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Noticia | 20/02/2003

El consumo de antidepresivos y tranquilizantes se dispara en España.

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El europeo medio se enfrenta cada día a las exigencias de una sociedad demasiado competitiva, a una vida con menos carga afectiva y a la inseguridad en su trabajo. Ha transcurrido algo más de una década desde que hicieran su irrupción en el mercado una amplia serie de psicofármacos más seguros y eficaces para tratar depresiones. «Los medicamentos actuales ya no tienen los importantes efectos secundarios de sus predecesores que provocaban aumento de peso, mareos, estreñimiento o retención de líquidos y estaban contraindicados para cardíacos», afirma José Luis González de Rivera, director del Instituto de Psicoterapia e Investigación Psicosomática de Madrid. Eliminadas las consecuencias negativas de los tratamientos, algunas «happy pills» (pastillas de la felicidad), como se han denominado en EE UU, han gozado de una popularidad inusitada. Ya desde Atención Primaria, los facultativos recurren a la prescripción de antidepresivos y ansiolíticos con mucha más facilidad que en el pasado. Dentro del conjunto de psicofármacos, la mayor sobremedicación de la población se da en ansiolíticos y tranquilizantes . «El nivel de abuso es tan grande que en muchos casos la dependencia que generan ansiolíticos como las benzodiacepinas (entre la que se encuentra el conocido «Valium») es más grave que el problema psíquico en sí», manifiesta Francisco Alonso Fernández, presidente de la Asociación Europea de Psiquiatría Social.

El consumo de tranquilizantes y antidepresivos se ha multiplicado desde entonces en España aunque los especialistas advierten que no siempre su uso está justificado. La prevalencia de la depresión en Europa entre la población adulta es de un 6 al 8 por ciento y alrededor del 20 por ciento de las personas resultan afectadas por un estado depresivo a lo largo de su vida.

Las ventas se disparan

El consumo de este tipo de fármacos ha crecido de manera importante en comunidades como Cataluña donde, según el Servicio Catalán de Salud, se ha disparado un diez por ciento en el último año. Los últimos estudios nacionales reflejan que las ventas de estos medicamentos se ha triplicado desde los años 80. Sin embargo, «las depresiones y las psicosis siguen siendo enfermedades infratratadas, sería de esperar que cada vez haya más gente a la que se prescriban estos fármacos», dice Alberto Fernández Liria, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares (Madrid). Precisamente no son fármacos baratos y, por ejemplo, dos antipsicóticos encabezan la lista de los medicamentos que más dinero facturan en España.

Las mujeres con algún trastorno psicológico duplican a los hombres, aunque la diferencia por sexos antes era mayor. Ellas son las grandes consumidoras de fármacos debido en gran parte a «que las mujeres acuden más a las consultas de salud mental», asegura Fernández Liria.

La adicción que generan algunos tranquilizantes ha contribuido a un mayor empleo de los antidepresivos de nueva generación que no presentan esta contraindicación. Aun así, esta circunstancia no evita que los tranquilizantes estén a la orden del día. «A la larga, los ansiolíticos empeoran el estado del paciente que acabará incluso automedicándose y viene a la consulta pensando es lo único que me quita el dolor de cabeza y acaba con el nerviosismo , cuando ésas son precisamente las manifestaciones del síndrome de abstinencia», afirma Francisco Alonso Fernández. Además, en edades avanzadas, los tranquilizantes tienen un efecto depresógeno con lo que facilitan la aparición de estados depresivos o agravan el ya existente.

Frente a cuadros de ansiedad, depresión o en el tratamiento de enfermedades mentales «los fármacos no son la única opción», recuerda Ramón Ciurana, coordinador del grupo de Prevención en Salud Mental del Papps, dependiente de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFyC).

Auge de los tratamientos farmacológicos

En los últimos años «ha habido un claro decenso de los tratamiento psicoterapéuticos en favor de los farmacológicos. El sistema público sanitario ha impuesto este cambio; una sesión de terapia con un paciente requiere mucho tiempo por parte del médico, mientras que las mejoras con los psicofármacos son evidentes en poco tiempo y el facultativo ve cada día a muchos pacientes», afirma González de Rivera.

El problema surge cuando, debido a la falta de tiempo en consulta, comienzan a recetarse tratamientos sintomáticos más o menos estándar. «La falta de tiempo facilita que el facultativo prescriba una fármaco para mitigar los síntomas, pero muchas veces la solución está en cambiar algún hábito de vida», asegura Ramón Ciurana.

«Con los fármacos no se están tratando las causas fundamentales de la enfermedad psíquica, ni la circunstancia de la vida que pudiera generarla o los condicionantes genéticos. La patología provoca una alteración neuroquímica y el medicamento los restaura», afirma Alonso Fernández. «Sin embargo ¬añade¬ en el caso de las depresiones sobre todo, los fármacos son fundamentales para sacar de la cueva al paciente . El 80 por ciento responde al tratamiento farmacológico el primer mes».

Si en el caso de las benzodiacepinas (tranquilizantes más comunes) la adicción desaconseja su uso indiscriminado, los antidepresivos de tercera generación se emplean como primera opción terapéutica. Se trata de los inhibidores selectivos de recaptación de serotonina (ISRS). Este neurotransmisor se libera en el espacio sináptico entre dos neuronas. Sobre la superficie de la neurona «receptora», los receptores de serotonina se estimulan y generan un impulso nervioso que permite la transmisión del mensaje. Sin embargo, parte de esa serotonina liberada regresa a la célula emisora mediante una bomba de recaptación.

Los ISRS, que además presentan muy baja toxicidad, bloquean la acción de recaptación y permiten el paso de una mayor cantidad de serotonina, lo que asegura una circulación de este neurotransmisor en las personas que sufren un estado depresivo. Estos medicamentos, que supusieron hace más de diez años una auténtica revolución, se muestran muy eficaces en el tratamiento del trastorno obsesivo-compulsivo, el pánico, la fobia social y bulimia.

El tercer gran pilar de esta psiquiatría que ha mostrado una clara predisposición al empleo de fármacos son los antipsicóticos. Tratan patologías más severas como la esquizofrenia. Estos productos se han visto redeados de cierta polémica sobre su posible prescripción para otras patologías fuera de sus indicaciones como, por ejemplo, para depresiones leves.

La Razón
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