APUNTES
DE
UNA
REVISIÓN
PSICOANALÍTICA:
LA
TRANSFERENCIA EN EL PENSAMIENTO POSMODERNO.
Josep M. Julbe Juncosa (Psicólogo, Máster en Psicopatología clínica psicoanalítica,
investigador. Institut Català de la Salut. Barcelona)
E-mail: jmjulbe@hotmail.com
SUMMARY
The present work tries to give a general outline of two psychotherapeutic styles clearly
different, but both income inside the psychoanalysis. On the one hand, the classic style or
modern thought, and for other one, the contemporary style, which some authors named
postmodern thought.
Undoubtedly, the position of the therapist in one of these 2 styles will define his
therapeutic work, in the same way as the type of relation that is established between patient and
therapist will determine the peculiarity of the therapeutic process. A clear example of it, is
demonstrated in the comprehension of the phenomenon of the transference.
KEY WORDS
Psychoanalysis, postmodernism, transference, intersubjectivity, Relational Psychoanalysis.
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RESUMEN
El presente trabajo pretende reflejar "a grandes rasgos" dos estilos psicoterapéuticos
claramente distintos, pero a su vez ambos enmarcados dentro del psicoanálisis. Por un lado, el
estilo clásico o pensamiento moderno, y por el otro, el estilo contemporáneo, que algunos autores
lo denominan pensamiento postmoderno.
Sin duda, el posicionamiento del terapeuta en uno de estos 2 estilos definirá su trabajo
terapéutico, de la misma manera que el tipo de relación que se establezca entre paciente y
terapeuta determinará la peculiaridad del proceso terapéutico. Un claro ejemplo de ello, se
evidencia en la comprensión del fenómeno de la transferencia.
PALABRAS CLAVE
Psicoanálisis, postmodernismo, transferencia, intersubjetividad, Psicoanálisis Relacional.
1. INTRODUCCIÓN: PENSAMIENTO POSTMODERNO Y PSICOANÁLISIS.
Actualmente en nuestra cultura occidental impera un tipo de pensamiento característico
que varios autores denominan postmoderno.
Se entiende el pensamiento posmodernista como una reacción al extremo positivismo,
neopositivismo y empirismo lógico que impregnaban la ciencia, la cultura, la filosofía y, por lo
general, la concepción del mundo y de la vida del siglo XIX y primera mitad del XX.
Esta concepción se caracterizaba y se caracteriza en la medida que su espíritu continúa
en nuestra cultura- por el positivismo, la fe ciega en la razón y en la ciencia, el convencimiento
que hay verdades esenciales, que mediante la inteligencia y las investigaciones científicas, la
VERDAD irá siendo descubierta progresivamente, y que la humanidad acabará por dominar la
naturaleza. Freud era un evidente representante de este tipo de pensamiento. Para él el
psicoanálisis era uno de los instrumentos al servicio del dominio de la naturaleza humana,
mediante la inteligencia, el raciocinio y la investigación científica. Al final de su vida, en
Análisis terminable e interminable (1937), parece que abandona gran parte de estas ilusiones.
Freud pretendía encontrar leyes universales que lo explicaran todo de una manera
objetiva, es decir, de manera que la perspectiva particular de cada persona no interviniera para
nada. Así, la insistencia en la neutralidad, abstinencia, anonimato, objetividad, etc., del terapeuta
era una forma de subrayar esta rígida separación entre observador y observado.
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La 1ª y 2 ª Guerra Mundial, Auschwitz, Hiroshima, los peligros de aniquilación de la
humanidad mediante armas nucleares, las matanzas raciales, la aparición de nuevas
enfermedades, los atentados del 11 de septiembre, etc., han producido una inmensa y creciente
desconfianza en las esperanzas promovidas por la Ilustración y en la posibilidad de encontrar
verdades universales y incontrovertibles, tanto en el campo de los valores morales como en
política, sociología y arte. También desde que Heisenberg estableció el principio de
incertidumbre, que afirma la imposibilidad de determinar simultáneamente la posición y la
velocidad de una partícula con precisión ilimitada y prever, por lo tanto, su posterior evolución,
los físicos se dieron cuenta de que el observador modifica aquello que observa, y que el principio
de la objetividad, que tanto defendía Freud, no podía sostenerse. Progresivamente, la física
empezó a enseñar algo nuevo e inconcebible para una visión clásica: la realidad no es nada en sí
misma, sino aquello que se muestra según los instrumentos con los que pretendamos profundizar
en sus misterios. Al modificar estos instrumentos, es decir, al intervenir o participar en la
realidad de diferente manera, al modificar la mirada, cambia esencialmente el mundo.
