El psicobiólogo Diego Redolar, profesor del área de Psicobiología de la Universitat Oberta de la Catalunya (UOC), explica en una entrevista que el uso de las técnicas de neuroimagen ha supuesto un punto de inflexión a la hora de intentar determinar qué es lo que pasa en el cerebro de una persona cuando se enamora.
Las neuroimágenes permiten ver las áreas que se activan en determinadas situaciones, lo que facilita relacionar cuáles son las regiones cerebrales críticas en los estados iniciales del enamoramiento o en los posteriores de una relación de pareja.
"Esto quita parte de la magia del amor, pero aún falta mucho por descubrir, porque cuando estamos ante una conducta humana tan compleja no podemos obviar que hay factores biológicos, sociales y otros aprendidos, que confluyen para explicar el fenómeno", y que ponen en duda esa supuesta "libertad" de elección, señala Redolar.
Redolar explica que el amor es un sentimiento que va más allá de una emoción (de carácter fisiológico, conductual y endocrino), que está más presente en los animales. La atracción biológica parece más sencilla de medir. La simetría de un rostro, por ejemplo, es un sutil reclamo, porque supone un indicador de fertilidad y de menor probabilidad de errores genéticos.
De la misma forma, y aunque pensemos que se escoge a la pareja únicamente por su apariencia y personalidad o aficiones comunes, no nos percatamos del papel que el olor corporal desempeña en la decisión final. De hecho, afirma el autor, cada vez hay más evidencias que sugieren que el olor de una persona puede resultarnos agradable porque refleja una mayor compatibilidad genética.
El ciclo menstrual tiene también una innegable consecuencia biológica. Distintos estudios indican que cuando están es la fase folicular, la más fértil para ellas, las mujeres prefieren como pareja a hombres más altos.
No obstante, argumenta Redolar, en el ámbito sexual, la evolución cultural de la raza humana va mucho más deprisa que la biológica (centrada en rasgos morfológicos, como la relación entre cintura y caderas en el caso de las mujeres o la altura y el índice de masa corporal, en los hombres) y "genera cambios que se ven de una forma más explícita".
En este sentido, apunta que el ser humano se mueve por la biología, pero también por otros factores que aportan su granito de arena: las relaciones sociales, sería uno, el aprendizaje otro, y así, al final, se determina qué tipo de pareja elige una persona.
Este investigador de la UAB explica también que, de forma inconsciente, la belleza de un rostro nos hace bajar la guardia. "La belleza lo que hace es poner en marcha una activación en áreas más primitiva y engañar a acciones superiores de control de las emociones o del control de las regiones".
Así, contemplar un rostro atractivo reduce la actividad de la amígdala y de la corteza prefontral, lo que genera que quien lo ve presente un juicio "menos severo" hacia esa persona, porque desde el punto de vista neural quedan suspendidos los signos de evaluación de la desconfianza.