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DOCTRINAS PSICOANALITICAS. EXPOSICIÓN Y VALORACIÓN CRÍTICA

Fecha Publicación: 01/01/1963
Autor/autores: Emilio Mira y Lopez
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RESUMEN

Las divisiones se multiplicaron, y los disidentes e innovadores elevaron al psicoanálisis, que había sido al comienzo un procedimiento de diagnóstico y un método terapéutico, al carácter de una concepción integral de la vida y del hombre.

El eminente psicólogo Emilio Mira y López estudia aquí, con autoridad y competencia, la doctrina freudiana ortodoxa y las diferentes escuelas y divisiones posteriores. En la exposición de cada doctrina, ha adoptado un criterio evolutivo, que va desde su génesis hasta su estado actual y permite la cabal comprensión de su estructura. Con original enfoque, examina las realizaciones psicoanalíticas a la luz de las modernas teorías reflexológicas y sociológicas y presenta las críticas formuladas por Allers y Eysenck y la integración del psicoanálisis en las actuales corrientes del pensamiento médico.

Es imposible desconocer la trascendental importancia cobrada por el psicoanálisis en nuestra época. Esta obra, completa y objetiva, brinda al profesional, al estudiante y al lector culto los elementos para su mejor y más amplio conocimiento.


Palabras clave: psicoanálisis
Tipo de trabajo: Ebook
Área temática: Psiquiatría general , Otras terapias .

Código: L0008
Código (num libro/año): L8/04
Autor: Dr. Emilio Mira y López
Título del libro: DOCTRINAS PSICOANALÍTICAS
isbn: 978-84-609-7390-5


Libro exclusivamente disponible en formato digital - PDF descargable

Biblioteca de Psicología Contemporánea

DOCTRINAS
PSiCOANAlíTICAS
E X P O S I C I Ó N Y VALORACIÓN CRÍTICA

Emilio M i r a y López
Ex profesor de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Barcelona (España). Profesor
del Instituto de Medicina Psicológica de Río de Janeiro (Brasil). Profesor de Psicología
y Psicopatoiogta en la Fundación Getuüo Vargas (Brasil).

Í N D I C E

Pág.

Prólogo

CAPITUL O

xi

1

2

Panorama de la medicina y de la psiquiatría en las
postrimerías del siglo xix

1

La formación de Freud

2

Psicogénesis del psicoanálisis

4

El psicoanálisis freudiano "ortodoxo"

7

Visión panorámica de sus diversas fases conceptuales

7

Estudio de la primera fase: trabajos conjuntos de
/""'· Breuer y Freud

3

4

8

Motivos de sus divergencias

11

Fin de la época catártica

12

La aparición del psicoanálisis como teoría evolutiva
y pansexual de la vida humana

15

La teoría de la libido

15

El inconsciente freudiano

18

La interpretación freudiana de los sueños (Traumdeutung)

23

Relación recíproca entre los planos consciente e
inconsciente a través de los sueños

24

Crítica de la interpretación freudiana de los sueños.

27

Pág.

CAPITULO

5

6

7

Freud descubre el remordimiento y crea el superyó.

31

Crítica de la concepción tripartita del "aparato
psíquico"

33

Evolución de las ideas freudianas acerca de las
neurosis

34

El psicoanálisis freudiano como arma terapéutica. .

37

El problema de la neurosis transferencial y su liquidación

38

Las diversas actitudes del psicoanalista durante el
tratamiento

43

La concepción de la lucha como base de la vida
personal

45

La lucha de Eros contra Tanatos

45

La lucha de los sexos

47

La lucha entre hermanos

48

La lucha entre el hijo y el genitor del propio sexo.

49

La lucha entre los instintos y la cultura

50

La inevitabilidad de la guerra
8

9

,

51

El psicoanálisis redescubre el yo

55

El yo pasa a llamarse "ego"
Los conflictos del ego freudiano
a) El conflicto entre los deseos (del ello) y las
exigencias (del mundo social)
b) Conflictos intrapsíquicos del yo
c) Conflictos del yo con el superyó

56
57

Las defensas del yo freudiano

60

Las concepciones filosófico-sociales de Freud . . . .

67

Aplicaciones del psicoanálisis freudiano a los diversos campos de la cultura

68

a)
b)
c)
d)

El psicoanálisis y el derecho
El psicoanálisis y el arte
Psicoanálisis y pedagogía
Psicoanálisis y moral

57
58
59

68
69
70
72

CAPITUL O 10

Las ideas y la obra de Alfred Adler
a) Técnicas de la psicología individual adleriana
b) Síntesis y límites de la psicoterapia adleriana
Sus continuadores: Kronfeld y Künkel
a) El criterio psicoterápico de Kronfeld
b ) La doctrina psicodinámica "dialéctica" de
Künkel

11

73
75
76
77
77
78

La psicología y la psicoterapia compleja de Cari C.
Jung

81

Las seis fases de su obra

82

a) Primera fase: elaboración del criterio de la
psicología analítica
b) Segunda fase: estudio de los símbolos y transformaciones de la libido
c) Tercera fase: teoría del inconsciente colectivo
1. Breve presentación de los arquetipos . . .
2 . Anima y animus
3 . El arquetipo del "saber" (noético) . . . .
4 . Los arquetipos impersonales o mandálicos
d) Cuarta fase: desarrollo de la teoría de la individuación
e) Quinta fase: la psicoterapia junguiana
f) Sexta fase: la antropofilosofia junguiana . . .

12

Pdg.

82
84
85
87
87
88
89
89
93
94

Comentario crítico

95

Principales conceptos del "freudismo disidente" . . .

97

La obra y el criterio de S. Fercnczi

97

El "análisis breve" de W. Stekei

98

La voluntoterapia de Otto Rank

100

La disidencia de Theodor Reik

103

Las contradictorias tesis de W. Reich

105

Las doctrinas revolucionarias de Melanie Klein . .

106

La concepción de F. Alexander

108

a) Su posición doctrinaria
b ) La concepción de Alexander de las neurosis.

108
110

CAPÍTUL O 13

14

15

16

El neoanálisis de la escuela de Washington

XII

113

La obra de Erich Fromm

113

La posición doctrinal de H. Stack Sullivan

117

La contribución de Erikson

120

Obra y doctrina de Karen Horney

121

La teoría "reacto-objetal" de la personalidad, según
W. R. Fairbairn

125

El llamado "pacto satánico"

128

Rosen y su "análisis directo"

129

El psicoanálisis existencial

133

La posición de Jean-Paul Sartre

133

La logoterapia de V. Frankl

134

La contribución de L. Binswanger

135

Puntos de convergencia y divergencia entre las doctrinas psicoanalíticas y las doctrinas neurorreflexológieas (principalmente las pavlovianas) y sociológicas modernas

139

a) El ethos del psicoanálisis freudiano
b) Psicoanálisis y reflexología
c) Psicoanálisis y sociología
17

Píe.