Sabemos que hay una realidad incognoscible que es ola o partícula de acuerdo con
nuestra forma de observar, y la física nos dice que no tiene sentido plantearnos qué es en sí
misma la realidad. Aun así, los adelantos tecnológicos en los medios de comunicación dan sitio a
la instauración de una era en la que predomina la realidad virtual sobre la realidad, con lo cual se
produce una inacabable proliferación, descomposición y recomposición del mundo conocido.
Todo esto ha originado esta reacción, que conocemos con el nombre de cultura postmoderna y
pensamiento postmoderno. La cultura postmoderna es pues un movimiento, una actitud hacia la
cultura en general, la ética, la ciencia, la filosofía, etc., que en la actualidad está orientando una
gran parte del pensamiento psicoanalítico y ha intervenido decisivamente en la relación pacienteterapeuta.
A modo de síntesis, el pensamiento postmoderno se opone a la fe ciega en la ciencia, el
razonamiento y la metodología científicas, en las posibilidades de descubrir leyes y verdades
universales, en la existencia de principios éticos válidos para todos, en el progreso imparable de
la humanidad.
En las formas más radicales del pensamiento postmoderno las diferencias entre verdad y
propaganda quedan borradas. Desde este punto de vista, la verdad es perspectiva, plural,
fragmentada, discontinua, calidoscópica y siempre cambiante (Coderch, 2001).
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De hecho el mismo Coderch, no duda que desde un punto de vista histórico nos
encontremos en la postmodernidad, pero cree también que desde el punto de vista de la
postmodernidad como concepto cultural y sociológico nos encontramos sumergidos de lleno en
la dialéctica modernidad/posmodernidad. Esta dialéctica la hace extensible al psicoanálisis, y en
ese sentido dice que éste se encuentra en una fase dialéctica entre el psicoanálisis tradicional y el
psicoanálisis que se apoya en un concepto nuevo de las relaciones paciente-terapeuta, el
psicoanálisis relacional, la perspectiva intersubjetiva, el constructivismo social, etc.
El pensamiento postmoderno, tiene así muchos puntos de contacto con el psicoanálisis.
Se interesa por las relaciones humanas, el self, la subjetividad, la realidad, etc. El pensamiento
postmoderno afirma que al igual que no hay verdades incuestionables, tampoco hay selfs
unitarios.
2. RECONCEPTUALITZACIÓN DE LA TRANSFERENCIA EN EL PENSAMIENTO
POSTMODERNO.
Lejos de pretender realizar un estudio conceptual-evolutivo del concepto de transferencia,
estudio que llevaría inevitablemente a la realización de una tesis doctoral, lo que se pretende es
reflejar "a grandes rasgos" el cambio en la manera de entender la transferencia en el paso del
modernismo al postmodernismo, es decir, del psicoanálisis clásico al psicoanálisis
contemporáneo.
Si la noción original de Freud (1912) de la transferencia como un "cliché" implicaba la
idea de desplazamiento, en el que los deseos libidinosos desarrollados en la infancia temprana se
transfieren del objeto parental al terapeuta, esta idea ha sido abandonada poco a poco por autores
más contemporáneos. Así, la mayoría de estos autores tienen una visión multifacética de la
transferencia, reconociendo que la construcción conceptual de transferencia que lo abarque todo
puede ser limitante (Cooper, 1987).
La teoría clásica suponía que el anonimato del terapeuta permitía que la transferencia se
desplegara y, por lo tanto, fue considerada una precondición para un análisis efectivo de la
transferencia. Cuánto más pudiera el terapeuta retroceder al fondo de la escena, más se
desplazaría el mundo intrapsíquico del paciente hacia él y se haría disponible para examinarlo.
No obstante, esta perspectiva ha caído en desuso hace tiempo, y el terapeuta ya no se contempla
cono una pantalla en blanco. La subjetividad y las características personales del terapeuta no se
pueden eliminar con la máscara del anonimato, con lo cual se sugiere que el anonimato no es ni
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una posibilidad cognitiva ni la fuerza impulsora que está detrás de la mayoría de las reacciones
transferenciales.
Actualmente hay un amplio consenso sobre el hecho de que el terapeuta es siempre un
participante en la interacción analítica, y que la forma en que éste participa influye en las
transferencias del paciente (Gabbard, 1995; Hoffman, 1998; Mitchell, 1997; Racker, 1968;
Sandler, 1976).
