REVISTA ELECTRÓNICA DE PSICOLOGÍA
Vol. 2, No. 1, Enero 1998
ISSN 1137-8492
Ansiedad y depresión en el juego patológico.
C. Villoria López
Departamento de Psicología Básica II (Procesos Cognitivos)
Facultad de Psicología. Universidad Complutense de Madrid
Correspondencia:
C. Villoria López
Departamento de Psicología Básica II (Procesos Cognitivos)
Facultad de Psicología. Buzón 23. Universidad Complutense de Madrid
28223 Madrid (España)
E-mail: cvilloria@correo.cop.es
ARTÍCULO DE
REVISIÓN
[Resumen] [Abstract]
I. Introducción
II. Relación entre
ansiedad y depresión y
comorbilidad psiquiátrica
III. Evidencia empírica
de la relación depresiónansiedad en el juego
patológico
IV. Conclusiones
I. Introducción
El juego patológico adquiere gran notoriedad a partir de 1980 cuando la APA lo
reconoce como una enfermedad psiquiátrica nosológicamente independiente,
incrementándose su interés científico con numerosos estudios que han ido aportado un
mayor conocimiento de este trastorno.
Actualmente, a pesar de ser clasificado por el DSM y el CIE como un trastorno de
control de los impulsos, la línea nosológica con mayor fuerza es la que considera a la
ludopatía o juego patológico como una adicción caracterizada por un déficit progresivo
en el control del impulso de jugar.
Al igual que pasa en todas las adicciones, la transacción es imperceptible y cuando se
genera el problema, prospera y se perpetúa por la concurrencia de mecanismos
derivados de la propia dependencia generando una serie de trastornos que se involucran
en dicho proceso.
En estos últimos años, gran número de investigaciones se han centrado en la
identificación de rasgos o dimensiones generales de personalidad que caractericen al
jugador patológico y que ayuden a conocer algunas de las variables que intervienen en
los procesos de adquisición y mantenimiento.
Hoy en día no hay evidencia empírica que permita establecer un perfil único de
personalidad en el marco de las adicciones, por lo que se está atendiendo con mayor
fuerza a factores más específicos relacionados con el juego patológico como la búsqueda
de sensaciones, desinhibición, locus de control, susceptibilidad al aburrimiento, grado de
psicopatía, nivel de ansiedad y estado de ánimo.
Una de las mayores controversias originadas al respecto es la relevancia de la ansiedad y
la depresión en la etiopatogenia del juego patológico, dificultada por los problemas
clásicos a la hora de determinar la dependencia o independencia de la sintomatología así
como la dirección de la causalidad.
II. Relación entre ansiedad y depresión y comorbilidad psiquiátrica.
Parece oportuno antes de empezar ahondar en los trabajos empíricos, el hacer una breve
mención sobre la relación y comorbilidad de los trastornos que estamos relacionando
con el juego patológico. Por lo tanto, es preciso señalar que desde el punto de vista
teórico dicha relación va a depender de las diferentes perspectivas teóricas (modelo
unitario, pluralista y mixto), cuyas conclusiones están sirviendo para argumentar en
favor de los puntos de vista que defienden sus autores (Espada, 1997).
La controversia en cuanto a la relación, no va unida a la comorbilidad donde los
resultados no permiten duda alguna, puesto que la prevalencia entre ambos está muy
asociada siendo la cosintomatología habitual (Ayuso, 1997).
Según lo anteriormente expuesto, no parece extraño que ambos trastornos coexistan en
el caso del juego patológico, ocurriendo lo mismo en la mayoría de trastornos de control
de los impulsos e igualmente en las adicciones. Por lo que independientemente de la
concepción que se tenga del juego patológico, a nivel nosológico, todos los estudios
coinciden en sus resultados, en cuanto a la relación que nos compete.
De tal forma, que cuando es clasificado junto al trastorno explosivo intermitente,
cleptomanía, piromanía y tricotilomania, hay mayor concordancia entre los resultados
que relacionan a todos estos trastornos con la ansiedad y la depresión que con otros,
como pueden ser los trastornos de personalidad (McElroy et al., 1992). Igualmente
cuando es clasificado como una adicción, son muchos los estudios que coinciden que
además de la poliadicción, los trastornos de ansiedad y depresión son los mas
comúnmente relacionados con el juego patológico (García, Díaz, y Aranda, 1993;
Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997).
