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LA CONSTRUCCIÓN-DECONSTRUCCIÓN DE LO FEMENINO EN LOS PRIMEROS TIEMPOS DEL PSICOANÁLISIS

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Autor/autores: francisco Javier Montejo Alonso
Fecha Publicación: 01/04/2019
Área temática: Psiquiatría general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

Psicólogo de la CM; profesor del Master de Psicoterapia psicoanalitica de la UCM.

RESUMEN

Los periodos históricos de crisis y agotamiento tienen elementos recurrentes y uno de esos es la feminización como respuesta transformadora en momentos de intenso malestar social y de agotamiento cultural. La adopción de la tesis de la bisexualidad por Freud (1890) es uno de los puntos de arranque de la teoría psicoanalítica y el punto de partida para desligar sexo y sexualidad, marcando la apertura hacia el concepto de género como construcción psíquica y/o social desligada de lo biológico. Lo femenino entra en el psicoanálisis como pregunta y enigma, y en la práctica clínica toma el lugar, inicialmente pasivo, de la paciente. Son principalmente mujeres las que habitaban el diván inicial de Freud, pero algunas no se limitaron a salir “curadas” del consultorio y decidieron convertirse ellas mismas en psicoanalistas.

Los trabajos de Freud, Ferenczi y Gross supusieron la irrupción de la perspectiva intersubjetiva de la relación sexual resituando la pregunta sobre la feminidad y convirtiendo a la mujer y lo femenino en “síntoma del hombre y de la cultura patriarcal”. Las aportaciones de Sabina Spielrein y Lou Andreas-Salomé prepararon la entrada masiva de las mujeres en la práctica psicoanalítica y en sus instituciones. La importancia de la mujer y de lo femenino tuvo tal magnitud durante el segundo periodo de institucionalización del psicoanálisis, 1918-1938 que además de impulsar decisivos debates, supuso que las mujeres psicoanalistas alcanzaran rápidamente posiciones de poder institucional y científico en el mundo psicoanalítico.

Palabras clave: Genero; historia psicoanalisis; Ferenczi


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LA CONSTRUCCIÓN-DECONSTRUCCIÓN DE LO FEMENINO EN LOS PRIMEROS TIEMPOS DEL PSICOANÁLISIS
Francisco Javier Montejo Alonso
montejo. alonso@gmail. com
Género; Feminidad; identidad sexual; Feminización de la Cultura; Historia del psicoanálisis;
Freud; Otto Gross; Ferenczi; Sabine Spielrein, Lou Andreas-Salomé
Gender; Femininity; Sexual identity; Feminization of Culture; History of Psychoanalysis;
Freud; Otto Gross; Ferenczi; Sabine Spielrein, Lou Andreas-Salomé

RESUMEN
Los periodos históricos de crisis y agotamiento tienen elementos recurrentes y uno de esos es
la feminización como respuesta transformadora en momentos de intenso malestar social y de
agotamiento cultural. La adopción de la tesis de la bisexualidad por Freud (1890) es uno de
los puntos de arranque de la teoría psicoanalítica y el punto de partida para desligar sexo y
sexualidad, marcando la apertura hacia el concepto de género como construcción psíquica y/o
social desligada de lo biológico. Lo femenino entra en el psicoanálisis como pregunta y enigma,
y en la práctica clínica toma el lugar, inicialmente pasivo, de la paciente. Son principalmente
mujeres las que habitaban el diván inicial de Freud, pero algunas no se limitaron a salir
"curadas" del consultorio y decidieron convertirse ellas mismas en psicoanalistas. Los trabajos
de Freud, Ferenczi y Gross supusieron la irrupción de la perspectiva intersubjetiva de la
relación sexual resituando la pregunta sobre la feminidad y convirtiendo a la mujer y lo
femenino en "síntoma del hombre y de la cultura patriarcal". Las aportaciones de Sabina
Spielrein y Lou Andreas-Salomé prepararon la entrada masiva de las mujeres en la práctica
psicoanalítica y en sus instituciones. La importancia de la mujer y de lo femenino tuvo tal
magnitud durante el segundo periodo de institucionalización del psicoanálisis, 1918-1938 que
además de impulsar decisivos debates, supuso que las mujeres psicoanalistas alcanzaran
rápidamente posiciones de poder institucional y científico en el mundo psicoanalítico.