Si antes, el pensamiento modernista bajo la presión del método científico, exigía al
terapeuta el papel "de observador" científico no implicado en aquello que estaba observando,
cada vez más, desde la pérdida en la fe ciega en la racionalidad y el método científico, se
cuestionan muchos principios del psicoanálisis, especialmente los conceptos de transferencia y
neutralidad. Esta última era en el psicoanálisis clásico (modelo del cirujano) uno de sus
principios básicos.
Epistemológicamente enmarcado dentro de la ciencia positivista de la época, el terapeuta
era considerado como un observador objetivo capaz de descifrar los verdaderos sentidos
inconscientes de las asociaciones del paciente.
Posteriormente, se hizo claro que las observaciones del terapeuta están delineadas no sólo
por el paciente, sino también por el terapeuta, y que hay dos perspectivas en el escenario
analítico, y ninguna de ellas es "objetiva" (Fosshage, 1997).
En el psicoanálisis contemporáneo el acento se pone, por lo tanto, en la intersubjetividad
al igual que el énfasis de la comprensión del fenómeno transferencial recae en aspectos muy
diferentes en cada uno de los dos modelos. Así, para Freud, lo que el paciente transfiere son
impulsos de origen edípico hacia el terapeuta, en cambio, en el modelo intersubjetivo lo que el
paciente transfiere en la relación analítica (no al terapeuta) es su vulnerabilidad y sus
protecciones frente a ésta. El paciente es portador de una vulnerabilidad y de unos principios
inconscientes que organizan su experiencia (convicciones inconscientes sobre como es uno
mismo, como es el mundo, y como se debe organizar la relación self-mundo). Según este
modelo, el terapeuta recibe al paciente en un escenario muy diferente al del quirófano-laboratorio
del modelo freudiano: se trata de un escenario empático que llegue a transmitir al paciente la
seguridad suficiente que le permita poder bajar sus defensas. Las fuentes de la investigación
psicoanalítica para la teoría intersubjetiva se encuentran en la inmersión empática en la
experiencia subjetiva del paciente, afirmando que esta experiencia subjetiva es altamente
dependiente del contexto relacional. Se considera que el tratamiento psicoanalítico consiste en la
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creación compartida por paciente y terapeuta, de un ambiente seguro que permita la exploración
conjunta de aspectos conflictivos del insconsciente (Orange, Atwood y Stolorow, 1997).
La posición de los intersubjetivistas se corresponde, de alguna manera, con el paradigma
de la postmodernidad, paradigma cultural que en el psicoanálisis se manifiesta en la propuesta
que la realidad es relativa1 y no hay observación ni verdad objetiva (Frankel, 1998).
Desde esta perspectiva, pues, el terapeuta está muy lejos de ser una pantalla en blanco
que recoge las señales que emite un aparato psíquico, el terapeuta interviene con sus defensas en
la construcción de la realidad entre el paciente y él mismo. Si bien se suele argumentar que, pese
a que la neutralidad absoluta sea imposible, ésta sigue siendo necesaria como un ideal a seguir, a
menudo desde el punto de vista del paciente la actitud de abstinencia2 es vivida como generadora
de conflictos tempestuosos (Gill, 1982; Kohut, 1977).
La aplicación indiscriminada del principio de abstinencia, por lo tanto, no sólo no es
neutral sino que puede ser yatrogénica (Renik, 1996). Y como dice Riera R. (2001) "si realmente
creyéramos en la neutralidad de los analistas... ¡no pensaríamos tanto a quienes derivamos los
pacientes!".
Con lo mencionado hasta este momento, se va observando un giro importante en el
posicionamiento que el terapeuta toma frente al paciente. Este giro es cada vez más evidente con
la entrada al pensamiento postmodernista, y conduce necesariamente a una visión más amplia de
la transferencia clásica. Así, si en el psicoanálisis clásico el acento se ponía en los conflictos
pulsionales y sus defensas, en el psicoanálisis contemporáneo se pone en los estados afectivos
del self, es decir, en la vivencia que el sujeto tiene de sí mismo, siendo el afecto el principal
organizador de la vida relacional.
Con el psicoanálisis contemporáneo, pues, la comprensión y reconocimiento de los
afectos pasan a jugar un papel primordial, siendo la investigación empático-introspectiva la
actitud a desarrollar en sustitución a la neutralidad analítica clásica.
