Un nuevo estudio sobre casi 12.000 niños de 9 y 10 años, publicado esta semana en la revista 'JAMA Pediatrics', ha comprobado que los trastornos alimentarios antes de la adolescencia son más comunes de lo que se pensaba y afectan por igual a los chicos que a las chicas.
La intervención temprana es esencial para minimizar los daños, pero los investigadores saben muy poco sobre cómo comienzan y evolucionan los trastornos alimentarios antes de la adolescencia. Por ello, examinaron cómo la edad, el sexo, el peso y la etapa de la pubertad estaban relacionados con comportamientos como los atracones y los vómitos para controlar el peso.
"La primera conclusión importante es que estos comportamientos son más comunes de lo que habíamos visto antes, con una prevalencia de hasta el 5% en algunos casos", alerta el autor principal del estudio, Stuart Murray, profesor asociado de psiquiatría y ciencias del comportamiento Della Martin y director del Programa de Trastornos de la Alimentación en el Departamento de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de la Escuela de Medicina Keck de la Universidad del Sur de California (USC), en Estados Unidos.
En contra de las suposiciones culturales, los investigadores descubrieron que los niños y las niñas tenían la misma probabilidad de padecer trastornos alimentarios. El análisis también reveló que los niños con índices de masa corporal (IMC) más elevados, así como los que estaban más avanzados en la pubertad, corrían un riesgo mayor.
Los resultados ayudan a esbozar el alcance del problema en este grupo de edad y apuntan a los factores de riesgo biológico que, en última instancia, pueden conducir a soluciones más específicas, comenta Murray.
"Cuanto antes podamos detectar estos comportamientos, más probable será que podamos tratarlos --recuerda--. Estos hallazgos abren una puerta al desarrollo de esfuerzos de prevención más oportunos y precisos".
Los investigadores utilizaron datos de 11.878 niños, de entre 9 y 10 años, recogidos entre 2016 y 2018 a través del estudio Adolescent Brain Cognitive Development financiado por los NIH, el mayor estudio a largo plazo sobre el desarrollo del cerebro y la salud de los niños en Estados Unidos.
En lugar de estudiar los trastornos alimentarios completos,que son raros y difíciles de detectar en los niños, Murray y sus colegas analizaron los comportamientos alimentarios desordenados, que pueden proporcionar pistas sobre quién está en riesgo de síntomas más graves más adelante.
El equipo estudió los atracones, los vómitos para controlar el peso y otros comportamientos (como hacer ejercicio o restringir las calorías) destinados a evitar el aumento de peso. El 5% de los niños del estudio se había dado atracones, mientras que el 2,5% había tomado medidas para evitar el aumento de peso.
Además de medir la prevalencia general de los trastornos alimentarios, los investigadores buscaron asociaciones entre esos comportamientos y el sexo, el IMC y la etapa de la pubertad. No encontraron diferencias de sexo, lo que indica que los chicos se enfrentan a los mismos riesgos que las chicas.
"Tendemos a pensar que los trastornos alimentarios afectan sobre todo a las chicas, pero cada vez hay más datos que demuestran que los chicos tienen los mismos problemas --afirma Murray--. Esto es una llamada de atención para asegurarnos de que nos tomamos esos casos en serio".
Los niños más avanzados en la pubertad tenían mayores probabilidades de tomar medidas para evitar el aumento de peso. Los investigadores también descubrieron que los niños con un IMC más alto eran más propensos que los niños con un IMC más bajo a participar en todas las conductas alimentarias desordenadas estudiadas: atracones, vómitos y otras acciones para evitar ganar peso.
Los resultados del estudio pueden mejorar la prevención de los trastornos alimentarios al poner de manifiesto quiénes son los que corren más riesgo, subraya Murray. Por ejemplo, los pediatras y las escuelas secundarias pueden optar por aumentar la vigilancia y el cribado de los niños con un IMC elevado y de los que empiezan la pubertad antes que sus compañeros.
Los esfuerzos de educación, tanto para los médicos como para los padres, también deberían hacer hincapié en que los niños se enfrentan a riesgos similares a los de las niñas.
Murray y su equipo también están estudiando la neurobiología que subyace a las conductas alimentarias desordenadas, incluso a través de un estudio reciente que reveló diferencias en la estructura cerebral entre los niños con y sin trastorno por atracón.