ABSTRACT
The historical periods of crisis and exhaustion have recurrent elements and one of these is
feminization as a transforming response in times of intense social unrest and cultural
exhaustion. The adoption of the thesis of bisexuality by Freud (1890) is one of the starting
points of psychoanalytic theory and the starting point for separating sex and sexuality,
marking the opening towards the concept of gender as a psychic and / or social construction
detached from the biological. The feminine enters psychoanalysis as a question and an enigma,
and in clinical practice takes the place, initially passive, of the patient. They are mainly women
who inhabited the initial couch of Freud, but some did not just leave "cured" of the office and
decided to become themselves psychoanalysts. The works of Freud, Ferenczi and Gross
supposed the irruption of the intersubjective perspective of the sexual relation resituando the
question on the femininity and turning to the woman and the feminine thing in "symptom of
the man and the patriarchal culture". The contributions of Sabina Spielrein and Lou AndreasSalomé prepared the massive entry of women into psychoanalytic practice and its institutions.
The importance of women and of women was of such magnitude during the second period of
institutionalization of psychoanalysis, 1918-1938 that in addition to promoting decisive
debates, it supposed that psychoanalytic women quickly reached positions of institutional and
scientific power in the psychoanalytic world.

INTRODUCCION
Los periodos históricos de crisis y agotamiento tienen elementos recurrentes y uno de esos es
la "feminización" como respuesta transformadora en momentos de intenso malestar social y
de agotamiento cultural. La Europa del fin del siglo XIX se enfrentaba al ocaso de la época
victoriana y una profunda transformación que era vivida como "decadencia".
Para aquellos que vivían con angustia y terror aquel periodo la feminización de la cultura y de
la sociedad era una de las causas de la "decadencia", mientras que para los que ansiaban que
por fin surgiera un nuevo mundo la feminización cultural era uno sus principales motores.
Nietzsche ya había enfatizado trágicamente la progresiva confusión de los caracteres
masculinos y femeninos y la popularización de la tesis de la bisexualidad a través de la obra
de Weininger, "Sexo y carácter" (1903), certificaba la quiebra de la masculinidad.
Conocemos por su correspondencia con Wilhelm Fliess (Masson, 1985) que Freud ya había
adoptado la tesis de la "bisexualidad" desde 1890, y que probablemente esta llegó a Weininger
a través de una indiscreción suya con un paciente, lo que supuso el detonante de su ruptura
con Fliess.

Pero no fue hasta 1905 que lo expuso con claridad al desarrollar su primera teoría pulsional
con los "Tres ensayos sobre sexualidad" (Freud, 1905a), probablemente su libro más
escandaloso junto al caso Dora, publicado ese mismo año (Freud, 1905b).
En "Tres ensayos sobre sexualidad" Freud marcó el punto de partida para desligar sexo y
sexualidad, marcando la apertura hacia el concepto de género como construcción psíquica y/o
social desligada de lo biológico, aunque faltaran más de cinco décadas para que el concepto
de "genero" irrumpiera en la psicología, el psicoanálisis y las ciencias sociales con John Money
(1955) y Robert Stoller (1964).
Lo femenino apareció en los albores del psicoanálisis como pregunta y enigma, y en la práctica
clínica tomando el lugar, inicialmente pasivo, de la paciente. Eran principalmente mujeres las
que habitaban el diván inicial de Freud, pero algunas no se limitaron a salir "curadas" del
consultorio y decidieron convertirse ellas mismas en psicoanalistas.
En esta ponencia nos ocuparemos de revisar las aportaciones de algunos psicoanalistas a la
construcción/deconstrucción de lo femenino y la feminidad en las primeras décadas del
movimiento psicoanalítico (1900-1920). Dividimos este trabajo en dos partes: en la primera,
"Lo femenino como síntoma del hombre y de la cultura patriarcal", nos ocuparemos de las
aportaciones de Sándor Ferenczi y Otto Gross que supusieron la irrupción de la perspectiva
intersubjetiva de la relación sexual y que resituaron la pregunta sobre la feminidad
convirtiendo a la mujer y lo femenino en síntoma del hombre y de la cultura patriarcal.
También incluiremos una breve revisión de un texto de Freud poco conocido que supuso su
irrupción en el análisis y la crítica social: "La moral sexual 'cultural' y la nerviosidad moderna"
(Freud 1908).
En la segunda parte revisaremos las aportaciones al tema de dos de las primeras mujeres
psicoanalistas: Sabina Spielrein y Lou Andreas-Salomé, que además de abrir nuevas
perspectivas sobre la feminidad, prepararon la entrada masiva de las mujeres en la práctica
psicoanalítica y en sus instituciones.
La importancia de la mujer y de lo femenino tuvo tal magnitud durante el segundo periodo de
institucionalización del psicoanálisis, 1918-1938 que además de impulsar decisivos debates,
supuso que las mujeres psicoanalistas alcanzaran rápidamente posiciones de poder
institucional y científico en el mundo psicoanalítico, algo totalmente inusual para la época,
contribuyendo decisivamente a la expansión psicoanalítica hacia la clínica infantil y la psicosis.
La brevedad de esta ponencia no nos permite adentrarnos en estos desarrollos posteriores,
conformándonos con trazar un breve esbozo de aquellos primeros tiempos.