139
140
143

Balance final

145

Méritos del movimiento psicoanalítico

145

Deméritos del movimiento psicoanalítico

147

La crítica de R. Allers

149

La crítica de Eysenck

150

Integración del psicoanálisis en las actuales corrientes del pensamiento médico

151

BIBLIOGRAFÍA

155

PRÓLOGO

Hace treinta y cinco años publiqué en España, en la serie de
Monografías médicas de la Editorial Arnau de Vilanova, dos monografías en las que por primera vez se presentaban a los médicos
de ese país, aun en forma condensada, la concepción teórica y las
aplicaciones prácticas del psicoanálisis, restringido, entonces, a
fos círculos que dirigían Sigmund Freud, Cari G. Jung y Alfred
A.dler. La curiosidad y la simpatía que existían en relación con
las nuevas ideas determinaron el rápido agotamiento de sucesivas
ediciones de dicho trabajo y sirvieron de estímulo, sin duda,
para iniciar la traducción de las obras in extenso de los tres puntales de la llamada psicología profunda.
Ya en tierras sudamericanas y con el título de Fundamentos del
psicoanálisis, publiqué en 1943 un volumen en el que refundí y
ctualicé aquellas monografías, apareciendo poco después, en 1946, su
versión portuguesa. También este libro se agotó y desde hace
tiempo se me solicita que lo revise para reeditarlo. Pero, en el
lapso transcurrido, aparecieron en profusión y en todos los idiomas
libros, monografías y ensayos de estudio, de divulgación y aun de
hiperbólica teorización del psicoanálisis. Principalmente en el continente americano esta palabra pasó a formar parte del acervo
popular y por ello juzgo como anacrónico e inoperante todo intento
de contribuir a su mayor extensión. En cambio, me ha parecido
oportuno --aunque resulte más difícil-- escribir una obrita, la que
ahora estoy presentando, en la que, de la manera más objetiva
e imparcial posible, se efectúe una exposición del panorama actúa]
de las innumerables doctrinas psicoanalíticas, neoanalíticas, post y
paranalíticas que ahora disputan el monopolio de la interpretación
de la vida mental normal y patológica, a la vez que se proclaman
poseedoras de la clave de la felicidad humana individual y colectiva. Pues no se puede negar que si bien Freud inició su obra
desde un punto de vista estrictamente clínico-experimental, sus
actuales seguidores y discípulos han exagerado su evolución final
y tienden a convertir el psicoanálisis en una filosofía o, inclusive,
en una cosmología.
No obstante, a pesar de esta tendencia teorizante, no dejaron de
"practicar" el psicoanálisis, utilizándolo como fuente de recursos,

a diferencia de los auténticos filósofos que aún buscan con mayor
ahinco las verdades universales que las rápidas ganancias. Pero
también es cierto que si esa "práctica" es tan bien remunerada
en tantos lugares y por tan diversos tipos de clientes, ello se debe
a que éstos obtienen beneficios suficientes como para continuarla.
Porque aquí, como en todo intercambio de servicios, se cumple
la afirmación de Janet: es posible engañar por poco tiempo a
muchos o por mucho tiempo a pocos, pero es casi imposible embaucar por mucho tiempo a muchos cuando el dinero anda en
juego. Así, .pues, el persistente éxito de los diversos credos psicoanalíticos confirma también prácticamente que, pese a la heterogeneidad, al exceso de especulación, a la exageración y a la falta
de comprobación o validación objetiva que las caracteriza, las
doctrinas psicoanalíticas contienen un apreciable caudal de potencialidades no solamente explicativas sino curativas, o sea, no meramente informativas sino formativas o reformadoras en el terreno
de la vida psíquica.
Por esto, precisamente, se justifica ampliamente nuestro intento
de someterlas a una valoración crítica, capaz de separar en ellas
el pedrusco y el diamante, los datos "fácticos" y los datos "supuestos" o, como lo intentó hacer López Ibor 1 , sus valores y sus
defectos. Y aún aspiramos a poner en evidencia las coincidencias
y las divergencias intrínsecas, así como las correspondencias o
equivalencias con el resto de las concepciones o doctrinas que en
el campo psicológico se disputan la comprensión de la misteriosa
actividad anímica.
La primera dificultad que enfrentaremos en esta tarea es el
carácter abstruso y esotérico del que ha sido llamado "lenguaje
psicoanalítico", en el que difícilmente se encuentre un término
que haya sido definido en forma operacional, lo que permite que
una misma palabra sea usada en acepciones diversas, o inclusive
contrapuestas, por especialistas que, a veces, afirman pertenecer a
la misma escuela o "variante" psicoanalítica. Otra dificultad no
menor la hallaremos en la falta de textos sistemáticos y definitivos que, publicados por los fundadores o representantes más conspicuos de las diversas escuelas, nos permitan afirmar con precisión
sus respectivas tesis. Paradójicamente, cuanto más se publica sobre psicoanálisis menos se fijan o estabilizan sus conceptos, hasta
tal punto que, actualmente, ni los mismos psicoanalistas pueden
entenderse acerca de cuáles son los límites y las características
esenciales de la disciplina que cultivan. Y como prueba de que
esto no es exageración, citaremos lo que C. P, Oberndorf, ex pre1

XIV

LÓPEZ IBOR, LO vivo y lo muerto del psicoanálisis.

sidente de la Asociación Norteamericana, de Psicoanálisis, escribió
acerca de este asunto2 : "La Asociación Psicoanalítica Norteamericana, después de largas y concienzudas deliberaciones, que duraron 4 años (1947 a 1951) comunicó que es imposible hallar una
definición de psicoanálisis que sea aceptable aun para un numeroso
grupo de sus miembros'''.
Si bien el carácter proteico de los conceptos y criterios psicoanalíticos --del que el mismo Freud dio un ejemplo, en sus sucesivas obras, con sus continuos y espectaculares cambios de opinión y de puntos de vista-- puede ser objeto tanto de crítica
corno de alabanza, es innegable que representa un serio obstáculo
para toda tentativa de exposición sintética y más aún para todo
intento de valoración crítica, ya que, según los años en que nos
situemos, podemos observar conceptos diametralmente opuestos en
un mismo autor.
Si agregamos a esto nuestro deseo de conseguir que la lectura
de este texto sea accesible al mayor número posible de lectores y
que éstos no la encuentren excesivamente pesada, habremos enumerado los principales motivos de preocupación y aprensión con
que iniciamos y terminamos este trabajo. Creemos sinceramente,
no obstante, que hemos conseguido sortear las dificultades con
éxito suficiente como para esperar una crítica leal de los entendidos y una grata aquiescencia de quienes desean entender.
Al exponer cada doctrina hemos procurado, en lo posible, adoptar un criterio evolutivo, que va desde su génesis hasta su estado
actual y los rumbos previsibles en un próximo futuro. Hemos tratado también, a medida que avanzamos en la exposición, señalar
las coincidencias y divergencias de las doctrinas más recientes respecto de la inicial. Finalmente, no hemos descuidado comentar
las afirmaciones fundamentales de cada una a la luz de los conceptos de las actuales adquisiciones psicoexperimentales no analíticas. Creemos que nuestra principal misión debe ser la de un
intento de integración del enorme saldo positivo del psicoanálisis
dentro del más amplio marco de la psicología científica, permitiendo así comenzar el difícil proceso de una psicosíntesis.
Para terminar, deseamos aclarar que las citas bibliográficas correspondientes a cada capítulo han sido cuidadosamente seleccionadas, de modo que puedan evitarse las lecturas innecesarias o
la búsqueda de obras agotadas o inaccesibles.
Río de Janeiro, 1963.

