Desde que fue definida la ?enfermedad mental?, siglo XVIII, bajo las premisas
del entonces imperante método anatomo clínico, ésta se ha visto rodeada de
mitos y prejuicios que han dificultado su total aceptación por el mundo
científico.
A lo largo del tiempo transcurrido estos prejuicios han ido cubriéndose de los
más variados ropajes con el fin de mantener a esta parte de la Patología Medica
separada del resto de los sufrimientos corporales. Esta patente marginación ha
constituido una dificultad añadida para la integración social del enfermo
psiquiátrico y ha dificultado en demasía que la invalidez que provocan sea
aceptada y sobre todo valorada en su justa proporción.
Uno de los prejuicios más extendidos es la pretendida falta de objetividad del
padecimiento psiquiátrico. Los fantasmas de la simulación, sobresimulacion y
disimulación están siempre presentes en las valoraciones periciales de los
trastornos mentales. Y ello es tan real que los propios peritos investigan esas
posibilidades antes de proceder a las específicas labores de exploración
psicopatológica, anamnesica e instrumental, de la enfermedad padecida y de
sus correlatos de incapacidad y disfuncionalidad.
Sin embargo, hoy día, la objetivizacion del padecimiento mental es real. El
diagnostico de los trastornos mentales se dota de fiabilidad y de validez en la
metodología de la clasificaciones de consenso internacional (CIE y DSM) cuando
se utilizan con la rigurosidad de sus descripciones y se aplican sus listados
criteriales en función de la intensidad sintomática. El propósito del método que
se propone pretende poder llegar a equiparar la discapacidad derivada de las
secuelas del enfermar mental a la discapacidad de las secuelas del enfermar
somático.