El XXII Seminario Lundbeck, titulado ‘Trauma y depresión, la herida (in)visible’, ha centrado su enfoque en la definición, diagnóstico y abordaje farmacológico del trauma psicológico. Durante el evento, se destacó que los trastornos relacionados con el trauma frecuentemente se manifiestan a través de síntomas intrusivos y de evitación, y se mencionó la frecuente superposición entre los síntomas del trastorno por trauma y los del trastorno depresivo. Se subrayó, además, la importancia de reconocer el impacto significativo de las experiencias traumáticas en la infancia, que pueden triplicar el riesgo de desarrollar trastornos mentales en la edad adulta.
Además, se ha enfatizado que los desafíos planteados por el trauma y el suicidio no solo son responsabilidad de los profesionales de la salud, sino que requieren el compromiso de toda la sociedad.
Eva Perea, Directora de la Unidad de Negocio en Lundbeck Iberia, reiteró el objetivo de la jornada: proporcionar información precisa y combatir el estigma asociado a la depresión, destacando la tendencia a la cronificación de la depresión vinculada al trauma y el incrementado riesgo de suicidio.Por su parte, Alicia Valiente, psiquiatra y coordinadora de la Unidad de Investigación del Centro Fórum del Hospital del Mar, define a las personas expuestas a un trauma psicológico como aquellas que han experimentado eventos física o emocionalmente dañinos, o que ponen en riesgo la vida, dejando efectos prolongados en su bienestar mental, físico y social.
Recordó que hasta el 70% de las personas podrían experimentar un evento traumático en algún momento de sus vidas, pero solo un 3% desarrollará un trastorno relacionado con el trauma, siendo este riesgo influenciado por diversos factores.
Alicia Valiente ha detallado los diversos tipos de traumas psicológicos que afectan a distintas etapas de la vida. En la infancia y adolescencia, los traumas incluyen abuso físico, emocional, sexual, y negligencia física y emocional. En los adultos, los traumas tienden a estar relacionados con violencia de género, separaciones, la pérdida de seres queridos, partos complicados o eventos catastróficos como guerras o pandemias.
El trastorno de estrés postraumático (TEPT), como explicó Valiente, se desarrolla tras un evento traumático inevitable y se manifiesta en cuatro esferas principales:Síntomas de intrusión: pensamientos, recuerdos y sueños recurrentes sobre el evento traumático.
Evitación: evitar lugares, personas o pensamientos relacionados con el trauma.
Alteración del estado de ánimo: dificultades en recordar aspectos del evento traumático o sentir un estado de ánimo persistentemente negativo.
Reactividad alterada: incluyendo sobresaltos, arrebatos de ira, y una hipervigilancia constante.
En casos de TEPT complejo, se observan además problemas de desregulación del estado de ánimo y percepciones negativas persistentes, que complican aún más las relaciones interpersonales.
En cuanto a la detección temprana del TEPT, Valiente resalta la importancia de una adecuada evaluación del trauma. Las escalas clínicas pueden ser herramientas útiles para identificar y cuantificar los síntomas y facilitar el diagnóstico. Respecto al tratamiento, señala que los primeros tres meses después del trauma son cruciales para iniciar una terapia psicológica centrada en el trauma. Sin embargo, menciona que aún no hay evidencia concluyente sobre la eficacia de los fármacos para prevenir el TEPT.
Por otro lado, Guillermo Lahera, jefe de sección de Psiquiatría en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias, ha diferenciado entre una experiencia traumática y una adversa. Mientras que una adversidad exige una respuesta elevada de nuestros recursos, un trauma sobrepasa estos recursos, desbordando el sistema de la persona y dejándola incapaz de manejar la situación.
Guillermo Lahera ha resaltado importantes diferencias de género en la epidemiología de las experiencias traumáticas. Según él, los hombres son más propensos a sufrir traumas relacionados con lesiones físicas, experiencias bélicas o agresiones físicas. En cambio, las mujeres enfrentan con mayor frecuencia traumas como agresiones sexuales, ser refugiadas y la pérdida de hijos. Además, Lahera señala que las personas más vulnerables a los traumas son aquellas jóvenes, de bajo nivel socioeconómico y pertenecientes a minorías raciales.
En cuanto a las consecuencias de la violencia sexual, este tipo de trauma está estrechamente vinculado al trastorno de estrés postraumático (TEPT). Las víctimas suelen experimentar intensos sentimientos de vergüenza y culpa. Lahera destaca datos preocupantes de Estados Unidos, donde el 13% de las mujeres y el 1.2% de los hombres han sufrido penetración forzada, y en la mayoría de los casos, el agresor proviene del entorno cercano de la víctima, como un cónyuge, ex cónyuge, amigo o conocido.
Los principales factores que contribuyen al desarrollo del TEPT en estos casos incluyen atribuciones negativas sobre la causa del trauma y la evitación de escenarios que recuerden al evento traumático.
Además, Lahera ha tocado un punto crítico sobre cómo el trauma puede afectar incluso a nivel genético, mencionando investigaciones que muestran cómo los niños que han sufrido abusos sexuales presentan telómeros acortados a los 10 años, un indicador de envejecimiento celular prematuro y de problemas de salud asociados.
Un metaanálisis reciente de Australia ha proporcionado datos impactantes sobre el potencial de prevención de trastornos mentales al abordar el abuso infantil. Según este estudio, la eliminación del abuso infantil podría reducir la incidencia de trastornos mentales en un 20 a 40%, la depresión en un 20%, y las tasas de suicidio en hasta un 40%.
Estos hallazgos subrayan la importancia crítica de intervenir y prevenir el abuso infantil como una estrategia para mejorar la salud mental a largo plazo y reducir significativamente la carga de los trastornos mentales en la sociedad.