Parte I: Lo femenino como síntoma del hombre y de la cultura patriarcal: Ferenczi,
Gross y Freud.
Sándor Ferenczi había cursado sus estudios de medicina en Viena, pero tras graduarse volvió
a Budapest iniciando su práctica médica como asistente en el hospital Público Rokus, en el
servicio de atención médica a prostitutas (Rodrigué, 1996, 511).
Desde sus inicios Ferenczi desarrolló una fuerte conciencia crítica y social, con especial
sensibilidad hacia los más desfavorecidos, e interesándose especialmente por la problemática
de las mujeres, los niños y los homosexuales. En 1904 participo en el III Congreso de
psiquiatría Húngara presentando un trabajo, "Estados sexuales intermedios" (Ferenczi, 1904),
en el que proponía la creación de un comité nacional de defensa de los derechos de los
homosexuales, en línea con el Comité Científico Humanitario fundado en Berlín en 1897 por
Magnus Hirschfeld para el reconocimiento social de hombres y
mujeres homosexuales y transgénero y para luchar contra su persecución por el artículo
175 del código penal alemán.
Ferenczi conoce personalmente a Freud en mayo de 1908, iniciando una colaboración y
amistad solo interrumpida por su prematura muerte en 1933, a los 59 años de edad.
Ya en su primera publicación psicoanalítica, "Sobre el alcance de la eyaculación precoz"
(Ferenczi, 1908a), Ferenczi se preguntaba sobre la feminidad. El abordaje clínico de la
eyaculación precoz masculina le llevó a afirmar que incluso en las relaciones coitales
"normales" lo general es que la mujer quede excitada pero no satisfecha. Por ello sostiene que
de manera general "el sexo masculino presenta en relación al femenino una eyaculación precoz
relativa" (p. 15).

Ferenczi sostiene que esto se basaría en la "pervivencia del antiguo régimen patriarcal" (p. 16),
algo que ha llevado a ratificar la práctica negación de la sexualidad femenina incluso a los
médicos, que al centrarse en la "patología" del varón se olvidan de que esta suele ir
acompañada de otra sintomatología en la mujer, anestesia sexual, que es negada y
despreciada. Además la sintomatología concomitante en las mujeres estaría condicionada por
un ideal femenino construido desde el régimen patriarcal imperante (Gasparino y Genovés,
2000, 222).
Este punto de vista intersubjetivo de la patología lleva a Ferenczi (1908a, 17) a afirmar que:
No se trata de una diferencia orgánica entre los dos (sexos) sino de una diversidad en las
condiciones de vida y de presión cultural, lo cual explica esta "asincronía" en la sexualidad de
los cónyuges

Ferenczi sostiene que socialmente sólo los hombres tenían derecho a la sexualidad y al
orgasmo, mientras que a la mujer se le imponía "un ideal femenino que excluye la posibilidad
de expresar y reconocer abiertamente sus deseos sexuales" (p. 16), llegando a que las propias
mujeres rechazaran su propia sexualidad, so pena de ser consideradas por ellas mismas
enfermas o viciosas. La moral masculina impedía de facto la construcción de la subjetividad
femenina, no dejando más camino que la inhibición, la represión, el rechazo social o la
neurosis.
Gasparino y Genovés (2000, 223) señalan acertadamente que a diferencia de Freud, que
años más tarde definirá al superyó femenino como esencialmente débil, Ferenczi ofrece un
panorama distinto ya que su opinión la sujeción de la mujer al orden patriarcal, supone la
incorporación de un superyó altamente coercitivo, ético y punitivo.
Atreviéndose a ir más allá del consultorio, Ferenczi se desliga de la tradición iniciada por
Charcot, que equiparaba la mente femenina con la histeria, y plantea una etiología sociológica
y relacional de la histeria femenina.

Escéptico frente a la lucha política por la emancipación de la mujer y el derecho al voto ("No
es el derecho a la elección política, sino el relativo a la elección sexual el que deberían
reivindicar", p. 17), plantea que ha de existir una solución para proteger mejor el interés
sexual de la mujer (Fernczi, 1908a, 18):
Un tímido intento en este sentido lo constituye el movimiento de iniciación sexual de las
mujeres antes del matrimonio.
Y aunque el número de sugerencias y proyectos simplistas y absurdos es grande, existe, sin
embargo, cierta esperanza de que el procedimiento brutal y generalmente practicado, que
consiste en entregar el día de la boda una mujer asustada e ignorante de la sexualidad a un
hombre curtido ya en numerosas experiencias, se abandone pronto. Mientras las condiciones
actuales permanezcan vigentes, no es sorprendente que la eyaculación relativamente rápida
del hombre y la relativa anestesia de la mujer se admitan como cosa natural en la vida
conyugal, y que, a consecuencia de «la significación ejemplar de la sexualidad», las uniones
fundadas en la satisfacción es decir, felices, sean tan raras.
Poco después Fernczi publica otro trabajo que viene a complementar el anterior, y en el cual
se permite exponer ampliamente las conclusiones de crítica social derivadas de su práctica
clínica: "Psicoanálisis y pedagogía" (Ferenczi, 1908b).
El texto es muy duro contra la educación basada en la moral represora, educación que producía
una sociedad enferma: la superstición, la religión, el ascetismo y el patriotismo eran valorados
por Ferenczi como síntomas de neurosis social y, a la par, como factores etipatogénicos.

