Un bolígrafo, una camiseta, un mechero, un cosmético... Los cleptómanos no son ladrones convencionales. Ni hurtan por diversión o necesidad. Sus ojos se suelen fijar en objetos de escaso valor de los que no tienen necesidad. Su acción, en realidad, responde a un impulso irrefrenable que son incapaces de controlar. Quienes lo padecen no pueden resistirse a una actuación, pese a entender que es perjudicial y va en contra de su ética.
No son actos premeditados. Experimentan una tensión creciente justo antes de cometer el robo y una sensación de bienestar o gratificación cuando logran hacerse con el objeto hurtado. Aunque esa sensación no puede entenderse como un sentimiento de placer. Alivian su tensión tras dar el golpe pero inmediatamente después de cometer el acto se enfrentan a un fuerte sentimiento de culpa porque saben que lo que hace no está bien y tienen remordimientos.
El bienestar que experimentan es similar al que siente una persona con un trastorno obsesivo compulsivo, aquellos que sienten la necesidad de realizar rituales como no pisar las rayas del suelo, lavarse las manos con frecuencia o enceder y apagar las luces para reducir la ansiedad.
No son ladrones
La cleptomanía no es un trastorno fingido ni una fórmula amable de definer a los ladrones. Es un desorden psiquiátrico que está tipificado en el DSM, la «biblia» que recoge todos los trastornos de salud mental. Incluso algunas investigaciones científicas sugieren que tras este desorden existe una base biológica: un déficit de serotonina y dopamina, dos neurotransmisores. Se ha estudiado también una tendencia genética a padecerlo e incluso casos relacionados con fuertes traumatismos e intervenciones quirúrgicas.
En algunos casos está asociado también a otros trastornos de salud mental como la depresión y la ansiedad. Y suele surgir en momentos de fuerte tensión o estrés. La forma de tratarse, como en la gran mayoría de problemas de salud mental, pasa por medicación (toma de antidepresivos, entre otros) y terapias psicológicas.
Una de las terapias más utilizadas es cognitivo-conductual que intenta que el afectado reviva la situación del robo y los sentimientos de culpa posteriores. También se recurre a técnicas de relajación o tratamientos de aversión, como utilizar trucos -aguantar la respiración- que hagan sentirse incómodas cuando aparece el impulso de robar.