Un equipo de investigadores ha examinado datos de más de 650,000 residentes en Suecia, descubriendo que la predisposición genética de los compañeros de escuela influye significativamente en el riesgo de desarrollar ansiedad, depresión mayor o trastorno por abuso de sustancias en el futuro. Publicado en el American Journal of Psychiatry, el estudio resalta que esta influencia se observa incluso tras controlar estadísticamente si los compañeros estaban directamente afectados o no por estos trastornos.
Los investigadores, liderados por Henrik Ohlsson del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey, y del Centro de Investigación en Atención Primaria de Salud, Universidad de Lund, en Suecia, concluyen que la composición genética de los compañeros durante la adolescencia tiene un impacto a largo plazo en los riesgos de desarrollar trastornos relacionados con el consumo de drogas y alcohol, así como trastornos de depresión y ansiedad.
Este estudio destaca que las personas con alto riesgo genético son particularmente susceptibles a los efectos genéticos sociales. Las variables alternativas, como la estratificación sociodemográfica o las predisposiciones genéticas para el logro educativo, no lograron explicar el riesgo asociado con los efectos genéticos sociales de los compañeros.
Puntuaciones de riesgo genético:
El análisis se basó en datos de registros médicos, criminales y farmacéuticos que incluían diagnósticos de trastornos por consumo de drogas y/o alcohol, depresión mayor y trastorno de ansiedad entre los 17 y 30 años. Se utilizaron puntuaciones de riesgo genético familiar (FGRS) para los mismos trastornos, calculadas a partir de diagnósticos en familiares desde el primer hasta el quinto grado. Las puntuaciones predijeron mayores riesgos de presentar estos trastornos, con un mayor impacto en los trastornos por consumo de drogas y alcohol que en la depresión mayor y el trastorno de ansiedad.
Los efectos genéticos sociales fueron más pronunciados entre los compañeros de clase de la escuela secundaria superior (16 a 19 años) en comparación con los de la escuela secundaria inferior (7 a 16 años). Además, estos efectos se mantuvieron significativos tras ajustar por factores de confusión sociodemográficos, y fueron especialmente marcados en individuos con un alto riesgo genético, según Jessica E. Salvatore, del equipo de investigación.
Este estudio subraya la importancia de considerar la influencia genética de los compañeros en el desarrollo de trastornos mentales y de comportamiento, enfatizando la necesidad de abordajes preventivos que integren esta dimensión genética y social.
Alberto Ortiz Lobo, psiquiatra en el Hospital de Día Carlos III-Hospital Universitario La Paz en Madrid, ofrece una perspectiva crítica sobre el diagnóstico de los trastornos mentales. Según Lobo, estos trastornos representan la manifestación de una interacción compleja entre diversos factores dentro de un contexto sociocultural específico, que incluyen acontecimientos vitales, experiencias relacionales con figuras de apego, y componentes biográficos, biológicos y psicológicos.
Lobo subraya que los diagnósticos psiquiátricos se basan en el consenso entre profesionales académicos y destacó la ausencia de pruebas objetivas, como análisis de laboratorio o pruebas de neuroimagen, que puedan identificar claramente lo que se denomina trastorno mental. En contraste, tales pruebas sí existen para los trastornos neurológicos. Además, menciona que no existen marcadores genéticos confiables que permitan diagnosticar trastornos mentales.
Respecto a la investigación sobre la influencia biológica en los trastornos mentales, Lobo es escéptico sobre su utilidad práctica. A pesar de inversiones millonarias y esfuerzos científicos considerables, señala que no se han identificado marcadores biológicos definitivos para ningún trastorno mental. La predisposición genética, aunque teóricamente relevante, no se ha concretado en descubrimientos significativos que impacten la práctica clínica. Esto sugiere que, aunque la carga genética pueda ser investigada, sus efectos sociales y clínicos permanecen indeterminados y borrosos, sin trascendencia real en el tratamiento y manejo de los pacientes en el ámbito clínico.