Miguel Ángel de Uña Mateos (Madrid, 1951) llegó a Huesca en 1985 para participar en la reforma del sistema público de atención psiquiátrica, y aquí sigue. Jubilado desde hace 6 años, dedica buena parte de su tiempo libre a la lectura y al cine, sus dos grandes pasiones.
Cuenta que “con 4 años me marcharon de Madrid” y de esa etapa tiene “algún recuerdo curioso”. Por ejemplo, “me gustaba mucho el cine siendo tan pequeñito, y mi madre y mi padre me llevaban a un cine de esos de barrio y recuerdo ver con menos de 4 años ‘Enrique VIII’, es mi primer recuerdo infantil”.
Fue “recriado en Salamanca” y rememora sus años en la Escuela Francisco de Vitoria, sus primeros maestros y “luego ya los Escolapios, haciendo Bachiller, el sufrimiento del colegio religioso, aunque ahora no los veo tan malos como los veía entonces”. Pasó por la Universidad Laboral de Alcalá de Henares y la de Córdoba, y volvió a Salamanca, donde hizo a la vez las carreras de Medicina e Historia.
En su formación superior influyeron algunos “profesores humanistas” de Córdoba, donde hacía Preu. Uno de ellos le llevó hasta Freud “y me quedé prendado de la interpretación de los sueños, de sus primeras obras que se publicaron, y decidí ser médico para ser psiquiatra”. Eso sí, “desde muy crío siempre tuve la vocación de ser médico” y “un amor desmesurado por la historia, transmitido por mi padre desde muy pequeñito”.
“La sociedad se fragiliza y hace una demanda falsa de la psiquiatría”
En el Hospital Clínico de Salamanca hizo la residencia de Psiquiatría, posteriormente consiguió por oposición una plaza en Albacete, donde estuvo 4 años, “y en 1985 me vengo a Huesca siguiendo la invitación que me hizo el director del Psiquiátrico, Eduardo González Carriedo, y me pareció oportuno iniciar una reforma de lo que era el Psiquiátrico entonces, que era prácticamente lo único que había. Entonces mi pretensión no era quedarme aquí, pero la vida te va haciendo que te quedes y desde finales del 85, aquí estoy”.
Una reforma -comenta- que “tuvo un recorrido que fue un tránsito duro, muy trabajado, pero muy oportuno y muy gratificante. Empezamos desde el manicomio, que era lo que había, y un par de consultas de psiquiatría de una hora cada día, nada más, y montamos todo un sistema de cambio radical de lo que era el manicomio a lo que es ahora y de empezar los talleres ocupacionales y todo el trabajo que ahora se hace en Arcadia, y también extender toda la red de ambulatorios por la provincia”, abriendo los de Sabiñánigo, Jaca, Monzón, Barbastro y Sariñena.
Fue su trabajo hasta el año 2002, “en que por avatares me fui a Zaragoza, al Royo Villanova, donde seguí mi carrera profesional hasta hace seis años, que me jubilé un poquito antes de tiempo; estaba yo un poquito cansado y yo soy de los que creen que llega un momento determinado en que hay que abrir caminos para otros y un año antes de lo que me correspondía, me jubilé”.
Con dicha reforma del sistema psiquiátrico, De Uña valora que hubo “un cambio exponencial en cuanto a recursos” y, sobre todo, “una transformación de lo que es la visión de la enfermedad mental con la ruptura fundamentalmente de los manicomios tradicionales”, aunque pasado el tiempo ha visto que “cuando se ponen muchos recursos lo que sucede es que aumenta también de una forma exponencial la demanda y en estos 40 años la sociedad se ha fragilizado y hace una demanda espúrea, falsa, de lo que es la psiquiatría, y la mayor parte de los problemas que se tratan en las consultas ambulatorias son problemas que seguramente podríamos resolver a otros niveles, sin necesidad de tener que llegar obligatoriamente a lo que es la psiquiatría, y esto hace que el sistema esté totalmente colapsado”.
Insiste en que “el debilitamiento de la capacidad que tenemos ahora mismo los individuos para resolver nuestros problemas, está dándole un papel a la psiquiatría que no debería haber tenido y aceptado nunca jamás y que ha aceptado porque no le queda otro remedio”. Pero “la sociedad debería tener recursos propios para poder solventar lo relacionado con la psiquiatría ligera, la psiquiatría leve”.
Y otro problema es “la tendencia a la victimización, todos somos víctimas de algo o de alguien y eso da lugar a una especie de desprotección, de no tener capacidad para afrontar los problemas cuando se presenten y recurrimos a los psicólogos y a los psiquiatras, un error que las próximas generaciones pagarán caro en caso de que se siga manteniendo”.
“El suicidio preocupa más porque afecta a los jóvenes”
Sobre el suicidio, opina que es un tema preocupante porque, sobre todo, “está afectando a los jóvenes de una manera que no era la propia hace unos años” y, además, “en una sociedad en la que hay muy pocos jóvenes”.
Años atrás, Miguel Ángel de Uña publicó dos libros, ‘Una ventana del Castillo de Praga’, XII Premio Algaba 2014, y ‘Suicidas que no se fueron solos’ (2017), y ahora “tengo muy arrancada” una novela histórica e investiga la vida de una psicoanalista rusa “asesinada por los nazis como podía haber sido purgada por Stalin”.
Sus dos pasiones son la lectura y el cine, y le gusta también “disfrutar en la medida de lo posible de mis hijos, aunque están lejos y la pandemia nos ha cortado mucho las alas de viajar”. Y también dedica tiempo “al cuidado de mi madre”, y es miembro de la Asociación de escritores Aveletra, que -afirma- “hacemos una labor encomiable dando un servicio público”.
En Huesca echa de menos “un poco más de vida cultural y más y mejor cine”.