Orange, Atwood y Stolorow (1997) se refieren a la transferencia clásica como un mito,
concretamente "el mito de la transferencia incontaminada": según este mito en la
conceptualización clásica de la transferencia, el paciente desplaza sus pulsiones que en un origen
iban dirigidas a la representación inconsciente de un objeto reprimido, a la representación mental
del terapeuta. A partir de esta definición se podría concluir que el terapeuta no ha de interferir en
este proceso, para poder de esta manera descubrir el origen de las pulsiones desplazadas.
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Son muchos los autores contemporáneos que se muestran críticos a esta manera de
entender la transferencia. En este sentido, Orange, Atwood y Stolorow (1997) consideran que la
transferencia ha de entenderse como la manera que tiene el paciente, a partir de sus principios
inconscientes organizadores, de interpretar las actitudes e interpretaciones del terapeuta.
Desde este punto de vista, es precisamente la actividad del terapeuta la que genera que el
paciente interprete de acuerdo con alguno de los principios organizadores que él mismo ha ido
configurando a lo largo de su desarrollo. Del mismo modo, los analistas tienen que centrarse en
su esfuerzo de autoanálisis para tener así conciencia de sus propios principios organizadores
(incluidos aquellos que están consagrados en sus teorías), para poder evaluar como estos
principios
están
inconscientemente
determinando
su
comprensión
analítica
y
sus
interpretaciones.
En la actualidad, son cada vez más numerosos los psicoanalistas que juzgan que el
impacto del terapeuta sobre el paciente debe examinarse sistemáticamente como parte intrínseca
de la transferencia, la cual es entendida como la mutua contribución de los dos participantes en
interacción. La relación analítica está, por lo tanto, mutuamente construida y es contingente más
que orquestado intrapsíquicamente por una persona (Chodorow, 1999).
Puede que este cambio en la comprensión de la transferencia se deba a una oscilación
frecuente en el pensamiento psicoanalítico en cuanto al predominio del énfasis en la cognición,
por un lado, o en los afectos, por otro. Cooper (1987) piensa que estas 2 actitudes diferentes son
la expresión de 2 visiones del mundo, científica y romántica respectivamente. Actualmente, y
seguramente ligada a la influencia del pensamiento postmoderno, nos encontramos en un periodo
en el que se ha incrementado la perspectiva romántica. La actitud cognitiva nos lleva a
contemplar la transferencia como un viaje intelectual, buscando una verdad escondida que se
tiene que descubrir. La perspectiva romántica, en cambio, nos empuja a abordar la transferencia
como una aventura emocional en la cual paciente y terapeuta se adentran profundamente, con la
esperanza de que esta inmersión les aportará una ampliación y enriquecimiento de su
personalidad.
En este sentido, la transferencia puede comprenderse como la externalización del mundo
interno (los principios organizadores inconscientes que se han ido gestando desde la infancia) del
paciente en la relación con el terapeuta, es decir, la manera que tiene el paciente de organizar la
relación con éste, la cual dependerá de los principios organizadores que el paciente ha ido
elaborando a lo largo de su historia. Desde esta óptica, la transferencia y la contratransferencia se
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tratan del mismo fenómeno, el primero visto desde la perspectiva del paciente y el segundo desde
la perspectiva del terapeuta.
En esta misma línea, Ávila (2002) define la transferencia como la experiencia del
paciente de su relación con el terapeuta debida a los propios principios organizadores y a la
actividad del terapeuta, y la contratransferencia como la experiencia del terapeuta de su relación
con el paciente debida a sus principios organizadores y a la actividad del paciente.
Dentro de este marco, la mente aislada del paciente no es el objeto de investigación en el
curso del proceso terapéutico, sino la unidad formada por la relación entre el uno y el otro. Así,
para el psicoanálisis relacional la transferencia es co-creada y el terapeuta interviene
decisivamente, con todos los rasgos de su personalidad y de su técnica, en su desarrollo y
evolución. Lo mismo sucede con la contratransferencia, en la que se combinan la personalidad
del terapeuta y la influencia que el paciente ejerce sobre él.
En el psicoanálisis relacional la transferencia y la contratransferencia se consideran el
resultado de la experiencia global e interactiva de paciente y terapeuta, y no forzosamente como
distorsiones. Una y otra son esfuerzos para regular la interacción con el otro. Por tanto, la
transferencia se entiende como un hecho psíquico que tiene siempre una significante y plausible
(Gill, 1982, 1994) base en la realidad y las características de cada terapeuta.
