Si hoy recordamos que los pacientes psiquiátricos escribieron muchas cartas desde su encierro, no extrañará a nadie. Muchos lo hicieron como la única forma de mantener un cierto vínculo de pertenencia a su lugar de origen, mientras que otros reclamaron su liberación a través de epístolas más o menos razonadas. Otros muchos, arrastrados por el delirio, simplemente reivindicaron invenciones, posesiones y títulos del más alto rango, o denunciaron todo tipo de conspiraciones y contubernios. En cualquier caso, salvo aquellos afortunados que podían salir del hospital y asegurarse de depositar en el buzón sus cartas, la mayoría tenían que enviar sus misivas a través del propio hospital, lo que permitía la censura del correo, motivo por el que en muchos casos nunca llegara a su destino. Quedan ejemplos de esas cartas retenidas en las historias clínicas de sus remitentes, siendo hoy objeto de interés y estudio.
Pero la carta a la que aquí nos referimos, fechada en 1980 y que, por el motivo que fuera, sí logró sobrepasar los muros hospitalarios, conservándose hoy en los archivos históricos de Asturias, ¡donde había llegado tras haber sido dirigida al presidente de su Diputación!
Habla de la insatisfacción de algunos por la mala remuneración por las tareas realizadas, así como del riesgo de que alguien diera fuego al bar, más concretamente “el andaluz” y “el gordo”, si el “masmanda” asturiano no hacía algo al respecto.
Y, junto a lo anterior, la reproducción de una página de “Adelante”, la revista interna del psiquiátrico de Oviedo, que en 1978 publicaba el escrito de un paciente acerca de la mal pagada laborterapia y los inconvenientes asociados a la misma.
Acerca de todo ello se puede leer aquí.