Artículo |
12/12/2014
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ong>Resumen
En nuestra cultura pensar cuerpo-envejecimiento convoca a una serie de malestares relacionados con declinación física, pérdidas, quebrantos, de ahí que abarcar el entramado complejo de la situación del sujeto adulto durante el proceso de envejecimiento implica acercar una mirada que tenga en cuenta a la persona desde una mirada biopsicosocial. Tal representación encuentra su razón de ser en la serie de transformaciones que se producen a nivel de la estructura y la fisiología corporal junto con otras que adquieren centralidad en este tramo de la vida. Tal vez no sería osado decir que ninguno de las situaciones que ha vivido en etapas pasadas presentan tantas transformaciones ni adaptaciones, en todas las áreas de la conducta, ya que si en otras franjas de edad necesitaba ajustarse a las progresivas modificaciones inherentes al proceso evolutivo, se agregaría en ésta la configuración imaginaria que la cultura (como planteaba Foucault, estas formaciones impregnan el saber profesional) va desarrollando con respecto a este grupo etario y sus efectos en la subjetividad, más allá de explicitar que suceden objetivamente modificaciones en los sistemas de control del cuerpo. Si la interpelación que el sujeto de mediana edad comenzaba a hacerse con respecto a sus épicas cotidianas, respecto al ser ahí, al ser con los otros, al balance introspectivo, a preguntarse por la muerte, por la direccionalidad del tiempo, a los impactos por el climaterio, por la muerte o enfermedad de los padres, al sentirse próximos en la lista; paradójicamente será en esta etapa donde se producirá un aceleramiento interno con respecto a las preguntas concernientes a lo existencial. A las preguntas que solía hacerse en su medianía con respecto a todas estas significaciones se le agregarán otras de índole acuciante ante el temor de lo que no se tiene registro. Movimiento diferente y necesidad de encontrar un equilibrio, un equilibrio del ser, para seguir siendo, necesidad de acompasar y encontrar nuevamente el ritmo entre el fluir de sensaciones y la acomodación ante las pérdidas, entre el adentro y el afuera, que de acuerdo a cada subjetividad más o menos amenazada o ansiada, deberá resistir ante una impronta de inexorabilidad que no siempre puede ser tolerada.
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