En el campo de las adicciones, la dicotomía trastorno primario-secundario es
especialmente relevante, puesto que la confusión en el diagnóstico es propiciada por la
dificultad en distinguir entre tristeza o melancolía y depresión, por un lado, y
sentimientos de ansiedad y trastornos de ansiedad, por otro, ya que dichos aspectos se
suelen solapar en la mayoría de los cuadros adictivos. Este problema se agrava por
algunos instrumentos de evaluación que no permiten su distinción y por el momento del
diagnóstico, ya que en la mayoría de las ocasiones va a ser determinante la situación
anímica del paciente.
Ante esta dificultad en el pronóstico en las adicciones, Schuckit y Monteiro (1988)
opinan que la historia clínica, respecto a la cronología del desarrollo de los síntomas y el
curso del trastorno durante el tratamiento, puede reducir la confusión que se ha
señalado. Pero en el caso de la ludopatía las escasas investigaciones sobre el historial
clínico, así como la ausencia de estudios longitudinales, están impidiendo una mayor
concreción al respecto, si bien el gran número de trabajos existentes aclaran algunos de
los aspectos anteriormente tratados.
III. Evidencia empírica de la relación depresión-ansiedad en el juego
patológico.
Los primeros esfuerzos por explicar algunos rasgos de la personalidad del jugador se
deben al psicoanálisis. Greeson (1947) sugirió que una función del juego podía ser una
simple defensa ante la depresión. Años después Fyndel (cfr. González, Mercadé,
Aymamí, y Pastor, 1990) afirmó que la conducta de jugar se producía en un intento de
vencer la depresión y la ansiedad. Esta concepción fue defendida por numerosos autores
entre los años 30 y finales de los 70, si bien en la actualidad ha perdido apoyo,
principalmente debido a la evolución etiológica y nosológica producida en estos últimos
años, que ha dado lugar a una mayor investigación al respecto.
Todavía no se conoce la dirección de la causalidad a pesar que desde los años 80 son
muchos los autores que se inclinan por atribuir a la elevada ansiedad y a la
sintomatología depresiva una función adaptativa, ante la situación personal y familiar
propiciada por las consecuencias del juego, cuya sintomatología suele ser muy
acentuada en el momento de pedir ayuda terapéutica. Pero pese a la fuerza que está
adquiriendo esta postura no se puede descartar la defendida originariamente por los
psicoanalistas, ya que en algunos casos también se puede deber a rasgos de personalidad
que, en el caso de que así sea, no se consideran buenos predictores de la conducta.
Algunos autores, ante estas dos posiciones han optado por aceptar ambas según cada
caso, a través de la existencia de tipologías, al igual que ocurre en las demás adicciones,
constituyendo una analogía no sólo en la forma de proceder sino en las propias escalas
de personalidad del juego patológico y otras adicciones (McCormick y Taber, 1987;
Becoña, 1993).
A este respecto, Moran (1979) propuso una tipología basada en cinco grupos: juego
patológico asociado a un trastorno psicológico primario, jugador psicopático; jugador
neurótico, jugador impulsivo y jugador subcultural. Este autor como algunos otros
(Glen, 1985; Lowenfeld, 1979; González et al., 1990; Moreno, Saiz, López-Ibor, y
Sánchez, 1995) resuelve a partir de la tipología el problema de la causalidad, al
diferenciar tipos de jugadores según la presencia de determinados rasgos, por lo que la
depresión y/o ansiedad mantendrían distintas funciones, dependiendo de cada grupo.
Moran a partir de sus estudios estableció que uno de cada diez jugadores estaría
asociado a un trastorno psicológico primario mientras que una tercera parte juegan como
respuesta a una situación o problema emocional, como puede ser una alta situación de
estrés o un bajo estado de ánimo.
Estos datos son discutibles, pero reflejan acertadamente una de las direcciones en la
causalidad, como es que el juego constituye una estrategia de evitación de la ansiedad o
de la emoción depresiva, entendiendo ambas como síntomas o trastornos. Aún así, las
tipologías no siempre determinan la dirección de la causalidad, porque aunque
McCormick, Russo, Ramírez, y Taber en 1984 hipotetizaron, al igual que Morán, la
existencia de un subtipo donde la depresión a menudo precedía al juego, Glen (1985)
por el contrario, estableció que realmente lo que precedía al juego en algunos de los
subtipos, es un trastorno básico de personalidad que daría lugar a trastornos de ansiedad
y depresión como consecuencia del juego. En la misma línea, aunque en distinto marco
teórico, Fernández, Hand, y Friedrich (1996) postulan sobre la presencia de un trastorno
neurótico y/o de personalidad de base en los jugadores patológicos, descrito como el
agente causante de la conducta de juego.