De esta manera, se va pasando de la psicología de una persona a la psicología de dos
personas, en la que la personalidad del terapeuta afecta no sólo a la alianza terapéutica sino
también a la misma naturaleza de la transferencia (Coderch, 1995). Desde el punto de vista de la
psicología de dos personas, la personalidad del terapeuta tiene que tenerse en cuenta
sistemáticamente como una parte intrínseca de la transferencia.
Con el paradigma de la mente como un sistema abierto, siempre en interacción con los
demás y siempre respondiendo a la naturaleza de la relación con el otro, se instaura, pues, un
nuevo modelo de relación analítica. En él, la transferencia y la contratransferencia siempre
dependen de los dos participantes en interacción, de manera que no debemos pensar en las
asociaciones libres como algo que surge únicamente de la mente del paciente, sino que todas las
asociaciones son una respuesta a la interacción con el terapeuta.
En la misma línea de pensamiento, desde la perspectiva intersubjetiva (Stolorow y
Atwood, 1992) "los fenómenos psicológicos no se pueden comprender aparte de los contextos
intersubjetivos en los que toman forma" (pág. 1). No es la mente aislada, sino el más extenso
sistema creado por el mutuo interjuego entre los mundos subjetivos del paciente y del terapeuta,
o del niño y el adulto que lo cuida, aquello que constituye el dominio apropiado de la
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investigación analítica. Estos autores dan muchísima importancia al principio de mutua
regulación y al principio de mutuo reconocimiento. Es decir, paciente y terapeuta establecen una
espesa trama de intercambios, comunicaciones y metacomunicaciones en las que cada uno de
ellos condiciona y regula, consciente e inconscientemente, con sus palabras, acciones y silencios,
los sentimientos y comportamientos del otro. Ésta es la mutualidad de regulación.
La mutualidad de reconocimiento, en cambio, no se da desde un principio ni se llega
siempre a ella. Se trata de una forma de mutualidad que se logra cuando cada uno de los dos
participantes reconoce al otro no únicamente como objeto de los propios deseos y proyecciones
sino como un sujeto, con sus deseos, sentimientos, necesidades, etc. Es decir, cuando la relación
sujeto-objeto pasa a ser una relación sujeto-sujeto (Coderch, 2001).
Actualmente y debido al actual cambio paradigmático de las ciencias (Fosshage, 1997) se
describe la relación analítica como un campo intersubjetivo (Stolorow, Brandchaft, 1987), un
campo relacional (Greenberg and Mitchell 1983, Mitchell 1988), un sistema de influencia mutua
(Sander 1977, 1985, Beebe, Jaffe and Lachmann 1992) o más recientemente como un sistema
diádico, dinámico, intersubjetivo (Stolorow, 1995).
El terapeuta ya no es visto como alguien que escucha objetivamente sino como alguien
que percibe y subjetivamente organiza los hechos.
El terapeuta ya no es visto más como un participante distante, sino como alguien que
interactua e influye en el campo.
El terapeuta ya no es visto como un mero observador de la transferencia sino como una
variable que codetermina la transferencia.
El terapeuta ya no es visto más como alguien pugnante para ser abstinente, sino como
alguien que intenta ser facilitador del involucramiento y responsivo (capacidad de dar respuestas
sensibles).
El terapeuta ya no es visto más como un intérprete sino como una persona sensible que
interpreta.
El terapeuta ya no es visto más como alguien totalmente neutral sino como alguien
intensamente involucrado que intenta ayudar al paciente (Fosshage,1997).
NOTAS
1
A pesar de que frecuentemente se califique el pensamiento postmoderno como relativista, éste
es pluralista. El relativismo afirma que la misma proposición puede ser verdadera o falsa en
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función de la perspectiva desde la que se contemple, mientras que el pluralismo cree que hay
diversas perspectivas o teorías para explicar la realidad, y cada una de ellas puede contener una
parte de verdad y ser o no incompatible con las otras (C. Strenger, 1991).
2
En el artículo sobre el amor de transferencia (1915), Freud postulava que "el tratamiento ha de
ser conducido con abstinencia". Esto proviene del supuesto que el psicoanálisis se ocupa
esencialmente de situaciones que derivan de la represión de derivados pulsionales. Lo que
comporta la suposición que cualquier gratificación puede interferir en el objetivo de
desenmascarar los deseos reprimidos.
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