El artículo analiza los rápidos avances de la inteligencia artificial (IA) en la medicina, enfocándose en sus beneficios, riesgos y posibles implicaciones para el futuro de la profesión médica. Comienza reflexionando sobre la similitud entre los derechos de autor reclamados por escritores contra OpenAI y la contribución voluntaria de médicos que comparten su experiencia para entrenar sistemas de IA.
A pesar de las ventajas de esta tecnología, los autores destacan que su integración en la medicina ha ocurrido tan velozmente que ha sido aceptada sin una evaluación crítica profunda. Si bien la IA es capaz de operar con rapidez, precisión y consistencia, su conocimiento depende por completo de los datos proporcionados por expertos humanos.
El caso de la patología renal sirve como ejemplo central. En este campo, los algoritmos son entrenados con miles de anotaciones de muestras de tejido realizadas por patólogos, lo que permite automatizar tareas tediosas, como identificar estructuras microscópicas o calcular áreas de fibrosis. Sin embargo, la automatización plantea un desafío preocupante: si los patólogos dejan de practicar habilidades básicas, estas podrían desaparecer gradualmente.
PUBLICIDAD
Aunque la IA promete reducir la variabilidad entre observadores humanos, los algoritmos también pueden mostrar inconsistencias y generar resultados que pasen desapercibidos debido a su opacidad.
Un riesgo adicional es la posibilidad de que en regiones sin especialistas, los diagnósticos generados por IA se conviertan en la norma, lo que podría disminuir aún más el nivel de conocimientos prácticos de los médicos. Además, el bajo costo y la disponibilidad continua de herramientas impulsadas por IA fomentan una dependencia creciente de estas tecnologías.
La capacidad de la IA para operar sin tinciones tradicionales e identificar patrones desconocidos es fascinante, pero también genera incertidumbre sobre cómo interpretar estos descubrimientos y su impacto en el desarrollo de nuevos tratamientos.
El artículo subraya que, si no se controla, la dependencia de la IA podría conducir a una pérdida de conocimiento sobre los procesos patogénicos que subyacen a las enfermedades. En lugar de centrarse en comprender mecanismos biológicos, los diagnósticos podrían depender exclusivamente de correlaciones establecidas por los algoritmos. Esto tendría implicaciones éticas y prácticas: los médicos podrían convertirse en meros intermediarios de resultados generados por "cajas negras", lo que socavaría el debate científico y la innovación basada en el razonamiento humano.
Los autores advierten que es esencial equilibrar los beneficios de la IA con la preservación del control humano en la medicina. Aunque la IA puede proporcionar nuevas perspectivas, estas deben integrarse con el conocimiento existente y ser interpretadas críticamente.
Regulaciones recientes, como la Orden Ejecutiva en Estados Unidos y las normativas de la Unión Europea, buscan gestionar los riesgos de la IA, pero los médicos deben participar activamente en el diseño y uso de estas herramientas para garantizar su beneficio sin comprometer su profesión.
PUBLICIDAD
