La adherencia al tratamiento de los pacientes con paranoia es uno de los principales inconvenientes a los que se enfrentan los psiquiatras que tratan este tipo de trastornos. La razón de ello es doble en la mayoría de los casos: por un lado estos pacientes no suelen ser conscientes de su enfermedad y en otras ocasiones no aceptan el tratamiento para tratar el delirio primario.
Por ello, Miquel Bernardo, director del programa Esquizofrenia Clínic, del Hospital Clínico de Barcelona, ha incidido en que el tratamiento de los síntomas complementarios o accesorios (los trastornos del estado de ánimo, ansiedad, insomnio, etc.) pueden ser la clave que permita abordar una mejoría global de un paciente con trastornos paranoides y baja adherencia al tratamiento. Estas declaraciones las ha realizado en el contexto del XVI Congreso de Actualización en Psiquiatría que, bajo el título El mundo paranoide, se celebra en Vitoria-Gasteiz durante el 6 y 7 de marzo.
La paranoia es una forma de trastorno delirante emparentado con la psicosis, y más concretamente con la esquizofrenia. De hecho, el tratamiento es muy similar desde el punto de vista farmacológico. La paranoia y la esquizofrenia, a pesar de ser enfermedades distintas, comparten ciertos aspectos y uno de ellos, tal y como se está constatando, tiene que ver con la existencia de síntomas vinculados a la alteración de un neurotransmisor, la dopamina, que favorece los síntomas psicóticos.
Por esta razón, el tratamiento antipsicótico que es usado en la esquizofrenia puede ser utilizado también en la paranoia, porque es un tratamiento antidopaminérgico, que actúa sobre el mecanismo que refuerza o sustenta las ideas paranoicas.
Para Miquel Bernardo, que además de psiquiatra es profesor de la Universidad de Barcelona, la aparición de la tercera generación de antipsicóticos va a suponer un paso adelante en el tratamiento de estos trastornos, ya que aportarán un perfil de seguridad mayor y menos efectos adversos.
Si bien la segunda generación de antipsicóticos amplió su efecto y tenía una acción antiserotoninérgica, además de la antidopaminérgica, y protegía contra los efectos secundarios de tipo parkinsonizante, todavía tienen en común que la mayor parte de ellos actúan a nivel metabólico, favoreciendo un aumento de peso significativo e incrementado la probabilidad de sufrir síndrome metabólico y diabetes.
La tercera generación, además de tener una acción antagonista dopaminérgica, podrá desarrollar sus efectos en niveles determinados por lo que permitirá un perfil mucho más amplio de actividad, tanto sobre síntomas positivos, como sobre síntomas negativos, así como mejorar el perfil de actividad cognitiva.
Sin embargo, a pesar de que los fármacos han mejorado sustancialmente en los cincuenta años que los antipsicóticos vienen empleándose en medicina, el experto apuntó a que todavía necesitaríamos medicamentos más limpios, más selectivos, con menos efectos adversos, y, por supuesto, más eficaces.
En cuanto a la polémica suscitada en ciertos ámbitos sobre el empleo de fármacos antipsicóticos en niños, Miquel Bernardo señaló que en pacientes que puedan ser definidos como pacientes con estados mentales de alto riesgo, la probabilidad, aunque no sea muy alta, de que se desarrolle un trastorno psiquiátrico grave, como puede ser una psicosis, justifica que se utilicen fármacos que reduzcan las posibilidades de desarrollar la enfermedad.
Tal y como indicó, estos casos deben ser cuidadosamente estudiados de manera concreta por profesionales expertos, para valorar las ventajas e inconvenientes de cada opción terapéutica. Además, añadió que los efectos adversos de estos medicamentos, cuando son bien utilizados y en dosis pequeñas, son mínimos y de alguna forma, el riesgo que puedan comportar queda claramente compensado por su beneficio.