Todos estos estudios sobre la personalidad que establecen tipologías difieren al
establecer los subtipos, así como el tamaño de los mismos, olvidando en algunos casos
que además de una posible predisposición psicológica, los aspectos sociales parecen ser
determinantes en el campo de las adicciones, como también lo puede ser la falta de
evidencia acerca de la posible predicción de la conducta a través de la personalidad.
Los resultados obtenidos a través del MMPI se corroboran también con el 16PF, prueba
utilizada, entre otros por Bombín (1992), que concilia ambas posturas al encontrar que
los jugadores, desde el punto de vista de la personalidad, tienden a sufrir ansiedad y
desajustes emocionales que, dependiendo de los casos, pueden preceder al juego o
manifestarse por las consecuencias del mismo, convirtiéndose así en los principales
elementos mantenedores del propio juego.
Desde otra perspectiva, las consecuencias adversas del juego ejercen una influencia en
la etiología de los episodios depresivos y de ansiedad (Roy, Custer, Lorenz, y Linnoila,
1988) , por lo que dichos estados emocionales negativos serían factores secundarios y,
por tanto, dependientes de la conducta de juego (Báez, Echeburúa, y FernándezMontalvo, 1994). Según González et al. (1990), en el caso de los episodios depresivos,
éstos se clasificarían como trastornos adaptativos de tipo depresivo. Así pues, los
problemas que acarrea el juego influyen en el estado emocional de la persona que realiza
esta conducta, pudiendo producir problemas de ansiedad, depresión, baja autoestima,
descontrol, sentimientos de inutilidad y de culpabilidad (Becoña, 1993), por lo que
según McCormick y Taber (1988) a medida que el problema se hace crónico, las
distorsiones perceptivas y las atribuciones de responsabilidad favorecen una
interpretación de la realidad que deviene en un problema emocional del sujeto y, por
tanto, mantendría el trastorno.
Blaszczynski y McConaghy (1989), en relación al mantenimiento, van mucho mas alla,
al sugerir que el aspecto financiero en el caso del juego patológico podría pasar a ser una
motivación secundaria, ya que entre los factores de riesgo que pueden precipitar un
episodio de juego, la necesidad de obtener dinero es relegada a un segundo plano por el
estrés o la depresión. Así, la tensión y la ansiedad se considerarían elementos
fundamentales en el mantenimiento de la conducta de jugar.
Por lo tanto, según estos autores la ansiedad y la depresión serían factores esenciales y
principales mantenedores del juego, que a su vez, se convertiría en una estrategia de
afrontamiento ante dichos problemas, al igual que ocurre en otras adicciones (CanoVindel, Miguel-Tobal, González, e Iruarrizaga, 1994). Se podría decir lo mismo sobre
déficits en habilidades sociales, aislamiento social y agresividad, que según Báez y cols.,
se deberían al mismo proceso, no pudiéndolos considerar como intrínsecos del jugador
patológico.
Ante la falta de unificación de criterios sobre la dirección de la causalidad, hay muchos
otros estudios que alejándose de esta polémica, proporcionan resultados determinantes
para la comprensión del juego patológico y su relación con los trastornos, aquí tratados.
Por ejemplo, Taber, McCormick, y Ramírez (1987) encontraron que los jugadores que
habían experimentado a lo largo de su vida severos estresores, en forma de traumas,
puntuaban significativamente mas alto en depresión y ansiedad que aquellos jugadores
que no habían sufrido tales experiencias.
Según Adkins et al. (1987, cfr. Ochoa y Labrador, 1994), los jugadores de azar tienden
con mayor facilidad a la depresión que los jugadores de habilidad. Cocco (1995)
establece otra importante distinción al encontrar mayores puntuaciones en ansiedad
estado en los jugadores a máquinas de poker siendo menor en los apostadores de
caballos.