Emilio Mira y López

2
C. P. OBERNDORF, History of pstjchoanalysis in America, pág. 234, Nueva
York, Gruñe and Stratton, 1953.

PANORAMA DE LA MEDICINA Y DE LA PSIQUIATRÍA
EN LAS POSTRIMERÍAS DEL SIGLO XIX.
LA FORMACIÓN DE EREUD.
PSICOGÉNESIS DEL PSICOANÁLISIS.

1

Panorama de la medicina y de la psiquiatría en las
postrimerías del siglo xix.
No podríamos comprender el significado del vasto y diverso
movimiento psicoanalítico actual si no nos remontáramos antes,
siguiendo su propia técnica de trabajo, hacia su génesis. Y ésta,
a su vez, tampoco nos lo revelaría si no estudiásemos el marco
referencial de conceptos y hábitos en el que se inscribió inicialmente la prodigiosa actividad de la inquieta, perseverante y angustiada mente que lo creó.
Sin duda alguna, el pasado fin de siglo parecía justificar el
orgullo de no pocos profesionales de las ciencias biológicas y
también las esperanzas de muchos cultivadores de la psicología.
La fisiología y ía patología habían progresado en pocos lustros
más que en los siglos precedentes. Los trabajos de Virchow,
Pasteur, Lister y Claude Bernard habían dado una sólida base
objetiva y experimental a la medicina, permitiendo, inclusive, un
rápido avance en el campo terapéutico. Por otra parte, debido al
impulso de Wundt, Stanley Hall, W. James, Morton Prince, Rivers,
Cattell, Fouillée, Ribot y muchos otros, ía psicología había comenzado a separarse como disciplina autónoma, adoptando las
normas metodológicas de la ciencia analíticoexperimental y repudiando su larga tradición especulativa.
En un afán de superación y de recuperación del tiempo perdido,
surgían las diversas especialidades médicas y entre ellas reclamaba s
lugar la llamada neuropsiquiatría. Si aún en el siglo anterior
había cirujanos que atribuían a la obra del Diablo las muertes
postoperatorias, ahora los psiquíatras explicaban el delirio místico
por alteraciones de una determinada zona cerebral. Sin advertirlo,
los más autorizados neuropsiquíatras, partidarios del llamado "método anatomoclínico", resucitaban "por dentro" la desacreditada
frenología de Gall y bautizaban las arbitrarias entidades psicomórbidas con largos y pomposos títulos de la anatomopatología
cerebral. De esta suerte la psiquiatría quedaba reducida a la patología encefálica. No obstante, quedaba un reducto de alteraciones

que pretendían romper las barreras en el campo del trabajo. Ya
se esbozaban en la educación los diversos movimientos que hoy
triunfan con los nombres de "nueva pedagogía", "escuela activa",
etc. En el campo del arte, como una afirmación de subjetividad
frente a las presiones ambientales, surgía el impresionismo. En el
derecho penal se oían ya las voces que proclamaban la necesidad
de ayudar al delincuente más que la de castigarlo, para que dejase de serlo. En los campos más serenos de la disquisición filosófica, comenzaban a filtrarse las ideas del vitalismo y del existencíalismo, las del neokantismo, de krausismo, como una reacción ante un exceso de influencias tomistas y cartesianas. "En las
venas del hombre razonador del siglo xvm (homo philosophicus
sive theoreticies) --escribe Dilthey y posteriormente lo refirma
Scheler-- no corre sangre sino ideas".
¿Qué tiene de extraño, pues, la admiración juvenil de Freud
por las posiciones antitéticas? Uno de sus biógrafos (Jones) la
destaca a menudo, y otro 1 señala que las lecturas preferidas del
genio vienes eran Fausto y Werther, de Goethe, y El origen de
las especies, de Darwin, La influencia goethiana sobre Freud fue
realmente inmensa y en la obra de Wittels su estudio abarca
nada menos que 58 páginas. Mas también la teoría evolucionista
se arraigó profundamente en él y por ello, durante bastante tiempo, su vocación osciló entre el estudio de las ciencias fisiconaturales y el de las ciencias del espíritu. Se decidió finalmente por
la medicina, pero su interés por los problemas biológicos generales le llevó a acercarse y admirar especialmente al profesor de
fisiología E. Brücke. Sin duda, Freud pasó más horas estudiando
los Versuchstieren (animales de experimentación) que viendo los
casos clínicos de las salas de patología interna, pues aun en la
Facultad se sentía más naturalista que médico. Por esta razón,
cuando se licenció sólo consiguió ubicarse en la neurología, especialidad que le permitiría salir más pronto del campo médico.
A la sazón, era Francia el país donde se cultivaba con mayor
brillo y hacia ella --más precisamente hacia el servicio de Charcot
en la Salpétriére de París-- se dirigió el joven licenciado vienes.
Ciertamente, debió sentir un agradable desahogo cuando advirtió
que --sin duda por el impacto del magnetismo mesmeriano-- el
gran neurólogo Charcot se interesaba especialmente en el estudio
de la histeria. Ya no eran el microscopio, el mierótomo y los complicados y monótonos exámenes de laboratorio lo que se necesitaba
como medios de investigación sino los propios ojos, no como un
mero recurso de contemplación sino como dardos portadores de
1

WITTELS, Freud and his time.

