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Por qué la sonrisa y el enfado son contagiosos

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Noticia | 16/03/2016
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sonrisa puede generar en los demás las ganas de sonreír y lo mismo ocurre con un ceño fruncido. El instinto de imitación facial permite a los humanos empatizar. Dos psicólogas sociales estadounidenses han investigado cómo se procesa esta acción en el cerebro. Según ellas, comprenderlo podría mejorar el tratamiento de trastornos relacionados con el reconocimiento de emociones, como los del espectro autista.

¿Cómo es capaz una persona de reconocer lo que siente otra solo con observar su expresión facial? Esta es la pregunta que han planteado Adrienne Wood y Paula Niedenthal, psicólogas sociales en la Universidad de Wisconsin.

Para entender cómo el cerebro percibe y procesa los gestos, han integrado las últimas investigaciones psicológicas –incluidas las suyas propias– y las pruebas para la estimulación sensoriomotriz en un estudio que publica Trends in Cognitive Sciences.

Según las autoras, cuando vemos la expresión facial de alguien solemos imitarla, aunque sea de manera inconsciente, y extraemos el significado emocional de lo que vemos en cuestión de milisegundos. Esto se debe a que asociamos ese gesto a una determinada emoción que en el pasado nosotros mismos hemos expresado. La relación psicológica delataría un papel importante de la simulación sensoriomotriz en el reconocimiento de las emociones, ya que el proceso implica a los sistemas somatosensorial y motor, encargados del sistema estímulo-respuesta y el control de los movimientos, respectivamente.

“Esta especie de reflejo imaginario de la cara de la otra persona le dice al cerebro cómo debe sentirse ante esa expresión facial concreta. Sucede de forma automática e inconsciente, por lo que tenemos la impresión de ser capaces de ‘leer’ su mente y saber cómo se siente”, declara Adrienne Wood a Sinc.

El sistema de identificación de las emociones puede ayudar a prever futuros comportamientos o sentimientos. Sin embargo, matizan las científicas, no dejaría de ser un juego de predicción, ya que en ningún caso se puede saber a ciencia cierta cómo suele expresarse o qué es lo que siente otra persona solo con mirarla.

La habilidad para reconocer las emociones ajenas y sentirlas puede verse reducida cuando una persona no puede imitar expresiones faciales, como les sucede a quienes padecen una parálisis facial debido a un derrame cerebral o la parálisis de Bell, o incluso cuando los nervios han sido dañados en una cirugía plástica.

Un problema parecido lo tienen aquellos que sufren trastornos relacionados con el reconocimiento de emociones, como los del espectro autista. “La ausencia de mímica facial en las personas autistas puede deberse a la supresión del contacto visual. Si se estimulase este contacto, la mímica podría surgir espontáneamente”, afirma Paula Niedenthal.

Wood indica que “conocer las consecuencias sociales y emocionales de estos problemas contribuirá a ayudar a mejorar la calidad de vida de los pacientes, quizá enseñándoles otras estrategias para el reconocimiento de las emociones”.

Las autoras quieren encaminar su investigación a saber cómo se desarrolla la simulación sensoriomotriz y qué mecanismos actúan en el cerebro en el reconocimiento de las expresiones faciales. Conocer mejor su funcionamiento serviría para enfocar mejor los tratamientos de los trastornos mencionados.

Acceso gratuito al texto completo.
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Trends in Cognitive Sciences

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