéticas empíricas dentro de una muestra de pacientes con trastorno bipolar.
En este estudio, participaron individuos diagnosticados con trastorno bipolar tipo I, tipo II o trastorno esquizoafectivo (considerados como TB "estrecho", n = 69), así como personas con trastornos del estado de ánimo relacionados (denominados TB "amplio", n = 135) y sus familiares clínicamente no afectados (n = 227).
Todos los participantes completaron un conjunto de cinco pruebas cognitivas destinadas a evaluar diferentes aspectos de la función cognitiva. Para cuantificar la función cognitiva general (denominada g), se empleó un análisis de componentes principales (PCA, por sus siglas en inglés). Además, se utilizaron técnicas avanzadas como SOLAR-Eclipse para estimar la heredabilidad y las correlaciones genéticas.
Los resultados mostraron que tanto los participantes con diagnósticos "estrechos" como aquellos con diagnósticos "amplios" presentaban déficits en la función cognitiva general (g), aunque el reconocimiento de afectos, un aspecto específico de la cognición emocional, no se vio afectado.
Es importante destacar que el rendimiento cognitivo general fue significativamente hereditario (h2 = 0, 322 para g, con un valor p < 0, 005), lo que sugiere una contribución genética a la variabilidad cognitiva. Sin embargo, la coherencia genética entre la psicopatología y la función cognitiva general era relativamente pequeña (0, 0184 para el trastorno bipolar específico y 0, 0327 para el trastorno bipolar general), lo que indica que las superposiciones genéticas entre el estado de ánimo y la cognición son limitadas. Además, los familiares sanos de los pacientes con trastorno bipolar no presentan deterioro cognitivo significativo.
En conclusión, este estudio sugiere que los déficits cognitivos observados en individuos con trastorno bipolar son principalmente consecuencia de la enfermedad o de su tratamiento, en lugar de ser explicados por una superposición sustancial en los determinantes genéticos del estado de ánimo y la cognición.
Estos hallazgos refuerzan la necesidad de considerar estrategias terapéuticas que aborden específicamente los problemas cognitivos en el manejo.
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