que, a pesar de ser consideradas como de naturaleza nerviosa,
resistía a todo intento de localización material. Tales enfermedades
sine materia fueron designadas con el calificativa de "neurosis" y
entre ellas se incluyeron, con singular relieve, dos que estaban
muy en boga: la histeria y la neurastenia, la primera considerada
entonces como propia del sexo femenino y la segunda, del
masculino.
Triunfaba así el pensamiento cartesiano. Se entronizaba la razón
y el positivismo dominaba en el pensamiento de una gran parte
de los médicos europeos. Se contentaban éstos con intentar sanar
el cuerpo, y dejaban los males del "espíritu" al cuidado de los
sacerdotes; sólo una osada minoría se atrevía a proclamar que
éstos dependían de aquéllos. Al mismo tiempo, Europa vivía la
fase áurea de la revolución burguesa y en todas las relaciones
sociales se imponía una doble actitud que hacía vivir en tensión
a quienes las establecían, pues era demasiado lo que debían simular y disimular. Se mantenían en secreto ideas y sentimientos
conscientes; la "buena educación" no permitía dejarlos traslucir.
La llamada moral victoriana reinaba en todo el Viejo Continente
y se consideraba que el hombre vale en la medida en que se opone
a sus instintos de origen animal. Tan arraigado era ese criterio
que el peor de los insultos era llamar a un individuo, al mismo
tiempo, "animal" y "desalmado", como si no se percibiese que,
por su etimología, ambos términos se excluyen.
En ese marco referencial, la familia estaba obligada a ser un
grupo íntimamente unido, jerárquicamente estratificado en forma
irreversible y con papeles rígidamente establecidos para cada uno
de sus miembros. La dispersión de sus fórmulas de convivencia
se concebía como una señal de grave peligro para su misión de
"célula social". La misma rigidez reinaba en la escuela y se imponía en los ambientes de trabajo. Por ello, nada tiene de extraño
que quien desease afirmar el derecho de vivir cada cual "su vida",
fuese considerado como revolucionario y puesto al margen del
grupo dominante.
La formación de Freud.
Ya cuando Sigmund Freud terminó sus estudios de medicina
existían, sin embargo, muchas señales de cambio y de protesta
contra esta situación. Las antítesis fermentaban en todos los terrenos: en el campo político-social crecían y se extendían los círculos
anarquistas --con prescindencia de la situación económicosocial
de sus miembros-- y se organizaban también las "Internacionales"

un fluido que dominaba a las pacientes haciéndolas pasar por la
letargía, la catalepsia y el sonambulismo, las tres fases típicas de
la hipnosis. Freud, tímido, hosco, un tanto taciturno, vio en la
hipnosis un medio de superación que le transformaría en un terapeuta casi todopoderoso. Y tanto se entusiasmó con la recia figura
humana de Charcot y con sus ideas que se dispuso a traducirlo
defendiendo sus obras, pocos años después, contra el escepticismo
de Bernheim (en la versión alemana del libro de éste sobre la
sugestión).
Conviene recordar, además, que la beca que le permitió ir a
París le fue gestionada por su colega Breuer (que también empleaba el hipnotismo, pero con otra finalidad, según veremos), y
aunque se había comprometido a interesar a Charcot en los trabajos de Breuer no se atrevió a discutirlos con él tan pronto como
advirtió que no los aprobaba.
Psicogénesis del psicoanálisis.

Dejemos aquí, empero, el sumario del curriculum freudiano, para
dirigir nuestra atención hacia quienes, por así decirlo, prepararon
en la mente de Freud la creación de su obra máxima, el psicoanálisis. En primer lugar hallaremos los trabajos de Naudeau,
quien ya en 1783 publicó un Ensayo terapéutico de las perturbaciones del alma donde las definía como alteraciones de la persona, independientes de su razón y de su voluntad, de naturaleza
emocional y capaces de engendrar las más diversas enfermedades
corporales, inclusive algunas de las más graves; para curarlas era
necesario dejar que el paciente "se desahogase, confiando sus penas al médico".
Más tarde, el mismo Kant atribuye los trastornos mentales a
una debilidad consciente que impide al sujeto frenar la ciega
fuerza de sus impulsos. Mas el principal concepto psicoanalítico
--el inconsciente-- también había sido ya descrito y estudiado anteriormente por Hartmann. Este autor, en su Filosofía de lo inconsciente (publicada en 1867)*, afirmaba ya que no pasamos
de ser una especie de fantoches, movidos por hilos ocultos en
nuestro pasado. Si Comte afirmó que los muertos mandan, Hartmann sostuvo ya que el inconsciente nos dirige, mucho antes que
Freud lo comprobase y difundiese.
También la "dinamización" de la psicología --atribuida exclusí1
E. VON HARTMANN, Fhilosophie des Unbewussten. Versuch einer Weltanschauung. 3 vols., 1867.

v amenté a Freud-- fue en realidad el resultado de una reacción
general contra el estatismo y el atomismo imperantes en esa disciplina. William James, que nunca es citado en las obras psicoanalíticas, fue el primero en afirmar que toda conciencia es motriz,
que la acción precede al pensamiento y que existe, por lo tanto,
un perpetuum mobile en el telón de nuestra vida íntima. En cuanto a la influencia darwiniana sobre el creador del psicoanálisis, es
evidente que sobrepasa el mero concepto evolucionista; en su
libro sobre el mecanismo de la expresión emocional en el hombre
y en el animal, Darwin señala numerosos ejemplos de "somatización" y de "conversión" de potenciales emocionales en síntomas
corporales.
Goethe comenta este hecho diciendo que también --por tener
una menor capacidad de represión y de disimulo-- el animal expresa toda su vida sexual en gestos y conductas musculares, observándose mejor en él la facilidad del paso o transformación de la
intención en tensión muscular (in-tensión). Y Darwin extiende el
concepto hasta la zona glandular, pues recuerda que el perro castigado pierde el apetito al mismo tiempo que el deseo de moverse.
Si un ser humano exhibe una reacción semejante de un modo persistente, la llamamos histérica, y atribuimos al psicoanálisis el descubrimiento de ese mecanismo. Si Darwin observó que los animales expresan en términos físicos las incidencias de su vida individual, alterando involuntariamente su cuerpo de acuerdo con ellas,
es obvio que fue un predecesor de la teoría psicoanalítica de las
neurosis.
Por otra parte, mientras Freud visitaba a Charcot y se adscribía
a su escuela, Bergson iniciaba su lucha vitalista y postulaba la
fuerza del célebre élan vital contra la debilidad de la razón. También Rivers, en Inglaterra, en su libro sobre el inconsciente, ya
Iniciado entonces aunque todavía no publicado, comentaba varios
casos de disociación de la personalidad y de sonambulismo dándoles una explicación meramente psicológica (oposición de un deseo primario a otro secundario, impuesto desde afuera). Finalmente,
en 1892, Ingersoll publicó un ensayo en el cual, de acuerdo con
su etimología, atribuía la histeria a una perturbación sexual debida
a la insatisfacción de deseos libidinosos. Es evidente, pues, que
Freud tuvo bastantes predecesores, inclusive entre los filósofos y
moralistas más antiguos (Crisipo, por ejemplo, afirmaba antes de
nacer Jesucristo, que "el amor insatisfecho se transforma en rabia";
La Rochefoucauld escribió que "nuestras virtudes, a menudo, sólo
son vicios enmascarados", y Moliere creó su Malade imaginaire
mucho antes de que nacieran los padres de Freud). Mas, como
ya lo indicamos en el prólogo, ninguna obra de la cultura humana

es una creación enteramente original, ex ovo, y todas necesitan
una base de sustentación, proporcionada por atisbos de antítesis
de los conceptos, criterios o hábitos que van a modificar. Si citamos los antecedentes del psicoanálisis (renunciando inclusive a los
más vulgarmente conocidos, como, por ejemplo, los trabajos de
Pierre Janet sobre la tensión psicológica) es tan sólo para no presentar a Freud como un semidiós sino como un genial investigador.

