Que la salud entra por la boca es una máxima clásica de la que ya hablaba Hipócrates en el siglo IV a.C. Una realidad que incluso hace extraños compañeros de viajes, como puede ser algo tan aparentemente inofensivo como las patatas fritas, la depresión y la salud mental.
A nadie se le escapa que el consumo de alimentos fritos —no tenemos por qué singularizar sólo en las patatas— no son el alimento más saludable de la historia. No le hacía falta a Hipócrates conocerlo, como tampoco le habría hecho falta a Galeno.
Sin embargo, la medicina moderna sí es consciente de que los fritos son más peligrosos de lo que parecen .Dábamos por hecho, como avalan decenas de estudios, que hay una relación directa entre el consumo de alimentos fritos y la salud puramente física.
Obesidad, hipertensión, diabetes o riesgos cardiovasculares son sólo la punta del iceberg del perjuicio físico que un consumo abusivo de fritos puede tener en nuestra salud.
Sin embargo, recientes investigaciones también han comprobado que las patatas fritas (o los fritos en general) también atacan a nuestra salud mental.
Vaya, que volviendo a las clásicas romanas del mens sana in corpore sano ya apuntaban maneras sobre el vínculo de lo físico con lo psicológico y que ahora vuelve una vez más a la palestra.
Cómo se deberían consumir los fritos
El consumo de fritos se vincula a unos mayores índices de depresión y ansiedad. De hecho, el clásico ‘eres lo que comes’, puede tener más conexión que nunca si nuestra dieta abunda en elementos poco recomendables. Es el caso de los fritos, de los cuales se aconseja un consumo esporádico y ocasional, nunca como base de la alimentación, independientemente de lo que vayamos a freír.
Es cierto que hay decenas de fritos distintos y que unos pueden ser más insanos que otros, especialmente cuanto más procesados están. Aun así, se trata de alimentos muy calóricos por regla general que, además, incorporan cantidades elevadas de hidratos de carbono simples. Especialmente cuando hablamos de rebozados o empanados, algo más o menos habitual en la cocina española.
A la conclusión ha llegado un estudio de la Universidad de Washington, en Estados Unidos, apuntando a dietas elevadas en alimentos fritos. De esta manera, arguyen que las personas que consumen fritos tienen más probabilidades de sufrir depresión o ansiedad, aportando cifras a la relación.
Tras analizar a más de 140.000 personas, el estudio revela que el consumo habitual de fritos eleva las posibilidades de sufrir ansiedad en un 12%, mientras que con la depresión la ratio apunta a un 7% más. El enemigo, como a veces se ha sugerido, es la famosa acrilamida. En este caso indican que eleva la neuroinflamación, además de la distorsión del metabolismo de los lípidos, lo cual conectaría con la salud mental en ambos casos.Cómo conseguir frituras más saludables en cinco pasosJaime de las HerasEsto se debe a que los fritos provocan una reacción en esos tejidos cerebrales a través de ciertos componentes, conocidos como glicación avanzada, adhiriéndose a ellos y dañándolos.
Entre las hipótesis de la investigación también apuntan a que esta inflamación reduciría los niveles de dopamina. Al disminuirlos, esta hormona relacionada con las recompensas (a veces llamada la hormona de la felicidad) tendría un menor efecto en estas reacciones.
Un círculo vicioso entre la alimentación y la salud mentalAdemás, el otro problema de los fritos, vinculados con la depresión o la salud mental, es que podríamos decir que llueve sobre mojado. Por un lado, porque su ingesta supone un menor consumo de otros alimentos más nutritivos. Hablamos de que son alimentos con poca fibra, micronutrientes o grasas saludables. Más bien al contrario, pues suelen ser ricos en hidratos de carbono y grasas saturadas. De hecho, hay estudios centrados en nuestro país que apuntan también al vínculo directo entre fritos y obesidad.
En el caso de consumir fritos, conviene que sean lo menos procesados posibles y con aceites insaturados. Por el otro camino encontramos una retroalimentación gustativa entre la ansiedad, la depresión y estos fritos. Tal y como avalan ciertos estudios, las personas con depresión acaban teniendo una dieta menos saludable. Abundarán así los dulces, las bebidas azucaradas como los refrescos y los temidos alimentos fritos. Se entra así en un círculo vicioso de lo alimenticio y lo mental del que puede ser difícil salir.
Como es evidente, el camino sería no consumir fritos. Aun así, si se consumieran, conviene hacerlos lo más sanos posibles. Es decir, pensar bien el tipo de aceite con el que se cocinan, por ejemplo. En España el problema no sería tan grave si utilizamos aceite de oliva para la fritura. Algo que no sucede en otros países como Estados Unidos, donde las grasas preferidas para freír suelen ser aceites de palma o de coco.
También es conveniente que, aun cayendo en los fritos, sean lo menos procesados posibles. Esto es, prescindir de todos aquellos excesivamente aditivados. Puestos a comer fritos, que sean de productos relativamente saludables o hechos en casa, como el pescado frito o incluso las propias patatas fritas. Las que menos grasas incorporarían serían los hervidos, cocidos o la cocina al vapor. También podemos utilizar la plancha o el horno, recurriendo a los asados como alternativa sabrosa.Como última pincelada, hemos de recordar que la salud mental, ya sea a través de la depresión o la ansiedad, está vinculada a muy diferentes factores. Genéticos, alimenticios, de sueño o de comportamiento, entre otros, por lo que no se puede singularizar su presencia por el consumo o no de fritos.