El sufrimiento neurótico se ocasionaba como consecuencia del conflicto interior que se
ocasiona en el sujeto por la demanda social de represión vital, es decir deviene de un conflicto
entre sus pulsiones y la exigencia imposible de anularlas. Esta situación general se agravaba
al considerar a la mujer un ser mantenido en permanente estado de infantilización, ignorante
y engañada.
En medio de estos dos artículos Freud publicó "La moral sexual 'cultural' y la nerviosidad
moderna" (Freud 1908) en la revista Sexual-Probleme, revista que dirigían los sexólogos Max
Marcuse y Magnus Hirschfeld y que sería la base operativa de partida de la Liga Mundial para
la Reforma Sexual. Años después escribiría Ernest Jones (1955, 311-312):
Este trabajo que representa casi su primera incursión en el terreno de la sociología, está
inspirado en toda su extensión en un cálido sentimiento humanitario. Constituía en esencia
una protesta contra las exorbitantes exigencias que la sociedad hace al individuo,
especialmente en la esfera sexual. Los fundamentos de esa protesta siguen siendo tan válidos
ahora como entonces.
Hemos de contextualizar este artículo en la preocupación de Freud por adherirse o crear un
movimiento internacional de talante progresista y comprometido, como plataforma asociativa
desde la que reunir a sus partidarios internacionales y presentarse al mundo como algo más
que una mera psicoterapia.
Poco tiempo antes, en diciembre de 1907, una de las "reuniones de los miércoles" se había
centrado en la discusión sobre los traumas sexuales y la educación sexual de los niños. Freud
se había manifestado con claridad: "La mejor manera de neutralizar los traumas sexuales
sería emprender una reforma social que permita cierto grado de libertad sexual". Las
reuniones posteriores se centraron en la participación de los psicoanalistas en la confección
de cuestionarios conjuntos con Hirschfeld para "investigar la pulsión sexual".
El artículo de Freud comenzaba con una crítica del libro Sexualethik (Ética sexual) que acababa
de publicar Christian von Ehrenfels, filósofo austriaco contemporáneo de Freud y con el que
había compartido las clases de Brentano. El punto fuerte de la argumentación de Ehrenfels se
centraba en diferenciar entre la moral sexual "natural" y la "cultural", que en el caso concreto
de la civilización europea occidental se caracterizaba por transferir a la vida sexual del varón
exigencias más propias de la mujer, la reprobación de toda relación sexual fuera del
matrimonio monogámico, y la "doble moral" que castiga con menor rigor las faltas del varón.

Freud revisaba posteriormente otros estudios (Erb, Bisnwanger y Krafft-Ebing) para
desmarcarse de todos ellos ya que en su opinión todas estas teorías descuidaban el factor
principal y decisivo, el factor sexual, ya que no abordaban la intimidad del conflicto neurótico
ocasionado en la fracasada vida sexual sobre la que se asienta la sexualidad restringida al
ámbito del matrimonio y la educación orientada hacia ese fin:
(. . . ) "nuestra cultura se edifica sobre la sofocación de pulsiones. Cada individuo ha cedido un
fragmento de su patrimonio, de la plenitud de sus poderes, de las inclinaciones agresivas y
vindicativas de su personalidad; de estos aportes ha nacido el patrimonio cultural común de
bienes materiales e ideales. Además del apremio de la vida, fueron sin duda los sentimientos
familiares derivados del erotismo los que movieron al individuo a esa renuncia".
Freud continuaba atreviéndose a proponer una "historia de la evolución de la pulsión sexual"
apoyada en tres estadios o niveles de civilización, cuyo tercer estadio (en que sólo se admite
como meta sexual la reproducción legítima) correspondería a nuestra moral sexual «cultural»
del presente".
Proseguía con una feroz crítica de la educación, es especial la de las mujeres, a las cuales
además se les dificultaba la facultad de sublimar (tienen prohibido pensar y saber) y se las
abocaba necesaria e inevitablemente hacia la neurosis más que a los hombres, algo más
resguardados en la sublimación y en la infamia de la doble moral.