2

EL PSICOANÁLISIS FREUDIANO "ORTODOXO".
VISIÓN PANORÁMICA DE SUS DIVERSAS BASES CONCEPTUALES.
ESTUDIO DE LA PRIMERA FASE: TRABAJOS CONJUNTOS DE
BREUER Y FREUD. MOTIVOS DE SUS DIVERGENCIAS.
FIN DE LA ÉPOCA CATÁRTICA.

El psicoanálisis freudiano "ortodoxo".
La enorme obra escrita de Freud, recogida en las diversas ediciones de sus Sammelwerken (Obras completas), ha sido ya suficientemente divulgada como para que nos creamos obligados a
exponerla en detalle. Necesitamos recordarla, sin embargo, en sus
puntos fundamentales y en sus diversos períodos, ya que si hoy
--muerto su creador hace ya más de 20 años-- se la considera
como un cuerpo de doctrina unitario y "ortodoxo", el genial e
inquieto espíritu de su creador fue siempre, en realidad, heterodoxo con respecto a sí mismo. En el curso de su fecunda producción demostró varias veces la verdad del proverbio que afirma
que "es de sabios mudar de opinión", alterando no solamente la
forma sino el fondo de sus conceptos. A cada uno de sus virajes
ideológicos corresponde una fase bien distinta de su obra y, por
ello, correríamos el riesgo de desorientar al lector si no las díferenciáseínos debidamente para esclarecer nuestra crítica.
Visión panorámica de sus diversas fases conceptuales.
Esa relación expositiva, que haremos ajustándonos como siemre a una pauta evolutiva y cronológica, se basará principalmente en
ia presentación descriptiva del psicoanálisis que el mismo Freud hizo
en una monografía1, en las excelentes síntesis expositivas de
Alexander y de Schiider y en la biografía retrospectiva de su fiel
discípulo E. Jones.
La dividiremos en seis etapas a las que daremos por títulos,
suficientemente expresivos como para dispensar más explicaciones,
los siguientes:
1. La fase de simple catarsis, abreaccián o cura por el desahogo
verbal. En esta fase, el psicoanálisis es más una propiedad de
1
SIGMUND FHEUD, Selbstdarstéllung. Medizin der Gegenwart, Munch. Med.
Wochenschrift.

Breuer que de Freud y se reduce a una técnica para permitir a
los pacientes de histeria que reduzcan sus tensiones íntimas y se
desahoguen, contando las situaciones que las motivaron y reviviendo sus reacciones ecforiantes.
2. La fase del pansexualismo interpretativo, o sea, de "explosión'
libidinal en la etiología de las neurosis.
3. La fase o etapa de sistematización de la teoría del inconsciente y la interpretación onírica.
4. La fase de la estructuración tripartita del "aparato" psíquico.
5. La fase Tanatos.
6. La fase de revalorización del hasta entonces descuidado yo.
Obviamente, la técnica de exploración fundamental que es aún
usada por todas las escuelas que se llaman psicoanalistas, o sea la
técnica de cura verbal (talking cure) sobre la base de las llamadas
"asociaciones libres", se descubrió en la primera de estas fases,
pero inexplicablemente ésta es la fase más olvidada por los freudianos en sus referencias, pues quizás, por no ser debida a la exclusiva paternidad del maestro, no la consideran incluible en el
marco del psicoanálisis propiamente dicho, al que hacen nacer
con la segunda. Nosotros, empero, la consideramos esencial y
por lo tanto la describiremos con igual cuidado que las restantes.
Estudio de la primera fase: trabajos conjuntos de Breuer y Freud.
Joseph Breuer, once años mayor que Freud, era también un
médico vienes. En 1880 estaba de moda el hipnotismo como medio
terapéutico (como vuelve a estarlo 80 años después) y por esto
comenzó a utilizarlo en el tratamiento de la histeria. Dedicado a
la clínica general y contando con una vasta clientela, Breuer se
interesó seriamente por este método, que le parecía innocuo, de
fácil aplicación y de rápidos resultados. Por ello, cuando se le
presentó una enferma --Ana-- que presentaba una sintomatología
difusa, aparentemente grave pero sin lesiones, comenzó su curación con la sugestión hipnótica. En una de las sesiones, la paciente revivió una serie de desagradables escenas protagonizadas
por su madre y una dietista; mientras las refería dio muestras de
gran desasosiego y pasó por una impresionante crisis histérica, pero
al despertarse afirmó que se sentía muy mejorada, como si se
hubiera sacado un peso de encima.
Dotado de una orientación neurobiológica, pero carente de intuición, Breuer no advirtió el alcance de ese hecho y lo explicó

admitiendo simplemente que existían en los histéricos ciertas condiciones del sistema nervioso que favorecían el bloqueo y ulterior
enquistamiento de ciertos potenciales de acción que obstruían así
el libre fluir de las corrientes nerviosas y producían la sintomatología, a veces por el refuerzo desencadenante de una intoxicación,
una emoción o cualquier otra causa nociceptiva. El paciente podía entonces entrar en estado "hipnoide" y, durante el mismo, aquellos quistes se deshacían, reviviéndose los traumas que los originaron. Esta teoría de los estados hipnoides o "segundos" fue comunicada por Breuer a Freud en 1882, cuando este último se encontraba todavía enfrascado en estudios de histopatología nerviosa
y glandular (recordemos, por ejemplo, sus primeros trabajos, referentes al origen de las raíces posteriores de la médula y acerca
de la estructura del órgano lobulado de la anguila, descrito como
testículo). Freud se convirtió en amigo y colaborador de Breuer
pues ambos habían sido discípulos del fisiólogo Briicke, y aceptó
la idea de trasladarse a París --con una beca obtenida por mediación de Breuer-- para seguir de cerca los trabajos de Charcot
sobre histeria e hipnosis y, a la vez, referirle los trabajos de aquél.
Si bien así lo hizo, el gran neurólogo francés no les prestó la
menor atención y Freud, tímido e introvertido, retornó a Viena,
donde colaboró nuevamente con Breuer durante algunos años,
hipnotizando con la técnica indicada por Charcot a gran número
de sus pacientes, pero ocupándose, también, de temas bien diversos (tales como la emancipación de la mujer, la cuestión obrera,
la farmacología de la coca, etc.). Hacia 1886 comenzó a observar
los contenidos verbales "expulsados" durante la abreacción catártica y advirtió que, con singular frecuencia, hacían referencia a
asuntos de naturaleza sexual. Mas no se detuvieron aquí sus
hallazgos; interrogando a sus pacientes durante la fase de sonambulismo se convenció de que los acontecimientos que ejercían
mayor acción patógena --y cuya rememoración aliviaba más los
síndromes existentes-- no sólo eran de naturaleza sexual conflictiva sino que correspondían a los primeros períodos del desarrollo
infantil. En este período, de 1888 a 1893, a pesar de seguir colaborando con Breuer y preparar con él su trabajo conjunto Studien
über Hysterie la mente de Freud empezaba a separarse del criterio
interpretativo de su colega. En ella comenzaba a germinar lo que,
años más tarde, sería su teoría sexual de las neurosis. Necesitaba
ahora un apoyo y un estímulo para lanzarse por esa nueva y revolucionaria vía y los encontró en su creciente amistad con Wilhelm
Fliess, médico otorrinolaringólogo berlinés. Éste, tan inquieto como Freud, a pesar de tener una clientela y una posición económica
envidiables, pasaba largas horas estudiando historia, arte, filosofía

