Siguiendo el sentido etimológico de la palabra ??psique?, nos corresponde en tanto que profesionales de la salud mental atender los aspectos ligados al alma, no (solamente) en su acepción mística o religiosa o espiritual, sino en su concepción de ??esencia intangible de la vida?.
Sin embargo, cuando observamos y analizamos el rumbo que hoy tiene nuestra profesión y sus bases epistemológicas u operativas, llegamos a la conclusión que en la gran mayoría de los casos (en la práctica psiquiátrica particularmente) la suposición de que somos los idóneos conocedores de esos temas se ha transformado en una falacia que solo sirve para adjudicarnos un territorio cada vez más limitado de trabajo.
Nos hemos apartado, al sector donde nos debatimos entre la inoperancia, la confusión o la complicidad con una medicina dominada por el mercado de laboratorios y empresas afines.
Lo grave es que desde una posición errónea, desde el desconocimiento de elementos básicos de nuestro propio funcionamiento nos enfermamos y enfermamos, eso se denomina: Iatrogenia.
Nuestra práctica es iatrogénica cuando no escuchamos lo suficiente a un paciente para investigar en las causas que pudieron provocar su trastorno. Cuando confiamos en los fármacos como única herramienta para tratar un problema psíquico. Cuando priorizamos nuestra situación económica a la del propio sujeto que consulta. Cuando transferimos nuestros miedos, puntos ciegos, nuestra negación de enfrentar temas como la locura o la inevitable muerte. Cuando olvidamos que la premisa fundamental de nuestra actividad es antes que nada no generar daño alguno.