Freud adoptaba una posición radical, al señalar que no podemos esperar la transformación o
reforma de nuestras instituciones culturales sin la trasformación de la totalidad de la cultura,
puesto que unas instituciones (familia, matrimonió, religión, estado. . . ) se encuentran en
estrecha interdependencia.
En la parte final del ensayo Freud se apoyaba en el saber emanado de la intimidad del
consultorio psicoanalítico para valientemente manifiestar que "para el profano será difícil de
creer que más bien sea raro encontrar hombres con una potencia sexual normal, y cuán a
menudo es frígida la mujer en las parejas casadas que se encuentran bajo ese imperio de
nuestra moral sexual propia de ese estado de nuestra civilización".
Y remataba finalmente con una explicación intersubjetiva, relacional y cultural de la génesis
del complejo de Edipo, que aún no había nominado explícitamente así en sus publicaciones
(Freud, 1908, 180):
(. . . ) ya he dicho que bajo las circunstancias imperantes la enfermedad nerviosa suele ser el
desenlace más frecuente; pero quisiera, sin embargo, dar cuenta de qué manera semejante
matrimonio se sostiene y continúa, y las consecuencias del mismo para los hijos -el hijo único,
o poco numerosos- de él nacidos. A primera vista pareciera tratarse de una trasmisión
hereditaria; pero considerado más de cerca, se resuelve en el efecto de unas poderosas y
decisivas impresiones de la infancia. La mujer neurótica, insatisfecha con su marido, deviene
una madre centrada en sus hijos pero hiperprotectora e hiperansiosa hacia el hijo, sobre el
que ahora trasfiere su necesidad de amor, con lo que lo que pide despierta en él una
precocidad sexual inadecuada. Además, las desavenencias entre los padres sobreestimula la
vida afectiva del niño, y así le hace sentir intensamente amor, odio y celos cuando todavía no
dispone de recursos suficientes para manejarlos adecuadamente dada su tierna edad. Por otro
lado, la educación severa, que no tolera actividad alguna de la vida sexual despertada tan
temprano, aporta el poder sofocador, y alimenta el conflicto vinculado que a esa edad contiene
todo lo que se requiere para la causación de la nerviosidad [enfermedad nerviosa] por toda la
vida.

Después de semejante exposición Freud invitaba al lector a preguntarse retóricamente
si nuestra moral sexual «civilizada» vale los sacrificios que nos impone, y terminaba diciendo
que no era tarea del médico proponer las reformas necesarias, colocando un límite
infranqueable a la acción de los psicoanalistas.
En esta primera parte vamos a ocuparnos en último lugar de las aportaciones de Otto Gross,
en razón de que el texto donde mas claramente afronta la cuestión de lo femenino es en "Tres
ensayos sobre el conflicto interior" (Gross, 1920). Pero hemos de aclarar que Gross se ocupa
de reflexionar sobre lo femenino y sobre su especial represión social desde sus primeros
escritos, principalmente en "Sobre las inferioridades psicopáticas" (Gross, 1909) y "La
simbólica de la destrucción" (Gross, 1914). Pero hemos de añadir que la indagación de lo
femenino es uno de los temas fundamentales de su pensamiento y está presente en todos sus
escritos, tanto en los de carácter científico y psicoanalítico como en sus escritos mas
puramente políticos.
En "Tres ensayos sobre el conflicto interior", publicado semanas antes de su muerte, Gross
intenta fundamentar la sexualidad original infantil en una necesidad de contacto físico y
psíquico, postulando un "instinto hacia el contacto", claramente precursor de las teorías del
apego (Montejo Alonso 2017), cuya frustración deja al niño en un terrorífico asilamiento y le
fuerza a su sometimiento interior y exterior impuesto desde los adultos encargados de su
cuidado. Para Gross ese es el origen de toda angustia neurótica.
Centrándonos en el tema de nuestro interés, de la idea o tesis anterior, el niño tiene que
someterse en aras de evitar el aislamiento y la soledad, Gross redefine el masoquismo como
"el intento del niño por identificarse con la situación de pasividad a que se ve abocado y de
conseguir a través de la sumisión cierto contacto con el entorno" (p. 136). O en otras palabras,
también de Gross: "El masoquismo es el afán de reproducir la situación infantil frente a los
adultos" (p. 137).

No existiría pues ningún masoquismo primario ni en el niño ni en la niña, sino que este sería
secundario a la frustración de la necesidad básica de contacto del bebé y las dos únicas salidas
identificatorias que le permite en entorno exterior en cuanto modelo de relación con los otros:
"quedarse solo o dejarse violar" (p. 137), retomando el lenguaje adleriano que identificaba la
"pulsión del yo" en tanto "protesta sexual".
Antes de ocuparse de la posición femenina, Gross redefine la homosexualidad primaria
desligándola de la perversión, y situándola como fase preparatoria evolutivamente para poder
acceder a la heterosexualidad, en línea con la primera conceptualización freudiana del
narcisismo (Montejo Alonso, 2014), además de enfatizar que la "normalidad" de cierto
componente homosexual durante el resto del desarrollo psicosexual, entroncándose con la
bisexualidad originaria.
La represión de ese componente homosexual innato y primario "se produce bajo el efecto de
las sugestiones morales del entorno" (p. 141), y aquí Gross recupera la idea de la relación la
represión del erotismo anal en la construcción de una personalidad sumisa y "adaptada".
Para Gross la imbricación entre la homosexualidad y el erotismo anal solamente es relevante
en el varón, y su especial represión conlleva el desvío hacia la perversión y a dificultar su
relación con la mujer, quedando atrapado en el modelo agresivo-pasivo que impide una
verdadera relación subjetiva.