y numerología. Poseído por una verdadera ritmomanía quería averiguar toda clase de periodicidades, y en el libro que publicó más
tarde (Lebenslauf, Curso de la vida) afirma que cada sexo tiene
-su periodicidad, siendo ésta de 28 días para el femenino y de 23
para el masculino. Como la diferencia entre esos períodos es de
5, consideró a éste como una especie de número mágico, pues también interviene en la suma de aquéllos (28 más 23 son 51). En
consecuencia, Fliess comenzó a estudiar los acontecimientos que
ocurren cada 5 años, meses, días, horas, etc. Se dirigió a Viena
para estudiar con el fisiólogo Brücke los ritmos corporales y allí
conoció a Breuer y a Freud, trabando especial amistad con éste
y casándose con una paciente de aquél.
Freud quedó deslumhrado ante la prodigiosa actividad imaginativa de Fliess y, sobre todo, ante su extraordinaria vitalidad.
Por ello, cuando éste retornó a Berlín, inició con él una correspondencia que habría de durar 15 años y consistir en más de 400
cartas, de las cuales apenas se conservan 84. Fliess había observado que muchas de sus cuentas sufrían síntomas nasales, andando
siempre con el pañuelo en la mano, y que eran, además, frígidas
o genitalmente insatisfechas. Pronto estableció una relación entre
esos hechos y consideró la obstrucción de la nariz como una compensación de esa insatisfacción. También descubrió que hay en
los cornetes puntos sensibles, de tipo erógeno, constituidos por
ramificaciones del trigémino y que, al ser tocados con un estilete,
provocan una abreacción neuromotriz que es capaz de mejorar o
curar la sintomatología de muchos neuróticos. Freud, que estaba
realizando entonces estudios sobre la cocaína, le sugirió que la
usase en aplicaciones tópicas en lugar del estilete. Y así se dieron
en Alemania, con 30 años de antecedencia, escenas semejantes a
las que provocaría en España el Dr. Asuero.
Mas Fliess había observado --siempre obsesionado por los números-- que las mujeres que poseían una periodicidad de 25 días
(ni 23 ni 28) eran bisexuales (o sea que llegaban al orgasmo con
ambos sexos) y tuvo con esto suficiente base para lanzar su teoría
del bisexualismo humano, antes que la enunciase Magnus Hirschfeld. Freud la aceptó íntegramente entonces y comenzaron a tornarse más tensas sus relaciones con Breuer, pues éste, dotado de
una mentalidad realista y clásicamente anclada en el método anatomoclínico, no admitía otra explicación que la antes citada (facilidad para la extrapolación de ciertos procesos mentales que se
enquistaban, etc.).
No era muy diferente la concepción de Charcot, quien admitía
una mayor facilidad de provocación de los estados hipnoides en
los casos de histerismo por hallarse éstos afectados de una "estre10

chez" del campo consciente. Por otro lado, la influencia de la
brillante personalidad de Charcot sobre Freud había sido tan
grande que, incluso cuando Freud tradujo, años más tarde, el libro
de Bernheim en el que se criticaba a Charcot, se creyó obligado
a defenderlo tanto en el prólogo como en las notas de su traducción.
Motivos de sus divergencias.
Se comprenden, pues, sus dudas y la necesidad de que Fliess
lo animara a lanzar sus propias ideas. Más adelante llegó a darse
cuenta que estas ideas se encontraban también en el subconsciente
de sus opositores y cuando escribió su Historia del movimiento
psicoanalítico comentó ese hecho con estas observaciones: "La primera diferencia entre Breuer y yo surgió con motivo de la interpretación del mecanismo íntimo de la histeria. Él se inclinaba
siempre en favor de una teoría que podríamos llamar fisiológica
y pretendía explicar la disociación anímica por un bloqueo de ciertas vías asociativas que excluiría del campo consciente importantes
sectores de la experiencia psíquica y produciría los estados hipnoides. Yo, en cambio, me adscribía a una teoría psíquica y creía que
tales sectores habían sido voluntariamente rechazados o expulsados
del plano de la conciencia por ser molestos y angustiantes. Y pude
comprobar que lo eran, porque su contenido sexual resultaba incompatible con la moral o ética individual. Entonces me consideré descubridor de ese hecho, aunque más tarde advertí que, en
realidad, ya había sido enunciado por tres personas cuya opinión
podía contar con mi más profundo respeto". Esas personas eian
Breuer, Charcot y el gran ginecólogo vienes Chrobak. Seguidamente, Freud pasa a relatar lo que ocurrió y escribe: "Pregunté
a Breuer, después de haber atendido a una enferma, cómo seguía
su neurosis y me respondió que la explicación de la misma estaba
en "secretos de alcoba"; asombrado, inquirí qué quería expresar
con ese término y me respondió: "es claro, secretos del lecho conyugal. ¿No sabe Ud. que es allí donde se forman las neurosis?".
Su indecisión antes de separarse doctrinariamente de Breuer fue
an grande que todavía en una carta escrita a Fliess, el 19 de abril de
1894, escribe: "Como todo ser humano que necesita de alguien que
e sugiera ideas para descansar de su propia crítica, voy a decirle
que hace tres semanas que no he podido ocuparme ni ha- cer nada,
ni siquiera comer. He tenido intensas arritmias, dolores precordiales
que bajan por el brazo izquierdo, disnea, molestias en las piernas,
insomnio, etc. A veces esas molestias orgánicas (el subrayado es
nuestro) se atenúan durante unos días para dar paso
11