Raviv (1993) y Ladouceur, Arsenault, Dubé, Freeston, y Jacques (1997) encuentran que
los jugadores patológicos puntúan mas alto en depresión y ansiedad que los jugadores
potenciales, siendo las puntuaciones de estos últimos mayores que las del grupo control.
Igualmente Linden, Pope, y Jonas (1986) obtuvieron mayor número de casos de
depresión cuando dejaban de jugar por primera vez que en el resto de casos. En relación
al momento de la primera consulta, García et al. (1993) obtuvieron altas puntuaciones en
depresión mayor, si bien eran mucho mayores los porcentajes de personas que en el
curso de su adicción al juego habían desarrollado uno o más episodios depresivos,
siendo las puntuaciones de las mujeres el doble que la de los hombres.
Estos autores utilizaron por primera vez el ISRA (Miguel-Tobal y Cano-Vindel, 1986)
para evaluar la ansiedad en el jugador patológico, obteniendo importantes resultados en
cuanto al alto porcentaje de personas con niveles de ansiedad severa (por encima del
centil 75 en puntuación total o rasgo de ansiedad), con puntuaciones más elevadas en el
nivel cognitivo y dentro de los factores situacionales, es en ansiedad ante la evaluación
en el que puntúan más alto. En la actualidad, este instrumento de evaluación está siendo
muy utilizado ya que según Sanz (1991) permite diferenciar con mayor precisión los
constructos de ansiedad y depresión.
En esta misma línea, les antecede un trabajo clásico de Blaszczynski y McConaghy
(1989) que evalúa la ansiedad estado/rasgo mediante el STAI (Spielberger, Gorsuch, y
Lushene, 1979). Cuyos resultados fueron la obtención de puntuaciones
significativamente más altas tanto en ansiedad rasgo como en ansiedad estado. Báez y
Echeburúa (1995) mediante el STAI también encuentra puntuaciones altas, siendo
mayores en las mujeres que entre los hombres.
Los estudios familiares también se han dado en el juego patológico, destacando los de
Dell, Ruzicka, y Palisi (1981) y Linden et al. (1986) que detectan una elevada incidencia
de depresión en el historial de los familiares.
Otras conclusiones a las que han llegado otro autores se corresponden mas con la
importancia de la depresión y ansiedad en el proceso terapéutico, reafirmando una vez
más el papel mantenedor de ambas.
La mayoría de estudios se centran en la reducción de la ansiedad y depresión en el
tratamiento del juego patológico. Pero la forma de proceder sobre estos factores va a
depender en gran medida del modelo teórico.
En el procedimiento de exposición con prevención de respuesta (González, 1989;
Echeburúa y Báez, 1990; Báez y Echeburúa, 1995; Fernández-Montalvo y Echeburúa,
1997) al igual que pasa con las demás adicciones, se evalúan dichos aspectos pero no se
interviene directamente sobre ellos ya que se espera que remitan por sí solos. Sin
embargo, también se están utilizando técnicas reductoras de ansiedad, principalmente la
desensibilización sistemática, basándose como toería explicativa en el mecanismo de
ejecución conductual (McConaghy, Armstrong, Blaszczynsky, y Allcock, 1983). De una
forma u otra, Blaszczynsky, McConaghy, y Frankova (1991) resaltan la importancia en
la reducción de los niveles de ansiedad y depresión como respuesta básica al
tratamiento.
Estos dos procedimientos son los que poseen mayor vigencia, si bien hay otros modelos
como el multimodal, una de las alternativas al modelo de adicción, que establece como
objetivo primordial en el tratamiento de la ludopatía la reducción de la ansiedad, como
medio para reducir indirectamente la conducta de jugar (Fernández, Hand, y Friedrich,
1996).
IV. Conclusiones.
El juego patológico o ludopatía como "adicción sin sustancia", ha contribuido a
establecer la importancia de la ansiedad y la depresión en el campo de las adicciones.
Uno de los problemas más frecuentes en este campo es conocer hasta que punto la
sintomatología asociada a las adicciones era debida a la propia sustancia consumida, ya
que ésta producía en la mayoría de las ocasiones una serie de alteraciones
neuroquímicas que repercutían sobre el bienestar físico y psicológico del paciente.