Gross encuentra que la clave en este desarrollo tiene que ver con su conceptualización anterior
sobre el masoquismo y su par indisoluble, el sadismo, la "violación del objeto sexual" (p. 148).
De todo ello resultaría que en el hombre el componente sádico tiene una orientación
heterosexual, y que el masoquista es homosexual. Por el contrario en la mujer el componente
sádico, o activo, tendría una orientación homosexual (Gross, 1920, 154):
(. . . ) el masoquismo en el hombre tiene la tendencia de base de querer ser mujer y la actividad
lesbiana de la mujer el significado de base de querer ser hombre. La integración de estos
componentes en la relación recíproca entre hombre y mujer tiende a ejercer un efecto de
compensación respecto a la diferencia entre los sexos.

Gross termina afirmando (1920, 155):
Tenemos que tener en cuenta que los tipos psíquicos "virilidad" y feminidad", tal como los
conocemos en la actualidad, son un producto artificial, un resultado de la adaptación a las
condiciones existentes. El orden familiar actual sigue basándose en la dependencia de la mujer
del hombre. Tiene como condición básica en la relación sexual la voluntad d epoder del hombre
frente a la mujer y la tendencia a la sumisión de la mujer al hombre, creando de sta manera
una adaptación de ambos sexos a la forma de relación recíproca que les fue impuesta (. . . . ) Es
evidente que la constitución de estos tipos se opone diametralmente al verdadero sentido del
individuo y de la relación, a la maduración de las propias predisposiciones individuales y al
esclarecimiento de un contacto íntimo y recíproco"
Parte II. Las mujeres toman la palabra:
Lou Andreas-Salomé y Sabina Spielrein.
Viena fue después de Zurich el segundo grupo psicoanalítico constituido que aceptó el ingreso
de mujeres, repoduciendo el proceso de apertura que se había producido con las facultades
de medicina en toda Europa. Freud siempre estuvo abierto hacia la inclusión de las mujeres
en el psicoanálisis y aceptó y fomentó el ingreso de las mujeres en el grupo de Viena, incluso
aquellas que no fueran médicas.
Sin embargo al principio no fue tan fácil. En los inicios la única mujer que practicaba el
psicoanálisis, Emma Ekstein, no se integro en el grupo inicial. Pasaron cinco años, 1907, para
que se planteara la posibilidad del ingreso de mujeres médicas en el grupo vienes, y cuando
sucedió no se llegó a ningún acuerdo, pese a la posición favorable de Freud, probablemente
por la ausencia de candidatas reales aun.
En abril de 1910, cuando el grupo de los miércoles se constituía formalmente en la "Sociedad
Psicoanalítica de Viena", Federn, que se había incorporado al grupo en 1904,  propuso la
incorporación de Margarete Hilferding, médica relacionada con el obrerismo y la asistencia
social de Viena. Fue aceptada tras una dura discusión y votación que se libró con tres votos
en contra frente ocho a favor (Nunberg y Federn, 1967a, 465-466). Hilferding abandonó la
sociedad un año después como protesta por la manera en que Freud había llevado en el seno
de la sociedad las diferencias científicas con Alfred Adler.

