La atención es el mecanismo cerebral que nos permite seleccionar una determinada información en detrimento de otra para realizar de manera efectiva las tareas de la vida cotidiana. Las alternaciones de este mecanismo fundamental pueden derivar en múltples problemas a la hora de manejar la información que proviene del medio y de responder adecuadamente a las demandas del entorno. Por ejemplo, algunos trastornos como la esquizofrenia, el trastorno bipolar, o la depresión mayor se acompañan de alternacines atencionales y dificultades de concentración.
Otros trastornos del neurodesarrollo, como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), se caracterizan por las dificultades de organización, alta distraibilidad, dificultad para seguir instrucciones o una elevada impulsividad, comportamientos que causan una interferencia significativa en la vida de las personas (niños o adultos) que lo padecen, afectando a su rendimiento académico, relaciones sociales y familiares, y autoestima.
Existen en la actualidad diferentes líneas de abordar el TDAH y paliar los síntomas de inatención, independientemente de la causa que los produce, según explica Javier García Castro, psicólogo clínico y profesor en el grado de psicología y en el máster de psicología general sanitaria del Centro Universitario Villanueva: «La psiquiatría emplea preferentemente psicofármacos de la familia de los estimulantes, mientras que la psicología ofrece una amplia gama de herramientas psicoterapéuticas que pueden variar desde la estimulación cognitiva, hasta la aplicación de técnicas cognitivo-conductuales, cuyo objetivo es tanto restaurar la función cognitiva afectada, como mejorar hábitos y contingencias en los contextos habituales de la persona. Es decir, se pueden, por ejemplo, establecer tiempos más cortos de estudio, eliminar distracciones del entorno del alumno, del ambiente en casa...»
Sin embargo, es pertinente hacerse una pregunta: ¿se puede entrenar la atención? La respuesta de García Castro es contundente: «de la misma manera que fortalecemos nuestros músculos mediante la gimnasia o mejoramos nuestras competencias musicales tocando un instrumento». Pero, ¿cómo? «La respuesta posiblemente sea el mindfulness», añade este psicólogo. Mindfulness, explica, «es la traducción inglesa de la palabra "sati" en lengua "pali", que tiene mala correspondencia con el idioma español y que podría ser algo así como la "atención plena". Mindfulness es la consecuencia de una práctica prolongada de entrenamiento de la atención, y consiste básicamente en "prestar atención al momento presente de manera intencionada"».
«Mediante la práctica regular y la autodisciplina -asegura este experto- la atención se hace plena, lo que quiere decir que invertimos todos nuestros recursos mentales en aquello que estamos haciendo en cada momento. Así, se reducen las distracciones, aumenta la capacidad de concentración y el rendimiento cognitivo general se hace más eficiente». Además, añade, «el mayor control de la atención mejora el estado de ánimo, permite mejorar más eficazmente el estrés y contribuye a un mayor bienestar general».
En nuestra sociedad esto es relativamente novedoso. Tal y como apunta García Castro, «aunque los beneficios de la meditación y el mindfulness se conocen desde hace tiempo, no ha sido hasta hace unas décadas que se han comenzado a investigar sus bases neurobiológicas».
¿Hay evidencia? «Lo que han revelado los estudios de neuroimagen realizados con meditadores expertos y principiantes es que la práctica del minfulness estaría correlacionada con la activación de áreas cerebrales asociadas con la atención». Estos datos, insiste este psicólogo, «no hacen más que corroborar la intuición previa que afirmaba que el fundamento de la práctica meditativa está radicado en el fortalecimiento de la capacidad atencional».
Esta práctica, advierte, «debería realizarse en edades tempranas, ya que sabemos por los principios de plasticidad cerebral que la adquisición de habilidades es más satisfactoria cuando es introducida tempranamente. Aunque nunca es tarde para desarrollar una conciencia despierta y una atención mediante una práctica perseverante».
Dichos programas de mindfulness para la infancia, señala, «deben estar adpatados a las características particulares de los niños y su edad. Se recomienda empezar a partir de los 6 años, momento evolutivo en el que las funciones ejecutivas experimentan un desarrollo importante, especialimente la capacidad de inhibición, fundamental para el control atencional».
En el caso de los niños la duración de las sesiones, añade, «debería ser breve, con un mínimo de 5-6 minutos y no superior a 15, aunque estos tiempos se podrían adaptar según el ritmo de cada grupo. Pero estos periodos de entrenamiento de la atención se deberían alternar con otras actividades lúdicas, pero centradas en ejercicios corporales, de tal manera que facilitamos la aceptación de las sesiones y ayudamos amantener más tiempo la atención».