En nuestro caso, la inexistencia de una sustancia externa da mayor importancia a los
procesos endotóxicos, como son las alteraciones del sitema serotoninérgico (Moreno,
1991; Blanco, 1992) y del sistema noradrenérgico (Roy et al., 1988, 1989). Esto sirve
para explicar, una vez más, las repercusiones físicas derivadas únicamente por aspectos
psicológicos, como es el caso de la aparición de trastornos psicofisiológicos.
En este sentido, el juego patológico, junto a otras adicciones no químicas, aporta datos
de interés sobre el mecanismo de la abstinencia, reafirmando que su origen no sólo se
debe a la dependencia química sino, más bien a la interrupción puramente conductual
que daría lugar a un deseo persistente en consumar la conducta de juego.
Estos aspectos serían los mas importantes a la hora de aportar nuevos conocimientos al
campo de las adicciones, puesto que los demás problemas propios de las adicciones se
manifiestan igualmente en el juego patológico, no pudiendose establecer un perfil único
de personalidad ni la dirección de la causalidad, referida a la ansiedad y la depresión.
En el conjunto de las adicciones, no está clara la existencia de una "personalidad
adictiva" y, en el caso de que se acepte su existencia, no se sabe si precede a la adicción
o ésta es capaz de crearla. En cualquier caso, este dilema tiene difícil solución puesto
que las diferencias socioambientales parecen poseer una gran relevancia, por lo que la
accesibilidad y/o familiaridad, pueden mermar aun más la capacidad de predecir la
conducta a través de una serie de rasgos psicológicos.
La dificultad en concretar estos aspectos también es debida a los procesos de evaluación
y a la diferencias cualitativas y cuantitativas de las muestras.
En la evaluación, la diversidad de instrumentos utilizados, la baja validez de algunos de
ellos y, el sesgo derivado de la propia situación, impiden la unificación de criterios.
Asimismo, las diferencias en los tamaños muestrales empleados en las investigaciones y
la variabilidad de los sujetos, es lo que provoca una mayor dispersión en los resultados.
En la actualidad, se conoce el efecto de las variables demográficas como la edad y el
sexo o, de un factor aún más importante, el historial clínico. Éstos pueden ser
determinantes del tipo de juego, diferenciando entre los de azar y habilidad. Estas
diferencias como la posible presencia de poliadicción hace difícil generalizar los
resultados, por lo que parece recomendable, en los casos que sea posible, hacer
múltiples distinciones, para poder llegar a conclusiones mas viables. Esta sugerencia es
válida para todas las adicciones, puesto que las diferencias clínicas y sociodemográficas
son notables en la mayoría de los casos.
La importancia que está adquiriendo el tipo de juego, puede en un futuro próximo dar
lugar a nuevas clasificaciones, en cuanto a subtipos de ludopatías, ya que se están
encontrando diferencias biopsicosociales que hacen pensar en una etiología distinta
dentro del trastorno del juego.
También parece fundamental el historial clínico, para poder establecer si el trastorno del
juego patológico es primario o secundario, no sólo por la importancia en cuanto a la
posible intervención, sino también para poder conocer con mayor exactitud la
causalidad, siendo recomendable la longitudinalidad de los estudios tanto en los casos
de juego patológico como de aquellos trastornos más relacionados.
La base teórica que aportan el modelo cognitivo o el neoconductista, en relación con la
ansiedad y la depresión, entendidas como emociones y la propia evidencia empírica, está
propiciando que dichas variables se consideren fundamentales para conocer la etiología
adictiva. Asimismo el estudio del juego patológico se ve favorecido por el acercamiento
entre las teorías sobre la activación, el estrés y la ansiedad, y la relación de esta última
con la depresión.
Por último, en el tratamiento del juego patológico, independientemente del modelo del
que se parta, como del carácter de la intervención, grupal o individual, farmacológico o
psicológico, la importancia de la ansiedad y de la depresión son indiscutibles, tanto en
las primeras fases (por la aparición de la abstinencia que puede influir sobre la
adherencia al tratamiento), como en el segimiento (por la aparición de recaídas). Ambas
de gran actualidad por su importancia en el éxito terapéutico.
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Referencia a este artículo según el estilo de la APA:
Villoria, C. (1998). Ansiedad y depresión en el juego patológico. Psicologia.COM [Online], 2 (1), 45 párrafos.
Disponible en: http://www.psiquiatria.com/psicologia/vol2num1/art_6.htm [1 Febrero 1998]
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