Casualmente Sabina Spielrein llegó a Viena en noviembre de 1911 y se incorporó a las
reuniones de los miércoles nada mas dimitir Margarete Hilferding.
No vamos a detenernos en la apasiónate figura de Sabine Spielrein, para lo que remitimos a
la excelente biografía de Richebächer (2008), pero conviene señalar de cara a contextualizar
su trabajo que Spielrein llegaba a Viena ya graduada como médica por la Universidad de Zurich
y tras la publicación de su tesis doctoral "Sobre el contenido psicológico de un caso de
esquizofrenia (Dementia praecox)" (Spielrein, 1911).
En lo que respecta a nuestro trabajo hemos de centrarnos en su siguiente publicación, "La
destrucción como causa del devenir" (Spielrein, 1912), trabajo que publica como cierre de su
estancia y formación en Viena y que durante muchos años es lo único que conocíamos de ella
a través de la cita de Freud en "Mas allá del principio del placer" (Freud, 1920), pues su figura
y obra habían sido totalmente borradas de la historia del psicoanálisis y de la psicología. Parte
de este trabajo ya había sido presentada en la Sociedad Psicoanalítica de Viena el 29 de
noviembre de 1911, con el título "De la transformación" (Nunberg y Federn, 1967b, 319-325),
y donde habla por primera vez de un "instinto de destrucción", relacionando la muerte con la
vida y sosteniendo que ambas fuerzas son primarias y complementarias. Freud, entonces, no
pudo aceptar la existencia de ese nuevo instinto o pulsión.
Amparándose en la biología Spielrein propone que en el encuentro sexual de las células
génicas "la parte masculina se disuelve en la femenina, que entra en estado de agitación y
adquiere una nueva forma debido a la presencia del intruso. La metamorfosis comprende a
todo el organismo".
Partiendo del tradicional eje "activo-masculino/pasivo-femenino", su planteamiento supone
una apertura diferencial para lo femenino al lograr salirse de él:
En todo amor hay que distinguir dos sentidos de la representación: uno es el modo como se
ama, y el otro se refiere al modo como se es amado. En el primer sentido nosotros mismos
somos el sujeto y amamos el objeto proyectado hacia el exterior, en el segundo nos
transformamos en el amado y nos amamos a nosotros mismos como objeto. En el hombre,
que tiene el deber activo de conquistar a la mujer, predomina la representación del sujeto;
por el contrario en la mujer, que debe llamar la atención del hombre, normalmente
predominan las representaciones opuestas. De aquí surge la famosa coquetería femenina: la
mujer piensa qué debe hacer para agradarle a "él"; y también surge de aquí el hecho de que
en la mujer haya más homosexualidad y auto-erotismo que en el hombre ; transformada en
su amado, la mujer debe sentirse hasta cierto punto masculina; en cuanto objeto del hombre,
ella puede amarse a sí misma o a otra muchacha que representa a su "persona ideal", es decir
que es como el amante querría verla a ella misma, naturalmente siempre hermosa. "

Spielrein desmonta metapsicológicamente el género del sexo, planteando un juego especular
e sobre la construcción de las identidades subjetivas y sexuadas, preparando el camino no
solo a la conceptualización de una pulsión de muerte o autodestructiva, sino iniciando la
diferenciación del narcisismo (auto-erotismo) como algo más que una fase del desarrollo
psicosexual (Montejo Alonso, 2014), algo de carácter primario y estructural, que Freud
conceptualizara poco después en "Introducción al narcisismo" (Freud, 1913).
De nuevo, como habían anticipado Ferenczi (1908a) y el propio Freud (1908), lo femenino
tomaba otra luz si en lugar de reducirlo a lo intrapsíquico lo mirábamos desde lo intersubjetivo.
También el niño es auto-erótico porque asume un rol pasivo frente a los padres; debe luchar
para obtener el amor de los padres y debe esforzarse en complacerlos: debe imaginar cómo
puede ser amado, y por eso debe transferirse al lugar de sus padres. En la adolescencia tardía
la joven ve a la madre como rival, pero también como "persona ideal", y como tal la ama;
otro tanto hace el muchacho con el padre.
Spielrein al postular la necesidad de una pulsión destructiva en la sexualidad humana, estaba
abriendo sin saberlo el camino hacia el narcisismo y especialmente hacia el narcisismo de la
mujer en la línea que poco después indagará Lou Andreas-Salomé en "El narcisismo como
doble dirección" (1921), y abría también caminos nuevos para indagar la relación entre el
masoquismo y la feminidad.

Un año después Spielrein publica dos breve trabajos, "Amor maternal" (Spielrein 1913a) y "La
suegra" (Spielrein, 1913b) que ahondan en la construcción de la identidad femenina en
relación con la figura materna (Simón Macías, 2017).
Llegados a este punto tenemos que ocuparnos de Lou Andreas Salomé, la siguiente mujer que
se adentró en la construcción/deconstrucción de la feminidad en el psicoanálisis.
Lou Andreas-Salomé llega al psicoanálisis casi a la par que Sabine Spielrein. Lectora de Freud
desde sus primeros escritos, en 1911 decide ir a Viena a estudiar el psicoanálisis de primera
mano y, de paso, analizarse con Freud (Andreas-Salomé, 1931)
Nacida en la misma generación que Freud, compartió sus estudios y formación en filosofía
con el activismo por la emancipación femenina, siendo una activa conferenciante ya en la
última década del siglo XIX.
Antes de incluirse en el mundo psicoanalítico ya había publicado interesantes escritos sobre lo
femenino y la feminidad: "El ser humano como mujer" (1899), "Reflexiones sobre el problema
del amor" (1900) y "El erotismo" (1910). Sería interesante revisarlos pero obviamente la
brevedad de este trabajo nos impide acometer esa tarea.