a un estado de hipomanía en el que me parece que tendré una
larga vida. Para un médico que desea, durante todas las horas
del día, captar el sentido de la neurosis, es torturante no poder
saber si la depresión que sufre es lógica o hipocondríaca, orgánica
o psíquica. No sé hasta dónde es posible diferenciar esas dos condiciones, pero creo que eso debería poder ser hecho sobre la base
de los síntomas subjetivos y de su evolución y que Uds., los clínicos, deberían saber cómo interpretarlos".
Fin de la época catártica.
Debido a su neurosis, Freud llegó inclusive a consultar al propio Breuer (a quien llama Dr. X en sus cartas), quien le aseguró
que sus síntomas se debían a un exceso de cigarrillos, pues en
esa época fumaba enormemente. A pesar de ese dictamen, que el
mismo Fliess corroboró luego, escribe en esa ocasión: "¡Debo decirte que en este punto es la primera vez que mi opinión diverge de
la tuya. Tengo la impresión de que me ocultáis la verdad. Poseo
suficiente valor para soportar con firmeza la perspectiva de tener
una vida breve (Freud creía tener entonces una miocarditis) y
el saberlo con certeza tal vez me fuese favorable para planear mi
existencia y gozar razonablemente del tiempo que me resta de
vida. Ahora estoy incapacitado para el trabajo y he comprendido
que en el caso de una enfermedad crónica no podría contar con
el consuelo científico. Por esto no he tenido ánimo ni para leer
tus excelentes historias clínicas. Mi trabajo acerca del conocimiento de la neurosis quedó interrumpido
Vemos, pues, que el gran creador del psicoanálisis tuvo una neurosis de angustia y que, a pesar de estar ya convencido en esa
época del origen sexual de ese tipo de manifestaciones y de afirmarle dos colegas y amigos el exacto diagnóstico clínico, no consiguió aplicar a sí mismo esos conceptos. Además de exagerar
entonces el erotismo oral pasivo (succionando constantemente cigarrillos) y crearse una intoxicación por el abuso del tabaco, existían dos factores de angustia: la represión libidinal y la necesidad
de autocastigo.
Conviene recordar también que en esta fase de transición, premonitoria del lanzamiento de su teoría sexual de las neurosis,
Freud fue, durante bastante tiempo, defensor de las ideas erróneas
de Charcot respecto de la histeria, y fue en este campo en donde
inició su apartamiento de Meynert, quien, por ser antisemita, sentía antipatía hacia Freud. No obstante, su amistad cada vez más
íntima con Fliess lo anima a preparar su rompimiento final con

Breuer. Por otra parte, la dificultad que Freud tuvo siempre para
obtener rápidas transferencias de sus pacientes hacía que éstas
no se hipnotizasen con facilidad ante él ni dijeran lo que él deseaba.
Por esto comenzó a abandonar la hipnosis como método catártico
y a emplear en su lugar el interrogatorio, de un modo coactivo,
usando el llamado "método de concentración" cuando le parecía
que podía obtener con él una evocación más rápida de los "traumas sexuales", tan afanosamente buscados: no se limitaba entonces
a sugerir lo que la paciente debía recordar sino que le posaba la
mano en su frente y la inducía a concentrarse para conseguir ese
recuerdo, en la seguridad de que con él vendría la cura de sus
trastornos. Tal interrogatorio de presión (Druckfragen, en alemán)
recuerda bastante al que es común en los despachos policiales y
tiene poco de científico. Obviamente, la mayor parte de las histéricas así tratadas evocaron escenas de su infancia y tuvieron dramáticas abreacciones de sus sentimientos sexuales, pero, ¿puede
darse crédito a esos hechos? El mismo Freud tuvo la nobleza, más
tarde, de dudarlo, como, más adelante veremos. (En la edición de
1906 de sus Studien über Hysterie admitía ya que las fantasías
autoeróticas y los devaneos imaginativos podían reemplazar a reales traumas sexuales en la patogenia sintomática de la histeria).

3

LA APARICIÓN DEL PSICOANÁLISIS COMO TEORÍA
EVOLUTIVA Y PANSEXUAL DE LA VIDA HUMANA.
LA TEORÍA DE LA LIBIDO.
EL INCONSCIENTE FREUDIANO.

La aparición del psicoanálisis como teoría evolutiva y pansexual
de la vida humana.

En 1898, Freud se decidió a lanzar su teoría sexual de las neurosis. Tras algunos artículos aparecidos más o menos tímidamente,
escribe entonces el folleto titulado: La sexualidad en la etiología
de las neurosis, en el que ya afirma que la neurosis es el negativo
de la perversión, o sea, que el neurótico lo es no por el mero
hecho de tener problemas libidinales o libidinosos, sino por querer oponerse a solucionarlos de acuerdo con sus impulsos. Si así
lo hiciese podría transformarse en delincuente o en elemento indeseable para la moral social, pero ciertamente no surgiría en él la
neurosis. La lucha entre el deseo y el deber, entre la inclinación
y la razón o, mejor, el imperativo ético, es lo que produce la
angustia neurótica. En su represión de impulsos sexuales inconfesables llega el histérico a no poder disfrutar de los confesables
y a ser frígido, a pesar de poseer una intensa libido. Freud estableció enseguida una diferencia entre la conducta genital y las
fantasías eróticas de los neuróticos y por esto se explica que para
él la sexualidad desborde en mucho el campo de la genitalidad.
La teoría de la libido.
A pesar de que con esa diferencia mitigaba la violencia de su
afirmación inicial acerca del papel patógeno del trauma sexual,
Freud siguió recibiendo el impacto de las protestas y objeciones
que enseguida levantó su publicación y --en el intervalo que media
entre 1898 y sus conferencias en la Universidad de Clark-- dio al
concepto de libido matices más o menos sexuales y genitales. No
obstante, cuando se decidió a presentar en forma sistemática su
psicoanálisis ya lo hizo admitiendo que el niño es un "perverso
polimorfo", que tiene una intensa vida libidinosa y que inclusive
durante su fase de lactante se masturba. La boca es el primer
centro del placer sexual (fase oral de la libido), pasando éste al
15