Nos ocuparemos brevemente de dos ensayos publicados entre 1914 y 1915 que no lograron
mucha difusión ya que aparecieron durante la Gran Guerra, mal momento para la difusión de
escritos científicos.
El primero de ellos se titulaba "Sobre el tipo de mujer" (Andreas-Salomé, 1914, 42-43):
Lo femenino es, por consiguiente, lo arrojado sobre sí mismo por el proceso de su propia
madurez, lo detenido, lo excluido de la evolución final. De hecho todas las virtudes
específicamente femeninas se relacionan con esto y son, por su sexo mismo, virtudes de la
abnegación (. . . ) La ínfima diferenciación que se manifiesta en esta regresión, traza alrededor
de la vida pulsional que aspira cada vez más a la separación, una especie de círculo restrictivo
que la mantiene en una conexión más acorde con el punto de partida común: pero esta
circunstancia no representa un simple "paso hacia atrás", sino una re-instauración del pasado
a un nivel superior, como una manera esencial de progresar en sí mismo, como una especie
de crecimiento vital.
Lou Andreas Salomé fundamenta la idea de una naturaleza propia de la mujer, que hunde sus
raíces en su narcisismo, a la vez que, en línea con Freud, que entiende la feminidad como un
logro tardío, y aquí lo más interesante y novedoso, a la par que un retorno a ese estadio
originario del que surge, una regresión hacia el narcisismo que restaura el pasado a un nivel
superior (Andreas-Salomé, 1914, 43):
Pues precisamente en el interior de la pulsión sexual misma, y a consecuencia de su
"castración" en la mujer, se produce una nueva diferenciación con respecto a la agresividad
de la pulsión yoica y se inicia de este modo una peculiaridad del desarrollo. Lo "femenino". . . ,
precisamente gracias a su reversión de la sexualidad sobre sí mismo, puede permitirse la
paradoja de separar sexualidad y el yo al unificarlos. Se escinde, pues, allí donde lo masculino
se mantiene unívocamente agresivo, pero se conserva unido, allí donde la agresividad no
inhibida de este último se separa en direcciones opuestas según esté más próximo a lo sexual
o más próximo al yo.

Partiendo de la conceptualización fálica de Freud, Lou Andreas-Salomé convierte la feminidad
en algo superior, más evolucionado, y que a la vez entronca con los orígenes más profundos
de la constitución subjetiva, el narcisismo. Para Lou la desmasculinización de la pulsión sexual
en la mujer es lo que le permite una nueva diferenciación de la agresividad de la pulsión del
yo. Lo femenino logra separar la sexualidad de la pulsión del yo gracias a ese repliegue sobre
sí misma, mientras que en el hombre solamente podría darse un reparto de la agresividad
entre sexualidad y el yo.

Además, en consonancia con Spielrein, la feminidad no sería realmente alcanzada en totalidad
hasta la adolescencia, donde se produciría habría un retorno hacía la niña que permite una
conexión mas verdadera con el narcisismo original y estructurante.
La mujer sería pues narcisista por naturaleza intrínseca y gozaría del narcisismo primario, algo
que el hombre no puede alcanzar porque tiene que perderlo. Si la niña ha de renunciar a la
actividad para retomar su posición inicial pasiva, el masoquismo, o "el problema del
masoquismo" tal y como lo nombraba Freud por entonces, cobraba una nueva perspectiva
a la vez que al tener un superyo es más débil que el del hombre, la mujer puede entregarse de
manera más completa al amor. Podemos resumir que la idea principal de este ensayo es la
identificación positiva de lo femenino con el narcisismo primario.
Un año después Lou pública "Anal y sexual" (1915), donde retoma una idea ya expuesta por
Spielrein (1912) y Gross: la especialmente estrecha relación en la mujer entre los procesos
anales y los genitales, fruto de la cercanía anatómica, y la confusión de zonas eróticas
(Andreas-Salomé, 1915, 67):
No en vano el aparato genital se halla tan próximo a la cloaca (en la mujer podemos decir que
está arrendado a ésta) e, incluso en la técnica primitiva de su aparición, los avances e impulsos
periódicos se asemejan totalmente entre sí. El impulso genital aparece como un avasallador
involuntario del yo, al igual que el impulso anal es, en sus orígenes indomable.
Este es el primer trabajo psicoanalítico que muestra la importancia decisiva de lo anal y su
prohibición para el desarrollo del yo y para que el niño lo pueda separar internamente del
mundo exterior y facilitar la génesis, a través de la introyección del objeto externo, del superyo. La especial relación del erotismo anal con el narcisismo expuesta en este texto será
retomada por Freud en "Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal"
(Freud, 1917).
Ocupándose de la mujer Lou "plantea que la transmutación de la erogeneidad del ano a la
vagina en la mujer, sin perder la primera es una comunicación directa de erogeneidad y
también una transposición fantasmática, en un plano simbólico de representaciones, pues los
dos grandes opuestos, regalo y heces, vida y muerte, se tocan. Para ella, la evolución de la
sexualidad hacia la genitalidad incluye y no sustituye los procesos anteriores" (García Pardo,
2009, 471).

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