iniciarse el segundo año y, sobre todo, durante éste y el tercero
hacia el polo anal (erotismo anal) y uretral, para entrar más tarde
en la llamada fase de latencia y superar finalmente todas esas
etapas autoeróticas y fijarse en objetos exteriores y en la zona
genital. La llamada "fijación materna" ocurre precozmente y tiene
lugar por extensión --en virtud del principio del pensamiento mágico llamado de la pars pro \toto-- del placer proporcionado por
el seno materno y por la ulterior gratificación que la madre da a
todos los deseos infantiles. En suma, Freud admite que la libido
es una energía capaz de desplazarse, en el curso evolutivo, de unas
zonas corporales a otras (llamadas zonas "erógenas" porque se convierten en centros del placer sexual), para fijarse finalmente en la
zona genital, y admite también que es posible que se proyecte y
fije externamente en "objetos" o "imagos", el primero de los cuales es la figura materna, para después extenderse a otros y concentrarse más tarde en una persona no familiar del sexo opuesto
que pasará a ser cónyuge o amante.
Tal evolución y tales migraciones de la libido pueden verse
interrumpidas por diversas causas, y entonces se producirá una
detención o fijación anacrónica o, inclusive, una regresión libidinal,
que dará origen a diversos tipos de perturbaciones mentales. En
esta fase de su pensamiento, Freud concibió la libido (sexualis)
como "una fuerza cuantitativamente variable, cuyos procesos y
transformaciones pueden ser apreciados en los dominios de la excitación sexual". Pero en 1905 agrega: "Separamos esa libido de
los procesos energéticos sobre los que se basa la actividad anímica
y por lo tanto le atribuimos también un carácter cualitativo". Poco
después afirma: "El análisis de las perversiones y de las neurosis
nos ha mostrado que la excitación sexual no es producida solamente por las llamadas hormonas sexuales sino por todo el cuerpo,
Construimos, por lo tanto, la idea de un quantum libidinal cuya
representación psíquica llamamos "libido del yo" y cuya producción, aumento, disminución y dislocamiento han de ofrecernos posibilidades de explicación de los fenómenos psicosexuales". Es,
pues, bien claro que Freud no limita su libido a una fuente hormonal determinada, sino que, incluso con anterioridad al descubrimiento del papel de la hipófisis, hace proceder de \todo el cuerpo
sus orígenes. Pero, al mismo tiempo, declaraba que esa libido
sexualis era de tipo bisexual (idea que podría parecer confirmada
por la gran semejanza química existente entre las fórmulas de las
hormonas masculina y femenina) localizándose principalmente en
el pene masculino y en su equivalente femenino (clítoris).
La publicación de estas ideas en Viena --que entonces vivía
en todo el esplendor cortesano del reinado de Francisco José--
16

produjo el efecto de una bomba y se dijo que se trataba de una
nueva pornografía seudocientífica que llevaría al médico a violar
secretos de la vida íntima con el pretexto de buscar un diagnóstico.
A esto replicó valientemente Freud diciendo que en Turquía, hasta
pocos años atrás, las mujeres no podían todavía ser examinadas
por los médicos y debían mostrar el brazo a través de un agujero
en la pared, para que se les tomara el pulso.
¿Cómo pudo elaborar esa teoría tan audaz cuando apenas había
tenido ocasión de examinar un reducido número de niños, que
además eran portadores de disturbios y no podían ser considerados como normales? Porque la dedujo de los testimonios de las
pacientes adultas histéricas, sometidas por él a un interrogatorio
en el que, sin darse cuenta, con la pregunta iba implícita la respuesta, y del mismo modo como Charcot consiguió enseñar a sus
enfermas de la Salpétriére que se comportasen de acuerdo con su
concepto de la crisis histérica, Freud obtuvo de las suyas que hablasen de acuerdo con lo que él deseaba oír. Y Freud llegó a un
error mayor cuando quiso dar una patogenia sexual unívoca a
cada neurosis: la neurastenia, por ejemplo, era --según él-- provocada por la excesiva masturbación; la neurosis de angustia era
debida al coitus interruptus, etc.
Muchos de los adeptos de Freud no admiten hoy, en su formulación sistemática, la teoría freudiana de la libido, y así Theodor
Reik, que fue uno de sus más fieles discípulos1, ha escrito, nada
menos, que esa teoría constituye "la fuente de los mayores y más
incomprensibles errores de toda la obra freudiana".
En cambio, no han faltado discípulos y seguidores de Freud que,
lejos de mitigar como él hizo, la cruda formulación de su teoría,
la han exagerado hasta tornarla absurda. Entre ellos cabe destacar
a Wilhelm Reich, quien de tal modo se impresionó por la comparación que Freud hizo entre su libido y el élan vital bergsoniano,
que llegó a crear el concepto de la "orgona" --energía sexual
universal-- que se encuentra por doquier y que puede concentrarse,
como la célebre energía magnética de Messmer, en el cuerpo humano, animándolo, revigorizándolo y curándolo de cualquier enfermedad, incluso del cáncer. Ya veremos que esta exagerador
de Reich le costó ir a la cárcel (y, lo que es peor, morir en ella)
mas, de todos modos, no se puede negar que l*a teoría de la libido,
tal como fue formulada por Freud en sus célebres conferencias
de la Universidad de Clark, es hoy puesta en tela de juicio hasta
por aquellos que se titulan freudianos. Recordemos a este respecto que en el libro de Sears, donde se concentran todas las ten1

Véase su libro: Treinta años con Freud.

tativas de comprobación experimental de estas migraciones y excursiones libidinales (no solamente de unos órganos corporales a
otros sino de unos a otros objetos externos, desde la madre hasta
una herramienta de trabajo, un alimento, un libro o una nube),
también se exponen muy válidas dudas acerca de su veracidad,
Que exista una tendencia de la fuente de placer a ir descendiendo en la medida en que va avanzando el proceso de mielinízación, durante los dos primeros años de la vida, no significa que
se desplace ni la libido ni ninguna otra fuerza o entelequia, sino
que se colocan en actividad centros sensitivos cada vez más distantes del polo oral y gracias a esto --no tanto por el placer como
por el dolor-- el niño completa su esquema corporal, termina de
limitar la imagen de su apariencia física y adquiere la posibilidad
de tener un yo. Por eso Freud fue demasiado lejos en sus conclusiones al considerar que cualquier satisfacción que el niño tenga
en esa fase de su desarrollo ha de corresponder a una actividad
erótica (o, más precisamente, autoerótica). ¿Cuándo pudo alguien
demostrar que no existe otro placer que el erótico? ¿Acaso el libre
juego de todos sus músculos que el lactante ejerce desde los primeros meses de su vida con evidente satisfacción (y que proporciona el llamado placer funcional) es también sexual? Si el mismo
Freud lo hubiese juzgado así, habría cometido un imperdonable
olvido al no haberlo incluido en su teoría, y si no lo juzgó --en
lo que fue correcto-- no se explica entonces por qué afirma que
todo placer primario, sensual o corporal, es de naturaleza libidinosa.
El inconsciente freudiano.
Probablemente Freud había leído ya el libro de Hartmann sobre
el inconsciente (aun cuando no lo cita) al elaborar con Breuer su
trabajo inicial sobre la histeria, pero también podemos admitir que
lo que hizo fijar su atención en el concepto del inconsciente fue,
sobre todo, el ver que después de la aparente mejoría o desaparición de los síntomas de sus pacientes tratadas con el método inicial de la

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